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Entradas etiquetadas como ‘salud mental’

Mentes Ocupadas: secuelas de un puesto de control

Por Thaer Medhat, psicólogo de Médicos Sin Fronteras en los Territorios Palestinos Ocupados

Hace unos meses, Abbas*, un niño de 14 años de Hebrón, fue atacado por soldados israelíes. Iba junto a su primo de camino a un pueblo cercano a Jerusalén para visitar a su padre que estaba trabajando. Para llegar hay que cruzar un puesto de control en la carretera. Allí, los soldados israelíes les pidieron que se bajaran del taxi. Siguieron sus instrucciones y se sorprendieron al ver que los soldados lanzaban sus perros sobre ellos. Abbas estaba aterrorizado y empezó a gritar. Algunas personas intervinieron y ayudaron a los niños a esconderse de los perros.

Las familias de presos requieren, por lo general, atención psicológica. Mujeres, madres o hijos acusan la ausencia del familiar encarcelado. En el caso de Adel, que se puso en huelga de hambre, agravó la condición de la familia. Fotografía: Juan Carlos Tomasi/MSF

Las familias de presos requieren, por lo general, atención psicológica. Mujeres, madres o hijos acusan la ausencia del familiar encarcelado. Fotografía: Juan Carlos Tomasi/MSF

Siete meses después, el padre de Abbas llevó a su hijo a la clínica de Médicos Sin Fronteras (MSF). Describió a su hijo como un niño triste y solitario. Explicó al psicólogo de MSF que el niño sufría mucho yo era capaz de salir solo de casa por sus miedos. Dejó el colegio, no se comunicaba con nadie y llevaba siempre un gorro. Por las noches tenía pesadillas.

Después de conocer al niño, el psicólogo se dio cuenta de lo deprimido y asustado que estaba. No iba solo a la sala de consulta; alguien de la familia tenía que acompañarle hasta la puerta del edificio. Cuando empezó la terapia, no era capaz de escoger la actividad o juego que quería hacer. Sufría muchísimo. Ni siquiera miraba al psicólogo, casi no hablaba o contestaba cuando se le hacía una pregunta. No hacía nada fuera de las sesiones; se quedaba en casa con un gorro que no se quitaba nunca y siempre estaba triste. El psicólogo estaba frustrado porque no podía ayudarle y, sobre todo, porque ni siquiera conseguía que hablara o jugara.

Entonces llegaron a un acuerdo terapéutico: el psicólogo le hizo entender por qué estaba en terapia. Le dejó claro que el objetivo de la terapia era ayudarle a sentirse como una persona normal otra vez, una parte importante de la familia. Abbas es el mayor de cinco hermanos.

El psicólogo también se reunió con el padre cada tres sesiones para proporcinarle habilidades para trabajar con la familia. Tenían que conseguir que Abbas se sintiera como un miembro valorado en la familia y se le pudieran pedir responsabilidades, lo que le ayudaría a sentir más confianza en sí mismo. Para el psicólogo no fue fácil trabajar  con la familia ya que todos sentían lástima por Abbas. Pero al final, les ayudó a darse cuenta que era su hermano mayor y no sólo ese niño que había sido atacado por los perros de los soldados.

Abbas y el psicólogo empezaron a jugar un juego donde uno de los dos forzosamente tenía que ganar. Abbas no se veía a sí mismo ganando, le parecía difícil jugar. Estaba muy triste y exclamó: “¡No puedo ganar!”. La terapia continuó y el psicólogo dudaba de que el tratamiento fuera a tener éxito si Abbas no estaba dispuesto a hablar sobre lo ocurrido. Durante una actividad conocida como “caja de sentimientos”, una herramienta que los psicólogos utilizan para que los niños hablen sobre sus miedos a través de dibujos o usando objetos, Abbas finalmente relató lo que le había pasado y explicó lo triste que se sentía. Preguntaba por qué le había ocurrido a él. Emplearon un juego de rol con unos soldados de juguete y el psicólogo le preguntó si quería decirle algo a los soldados. Y Abbas les gritó: “¡Maldito seáis! ¿Por qué?”. Por fin expresó abiertamente su enfado.

Después de aquello, Abbas acudió a las sesiones sin el gorro. El psicólogo le preguntó cómo se sentía tras quitárselo y Abbas contestó que su familia estaba contenta. Empezó a jugar cada vez más con sus hermanos y primos. La terapia acabó. El psicólogo estaba satisfecho pero, al mismo tiempo, también sentía pena porque Abbas no pudo volver al colegio al haber estado ausente tanto tiempo.

Actualmente, Abbas trabaja con su padre y cada día cruza el puesto de control donde tuvo lugar el incidente.

*Nombre ficticio para preservar la privacidad del paciente.

Crecer rápido en un campo de refugiados de Cisjordania

Por Theresa Jones, responsable de Salud Mental de Médicos Sin Fronteras en Cisjordania

Amin siempre ha sido un niño muy maduro, parece más mayor de lo que es. A menudo calificado de testarudo por su familia, le gusta salirse con la suya pase lo que pase. Tiene seis años y es el más pequeño de siete hermanos, los otros tienen por lo menos 18 años y están acabando la escuela o la universidad.

Sin embargo, éste no es el único motivo por el que Amin es tan maduro para su edad. Amin vive en un gran campo de refugiados en Cisjordania, frente a la torre de vigilancia del Ejército Israelí. El campo alberga a cerca de 10.000 refugiados registrados, y se considera el principal foco de las protestas de Cisjordania. Amin come, duerme y juega sólo a 50 metros del escenario de violentos enfrentamientos diarios entre jóvenes palestinos y soldados israelíes. Estos enfrentamientos siguen un patrón parecido a un juego, empezando generalmente con el lanzamiento de una piedra contra los soldados uniformados que forman filas frente al campo de refugiados, adornados con su sofisticado armamento. Parece que cuando vives en medio del caos, debes aprender a cuidar de ti mismo muy pronto.

Cuando los gases lacrimógenos penetran en su casa en el piso de arriba a través de las ventanas, como ocurre durante los violentos enfrentamientos, Amin es quien las cierra todas. Es él quien informa a su familia sobre lo que ocurre abajo en la calle, espectador habitual del terror y la agitación que se suceden ante sus ojos. Amin ve a diario armas tan grandes como él ante sus propias narices y es testigo de los cacheos e interrogatorios a los que los soldados israelíes someten a sus hermanos cuando salen a la calle.

Amin es quien informa a su familia sobre lo que ocurre abajo en la calle, espectador habitual del terror y la agitación que se suceden ante sus ojos. Fotografía: Juan Carlos Tomasi

Amin es quien informa a su familia sobre lo que ocurre abajo en la calle, espectador habitual del terror y la agitación que se suceden ante sus ojos. Fotografía: Juan Carlos Tomasi

Con esta realidad, no es extraño que Amin sienta la necesidad de asumir el control y cuidarse a sí mismo. Esta necesidad puede trasladarse muy fácilmente al día a día. Por ejemplo, cuando insistentemente quiere comerse una tableta de chocolate antes de comer o exige ver los dibujos que quiere en la tele.

MSF conoció a Amin unas semanas después de una violenta incursión a su casa en plena noche. Los soldados israelíes querían utilizar el apartamento de la familia de Amin para vigilar los enfrentamientos que se sucedían abajo en la calle. Parece que éste es un lugar conveniente para una segunda torre de vigilancia. La madre y la hermana de Amin describieron a la psicóloga que los soldados entraron por la fuerza en la casa, encerraron bajo llave a la familia en una habitación, y entonces ocuparon su sala de estar durante horas. Después de esa noche, Amin empezó a tener pesadillas frecuentes de soldados con caras negras (los soldados israelíes cubren sus caras con máscaras negras durante las incursiones),  a orinarse en la cama y se sobresaltaba con el más leve roce. El eczema que le cubre el cuerpo desde los dos meses de edad empeoró y su testarudez fue descrita como un comportamiento “descontrolado”.

Cuando la psicóloga de MSF conoció a Amin consiguió interactuar con él mediante juegos y él le pidió que cuando volviese a visitarle le trajese un “balón de fútbol negro”. La psicóloga piensa que el balón negro está asociado al incidente traumático que sufrió al ver a soldados con máscaras negras irrumpiendo en su casa. Los síntomas que tenía eran pensamientos e imágenes intrusivas de ese incidente. Quizás intentaba controlar esos recuerdos pegando patadas y lanzando la pelota.

Desde entonces ha utilizado dibujos para expresar sus miedos sobre lo ocurrido en el pasado, lo que está ocurriendo en el presente y lo que podría ocurrir en el futuro. Sin duda, parece tener ganas de hacer juegos que impliquen imaginación y magia, y con el tiempo esto parece haberle ayudado a sentirse algo más seguro. Amin también está recibiendo tratamiento del médico de MSF para aliviar el dolor que le provoca la infección cutánea que padece.

Está claro que ser niño no es nada fácil en este campo de refugiados de Cisjordania. De todas formas, esperamos que Amin pueda disfrutar algo de la sencillez de la niñez en medio de toda esta complejidad y caos.

La prisión en la mente

Por Lali Cambra, periodista y responsable de Comunicación de MSF España para los Territorios Palestinos Ocupados.

Hebron, Cisjordania. copyright: Juan Carlos Tomasi.

Hebron, Cisjordania. Copyright: Juan Carlos Tomasi.

Hoy parecería un día normal de trabajo en la sede de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Hebrón. Pero no es normal, porque hoy es el día en el que Jawad, al que ya llevamos tiempo tratando, va a hablar sobre el tiempo que pasó en prisión.

Hace casi ocho meses que atiendo  a Jawad (*), los mismos que hace que llegué a Hebrón, una ciudad de gran importancia tanto para el Islam como para el Judaísmo. De hecho, es la única ciudad en Cisjordania en la que hay colonos judíos viviendo en su interior. Esta coyuntura la hace con frecuencia un lugar de conflicto entre palestinos e israelíes. Tanto la ciudad como los pueblecitos de la periferia son controlados de cerca por soldados y policías.

Jawad es de una aldea de la periferia. Nos hemos visto casi una vez por semana, a excepción de los períodos en que Jawad ha vuelto a ser detenido. Períodos que suponían un retroceso en su evolución. Jawad llegó a MSF recomendado por el CICR, después de que fuera puesto en libertad tras su paso por prisión. Se le detectaron síntomas post-traumáticos graves. Pese al tiempo que lleva con nosotros, no había hablado de la cárcel todavía.

La sesión se inicia, con Jawad sentado enfrente. E. cumple su papel de intérprete. Desde que llegué hace las veces también de profesora de árabe, de cultura palestina, de consejera y de amiga. Jawad, con 28 años, es un hombre delgado que viste con elegancia y cuya compostura delata una inteligencia tranquila. Sonríe más ahora que cuando iniciamos nuestros encuentros, aunque su mirada suele ser muy seria y en no pocas ocasiones se queda fija, mirando al infinito. A veces siento que hay que sacarle información con un sacacorchos.

Cuando le pido que me hable, tal y como habíamos quedado, de la cárcel, me mira sorprendido y dice que ya me lo ha explicado. Pero yo le recuerdo que, de hecho, sé muy poco. Establecer relaciones de confianza es en los territorios ocupados una cuestión de extrema importancia y por supuesto lo es para un hombre que ha sido encarcelado por activismo político y forzado a un sinnúmero de interrogatorios. Por eso, buena parte de nuestras sesiones se han centrado en forjar lazos de confianza, algo primordial dado que, en cierta forma, hay elementos de la terapia psicológica que podrían semejarse a procesos de interrogatorio.

Consulta psicológica en el proyecto de Médicos Sin Fronteras en Hebron. Copyright: Juan Carlos Tomasi.

Consulta psicológica en el proyecto de Médicos Sin Fronteras en Hebron. Copyright: Juan Carlos Tomasi.

Por fin Jawad comienza a hablar. Me dice que tenía 22 años cuando comenzó a ser más consciente de la situación por la que estaba pasando la vecina Gaza. En la universidad se involucró políticamente y acudió a manifestaciones. Un día, mientras estaba al frente de su ordenador, de repente comenzó a escuchar un enorme tumulto: los soldados israelíes entraron por la fuerza en su casa y se lo llevaron. Ahí comenzaba el camino sin retorno en el que se vería sumido durante los siguientes cuatro años y medio.

Jawad describe su período en prisión en cuatro fases: la primera fase, de interrogatorios, de la que se sintió orgulloso porque consiguió permanecer en silencio. Lo pusieron en una celda con otros prisioneros, que le ayudaron mucho en esos primeros días. Sin embargo, cuando los soldados regresaron, Jawad notó que algo había cambiado: de repente lo vio claro, sus compañeros de celda no eran otra cosa que “enemigos”. Sus conversaciones habían sido grabadas, su silencio roto y su fortaleza quebrada. Iban a poder presionarlo más. “Mi mundo se hundió, entonces cambié como persona”, apuntó Jawad.

Su segunda fase es la peor. Utilizaron métodos brutales, de los que Jawad prefiere no acordarse.  Apenas menciona la dureza de los períodos en aislamiento. Los sonidos, las imágenes y las sensaciones táctiles de esa época todavía regresan cada noche a perseguirlo en forma de pesadillas.

La tercera fase fue incluso peor. Jawad enfermó. Su apéndice se había inflamado y roto y requería cirugía. Lo siguiente que recuerda es despertarse de forma abrupta de la anestesia para encontrarse en el quirófano y ver su propio estómago abierto, en plena operación. El shock le llevó a un flashback, a encontrarse de repente de nuevo en los interrogatorios, rodeado de guardias, incapaz de moverse, esposado a una mesa. Cuando finalmente volvió en sí, la realidad no mejoraba: en su cama del hospital, tres guardias armados lo estaban custodiando.

A partir de entonces el estado emocional de Jawad se deterioró con rapidez, con consecuencias que también afectaron a su estado físico. Nunca más volvería a confiar en un médico. Entró en depresión y se aisló por completo. No mantenía contacto con nadie. Tras ser puesto en libertad, esta situación se mantuvo. Jawad a veces confesaba que para vivir así prefería regresar a la cárcel.

“Es bueno que tú lo cuentes por mí. A mí no me dejan salir de Cisjordania, pero tal vez mi historia pueda cruzar la frontera”, concluye Jawad.

(*) Este post fue escrito por la psicóloga de MSF al cargo de la terapia de Jawad en Hebrón.

Una semana después de esta conversación, Jawad fue detenido de nuevo y sometido a nuevos interrogatorios.

Traspasar el muro

Aamil (en Hebrón).

Aamil (en Hebrón).

30 años, estaba prometido, era fuerte, había tenido trabajo en Jerusalén. Todo parecía ir bien.

Pero construyeron el muro y perdió el trabajo. Aamil es de Hebrón. Alguien, a través de contactos, le ofreció la posibilidad de entrar de nuevo, desde Hebrón, y trabajar, ganar dinero para la boda. “Era mi primera vez, la primera vez que intentaba volver a Jerusalén. Sin permiso”, dice Aamil.

Le dijeron qué zona del muro tenía que buscar para poder pasar. El controvertido muro construido por Israel para separarse de los territorios, para prevenir atentados terroristas. Así, que, como le habían dicho, esperó a encontrarse con otros trabajadores que intentarían pasar. Llegaron y fueron seis, los que treparon por unas cuerdas ya dispuestas, ya utilizadas por otros. Al llegar arriba y mirar abajo, ya estaban los soldados:

        Os hemos estado esperando”, dijeron. “Me quedé arriba sin saber qué hacer”, recuerda Aamil.

        Bajad, no os haremos nada, os haremos salir por el control”. “Me quedé arriba mucho tiempo, intenté dialogar con ellos”, explica.

        Sólo queremos trabajar”.

        “Lanzad vuestros documentos de identidad, bajad y os llevamos al control, sin haceros nada”.

        “¿Es una promesa?”

        “Sí”.

Bajé. Casi sin tiempo que me diera tiempo a tocar el suelo, me agarraron por la pierna, comenzaron a pegarme fuerte, a reírse de mí. Le dije, “soy árabe como tú, ¿cómo me haces ésto?, ¿cómo te puedes, encima, reírte?” Me hicieron cantar. Me volvieron a pegar muy fuerte, cuatro de ellos. En el estómago, en el páncreas, en la cara, la nariz sangrando, el brazo roto por dos partes. Uno me preguntaba si era de Hamas o de Fatah. Me llevaron al jeep”.

Aamil pensaba que lo peor había pasado, que lo llevaban a prisión y que allí no le pegarían. Pero no. El jeep avanzó por una puerta del muro, al exterior, cerca de donde habían saltado, en un monte alejado de todo. Y allí lo dejaron tirado.

No podía ni gritar. No tenía dinero en el móvil. Intenté llamar a cobro revertido, pero nada. En los servicios de emergencia sí me cogieron el teléfono, “lo siento, muchas gracias por llamar”. Pensé que me moría allí. Pasaron horas”.

Uno de sus amigos recibió en Hebrón una llamada extraña: del constructor que había sugerido a Aamil cruzar el muro. No había llegado. El amigo llamó a Aamil que pudo explicarle dónde estaba más o menos. Fue el amigo quien llamó a la ambulancia y la ambulancia a Aamil. “Describí la montaña, los pueblos que veía, la curva de la carretera, no llegaban nunca, no me veían, no eran capaces de encontrar el monte, ni con la luz de mi móvil, ni con la luz del mechero. Me desmayé”.

La ambulancia le encontró a la una de la mañana y él calcula que eran las cinco y media de la tarde cuando había intentado saltar. Hospital: pelvis rota, codo y muñeca rota, vejiga rota. “El alma rota, y nadie nos puede tomar nuestra alma, excepto Dios”. Tardó meses en salir del hospital. MSF comenzó a tratarle por depresión. “Mi novia rompió el enlace, vio mi alma rota, vio a otro hombre en mí”.

Aamil tiene secuelas todavía, -seguramente permanentes aunque todavía va a fisioterapia y algo puede mejorar-, en el brazo que no puede mover bien y cojea un tanto. Es albañil. “¿Quién me va a contratar si así no soy productivo?”. Aamil es el único varón de la familia, el único que aportaba algo de dinero a la familia. “Ahora me dejan sólo en el cuarto, siento que no soy bienvenido en mi casa”. “¿Futuro? ¿hay esperanza? No soy optimista, no”.

MSF sigue apoyando a Aamil.

* Lali Cambra es periodista y responsable de Comunicación de MSF España para los Territorios Palestinos Ocupados.

Los muchos rostros del mal

por Minja Westerlund, psicóloga de Médicos Sin Fronteras en Papúa Nueva Guinea*

 

Entrada al Centro de Apoyo Familiar de MSF en Tari (© MSF).

Entrada al Centro de Apoyo Familiar de MSF en Tari (© MSF).

 

He de empezar explicándoos que Médicos Sin Fronteras proporciona ayuda médica y psicológica a las personas que han sobrevivido a una violación en Tari, Papúa Nueva Guinea. La violación no sólo es un delito que afecta a muchos aspectos de la vida humana, sino que también es una emergencia médica, un trauma psicológico que tiene consecuencias profundas en el ámbito de la familia y de la sociedad.

Aquella mañana de lunes comenzó de una forma triste en el Centro de Apoyo Familiar. Recibimos a una paciente que había sido violada por ocho hombres. La mujer había ido a visitar a unos familiares durante el fin de semana y, al bajar del autobús, fue asaltada por un grupo de hombres, que abusaron de ella por turnos. Llegó a nuestra clínica con la ropa desgarrada, llena de barro, y padeciendo un dolor físico agudo.

Otra paciente que se presentó en el Centro nos contó que el autobús en el que viajaba fue detenido por un grupo de ladrones, que sustrajeron a todos los pasajeros su dinero y objetos de valor. Además, forzaron a todas las mujeres: las apartaron del resto de pasajeros y las violaron.

Desde que empecé a trabajar en este proyecto y a ser testigo de todos los hechos terribles que vemos en nuestra clínica, me he preguntado innumerables veces por qué. ¿Por qué alguien comete estos crímenes horrendos? A veces, me inclino a pensar, como supongo que hace la mayoría, que quienes perpetran estos actos son malos por naturaleza. La gente se divide en ‘nosotros’ (‘los buenos’) y ‘los otros’ (‘los malos’). Este dualismo simplista de ‘buenos’ contra ‘malvados’, sin embargo, no es muy constructivo si queremos entender realmente los actos del mal.

Philip Zimbardo, profesor y psicólogo social, escribe las acciones horribles son posibles para cualquiera de nosotros en las circunstancias correctas (o equivocadas). Las situaciones y ambientes sociales tienen efectos significativos en el comportamiento de las personas, y no se trata sólo de variables de personalidad o de genes. Pensad en el ejemplo clásico de los campos de concentración nazis que estaban en manos de mujeres y hombres normales y corrientes.

Así, el profesor Zimbardo escribe que, con el objeto de entender el comportamiento extraño, deberíamos siempre comenzar por analizar la situación pero debemos evitar caer en el determinismo: la gente sigue siendo responsable de sus actos. Tampoco deberíamos categorizar a las personas como ‘buenas’ o ‘malas’. Cuando sostenemos ese enfoque de la gente como ‘buena’ o ‘mala’, aquellos considerados ‘buenos’ parecería que carecen de toda responsabilidad.

Sí, fue el violador quien violó, ¿pero qué pasa con aquellos de nosotros que contribuimos a mantener un sistema donde prevalece la desigualdad de género? ¿Alguno de los ocho hombres que violaron a nuestra paciente lo hubiera hecho si la hubiera conocido a solas, por separado?

Para terminar, si este tema os interesa, me gustaría recomendaros un libro del profesor Zimbardo: ‘El efecto Lucifer: el porqué de la maldad’.

La semana que viene os cuento sobre quienes vuelven a sonreír a pesar de todo.

 

*Minja es psicóloga. Su cometido principal en el proyecto de MSF en Tari ha sido facilitar atención en salud mental y apoyo psicológico a las víctimas de violencia sexual e intrafamiliar, fundamentalmente a mujeres. Más información sobre el trabajo de MSF en Papúa, en este vídeo.

 

 

“Me siento mejor, pero no puedo caminar”

Por Agus Morales y Anna Surinyach (Médicos Sin Fronteras)*


Salwah Mekrsh, de 18 años, no puede caminar. Dos mujeres empujan la silla de ruedas en la que se desplaza. Son su madre y su hermana. Las tres se sientan a departir en un patio con un limonero. Están esperando a que Salwah entre en una consulta de salud mental con Médicos Sin Fronteras (MSF).

«Antes de la guerra lo teníamos todo, pero desde que empezó hemos sufrido mucho

Salwah se vio forzada a casarse antes de que se iniciaran las primeras protestas de marzo de 2011 que desembocaron en una guerra civil en Siria. Tenía 15 años. Poco después tuvo una hija, pero discutió con su marido, que intentó agredirla, y se separaron. “Se llevó a mi hija y no me deja verla. No tengo forma de contactarles. No he visto a mi hija desde hace un año”, lamenta la adolescente.

El conflicto se desató. Salwah y su familia vivían en el casco viejo de Alepo, la capital industrial y económica de Siria cuyo control se disputan aún hoy el Gobierno y la oposición armada. El 25 de noviembre de 2012, la joven volvía a casa con una vecina. Una de las calles estaba cerrada y decidieron tomar otra ruta. Cuando estaban a punto de cruzar una plaza, un francotirador disparó contra la espalda de Salwah.

La joven fue trasladada a un hospital de Alepo, donde le extrajeron las balas. Dada la gravedad de su situación, la familia intentó llevarla a Turquía, pero en la frontera no le permitieron pasar. Salwah encontró un hospital de MSF en el norte del país, que le hizo un parte médico y organizó con las autoridades turcas su traslado al país vecino, que esta vez se realizó sin problemas. La adolescente fue ingresada en el hospital de Kilis, ciudad turca fronteriza con Siria a la que está llegando un flujo cada vez mayor de refugiados. Luego fue trasladada a la cercana ciudad de Gaziantep. Pasó doce días en la UCI.

Salwah Mekrsh (© Anna Surinyach)

Salwah Mekrsh, en Kilis, Turquía (© Anna Surinyach).

 

Ahora estoy mejor, pero no puedo caminar”, lamenta. Salwah cuenta que una de las trabajadoras comunitarias de MSF, Lina, le ha ayudado mucho a intentar superar el trauma: “me contó la historia de alguien de su familia con un problema similar, no relacionado con la guerra. Lina le dio apoyo psicológico y ahora está bien. Saber esto me ha hecho sentir mejor”.

La psicóloga ya está lista. Salwah entra en la consulta. Su madre y su hermana la esperan fuera. Fuman a la sombra del limonero. Cuando caiga el sol, se irán al piso que tienen alquilado en la ciudad turca de Kilis. No oirán los bombardeos y los ataques. No temerán por sus vidas. Pese a ello, a toda la familia le gustaría volver a su casa en Siria. ¿Dónde será el próximo encuentro? “En Alepo, inshallah”, desea la madre.

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*Anna Surinyach (@surianna) y Agus Morales (@agusmoralespuga), periodistas de Médicos Sin Fronteras, están haciendo una ruta desde Siria a Grecia para descubrir las historias de los refugiados sirios. Sigue más historias como esta en Twitter con el hashtag #exodosirio o en la cuenta @MSF_Terreno

 

 

Assem mirando al suelo

por Esperanza ‘Amal’ Leal Gil, psicóloga de Médicos Sin Fronteras en Hebrón (Territorios Palestinos)

Ya en el coche, mi compañera palestina me adelanta nuestra próxima visita, recordándome que las agresiones y arrestos por parte de los soldados hacia los menores pueden ocurrir también en la calle o en los ‘checkpoints’. Y es que, en los últimos meses, incluso se han llegado a producir incursiones y detenciones dentro de los propias escuelas, lo que ha provocado miedo generalizado y el absentismo por parte de algunos menores que sufren ansiedad y angustia sólo de pensar en ir al colegio.

Esta vez vamos a visitar a Assem. Nos abre la puerta mirando al suelo… Entramos en su casa, que es extremadamente pobre: no tiene sillones, sólo unos futones en el suelo y una alfombra que le sirve de dormitorio. Nos descalzamos y nos sentamos en los cojines.

Es un chico delgado de tez muy morena. En su cara resaltan unos impresionantes ojos azules que me miran con tristeza. A sus 12 años ha perdido la ilusión… Un día, al cruzar un puesto de control militar de camino al colegio, unos soldados le agarraron y le golpearon. Desde entonces, Assem ha dejado de jugar en la calle, se esconde cuando ve a un soldado, está triste porque siente que ha perdido su valentía, pega a sus hermanos y ha dejado de ir a la escuela.

Sus ojos azules me taladran con una expresión amarga. Durante un rato discutimos sobre el miedo, le hago hablar recordando cosas que le han ayudado a sentirse mejor, e incluso terminamos la sesión hablando de fútbol, que parece que le entusiasma… Hoy puedo decir que, después de tres sesiones, ha vuelto a sonreír tímidamente.

Escuela en Hebrón, Cisjordania (© Juan Carlos Tomasi).

Escuela en Hebrón, Cisjordania (© Juan Carlos Tomasi).

De vuelta a casa, observando el paisaje de casitas salteadas entre montañas de tonos marrones, me acuerdo de que estos problemas también se agravan con la violencia hacia las familias que viven en barrios cercanos a asentamientos israelíes, ya que a menudo sufren acosos y ataques por parte de los colonos instalados en territorio cisjordano.

Niños y mayores se encuentran en un estado de hipervigilancia y sospecha constante. Precisamente, mañana visitamos a Mahmoud, de 9 años, que jugaba cerca de un asentamiento y al que un colono apuntó con un arma y arrastró hacia su casa amenazándolo de muerte. Le advirtió de que, tras matarlo a él, mataría a toda su familia. Ahora sufre un serio estrés post-traumático.

Nuestra intervención como psicólogos de MSF está dirigida en estos casos a los menores y a sus padres, desde una perspectiva psicosocial: se realizan psicoterapias a corto plazo con referencias a estructuras médicas o sociales, como la propia escuela u otras redes comunitarias. El tratamiento para estos niños es básico para evitar que empeoren los síntomas.

A través de escucha activa, terapias de juego o dibujos, se ayuda al niño a recuperar el control, a encarar la situación que le produce temor, a identificar los pensamientos que le causan ansiedad, y a controlar las reacciones mentales y físicas que le causan la angustia. Con los padres, trabajamos dándoles apoyo emocional y reforzando estrategias para que ellos puedan ayudar a sus hijos.

Pero ya oscurece, y el muecín canta con la voz quebrada llamando a la oración. Estremece el canto en el silencio de la tarde. Mañana, muchos adolescentes y niños verán secuestradas su infancia con la violencia. Mañana desde MSF volveremos a poner todo nuestro esfuerzo para intentar aliviar su sufrimiento y luchar contra la desesperanza.

Más información sobre el trabajo de los equipos de atención psicológica de MSF en Hebrón, aquí.

 

Lloran todas las noches

por Esperanza ‘Amal’ Leal Gil, psicóloga de Médicos Sin Fronteras en Hebrón (Territorios Palestinos)

A lo largo de mis visitas o encuentros con los adolescentes afectados, me he dado cuenta de que la situación socioeconómica de la familia también afecta pero, sobre todo, que es la edad la que condiciona sobremanera: en los pacientes que hemos visto, cuanto más jóvenes, más vulnerables son y más ayuda psicológica pueden necesitar. Sin embargo, no sólo son ellos los que presentan síntomas post-traumáticos.

Sesión de salud mental con palestinos afectados por la violencia en el proyecto de MSF en Hebrón. Cisjordania (© Juan Carlos Tomasi).

Sesión de salud mental con palestinos afectados por la violencia en el proyecto de MSF en Hebrón. Cisjordania (© Juan Carlos Tomasi).

La mayoría de estos chicos acuden a la consulta porque sus padres, preocupados por los indicios, no saben gestionar la situación. Cuando llegan, nos damos cuenta que, en su mayoría, son también sus progenitores los que están psicológicamente afectados por los incidentes ¿Quién no lo estaría al vivir expuesto a un conflicto continuo y al ver a un hijo maltratado, en prisión y afectado cuando llega a casa? Son padres que se sienten vulnerables e impotentes y que piden ayuda para su hijo, pero también atención psicológica para sí mismos, para poder afrontar cada día.

 

Hemos cruzado Hebrón de una punta a otra en el coche con identificaciones y pegatinas de MSF al que permiten, con algunas reticencias, circular por el terreno calificado de ‘peligroso’. Hoy vamos a ver a Aisha, una mujer joven de bellos ojos negros rasgados y semblante triste, que nos abre la puerta desolada; su marido ha sido arrestado en una incursión nocturna donde los soldados entraron de golpe, tras echar la puerta abajo, acompañados de dos perros. Revolvieron todas las habitaciones y despertaron a sus tres niños, de entre 4 y 8 años, que dormían en una de las habitaciones. Delante de los niños apresaron al padre, le golpearon y se lo llevaron.

Acomodadas en una sala fresca, me ofrece té, costumbre de buena educación entre las familias palestinas aunque no tengan nada más. Lo acepto agradecida y, gracias a la traductora, escucho cómo Aisha explica, entre sollozos, que no sabe qué hacer: “Mis hijos no pueden dormir, se hacen pis en la cama, tienen mucho miedo y lloran todas las noches porque creen que va a ocurrir de nuevo”. Está desesperada, echa de menos a su marido: “no tengo ganas de hacer nada, ni de levantarme de la cama”, se lamenta, mirándome. La situación económica la angustia, su marido es el que trae el dinero a casa. No puede dormir pensando en sus problemas y se muestra intolerante con sus hijos y agresiva con ellos. Los niños están asustados y añoran a sus padres, a los dos.

Dibujo realizado por una niña palestina de 9 años durante las sesiones de atención psicológica en el proyecto de de MSF en Hebrón (© MSF).

Dibujo realizado por una niña palestina de 9 años durante las sesiones de atención psicológica en el proyecto de de MSF en Hebrón (© MSF).

Como en el caso de los hijos de Aisha, los menores de 10 años requieren atención psicológica por ser testigos de violencia en sus propias casas. Las incursiones suelen ser operaciones de acordonamiento y búsqueda por parte de las Fuerzas de Defensa Israelíes, que entran en los hogares palestinos, casi siempre por la noche, para arrestar a alguno de los familiares. Según informes de Naciones Unidas, cada semana tienen lugar una media de 50 a 70 incursiones nocturnas en domicilios palestinos en Cisjordania, con un gran número de soldados provistos de armas y con el uso de bombas de ruido, gases lacrimógenos y perros.

 

Hablo con los hijos de Aisha y reconozco ante ella que, para los pequeños, las incursiones suelen ser muy traumáticas porque ocurren inesperadamente. Observo en sus dibujos el miedo y cómo han visto golpear y maltratar a su padre que ya no está. Presentan pánico, se sobresaltan con cualquier ruido y tienen pesadillas.

Aunque este no sea el caso, me he encontrado a niños y adolescentes que adoptan el rol de cabeza de familia e incluso casos que están sufriendo violencia doméstica acentuada por el conflicto. Aisha y sus hijos nos despiden agradeciendo la visita con una sincera sonrisa .

(Continuará)

Más información sobre el trabajo de los equipos de atención psicológica de MSF en Hebrón, aquí.

 

Donde la violencia secuestra el alma de la infancia

por Esperanza ‘Amal’ Leal Gil, psicóloga de Médicos Sin Fronteras en Hebrón (Territorios Palestinos)

Desde hace unos meses vivo en Hebrón, una localidad dentro de los Territorios Palestinos Ocupados que el resto del mundo califica de peligrosa. Justo en la puerta, a la hora indicada, me espera Ethidal, mi traductora, mi mano derecha, que será mi voz junto a una perenne cartulina que me acredita como psicóloga de Médicos Sin Fronteras. “Sabagelger”, me saluda, “Buenos días”, respondo. Hoy hace sol, pero será un día largo.

Mi nombre es Esperanza, pero me llaman ‘Amal’, como se traduce en árabe, y cada vez que lo pronuncio, arranco una sonrisa porque no entienden que una persona pueda tener el nombre de una promesa. Durante el trayecto, repasamos a quien tenemos que visitar hoy. Se trata de Ahmad, de 16 años. Hace cuatro meses dormía plácidamente con sus hermanos cuando a las dos de la mañana golpearon bruscamente la puerta. Al abrir los ojos, su casa estaba rodeada de soldados con la cara cubierta, apuntándoles con rifles y acompañados de perros. Preguntaron por él, le golpearon, le taparon los ojos con una venda y se lo llevaron esposado ante la mirada de sus padres y hermanos pequeños.

Me pregunto inquieta el porqué, y en los papeles que me han entregado los trabajadores sociales, puedo leer que fue acusado de haber tirado piedras a los soldados en una manifestación.

Entramos en la casa. Hay fiesta porque están celebrando su reciente liberación. Sin embargo, Ahmad, que tiene cara de niño grande, no sonríe; se siente desorientado e irritable, no puede dormir, no quiere relacionarse con nadie, se niega a seguir estudiando porque ha perdido la dinámica de ir al colegio, está triste, no quiere hablar de su experiencia en prisión e incluso presenta algunos síntomas somáticos, como un intenso dolor de estómago. Entro en una habitación, le sonrío y me acerco a él con la firme intención de escucharle e intentar aliviarle.

Vista desde el interior de una vivienda palestina en Hebrón, Cisjordania (© Juan Carlos Tomasi).

Vista desde el interior de una vivienda palestina en Hebrón, Cisjordania (© Juan Carlos Tomasi).

Esta es la situación de numerosos chicos que viven en Cisjordania y que, al igual que Ahmad, están expuestos a la violencia, ya sea como víctimas directas o testigos de agresiones. Esta agresividad tiene serias repercusiones en su salud mental, que es igual de importante que la física, porque pueden provocarle en ocasiones retraso en su desarrollo o incluso trastornos severos.

Soy una más de los cuatrocientos profesionales de MSF y mi trabajo aquí en Cisjordania consiste en facilitar apoyo psicológico a las víctimas del conflicto israelí-palestino e intrapalestino.

Desde que comenzamos a trabajar en esta zona, el número de afectados menores de 17 años ha incrementado considerablemente. Entre 2010 y 2011, 103 niños menores de 18 años fueron víctimas de incursiones militares en el domicilio y recibieron psicoterapia por parte de MSF. En 2012, MSF atendió en Hebrón y Jerusalén Este a 575 pacientes en psicoterapia individual o familiar; un 47,7% eran menores. Y esto nos preocupa, porque el conflicto está afectando severamente a los más vulnerables.

Cuando terminamos la sesión, mi compañera y yo comentamos sorprendidas cómo está aumentando entre nuestros pacientes el número de niños y adolescentes arrestados, separados de sus familias y sometidos a duros interrogatorios. Y es que las detenciones pueden durar horas. Dependiendo de la edad, pueden permanecer en prisión hasta cuatro meses. Según datos de Naciones Unidas recogidos en un informe DCI, Defence for Children, el ejército israelí detiene, interroga y encarcela a entre 500 y 700 menores cada año. El 75% sufren algún tipo de violencia física durante o tras la detención.

Los menores, como en el caso de Ahmad, presentan, tras el arresto o la estancia en prisión, cuadros de ansiedad, depresión, agresividad, trastorno del sueño, pensamientos recurrentes, conductas desafiantes… y en casos más severos, trastorno de estrés postraumático. No saben o no quieren recuperar su vida anterior y tienden al aislamiento. Y en este proceso trabajamos, teniendo en cuenta que las consecuencias psicológicas varían dependiendo de su capacidad de sobreponerse al trauma, pero también de otros factores de riesgo como la intensidad de lo experimentado o las veces que han sido expuestos a situaciones similares.

(Continuará)

 

Empezar de nuevo

Por Serene Assir (responsable de prensa en emergencias, Médicos Sin Fronteras)

Mientras caen las bombas en Libia, en el campo de tránsito de Choucha, situado a unos 7 kilómetros del paso fronterizo tunecino de Ras Ajdir, unas 16.000 personas de varios orígenes siguen esperando a que el futuro se presente.

Porque por ahora, miles de migrantes que habían viajado en su día a Libia desde Bangladesh, Ghana y otros lugares para trabajar y ganarse la vida, siguen esperando a ser repatriados. Otros, provenientes de Somalia y Eritrea por ejemplo, hacen un ejercicio de paciencia doble, ya que ellos tienen que esperar a ver cómo resuelven las autoridades competentes el caso de los refugiados que no pueden regresar a sus países de origen.

Cada día, el campo vive cambios sustanciales. Para empezar, la distribución de las tiendas se adapta al cambiante flujo de migrantes que llegan desde Libia. También van en incremento y bajada los números de personas de cada origen. Ahora, por ejemplo, casi no quedan egipcios, mientras que en un principio, cuando el equipo de MSF llegó a Ras Ajdir a finales de marzo, constituían la mayoría. Ahora, son muchos los bengalíes, y el número de personas provenientes de diferentes países de África subsahariana es también muy elevado.

s difícil describir la sensación de estar en un campo de tránsito, en el que la estancia es por defecto temporal, pero cuya fecha de caducidad es todo un misterio. Más difícil aún es asumir el hecho que aquí, hace pocas semanas, el terreno que hospeda el campo de tránsito estaba vacío.

Todos los que se han visto forzado a cruzar la frontera desde Libia afrontan múltiples incertidumbres, empezando con la pregunta de “cuándo van a poder irse”. Pero más allá, la macro-realidad de las personas que esperan con demoledora paciencia su salida del campo es infinitamente más compleja. Sean repatriados o realojados, los migrantes y refugiados tienen el resto de la vida por delante y absolutamente ninguna garantía de que vaya a salir bien.

Y mientras esperan, muchos hablan de sus sueños de futuro. Como si la capacidad de soñar fuera la vía de escape del maldito pasado y el incierto presente, el futuro nace en forma de promesa en la visión de Mikel, eritreo de 29 años. Le pregunto cómo se imagina su futuro y contesta de manera sencilla. “Diferente,” dice. “No sé cómo será mi vida, pero será distinta a como ha sido hasta el momento. No sé. Quiero que cambie, quiero que cambie todo«.

Mientras, aquí en Choucha, unos días hace viento, un viento frío que los tunecinos llaman el aayouch, que viene del norte, que parte los rayos del sol en pedazos mientras se nos quema la piel poco a poco sin darnos cuenta. Otros días, el sol pega tan fuerte que paraliza. Unos resisten moviéndose, en busca de comida, conversación o algo que hacer.

Otros se entregan al calor, sabiendo que cuando caiga la noche, hará frío de nuevo, y no quedarán más opciones que arroparse con una manta donada dentro de una tienda marcada con las siglas de ACNUR* en inglés, e irse a dormir soñando con que se abra la ventana de posibilidad mañana para lanzarse al futuro de una vez por todas.

“Tengo mucha esperanza,” dice Mikel, sin ninguna señal de impaciencia, pero sí con certeza. “Sólo sé que no quiero estar más en un campo. Quiero irme, y quiero empezar de nuevo”.

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(* Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados)

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Fotos: Trabajadores inmigrantes de Egipto (foto superior) y Vietnam (foto inferior), en el paso fronterizo tunecino de Ras Ajdir (© Serene Assir)