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Luke en Bihar: Reena comía tierra

Por Luke Chapman (médico de Médicos Sin Fronteras en India)*

Reena** tiene cuatro años y medio y come tierra desde su más tierna infancia. Sus padres, desesperados, nos la han traído. Antes de su ingreso en el Centro de Estabilización de MSF llevaba enferma unas tres semanas. Decir que “no se encuentra muy bien” sería un eufemismo que incluso haría sentir incómodo al más inglés entre los ingleses: apenas si está consciente y prácticamente no puede ni mover un cuerpo en el que tiene más huesos que carne. Vómitos, fiebre y diarrea son los principales síntomas.

Su padre, que es carpintero, ha gastado grandes sumas de dinero en médicos locales (bueno, unos 50 euros al cambio, pero que suponen otras tantas semanas de salario para él). Le han recetado la mezcla habitual de placebos y antibióticos de amplio espectro, pero todo sin éxito alguno. Creen que podría tener fiebre tifoidea. Ahora los médicos se niegan a ver a Reena, aduciendo que no hay nada más que puedan hacer por ella, y que morirá. Aconsejan a sus padres que la lleven al hospital del distrito, a una hora y media de Biraul.

E aquí algunos antecedentes sobre este hospital. Está congestionado pues hace las veces de centro de referencia para lugares tan alejados como Nepal: 60 camas pediátricas para demasiados millones de personas. Así que el nivel de atención allí es variable. Y está muy lejos. Al final, el padre de Reena dice que de ninguna manera se plantea siquiera llevar a su hija allí.

La primera semana es dura para Reena. A pesar de sus lastimeros gemidos cada vez que la examinamos, su mirada desafiante sugiere que es una luchadora. La rehidratamos por vía intravenosa, para empezar. Cualquier cosa que intentamos introducirle en el estómago vía tubo nasogástrico vuelve a salir de nuevo por la boca, lo que dificulta el tratamiento. La atiborramos de antibióticos pero la fiebre no hace más que empeorar. Examinamos una y otra vez sus heces, que son normales. Al tercer o cuarto día, ya demasiado débil para moverse, empieza a llagársele el cuerpo de tanto estar inmóvil en cama, algo habitual en estas circunstancias pero en pacientes de al menos 60 años más que esta pobre criatura.

Durante el fin de semana, sangre y mucosidad empiezan a aparecer en su diarrea: disentería. No tenemos técnico de laboratorio el domingo, así que decido hacer yo mismo el examen al microscopio. No he tocado un microscopio desde que terminé mis estudios de medicina tropical hace tres años, y me siento bastante satisfecho conmigo mismo cuando encuentro el botón de encendido. Hago una pobre preparación con una muestra de heces e inmediatamente detecto un gran número de algo que me parecen huevos de lombriz.

Las siguientes 48 horas las pasamos discutiendo sobre qué son y repasando literatura médica para intentar identificarlos. Al principio, el técnico de laboratorio me dice que son partículas de alimentos, pero después de mostrarle unas cuantas de estas, le convenzo de que no es así. Además, desde que llegó, la pobre niña ha vomitado todo lo que le hemos dado, no ha retenido ni la leche, así que mucho menos comida.

Finalmente, decidimos que se trata de un huevo de lombriz trematoda, lo que se ajustaría a muchos de sus síntomas. Le damos una dosis de tratamiento desparasitante estándar, y por fin empezamos a ver salir en sus heces pequeños y gordos gusanos de medio centímetro. Pero estos gusanos en concreto no siempre responden bien a los tratamientos estándar y nuestro entregado logista se pasa la mañana en Darbhanga buscando en las farmacias un tratamiento algo más específico. Tan arduo trabajo se ve por fin recompensado cuando cientos, si no miles, de pequeños parásitos empiezan a aparecer en las heces de Reena durante los dos días siguientes. Nunca conseguimos un diagnóstico preciso para este gusano, aunque nos acercamos catalogándolo dentro del género de los Equinostomas. Sospecho que su enorme cantidad tenía que ver con la dieta rica en tierra de Reena.

Durante los días siguientes, las cosas van bien. La fiebre empieza a bajar, los vómitos desaparecen y casi una semana después de ver cómo se nos iba Reena, finalmente podemos darle algo de leche. Incluso la diarrea mejora. Del aletargamiento pasa a la irritabilidad, y todos intentamos recordarnos que esto es una buena señal.

Desearía más que nada en el mundo poder decir que la historia tuvo un final feliz. Pero la mejoría sólo fue pasajera. Después de algo más de dos semanas con nosotros, Reena se deteriora de nuevo. Vuelve la fiebre y otra vez vuelta a los antibióticos de amplio espectro, pero sin éxito. Veo desaparecer de su mirada aquel espíritu luchador, y es entonces cuando tengo el terrible presentimiento de lo que va a ocurrir. Al límite de los que podemos hacer por ella, la llevamos al hospital del distrito para hacerle algunas pruebas y ver a un especialista. Nos aconseja que la ingresemos, pero de nuevo sus padres se niegan. Por desgracia, los análisis son más o menos normales.

Al día siguiente por la noche, recibo la llamada telefónica que espero y temo a la vez. Reena, la pequeña luchadora que comía tierra, ha muerto. Pregunto por sus padres: ni una lágrima. Pienso que se habían resignado hacía ya semanas. Pregunto por el personal (todos nos habíamos encariñado con Reena durante el tiempo que pasó con nosotros). Todo el mundo está muy triste, pero de nuevo durante los últimos días todos habíamos tenido el presentimiento de que esto iba a ocurrir.

Fue la septicemia la que se llevó a Reena. ¿Habrían sido diferentes las cosas de no haber estado desnutrida? Nadie puede afirmarlo con seguridad, pero por lo menos hubiera tenido más posibilidades de sobrevivir. Y eso ocurre con muchas enfermedades. La malaria severa, la neumonía o la diarrea pueden suponer un grave problema incluso para el niño más saludable. Pero si el niño está además desnutrido, entonces llega al campo de juego con todas las de perder. Grandes o pequeños, nadie debería tener que hacer frente a esta lucha contracorriente sólo porque no está bien alimentado.

En lo que respecta al equipo, no hay palabras de consuelo. Todos somos profesionales y hacemos todo lo que podemos para separar el drama humano que acabamos de presenciar de las acciones que debemos emprender… recogiendo los pedazos, aprendiendo las lecciones que podemos aprender y tratando a las personas desnutridas con renovada determinación.

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 * Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar.

** Nombre cambiado para proteger el anonimato de la paciente.

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Foto: Exposición de dibujos sobre la desnutrición tras el concurso entre artistas locales organizado por MSF en el distrito de Darbhanga, en el estado indio de Bihar, en 2011 (© MSF).