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Danzas al sol en el polideportivo

Por María José Blanco, responsable de actividades sanitarias de MSF en Puerto Saija, Colombia.

Buenaventura, la segunda ciudad más grande del departamento del Valle del Cauca y el principal puerto sobre el Pacífico de Colombia, alberga en uno de sus polideportivos a cientos de desplazados indígenas desde finales de noviembre, cuando se vieron obligados a huir de sus tierras por la violencia. La tristeza, el miedo y la incertidumbre les acompañan, según cuentan los líderes de la comunidad. Médicos Sin Fronteras (MSF) facilita apoyo psicosocial y promoción de la salud para prevenir enfermedades derivadas de las condiciones de vida.

Hace días leía un texto de Manolo Rivas sobre los muertos adoptados en Colombia, muertos en las aguas de los ríos que algún humano encuentra, se apiada, le pone nombre y lo entierra. Muchos de esos ríos vienen a traer sus aguas al Pacífico, en los departamentos de Chocó, Valle y Cauca, donde MSF trabaja.

Uno de esos ríos es el río San Juan. Aquí, las poblaciones indígenas y afrocolombianas son mucho más numerosas que en el resto del país, especialmente en la zona rural. Los indios Wounaan Nonam habitan estos ríos, sin necesidad de regirse por divisiones departamentales o intereses socioeconómicos que alteren sus actividades de subsistencia de pesca artesanal, caza y agricultura del pancoger (así se denominan aquellos cultivos que satisfacen parte de las necesidades alimenticias de una población determinada. En la zona cafetera son comunes que las familias cultiven maíz, frijol, yuca y plátano, para autoconsumo.

Panorámica de la ciudad de Buenaventura, Colombia. Fotografía de Anna Surinyach/MSF
Panorámica de la ciudad de Buenaventura, Colombia. Fotografía de Anna Surinyach/MSF

Este pueblo indígena se ha visto envuelto en un conflicto armado que perdura en Colombia desde hace más de cincuenta años. Un conflicto complejo con demasiados actores, intereses sociopolíticos y económicos, y donde las tierras son vitales como puntos estratégicos de paso, obtención de minerales y plantación de cultivos ilícitos.

Víctimas de los enfrentamientos entre las Fuerza de Seguridad del Estado y grupos armados ilegales, parte de las comunidades indígenas se vieron forzadas a abandonar las tierras que ocupan ancestralmente y a las que asignan un gran valor. Si bien, varios grupos iniciaron el desplazamiento ya en el mes de octubre, fue a partir de finales de noviembre cuando tuvo lugar un desplazamiento masivo desde las comunidades de Unión Balsalito y Agua Clara hacia la ciudad de Buenaventura donde encontraron refugio en un polideportivo.

Junto a los líderes de la comunidad, el equipo de MSF que trabaja en la Cauca Pacífico inició una valoración rápida y puso en marcha acciones para dar respuesta a las necesidades de las personas desplazadas.

Cruzamos el puente que separa la isla donde está la sede de MSF del continente a ritmo de salsa ‘choke’; es imposible escapar a la música en esta ciudad. Después de los trancones, como se conoce a los puestos de venta de mangos, llegamos al polideportivo de El Cristal, una masa de cemento que se levante en un barrio popular de Buenaventura.

Dos guardias de seguridad y la guardia indígena nos dan paso a la zona de las gradas desde donde puedo ver a cientos de personas que se encuentran en las pistas que ocupan la parte central del recinto. Colchonetas y enseres se acumulan en los laterales de la cancha y los niños juegan en el medio de las pistas. El último censo habla de 558 personas (más del 40% son niños).

Mayolo es uno de los líderes comunitarios de Agua Clara, Fermán lo es de Unión Balsalito. Desde el primer momento están atentos a responder nuestras preguntas, escuchar nuestras recomendaciones y a ayudarnos a conformar grupos de trabajo. Nos muestran las instalaciones: los baños no cuentan con condiciones de higiene. El sistema de agua es deficitario y no hay garantía de salubridad en la que consumen.

Son personas reservadas, pero conforman pasan los días se van mostrando próximos y no dudan en pedirnos que los acompañemos a visitar a un niño enfermo que está tratando el médico tradicional. Su compromiso con la comunidad les lleva a defenderla delante de las autoridades, donde reclaman sus derechos, un enfoque diferencial en el tratamiento que reciben y la protección que la ley ha de garantizarles. La respuesta por parte de las autoridades es parcial, pero ellos están dispuestos a resistir hasta que puedan garantizarles un retorno seguro a sus comunidades.

MSF, en coordinación con otras organizaciones, trabaja para garantizar las condiciones mínimas que les permitan permanecer en el pabellón deportivo. El equipo médico les asiste  con actividades de promoción y prevención, control de vectores para prevenir la aparición de enfermedades, atención médica previa a la intervención del sistema de salud, entrega de medicación cuando no acceden a ella a través del sistema de salud y derivación de pacientes y embarazadas hacia el sistema de salud.

Por su parte, el equipo de salud mental proporciona apoyo a través de actividades con niños, mayores y mayoras (así se autodenominan las personas ancianas), acompañamiento en casos particulares de duelo y respondiendo a las demandas de la comunidad. El equipo de logística trabaja para mejorar la calidad del agua del polideportivo después de que se hayan dado numerosos casos de enfermedades potencialmente relacionadas con el consumo de ésta.

En mi caso, me quedo con la impotencia de conocer de primera mano lo que supone la violación del Derecho Internacional humanitario que llena tantos papeles, la rabia por una falta de respuesta institucional eficaz, la duda de si podemos estar haciendo algo más y las ganas de seguir ahí. El pasado 24 de diciembre, Mayolo y Fermán prepararon con las comunidades las danzas al Sol, qué con carácter excepcional, tuvieron lugar este año en el polideportivo. Porque después de todo, como escuché hace poco a un compañero: “¿Qué es la cultura? Lo que queda cuando perdemos todo.”