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Batangafo: «Lo único que le queda a toda esa gente es su propia vida»

Por Natacha Buhler, responsable de comunicación de MSF en RCA

Desde finales de julio de 2017, los combates entre las facciones ex-Seleka y anti-balaka han vuelven a incendiar el norte de la República Centroafricana. Miles de personas se han visto obligadas a abandonar sus refugios en Batangafo y alrededores, en donde estaban instalados desde la crisis en 2013-2014. Muchos de ellos han buscado protección en el complejo hospitalario administrado por MSF.

«Estoy cansada de correr. Mientras se siga oyendo el zumbido de los disparos, me quedaré en el hospital». Esther tiene 30 años y vive en una cabaña hecha con ramas. Junto a ella están su hija y su hermano menor. La cabaña está justo detrás del edificio en el que se encuentra el quirófano de nuestro hospital en Batangafo. El 29 de julio de este año, tras el enésimo estallido de violencia entre las facciones de la antigua coalición Seleka y la anti-Balaka, Esther y unas 16.000 personas más, buscaron refugio en este lugar.

Esther Ngaindiro, de 30 años, vive en el hospital de Batangafo desde el brote de violencia del 29 de julio. Antes, vivía en el emplazamiento de Baga para desplazados internos, donde algunos de sus familiares fueron asesinados durante los enfrentamientos. Ahora está en el hospital con su hija y otros miembros de su familia. Su madre decidió quedarse en Baga, ya que cree que si ella si Esther se separan, habrá más opciones de que alguna de las dos sobreviva para cuidar de la familia © Natacha Buhler/MSF

Los «acontecimientos», como se conoce aquí la violencia que devastó el país en 2013 y 2014, todavía están presentes en la mente de todo el mundo. No todos los que huyeron de Batangafo en 2013 regresaron cuando pasó la gran oleada de violencia. Muchos tenían miedo de volver a sus casas y por eso unas 23.000 personas decidieron quedarse durante todo este tiempo en los campos de desplazados de la zona.

Sin embargo, si algo tengo comprobado en el tiempo que llevo aquí, es que en este país la violencia se ceba de manera especialmente cruel con los más débiles.  Aquellos que ya habían perdido todo en el pasado, vieron en julio cómo sus precarias cabañas quedaban completamente calcinadas, lo cual les llevó a tener que huir una vez más.

«No sé por qué pelean. Cualquier motivo parece ser suficiente para comenzar a luchar de nuevo; para aprovechar la oportunidad de saquearlo todo y dejarnos sin lo poco que tenemos. En los enfrentamientos de julio, algunos de mis familiares fueron asesinados y todas mis pertenencias fueron destruidas o robadas», continúa Esther, que, como tantos otros, llevaba en uno de estos campos desde hacía tres años.

Hoy, Esther está en el hospital junto con miles de personas, con la esperanza puesta en que este lugar pueda brindarles un mínimo de seguridad. Y ojalá pudiéramos dársela, pero a día de hoy, por desgracia, ni siquiera un hospital puede considerarse a salvo de los combates o de las bombas. Lo que sí vemos es que la cantidad de personas desplazadas que acoge el recinto varía de acuerdo con la evolución del conflicto. A veces somos más y otras veces somos bastantes menos.

Desde que estallara la violencia en Batangafo, algunas personas que habían buscado un refugio intentaron volver a casa cuando la situación se calmó. Pero se vieron forzadas a refugiarse de nuevo en el hospital cuando la violencia resurgió a principios de septiembre © Natacha Buhler/MSF

Tras los incidentes de julio, la violencia continuó en Batangafo durante los meses de agosto y septiembre de este año, hasta que los ex-Seleka y anti-Balaka firmaron un nuevo alto el fuego. Luego, en octubre, surgió un nuevo grupo de «autodefensa» con las mismas ganas de pelear que todos los demás. Fue fundado en un pueblo situado no muy lejos de aquí y allí es donde ahora se están librando los combates; más allá del río que separa la ciudad de la comunidad vecina, Saragba. Muchos de los que llegan al hospital huyendo de allí lo hacen sin absolutamente nada. Y casi todos nos hablan de aldeas totalmente quemadas y de cuerpos sin sepultar.  La violencia aquí no cesa.

«Mi madre se quedó en el campo de desplazados. Me dijo que era mejor si nos separábamos, porque si algo le sucedía a una de nosotras, entonces la otra podría cuidar de la familia», comenta Esther. «La temporada de lluvias fue dura, las lonas que usamos no nos resguardaban de la lluvia. Pasamos muchas noches de pie, apretujados los unos contra los otros. Se ha acabado la temporada y todavía seguimos aquí. No hay nada que hacer. Antes, me dedicaba un poco al comercio. Pero hace ya mucho que se nos acabó el dinero».

Aunque refugiarse en el hospital de Batangafo puede ser la opción más fiable en términos de seguridad, también contiene riesgos ocultos como el contagio de enfermedades. Un hospital es esencialmente un sitio donde tratar a personas enfermas © Natacha Buhler/MSF

Hay poco que celebrar cuando pensamos en cómo será el futuro en Batangafo. Esther, como muchos, dice que espera que vuelva a reinar la paz para poder comenzar a ganar dinero y poder cuidar de su familia. Su mayor anhelo es el de enviar a su hija a la escuela. Pero no se acaba de creer que eso sea algo que pueda llegar a suceder algún día. «Para que haya paz, no puede haber hombres armados», dice mirando al suelo. “Pero aquí los hombres no están dispuestos a dejar la violencia de lado”.

 

Médicos Sin Fronteras (MSF) ha prestado apoyo al hospital de Batangafo desde 2006, brindando atención médica gratuita a la población de la ciudad y de sus alrededores. La organización también ha establecido redes de trabajadores comunitarios en los cinco ejes fuera de la ciudad, de modo que el tratamiento para la malaria y para la diarrea siempre está accesible para la mayor parte de la población sin tener que desplazarse hasta el hospital. En la carretera de Ouogo, donde actualmente se libran los combates, solo dos trabajadores de 16 lograron llegar al hospital para reabastecerse del suministro de medicamentos paras sus respectivas zonas. La inseguridad también impide que el equipo de MSF acceda a aquellos lugares donde se libran los combates. La mayor parte de la población que vive allí ha huido al bosque o al campo, donde no tienen acceso a la atención médica, mientras que los puestos de salud en las aldeas han sido saqueados, destruidos o abandonados.Los trabajadores sanitarios también son víctimas del conflicto y, como todos los demás, se vieron obligados a huir para tratar de poner a salvo sus vidas.

MSF lleva trabajando en la República Centroafricana desde 1997 y hoy brinda asistencia médica a las poblaciones de Bria, Bambari, Alindao, Batangafo, Kabo, Bossangoa, Boguila, Paoua, Carnot, Zemio y Bangui. En 2016, la organización atendió un millón de consultas médicas, vacunó a 500.000 niños contra diversas enfermedades, realizó 9.000 intervenciones quirúrgicas y ayudó en el parto de 21.000 bebés en el país. Sin embargo, desde comienzos del año, con la intensificación del conflicto armado, la organización ha tenido que adaptar cuatro de sus 16 proyectos para responder a las necesidades más  urgentes de las personas directamente afectadas por el conflicto.

Para quitarse el sombrero

por Albert Caramès, responsable de Asuntos Humanitarios de Médicos Sin Fronteras en República Centroafricana.

Equipos de MSF dando respaldo en la atención de heridos al Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).

Equipos de MSF dando respaldo en la atención de heridos al Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).


El despertar del jueves 5 por la mañana fue distinto, más repentino y desagradable. El anuncio de enfrentamientos armados en algunas zonas de Bangui ya nos terminó de desvelar. Ciertos momentos de incertidumbre que rápidamente se esclarecieron tras las indicaciones de los máximos responsables de la misión: qué pasa y qué es lo que hay qué hacer.

Logistas y personal médico estaban llamados a tomar posiciones para apoyar el trabajo en el Hospital Comunal de Bangui. Allí se irían (comprometidos, pero con la serenidad de quien fuera a un tranquilo día de trabajo en la oficina) para atender a los múltiples heridos que irían llegando.

Desde entonces, una sucesión de días intensos, de aquellos que te hacen parecer que ayer hubiera sido la semana anterior: puntos informativos diarios, financieros y administrativos apoyando la logística durante el fin de semana, recogida de heridos, la administración flexible a todos los cambios que se presentaban, personal nacional (conductores, guardianes, personal médico) haciendo de la base/oficina su casa durante unos días, más pacientes que llegan, llamadas, comunicados de prensa y entrevistas, entre muchas otras cosas. Y siempre bajo esa sensación de que todavía hay tanto por hacer y no sabes cómo empezará el día siguiente.

Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).

Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).

Personalmente, siento la más profunda admiración hacia las personas que directamente salvan vidas. Sé que suena a tópico, pero la manera en cómo lo cuentan no dejan de asombrarme, hablando de heridas y traumatismos con tristeza pero muy profesionalmente.

Estos días, más allá de mi trabajo habitual he intentado hacer un poco de logista y acompañado algunos pacientes. Fue en este último viaje que me encontré en una carretera llena de gente que, a nuestro paso, nos aplaudía, agradecida de nuestra labor. Esa noche dormí mejor, pero sólo porque los que me aplaudían pensaba que yo también era personal médico o logista.Y es con ellos con quien yo me quito el sombrero.

Lluvia, malaria y muchas preguntas

por Bruno da Silva Machado, administrador de terreno de MSF en Ndélé, República Centroafricana

Me desperté un poco antes de lo habitual; eran las 5 de la mañana y la lluvia caía sobre nuestro tejado de zinc. No era el único que se levantaba tan temprano: la mayoría de expatriados también se despiertan pronto. Ayer, todos trabajamos por lo menos 12 horas, y cuando el equipo médico regresó tras el toque de queda, lo hizo cabizbajo.

En República Centroafricana la lluvia significa poder tener agua. Normalmente el agua escasea en esta zona, así que naturalmente la lluvia es una bendición. Pero también significa charcos y aguas estancadas, perfectos campos de cultivo para los mosquitos. En otras palabras, la estación de lluvias tiene dos caras: trae agua y malaria a la vez. La tasa de mortalidad de la malaria ha aumentado drásticamente, especialmente entre los niños.

Mujeres con sus hijos ingresados en un hospital de MSF en RCA (© Corentin Fohlen).

Mujeres con sus hijos ingresados en un hospital de MSF en RCA (© Corentin Fohlen).

La noche anterior, tres niños habían muerto en el hospital. Llegaron tarde, en un estadio muy avanzado de la enfermedad. Y, tal como venía diciendo, la llegada del equipo médico remató aquel duro día. Juntos analizamos lo que podíamos cambiar y compartimos nuestras frustraciones sobre lo que no está a nuestro alcance: “Si hubiese más instalaciones médicas en la región, más cerca de las personas que las necesitan”… “Somos sólo 3 médicos aquí”… “Parece que hay un grupo armado en la carretera, la gente tiene miedo a desplazarse y cuando vienen es tarde, demasiado tarde”… Todos nos fuimos pronto a la cama.

La lluvia de la mañana amainó cuando salíamos a trabajar. La carretera que conduce hasta el hospital empezó entonces a despertar: los vendedores ambulantes montaron sus tenderetes, los niños salieron a jugar (la escuela pública lleva cerrada desde diciembre de 2012), la gente se puso a limpiar el barro de la noche anterior de las puertas de sus casas…

Era sábado. Los sábados por la mañana tenemos una reunión con todo el personal. Cerramos la semana compartiendo con los demás lo que hemos conseguido y lo que no. Digo ‘cerramos’ entre comillas, porque los días son, de hecho, todos iguales. El concepto de fin de semana cada vez me resulta menos claro. La gente enferma cada día, nace cada día, trabaja cada día…

En administración, el día de trabajo fluye como de costumbre: en una burbuja condensada de trabajo. Si intento describir cada tarea que he hecho hoy, parece como que he trabajado tres días seguidos. Sin embargo, la jornada pasa sin la sensación de que existan las horas. Los responsables de promoción de la salud están preparando una campaña para movilizar a las comunidades y encontrar donantes de sangre, una necesidad acuciante durante el pico de malaria (cuando ésta impacta de forma masiva).

También hemos estado muy ocupados preparándolo todo para recibir a más pacientes de lo normal: mosquiteras, camas, tiendas, más personal para atender a los enfermos, más gente para ocuparse de la higiene, comida para la cocina, más medicamentos. Sí, más medicamentos sin duda…

Pruebas rápidas de malaria durante una clínica móvil de MSF. El hombre de la imagen es diagnosticado y enviado a la farmacia del centro de salud (© MSF).

Pruebas rápidas de malaria durante una clínica móvil de MSF. El hombre de la imagen es diagnosticado y enviado a la farmacia del centro de salud (© MSF).

Todas las tareas se ven interrumpidas por cuestiones más apremiantes, muchas de las cuales están relacionadas con nuestro personal local. Las alegrías y las penas de las personas con las que trabajamos bastarían para llenar muchas páginas, pero supongo que lo mejor es no compartir sus historias particulares…

A la hora de la cena recibo la buena noticia de que dos mujeres han dado a luz esa tarde. A pesar de algunas complicaciones, el acceso al hospital les ha permitido dar a luz de forma segura a un niño y a una niña en perfecto estado de salud. La buena noticia cambia visiblemente el humor en la mesa.

Me pregunto cómo se llamarán. Me pregunto qué serán cuando crezcan. Me pregunto si sus hijos nacerán sus hijos en mejores condiciones. Me pregunto y vuelvo a preguntarme…

 

 

República Centroafricana es un país

por Bruno da Silva Machado, administrador de terreno de MSF en Ndélé, República Centroafricana

Cuando expliqué a mi familia y amigos que iba a salir al terreno con Médicos Sin Fronteras (MSF), muchos de ellos me preguntaron:

¿A dónde vas?
A la República Centroafricana, contestaba yo.
Sí, ¿pero a qué país?

Quizás muchos de vosotros ya lo sabéis pero, sólo para estar del todo seguro, me gustaría subrayar que la República Centroafricana es un país. Es un estado con una superficie de unos 620.000 kilómetros cuadrados (mayor que España) y tiene una población de 4,4 millones de habitantes (ligeramente inferior a la de Noruega). Tras una larga y confusa historia colonial, fue ‘reconocido’ como país en 1960. A pesar de su corta edad ya cuenta con una larga historia de gobernantes no elegidos democráticamente y golpes de estado.

El último de estos golpes fue a comienzos de este año.

Centro de salud incendiado y saqueado durante los disturbios que siguieron al cambio de gobierno (© MSF).

Centro de salud incendiado y saqueado durante los disturbios que siguieron al cambio de gobierno (© MSF).

El 10 de diciembre de 2012 estalló una rebelión en el norte. Tras muchos tira y afloja, las numerosas negociaciones frustradas y cambios de bando culminaron en una toma del poder el 23 de marzo por parte de la coalición Séléka. Esas semanas que siguieron fueron muy difíciles para todos. El país ha quedado desbaratado. La inestabilidad entre grupos rivales y muchas milicias extranjeras armadas han provocado situaciones realmente duras.

Naturalmente, las principales víctimas fueron las poblaciones atrapadas en medio del conflicto: un gran número de desplazados y refugiados, actos de violencia extrema, destrucción de cosechas, aldeas reducidas a cenizas, escuelas cerradas y los servicios que todavía se tenían en pie a punto de desplomarse.

El objetivo de este texto no es constituirse en un discurso geopolítico sobre el país: vamos a dejarlo en que hay muchos grupos de personas indeseables, tanto extranjeros como nacionales, que suelen ir armados.

Ndélé, cerca de la frontera con Chad y Sudán, donde yo trabajo, es una zona de las más remotas que uno pueda imaginar. Puedes sentir un creciente aislamiento con cada avión que coges para viajar hasta allí. Cuando tomé el vuelo Oslo-París-Bangui, los primeros signos ya se hacían evidentes. El avión iba prácticamente vacío. Al amanecer puede ver por la ventana kilómetros y kilómetros de bosques que parecían vírgenes. Sin casas, ni siquiera carreteras. Sólo un río largo y sinuoso hizo acto de presencia. Como una vena que bombeaba vida a esta inmensa tierra virgen.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por la azafata. Advirtió a todo el mundo de que hacer fotos es ilegal. Cuando sales del aeropuerto, entiendes por qué no se permite hacer fotos… Pero en cuanto pasas los controles de carretera, ya se empiezan a ver algunos mercados y gente yendo de aquí para allá.

Clínica móvil de MSF a las afueras de Ndélé, en diciembre de 2012 (© Sylvain Groulx).

Clínica móvil de MSF a las afueras de Ndélé, en diciembre de 2012 (© Sylvain Groulx).

Para ir de Bangui a Ndélé, hay que coger otro avión. El estado de las carreteras es muy malo y se tarda varios días en llegar. El pequeño aeroplano permite apreciar una bonita vista del paisaje. Detrás dejamos la capital con sus muchas casas, grandes y pequeñas, rodeadas de árboles verdes y tierra rojiza. Regresamos al enorme manto verde, pero en alguna parte del camino el manto empieza a presentar agujeros. La diferencia se hizo obvia cuando estábamos a punto de aterrizar. La frondosa tierra virgen dejó paso a las copas de los árboles esparcidos por una tierra árida. Durante la estación seca incluso el acceso al agua constituye un problema.

Una vez aterrizas, el lugar parece incluso más olvidado. Aunque se trata de la capital de la provincia, carece de toda infraestructura. Es sorprendente analizar las diferencias. La mayoría de las organizaciones no gubernamentales evacuaron Ndélé durante los incidentes. Y casi ninguna de ellas ha reanudado todavía sus actividades.

Con un Gobierno que todavía tiene que hacerse con el control del territorio y la huida de las ONG, la población se ha quedado sola con sus muchas necesidades. Estas personas están ocultas a la mirada del mundo. La respuesta que suelo obtener de los transeúntes es “merci” (“gracias”). No sé si es que simplemente la gente es educada o si nos dan las gracias por no haberles olvidado.

Personalmente, no me resulta nada fácil escribir sobre Ndélé. Cuando intento describirlo, todo parece como una serie de acontecimientos sin orden ni concierto. Como si alguien hubiese sacado fotos desde el aire y al aterrizar intentase entender un orden al azar. Lo que es cierto un día puede no serlo al siguiente. Lo que es seguro un día puede no serlo mañana. En medio de toda esta inestabilidad, cada jornada parece la misma, pero cada día es diferente. Tal vez simplemente debería hablaros sobre un solo día. Esto es lo que haré en mi próximo post.

 

¿Y cuando el niño se pone malo?

por Esperanza Santos (de la Unidad de Emergencias de Médicos Sin Fronteras, desde República Centroafricana)*

Os contaba el otro día el gusto que da encontrarse por lares tan apartados como Ndélé un hospital bien organizado. Como podréis imaginar, en República Centroafricana, esto no siempre es así.

Durante estas semanas, he podido ver el hospital de Bambari, un hospital público que es el hospital de referencia para toda la ‘Región 4’ (el país se divide en cinco, y en la región 4 viven más de medio millón de personas). ¡Madre mía, el hospital! Un desastre…

Para empezar, es como un laberinto: distintos edificios que se van conectando a veces unos con otros y en los distintos departamentos más de lo mismo: habitaciones con camas medio rotas, la mayoría sin colchones y las que los tienen en muy mal estado… el personal se lleva su propio material porque no hay nada. En total he visto 1 termómetro y 2 tensiómetros en todo el hospital, y eran de algunos enfermeros que han decidido comprárselos ellos mismos.

No hay electricidad ni agua corriente, los medicamentos y el material escasean y por supuesto nada es gratuito: los pacientes lo tienen que comprar en la farmacia y llevarlo a los diferentes departamentos para que se lo pongan.

 

Pacientes haciendo cola a las puertas del puesto de salud de Gbadéné, respaldado por MSF (© Cecilia Furió/MSF).

Pacientes haciendo cola a las puertas del puesto de salud de Gbadéné, respaldado por MSF (© Cecilia Furió/MSF).

No es raro. Este es un país muy pobre. Bueno más bien muy poco desarrollado, porque creo que en realidad no es tan pobre: es muy verde, por lo que debe ser fértil y tienen bastantes minas de diamantes. Aunque a veces, a estos es mejor tenerlos lejos…

El nivel educativo es muy muy bajo (la tasa de alfabetización es del 48%) y la de escolarización en primaria también ronda el 50%, el sistema sanitario, además de no ser gratuito, deja bastante que desear. Por ejemplo, en toda República Centroafricana hay sólo 72 médicos: hay 4,4 millones de habitantes así que tocan a un médico por cada 60.000 personas, y de hecho la mayoría de ellos ocupan cargos más administrativos y de gestión que clínicos. Como os decía, no hay luz ni agua corriente en ningún lado, ni siquiera en la capital, Bangui, funcionan bien estos servicios.

Aquí ves la vida tan sencilla que llevan y a veces te da la sensación de que es ideal. Me explico: la imagen es bonita. A las 6:30 o 7 de la mañana, cuando nosotros empezamos a trabajar, ya ves a las familias al lado de sus cabañitas, sentados todos juntos alrededor de un fuego, calentando la ‘bouille’ (como una papilla hecha con arroz) para desayunar, probablemente después de haber ido ya a por el agua, la leña… algunos están ya moliendo la harina, otros barriendo su parcelita para mantenerla limpia, algunos tienen gallinas, cabritos e incluso algún cerdo por ahí correteando.

Esa es la parte ideal de la historia, una vida de familia, tranquila y sencilla, sin necesidades añadidas ni consumismo, ni tonterías.

Claro, pero esta mente mía no me deja quedarme con esa idea bucólica en la cabeza, y enseguida me pongo a pensar… ¿y cuando el niño se pone malo porque por la noche hace frío, se acatarra o le pica un anopheles, qué? Ahí se empieza a romper en pedazos la imagen bucólica…

Atención médica en el puesto de salud de Gbadéné, respaldado por MSF (© Cecilia Furió/MSF).

Atención médica en el puesto de salud de Gbadéné, respaldado por MSF (© Cecilia Furió/MSF).

Si el niño enfermo tiene que caminar con su madre unos 10-15 km para llegar al puesto de salud más cercano y que le atienda un agente de salud que no tiene formación alguna aparte de la experiencia y que muchas veces no sabrá diferenciar si el niño tiene catarro, malaria o sarampión (que es posible porque la cobertura vacunal está por debajo del 50%)… si después de caminar esos kilómetros y que le atiendan, tiene que pagar por esa consulta y por los medicamentos que necesita, si es que los tienen, que no es seguro…  si decide no caminar y probar con la medicina tradicional del curandero del pueblo (que puede funcionar o no) y que le va a costar también casi como la consulta del puesto de salud… si sabes que ese niño es probable que nunca llegue a recibir una formación académica suficiente como para sustituir al agente del puesto de salud y mejorar la calidad… si la madre embarazada no tiene nadie que le haga seguimiento de su embarazo ni ninguna estructura sanitaria a la que acudir en caso de cualquier complicación… pues la imagen empieza a ser menos bucólica ¿verdad?

La vida sencilla y sin consumismo sería ideal si el niño fuese al colegio, si tuviesen puestos de salud en condiciones a los que acudir… y unas cuantas cosas más, empezando porque se termine el conflicto, pero eso de momento es difícil de conseguir.

El conflicto lo único que ha traído para estas familias son más complicaciones si cabe. Las carreteras (si se les puede llamar así) están cortadas por lo que el poco comercio que había ahora es inexistente. Los pocos colegios que había, cerrados. Los pocos puestos de salud que había, sin medicamentos. Y de vez en cuando un grupo armado pasa por el pueblo porque tiene necesidad de comida, de medicamentos y de brutalidad. Así que, no me queda otra cosa que decir, la guerra es una cosa muy mala y que no hay nada que la pueda justificar.

* Esperanza Santos trabaja en terreno con MSF desde 2006. Es enfermera y actualmente es coordinadora en la Unidad de Emergencias. Si quieres leer otros posts de Esperanza en misiones anteriores con MSF, pincha aquí.

Pequeños avances y grandes desafíos

por Esperanza Santos (de la Unidad de Emergencias de Médicos Sin Fronteras, desde República Centroafricana)*

Empiezo por el final, por Ndélé. ¡¡Qué lejos está, madre mía!! ¡Tres días de viaje desde Bangui! Eso sí, bonito, repleto de árboles de mango. Hay un parque natural cerca, pero nosotros lo único que vimos por el camino fueron algunos monos y serpientes, nada muy exótico. Bueno, también un cervatillo, pero el pobre iba ya en hombros de un hombre que lo había cazado.

Me vine aquí para echar una mano al equipo del proyecto, que lleva abierto dos años. Se encargan del hospital de Ndélé (que tiene unas 80 camas) y de 8 puestos de salud de la periferia, pero con todo el conflicto (este fue uno de los primeros pueblos que atacaron) llevaban casi dos meses con falta de personal, sin poder salir a la periferia por seguridad y con todas las actividades un poco descontroladas. Estamos poniéndolo todo un poco en marcha de nuevo para intentar recuperar la normalidad.

Ayer llegaron las dos nuevas enfermeras que se van a quedar encargadas una del hospital y la farmacia, y la otra de la periferia, así que me quedo unos días con ellas y luego bajaré de nuevo a Bangui, la capital.

Ndélé es pequeño, unos 15.000 habitantes tiene. No tiene luz ni agua corriente (bueno antes del conflicto había agua, pero ahora hay algo que se ha estropeado y sólo hay un par de horas al día). Así que llevamos una vida más sencilla: ponemos el generador tres horas por la tarde y cuando se apaga a las 9 de la noche, todo el mundo a sus cuartos.

El hospital la verdad es que está bien organizado. Hay poca capacidad quirúrgica, sólo se hacen cesáreas y cirugías de urgencia, pero está bien organizado y más o menos limpio. Esto ya es todo un avance.

Por el contrario, la farmacia, con tanto caos, estaba un poco desorganizada. Creo que mi sino es enfrentarme a farmacias desorganizadas, así que los primeros días me puse a mover cajas, limpiar y organizar, y la verdad es que ya parece otra.

Atención médica en el puesto de salud de Badéné, cerca de Batangafo, durante la ola de combates de finales de 2012 en el centro y norte de República Centroafricana (© Chloé Cébron).

Atención médica en el puesto de salud de Badéné, cerca de Batangafo, durante la ola de combates de finales de 2012 en el centro y norte de República Centroafricana (© Chloé Cébron).

También nos hemos reunido con todos los jefes de los puestos de salud (que no son ni enfermeros, pero les han formado para atender enfermedades básicas) y ha estado bien. A pesar de todo lo que ha pasado, ellos han seguido trabajando en los puestos y les mandaban los medicamentos y material en moto desde Ndélé, así que muy bien.

A ver si a partir de ahora se siguen calmando un poco las cosas y pueden empezar a hacer vacunación también porque ese es uno de los grandes problemas de aquí, y en general de todo el país. De hecho, la semana pasada empezó a haber casos de tos ferina en dos de los puestos de salud, así que martes y miércoles mandamos a dos enfermeros en moto a comprobar los casos, a hacer formación a la gente de los puestos de salud y a llevar tratamiento.

Y todos los casos eran de niños mayorcitos (2-3-4 años) que se supone que ya tendrían que estar vacunados, pero ninguno lo estaba. La mayoría de ellos, la única vacuna que tenían era la de sarampión y porque en mayo organizamos nosotros una campaña de vacunación masiva; pero claro, es muy complicado vacunar a los niños cuando en los puestos de salud no hay frigorífico para guardar las vacunas, a algunos se tarda 5-6 horas en llegar y además hay pueblos a más de 15 km de distancia del puesto de salud así que la gente, que tiene que ir andando, no está acostumbrada a ir.

Pero como os he dicho, es uno de los objetivos para este año: llevar vacunas, poner frigoríficos de gasóleo en algunos de los puestos (porque no hay electricidad por supuesto) e intentar movilizar a la gente para que traigan a los niños a los puestos.

Luego os cuento más…

(Continuará)

* Esperanza Santos trabaja en terreno con MSF desde 2006. Es enfermera y actualmente es coordinadora en la Unidad de Emergencias. Si quieres leer otros posts de Esperanza en RCA y en misiones anteriores con MSF, pincha aquí.

 

Guerra y “paz” en República Centroafricana

por Esperanza Santos (de la Unidad de Emergencias de Médicos Sin Fronteras, desde República Centroafricana)*

Os escribo cuando estoy a punto de terminar mi aventura centroafricana… Me vine aquí para evaluar las necesidades de la población y centros de salud en dos regiones sanitarias (Bambari y Bria) después de la toma de esa zona por los rebeldes. Cuando yo llegué era cuando se estaban acercando a la capital, Bangui, así que en vez de ir a visitar las dos regiones sanitarias, nos quedamos ahí. Dos motivos: para llegar a esas zonas había que pasar la línea divisoria entre las zonas controlados por el Gobierno y la coalición rebelde, y porque queríamos apoyar en Bangui en caso de posibles combates.

Así que nos pusimos de acuerdo con una clínica de Bangui, que llevaba sólo un mes abierta, que tenía bastante material y potencial, pero no estaba montada. Básicamente lo que hicimos fue limpiar y desinfectar el quirófano, poner en su sitio los aparatos que tenían, llevar medicamentos y material para curas al quirófano y montar una sala de emergencia y triage (circuito, material, medicamentos) por si venían bastantes heridos a la vez.

Como la cosa se calmó un poco y parecía que iban a negociar, decidimos preparar de nuevo la exploratoria a las dos regiones y dejar la clínica en manos de gente que estaban en Bangui. Nos pusimos en marcha y hemos visitado 17 centros (dos hospitales, si se les puede llamar así, tres centros de salud y 12 puestos de salud).La verdad es que la situación no es nada buena. El problema es que no era nada buena antes del conflicto y ahora además les falta personal porque algunos se han ido, y material y medicamentos porque no pueden comprarlos, no pueden desplazarse por la carretera y las farmacias están cerradas o vacías… El pillaje post-conflicto ha afectado a todos los niveles. Las carreteras están cortadas, los colegios cerrados, todas las oficinas del gobierno, las gasolineras y los bancos arrasados. Y gran parte de la población ha huido de los pueblos, y está viviendo en el campo.

Clínica móvil deMSF atendiendo a desplazados de Ndélé, RCA (© Sylvain Groulx).

Clínica móvil deMSF atendiendo a desplazados de Ndélé, RCA (© Sylvain Groulx).

Viviendo en una situación si cabe más precaria que antes, más expuestos a enfermedades y con miedo a moverse incluso hasta el puesto de salud más cercano por los continuos movimientos de grupos armados en los caminos. Y no es que los grupos armados estén siendo o hayan sido especialmente violentos contra la población civil, pero aún así puede dar miedo cruzártelos, porque muchos de ellos tienen necesidades básicas sin cubrir, y tienen armas.

Afortunadamente vinimos preparados con kits de material y medicamentos que hemos ido distribuyendo por todos los centros según sus necesidades: medicamentos básicos, principalmente para la malaria, para infecciones respiratorias, diarreas…, y material de curas y para atender partos. Se trata simplemente de un apoyo puntual: las necesidades encontradas son mucho mayores, pero tenemos que asumir también nuestras limitaciones. De poder hacerlo, sería pertinente trabajar en todos los puestos de salud y hospitales de República Centroafricana, pero no tenemos capacidad. Al menos este apoyo les puede ayudar hasta que consigan restablecer su sistema (que aunque sea precario, al menos es un sistema) y a nosotros para darnos cuenta de las necesidades sin cubrir que existen en las diferentes zonas y priorizar unas u otras cuando tengamos la capacidad.

De momento os dejo esta pequeña introducción. En los próximos posts os cuento más de República Centroafricana, espero haber despertado vuestra curiosidad…

(Continuará)

Esperanza Santos trabaja en terreno con MSF desde 2006. Es enfermera y actualmente es coordinadora en la Unidad de Emergencias. Si quieres leer otros posts de Esperanza en misiones anteriores con MSF, pincha aquí.