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Por aquí han pasado cooperantes de Ayuda en Acción, Cruz Roja, Ingeniería Sin Fronteras, Unicef, Médicos del Mundo, HelpAge, Fundación Vicente Ferrer, Médicos Sin Fronteras, PLAN
Internacional, Farmamundi, Amigos de Sierra
Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

«Lo que está sucediendo en la India es lo más parecido a una pesadilla»

Jaume Sanllorente, fundador y director de la ONG Sonrisas de Bombay

Lo que está sucediendo en la India estas últimas semanas es lo más parecido a una pesadilla. He sido testigo de muchas situaciones duras en los diecisiete años que llevo viviendo en Bombay, pero nunca nada igual. Parecía que ya habíamos pasado por lo más dramático durante la primera ola de coronavirus y el posterior confinamiento, pero esto es todavía peor.

Personas implorando atención médica a las puertas de los hospitales, sin poder respirar apenas y pidiendo un oxígeno que ya no queda en todo el país. Hospitales desbordados, sin camas, y familiares incinerando los restos de sus seres queridos en piras funerarias improvisadas en parques, en campos de críquet o en solares en la calle. Ese es el panorama de Bombay y del resto de un país que ve con impotencia cómo las cifras no paran de crecer día a día. Más de 300.000 contagiados y 3.000 fallecidos, en el momento de escribir este artículo.

Un sistema sanitario completamente colapsado y sin recursos, en un país donde cada paciente, en los hospitales públicos, tiene que adquirir y costear por su cuenta el material sanitario que necesite. En estos días, las botellas de oxígeno se han agotado en todo el país, por eso la gente simplemente se muere antes de llegar siquiera al hospital.

Esta situación dantesca, incluso para un país que está acostumbrado a convivir con la tragedia, tiene varias posibles explicaciones. Por un lado, la menor incidencia de la primera ola en este país respecto a otros y un confinamiento estricto generaron una sensación popular de falso triunfalismo. Bien es cierto que en muchos casos era imposible mantener ese confinamiento. Porque cómo hacerlo cuando un 70% de la población en una ciudad como Bombay vive en la pobreza extrema, sin casa o hacinada bajo una lona.

A esto hay que sumarle que si un país con 1.300 millones de habitantes, donde las medidas de distancia social se han ido relajando por esa falsa sensación de haber superado la pandemia, de repente irrumpe una nueva variante del virus, tenemos un caldo de cultivo perfecto para una crisis descontrolada.

Pero además, la India es uno de los principales fabricantes de medicamentos y vacunas del mundo, y en los últimos meses ha exportado millones de dosis a terceros países. Bien por falta de previsión o bien por un exceso de interés comercial, ahora el país se ve obligado a importar oxígeno y vacunas para contener el brote, con lo cual la producción de dosis se verá afectada a nivel internacional.

Esta situación sin duda debe hacernos reflexionar sobre muchas cosas. Vivimos en un mundo donde lo que sucede en un lugar tiene consecuencias en el resto, y este es un ejemplo claro precisamente por lo que acabo de mencionar. No podemos ser ajenos al dolor humano, y al mismo tiempo estamos tan interconectados que las consecuencias de una crisis como esta es muy fácil que se expandan.

Asimismo, esta crisis no terminará cuando se pueda controlar desde el punto de vista sanitario, que es prioritario en estos momentos. Es muy probable que volvamos a situaciones de confinamiento general en la India, y por tanto millones de personas sin recursos tendrán que hacer frente al hambre y la necesidad, como vivimos hace un año.

Las organizaciones que trabajamos en el terreno vamos a necesitar toda la ayuda posible para hacer frente a esa situación, a corto y a medio plazo. Primero para contener esta ola fuera de control, y después para las devastadoras consecuencias que muy probablemente tendrá.

Las escuelas necesitan más apoyo que nunca

Laurita,19, ahora estudia desde su casa, en Ecuador.

En muchos lugares del mundo las escuelas llevan cerradas casi un año para frenar la transmisión de la COVID-19. Esto ha tenido un grave impacto en el acceso a la educación de los niños, niñas y jóvenes más vulnerables, y ha dejado en un mayor riesgo de exclusión a millones de niñas y adolescentes que se beneficiaban de la protección que les brindaba la escuela para alimentarse, gestionar su higiene menstrual o evitar un matrimonio forzado. Desde que estallara la emergencia, Plan International está apoyando a comunidades de todo el mundo para que las aulas reabran sus puertas y el alumnado pueda volver a clase de manera segura.

El 24 de enero de 2021 se celebrará, por tercera vez, el Día Internacional de la Educación. Este año, el lema, propuesto por la Unesco, es el siguiente: “Recuperar y revitalizar la educación para la generación COVID-19”. Para conseguir este objetivo, es fundamental que las medidas de prevención contra el coronavirus no agudicen, aún más, las desigualdades y que la educación cumpla su papel fundamental para la paz y el desarrollo de las comunidades.

“Estamos preparadas para cumplir con las nuevas medidas”

Angelina,13, ha vuelto a la escuela gracias al apoyo de Plan International.

Después de ocho meses cerradas, Indonesia ha reabierto las escuelas en las zonas con menor riesgo de transmisión de la COVID-19 y Plan International está trabajando de la mano con el Gobierno y las autoridades educativas para promover la vuelta a clases, evaluar el estado de las instalaciones en cada escuela e implementar medidas de higiene que protejan al alumnado.

Distribución de mascarillas, gel hidroalcohólico y termómetros infrarrojos, instalación de estaciones de lavado de manos y sensibilización sobre la importancia del distanciamiento social, son algunas de las medidas que se están llevando a cabo en la isla de Lembata.

Angelina lleva su mascarilla sin ningún problema y ha entendido perfectamente la importancia de mantener la distancia social: “Nos cubrimos la cara voluntariamente, no solo para protegernos, sino también para sensibilizar sobre los retos que impone la COVID-19. Después del confinamiento y de todas las dificultades que hemos tenido para estudiar a distancia, queremos volver a la escuela y estamos preparadas para cumplir con las nuevas medidas de seguridad”.

En comunidades como Lembata, la educación a distancia tiene importantes retos para las familias más vulnerables. Angelina explica que se la ha hecho muy difícil mantener el ritmo de las clases porque los docentes no estaban presentes presencialmente y por la falta de acceso a internet: “Si hubiéramos seguido más tiempo así, hubiera necesitado más apoyo y un paquete de datos para acceder mejor a internet”.

Además de garantizar el lavado de manos y otras medidas de higiene, Plan International brinda apoyo psicosocial y formación específica a los profesores y profesoras para adaptarse a las necesidades de la nueva normalidad. Gracias a estas medidas, Angelina ha podido continuar con su educación: “Ya no estoy preocupada, me siento protegida”.

“Tengo que subir a la cima de la montaña para tener señal de internet”

En marzo del año pasado, la comunidad de Laurita interrumpió las clases debido a la pandemia y comenzó la educación online, pero, para poder pagar por un móvil y un plan de datos que le permita seguir con las clases, ella tuvo que ponerse a trabajar en el campo, además de ayudar a su madre con las tareas del hogar y el cuidado de sus hermanos menores.

“Cuando el móvil no tiene suficiente señal en casa, tengo que subir a la cima de la montaña para tener acceso a internet y poder seguir las clases. Si no lo hago, podría perder este semestre y no quiero eso”, explica Laurita.

A pesar de todos los desafíos, Laurita está decidida a seguir con su educación para convertirse en abogada y apoyar a las personas más vulnerables: “alcanzaré mis metas, dando pequeños pasos”. Ella forma parte de una nueva generación de jóvenes indígenas que rechazan las imposiciones de género y han apostado por la educación antes que un matrimonio infantil y un embarazo temprano.

Laurita lidera un grupo de jóvenes en su comunidad que promueven la igualdad de género y el conocimiento de sus derechos entre las jóvenes. Durante la pandemia, han ayudado a llevar actividades educativas a las comunidades sin acceso a internet: “Compartimos nuestras experiencias con otras jóvenes y las ayudamos a desarrollar sus proyectos de vida”. Ella explica: “El liderazgo es la habilidad de convertir los sueños en realidad”.

Día Mundial contra la Trata: el trabajo para lograr que los niños víctimas de trata recuperen sus vidas

Por Sarah Ferguson, UNICEF Estados Unidos

Ocurre en todo el mundo. Atraídos por la perspectiva de un trabajo estable que les ayudaría a alimentar a sus empobrecidas familias, los niños cruzan fronteras solos, y así se convierten en presa fácil para traficantes y secuestradores.

“Pensaba que si iba a Arabia Saudí podría ayudar a mi madre y a mis tres hermanos”, cuenta Berhan, de 17 años, que dejó su casa de Tigray (región del norte de Etiopía). Su plan era atravesar Yibuti y Yemen hacia Arabia Saudí, donde, según se rumoreaba, había muchos trabajos.

Pero Berhan fue secuestrado y hecho prisionero por los traficantes en Yemen. “Cuando nos capturaron éramos 115 en una habitación pequeña”, recuerda. “Nos daban dos rebanadas de pan al día y un poco de agua”.

Día Mundial contra la Trata: el trabajo para lograr que los niños víctimas de trata recuperen sus vidas

Berhan Berhe, de 17 años, es un migrante vulnerable. Su sueño era ayudar a su madre y hermanas, pero fue víctima de trata. Ahora ha logrado volver a su pais, Etiopía, donde espera encontrar un futuro mejor. / © UNICEF/UNI320535/Tesfaye

Cinco meses después, cuando les quedó claro que nadie podría pagar su rescate, los traficantes le liberaron. Finalmente llegó a Arabia Saudí, donde las autoridades le tuvieron un mes detenido, para finalmente deportarle a Etiopía. Durante una cuarentena obligatoria de 14 días en la Universidad de Adís Abeba, Berhan y otros menores no acompañados retornados conocieron a varios trabajadores sociales. Estos los registraron y evaluaron, y luego se aseguraron de que los niños recibían los servicios que necesitaban.

“Sienta bien ayudar a los demás, especialmente sin son niños”, dice Tiresew Getachew, trabajadora social en Adís Abeba. “Pero no somos muchos, y es un trabajo lleno de obstáculos. Yo no pregunto directamente qué les ocurrió. Me tomo mi tempo para ganarme su confianza y que puedan hablarme con libertad”.

El aumento del número de retornados en los últimos meses ha puesto al límite el sistema sanitario y otros servicios locales. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y UNICEF están dando apoyo al gobierno para garantizar que los jóvenes retornados acceden a los servicios que necesitan, así como la reunificación con sus familias y la reintegración en sus comunidades. Las dos agencias también les proporcionan jabón y otros artículos de higiene, de ocio, tiendas de campaña, ropa de cama y otros suministros no alimentarios esenciales.

“Cuando llegan tratamos de ponerles en habitaciones privadas y ver si tienen fiebre o síntomas del coronavirus”, explica el doctor Minhayel Tave. “Si los tienen, les trasladamos a una zona de aislamiento. Además de la COVID-19, buscamos otras enfermedades infecciosas a las que pueden haber estado expuestos durante su cautiverio”.

Berhan estaba en tercer grado cuando su padre murió. Dejó la escuela e hizo todo lo que pudo para cuidar a su madre y sus hermanas, pero las oportunidades de trabajo eran limitadas. Confió en un intermediario que le prometió que le sacaría del país y le llevaría a Arabia Saudí. Ahora se siente aliviado por estar de vuelta en Etiopía, y está deseando ver a su madre y sus hermanas de nuevo. “He visto los peligros y no quiero volver”, cuenta. “Pero espero encontrar trabajo ahora que he vuelto a casa, y ser capaz de ayudara a mi familia”.

UNICEF trabaja con sus aliados para proteger a los niños vulnerables frente a la explotación en todo el mundo.

«En los 15 años que llevamos trabajando en Bombay, no habíamos vivido una hambruna como esta»

Por Alfonso Hernández, portavoz de campañas de Sonrisas de Bombay

“En los 15 años que llevamos trabajando en Bombay, no habíamos vivido una hambruna como esta”, nos cuenta nuestra compañera Anna Valiente desde Bombay. La pandemia y el confinamiento han dejado a miles de personas en la India sin trabajo, sin hogar y sufriendo hambre y sed. Las comunidades más desfavorecidas de las grandes ciudades, como Bombay, han sido las más castigadas. La mayoría de los habitantes de los slums viven con ingresos al día, por eso la paralización de cualquier actividad como la venta ambulante, la recogida de chatarra, los taxis, etc, dejó a miles de familias en la cuerda floja.

Han sido semanas difíciles en las que las ONG hemos tenido que adaptarnos a las circunstancias y a las necesidades que estaban demandando estas comunidades. En nuestro caso decidimos paralizar todos nuestros proyectos, dando seguimiento a las comunidades vía telefónica o presencial si era necesario, y manteniendo la actividad educativa vía telemática. Reorientamos nuestro esfuerzo, inmediatamente después de decretarse el confinamiento, a la distribución de alimentos y bienes de primera necesidad. No sólo entre nuestros beneficiarios sino también a las miles de familias que viven en la calle. “De repente, la pandemia hizo brotar aún con más fuerza la terrible precariedad en la que se sostienen miles de personas”, añade Anna. Y es que sin esa delgada red en la que sobreviven decenas de comunidades sólo queda la necesidad, el hambre y la sed.

La India lleva registradas más de 20.600 muertes por coronavirus y más de 740.000 personas contagiadas. Es el tercer país del mundo por detrás de Estados Unidos y Brasil en número de casos y fallecimientos, y varios expertos vaticinan que aún está lejos de alcanzarse el pico de contagios en un país con más de 1.300 millones de habitantes. Entre el 20 de marzo y el 30 de junio, en Sonrisas de Bombay hemos atendido a más de 23.000 personas en ocho de las zonas más empobrecidas de la ciudad, repartiendo 242.000 raciones de comida. Hemos mantenido el contacto con nuestros beneficiarios a través de 12.000 llamadas telefónicas a familias con niños de nuestras escuelas, 270 visitas presenciales, 470 llamadas y visitas a mujeres víctimas de la trata, y hemos transformado dos de nuestros centros de preescolar en albergues temporales para ocho personas sin hogar.

El pasado 1 de julio se esperaba el anuncio de la segunda fase de desconfinamiento en todo el país, con la esperanza de que se fueran aliviando las restricciones de las últimas semanas y que la población pudiera ir recuperando la normalidad. Pero el confinamiento se ha prolongado unas semanas más, aunque con restricciones menos severas que nos permitirán “empezar a planificar la nueva normalidad en nuestras áreas de trabajo y recargar baterías para seguir trabajando por un Bombay mejor, por una India mejor, en definitiva, por un mundo mejor”, en palabras del fundador y director de Sonrisas de Bombay, Jaume Sanllorente.

Precisamente, en este intento por recuperar la normalidad, que tanto ansían las propias comunidades de Bombay, pero sin perder la alerta por la nueva y más precaria situación en la que se han quedado tantas familias, en Sonrisas de Bombay hemos puesto en marcha un reto solidario en el que todos podemos participar: 7000kmXBombay. Se trata de unir simbólicamente los 7.000 km que separan España de Bombay. ¿Cómo? Sumando los entrenamientos de cualquier persona que se apunte a este reto y transformando cada kilómetro en un euro.

Puedes caminar, correr, nadar o ir en bici, y convertir tus kilómetros de entrenamiento en alimentos y bienes de primera necesidad para los más necesitados de los slums de Bombay. ¿Te gusta la idea? Pues participa en este enlace.

COVID-19 en Loreto: la región olvidada del Perú que se enfrenta sola a la pandemia

Por Stefanny Peláez – técnico de comunicación de Plan International Perú

América Latina y el Caribe están viviendo un «rápido aumento» de casos de COVID-19, lo que amenaza con desestabilizar una región con sistemas de salud ya de por sí precarios, tal y como ha advertido la Organización Mundial de la Salud. Cinco de los diez países que han registrado el mayor número de nuevos casos -hasta el 2 de junio de 2020-, se encuentran en el continente americano: Brasil, Estados Unidos, Perú, Chile y México.

En Perú, una de las regiones más afectadas por la pandemia es Loreto. La región está ubicada en el noreste del país y es la más extensa, cubriendo el 28.7% del territorio nacional. Loreto se encuentra en la Amazonía peruana y tiene una población de 1.076,937 habitantes; de los cuales, el 11,9% son indígenas. La región está aislada del resto del Perú y la situación de su población requiere de atención urgente por parte del estado y de las organizaciones humanitarias.

El sistema de salud de Loreto está sobrepasado, con más de 6.000 personas infectadas y 305 muertes por COVID-19, según el Ministerio de Salud. Sin embargo, el Dr. Carlos Calampa, director regional de salud, ha indicado en entrevistas que el número real de muertes supera las 1.700. De manera devastadora, el 90% del personal de salud se ha infectado y al menos 20 sanitarios han perdido la vida.

La pandemia de la COVID-19 también ha afectado la economía de Loreto. Los empleos son escasos y la población es cada vez más incapaz de obtener alimentos.

Silvia es voluntaria comunitaria en Plan International Perú en Loreto. Ella ha visto de primera mano el desastre provocado por la COVID-19: «Las familias no tienen trabajo. No pueden comprar sus alimentos ni sus medicinas».

Como en la mayoría de países del mundo, las escuelas han cerrado debido a la pandemia.

«Sé que tengo la suerte de poder seguir mis clases online, puedo repetir las lecciones y descargar mis materiales”, dice Mallory, un adolescente de 15 años.

Sin embargo, aunque algunas niñas y niños en Loreto tengan la opción de asistir a clases virtuales, la mayoría no tiene acceso y ven negado su derecho a la educación.

“Los niños y las niñas no pueden atender a las clases virtuales porque no tienen televisores o radios. No tienen acceso a Internet y no pueden tener clases, pero además es que algunas casas ni siquiera tienen luz eléctrica «, explica Silvia.

La mayoría de los y las adolescentes tienen que usar los teléfonos móviles de sus padres cuando han terminado sus tareas domésticas. Como resultado, los niños y niñas del país corren el riesgo de perder el resto del curso, y las niñas son especialmente vulnerables al fracaso y el abandono escolar.

Los dos hospitales en Iquitos, la capital de Loreto, están desbordados. “La morgue tiene la capacidad de incinerar entre dos y cuatro cuerpos por día. Entre ayer y hoy llegaron más de ocho cuerpos. Eso es el doble de lo que la morgue puede manejar «, señala el gobernador de Loreto, Elisban Ochoa Sosa. Es por eso que la gente muere en sus casas.

«Los médicos no pueden atender a las familias en casa y si llegan al hospital, a menudo no pueden recibir tratamiento porque el sistema de salud está colapsado», cuenta Silvia.

La incapacidad para trabajar está exacerbando el problema. La gente tiene hambre y está débil. Eso, combinado con la COVID-19 y un sistema de salud pública ineficiente, es mortal.

«En algunos sectores de la región, la gente ya está poniendo banderas blancas, como alerta, pidiendo ayuda para que puedan recibir víveres para alimentarse. Es desesperante, la verdad, porque lo estamos sintiendo en carne propia», manifiesta Silvia.

Los retornados de la ciudad u otras regiones conllevan un riesgo adicional para la población indígena: pueden infectarse de COVID-19 en sus viajes y llevarlo de regreso a sus comunidades de origen. Otro factor de riesgo proviene de las donaciones de alimentos y medicamentos, que se transportan a través de embarcaciones, que a menudo carecen de las condiciones higiénicas mínimas requeridas.

El apu de la comunidad indígena de Nueva Alianza, Regner Flores Cariajano, está solicitando pruebas para detectar COVID-19: «No queremos convertirnos en un cementerio (…) No nos dejen morir de esta manera».

También ha habido situaciones en las que el personal médico ha abandonado sus puestos por temor al contagio, debido a la inexistencia de equipos de protección y protocolos de tratamiento. Alrededor de veinte comunidades indígenas están expuestas a COVID-19 después de que once casos positivos llegaron a su territorio. Esto significa que el riesgo de una infección generalizada sin posibilidad de tratamiento está aumentando.

A pesar de estos desafíos, Plan International ha estado respondiendo a la emergencia sanitaria por la COVID-19 en Loreto en las áreas de salud, educación, transferencias de efectivo y agua, saneamiento e higiene (WASH). Se ha conseguido la entrega de Equipo de Protección Individual (EPIs) al personal de salud, así como la transferencia de efectivo a 466 familias a través del “Bono Plan Familiar”, que han usado el dinero para comprar alimentos, material escolar y medicamentos. Además, se han entregado kits educativos, de higiene y de higiene femenina y se han instalado estaciones de lavado de manos.

Plan International ha adquirido 25 altavoces para retrasmitir clases por radio en 25 comunidades donde niñas, niños y adolescentes no tienen acceso a educación a distancia. Además, el equipo de Loreto está difundiendo mensajes clave sobre hábitos saludables de higiene, ofreciendo protección y prevención de la violencia y educando sobre salud sexual y reproductiva en el contexto de COVID-19.

Yemen: el coronavirus empeora una situación desesperada

Equipo de UNICEF Yemen

La llegada de la COVID-19 a Yemen está deteriorando una situación que ya era desesperada para millones de niños y familias. La falta de agua y saneamiento adecuados está facilitando la propagación del virus. Tratar a las personas enfermas es muy difícil porque el sistema sanitario está al borde del colapso debido a cinco años de conflicto. El informe de UNICEF Yemen, cinco años después: niños, conflicto y COVID-19 alerta de que, si la comunidad internacional no responde, muchos niños morirán. Estas son algunas de sus historias.

No hay lugar seguro para los niños

Ryan, de 3 años, perdió su brazo el año pasado cuando la violencia se intensificó en Aden. Visita regularmente el centro protésico en el Hospital de Aden para ir a fisioterapia e ir haciendo pruebas para una nueva prótesis. Su madre Amina, y su padre, Abu Ali Sahleh, cuentan su historia:

“En agosto había enfrentamientos”, cuenta Abu. “Un día hubo bombardeos y una bomba cayó en nuestra casa”.

Rayan, de tres años, perdió su brazo en un bombardeo. / © UNICEF/UNI338366/Alzekri

Un proyectil cortó su brazo”, recuerda Amina. “Él estaba en la cocina cogiendo un vaso de agua”.

“Le sacamos rápidamente de casa, y la casa sufrió un nuevo ataque”, añade Abu.

Sus padres explican que Rayan tiene dolores cada día. Además, tiene infecciones crónicas en el pecho por los cascotes de su casa. Le mantienen en casa para protegerle, porque la situación en Aden es cada vez más caótica. Su estado de salud es más precario ahora que la COVID-19 está en la ciudad. Sus padres dicen que lo único que el niño quiere es la paz.

Cuando la pobreza no te da otra opción

Amina* fue obligada a casarse cuando era niña. Ahora está divorciada.

Cuando tenía 11 años la obligaron a dejar la escuela. Vivía con su familia en un asentamiento en los suburbios de Aden, tras verse desplazados debido a la inseguridad. Su padre, que trabaja como conductor para mantener a una familia de ocho miembros, la casó con 16 años con un hombre mayor de 30. A cambio recibió una pequeña cantidad de dinero.

“Un hombre llegó, le pidió permiso a mi padre para casarse conmigo y él dijo que sí enseguida”, dice Amina. “No tuve otra opción, porque mi padre marca las reglas en casa. Me arrojaron a una vida de la que no sabía nada”.

Amina fue obligada a casarse. Hoy está divorciada. /© UNICEF/UNI337490/

Su madre recuerda la reacción de Amina. “Sufría problemas psicológicos, se aisló de todos y no salió de la cama en tres meses. Siento un gran remordimiento por el dolor que le causamos”.

Después de sufrir una violencia terrible a manos de su marido, Amina volvió a casa y su familia finalmente negoció el divorcio. El balón de oxígeno llegó cuando contactó con una asistente social que le dio apoyo psicológico. Al final se unió a un programa de UNICEF donde recibió formación y apoyo para iniciar un pequeño negocio de costura. Ahora gana un sueldo, puede ayudar a su familia y ha decido que no se volverá a casar. Además, es una activista contra el matrimonio infantil en su comunidad.

El coronavirus acecha a los más vulnerables

Saliha Aish tiene 11 años. Huyó con su familia a Saná cuando su casa fue destruida hace cinco años. Desde entonces su familia, que lo perdió todo, se ha refugiado en un viejo asentamiento en las afueras de Saná. Su casa es un edificio en ruinas. No protege frente al frío, el calor o la lluvia. Está oscuro y mal ventilado. No tienen acceso a agua.

Ahora han acogido a su tío y su familia, que huyeron de los combates hace un mes. Su tío y su primo tienen asma, por lo que están en un riesgo mayor si contraen el coronavirus.

La familia de Saliha es solo una de las miles de familias “muhamasheen” o “marginadas”, el grupo más vulnerable de Yemen. Mientras el conflicto continúa y no pueden volver a casa, luchan cada día por sobrevivir. Tienen miedo por todo lo que están oyendo de la COVID-19, pero no pueden cumplir las medidas de aislamiento, distancia social e higiene de manos.

Saliha Aish, de 11 años, limpiando en la puerta de su casa. /© UNICEF/UNI338484

“Oigo hablar de la pandemia y de que hay muchos casos”, dice Ali, el padre. “Pienso miles de veces cómo proteger a mi familia, pero tengo que salir fuera para conseguir alimentos. Si me quedara en casa, moriríamos de hambre”.
Ali sale todos los días para buscar botellas de plástico, que vende por un precio ínfimo.

“Antes de la guerra, no esperábamos acabar así. Tenemos la esperanza de recuperar nuestras casas cuando la situación mejore”, añade.

Si los programas de agua y saneamiento de UNICEF no reciben fondos, se podría cortar el suministro para millones de niños como Saliha. Algo catastrófico en plena pandemia.

Una infancia robada

Tras dejar la escuela cuando tenía 11 años, Ali* pasó varios años cogiendo pequeños trabajillos en granjas cercanas a su pueblo. Un día conoció a un hombre de otro pueblo, que le habló de la línea de combate. Le dijo cómo apuntarse, y Ali se unió a una formación con otros chicos.

“Tengo siete hermanos y hermanas”, cuenta. “Soy el quinto chico. Ninguno de mis hermanos o hermanas ha ido a la escuela. Ir a combatir era la única manera de ganar algo. En el campo mis hermanos trabajan en granjas o en la construcción. Hacemos cualquier trabajillo para sacar algo de dinero. Vivimos juntos en una casa pequeña. Vi que mi familia es muy pobre y vive en condiciones terribles. Quise ganar algo de dinero”.

Pasó seis meses en primera línea y luego otros dos en prisión, hasta que acabó en un centro de tránsito.

Ali, en el centro de tránsito donde se encuentra ahora. /© UNICEF/UNI338456/Alzekri

“La gente –que me contó lo de la primera línea- era de otros pueblos”, recuerda. “Me dijeron que mi misión sería fácil, que sería en la línea de fondo y que ganaría dinero. No me dijeron cuánto ganaría, pero sí que compartirían el dinero que lograran conmigo. Cuando dejé a mi familia lloraron, pero me dejaron ir”.

Mientras les entrenan como soldados, a los niños se les advierte a menudo de que si son capturados por el bando contrario serán torturados. Cuando Ali fue capturado tenía miedo de qué le ocurriría. Finalmente acabó en prisión con otros niños.

“Tenía miedo”, dice. “La prisión no era agradable, pero no nos torturaron. Estuvo seis meses. Estaba solo. No quería hablar con nadie. Pero tenía esperanza. Me dijeron que estaría un año o dos, y que luego saldría”. Como parte de los trabajos para acabar con el reclutamiento de niños, Ali fue liberado y llevado a un centro apoyado por UNICEF. Está recibiendo atención psicológica y apoyo educativo con otros niños.

“Cuando salí, no esperaba venir a un lugar tan bonito”, reflexiona. “Ahora puedo hablar con mi familia y me preguntan cuándo volveré a casa. En Yemen es muy difícil. Otros países tienen sus planes, pero los niños aquí soportan el peso. Soy joven y no entiendo qué está pasando, pero cuando veo los combates mi corazón sangra. Dejamos nuestras armas y ahora empuñamos lápices. Y esto continuará”.

“Quiero irme, quiero ir a casa y quiero estudiar. Volveré a la escuela, aunque está a tres horas a pie. Desde que salgo de casa hasta que llego a la escuela no me cruzo con nadie. Nos pegan si llegamos tarde. Los profesores no reciben su salario. Si conociera a alguien que se estuviera pensando ir a combatir, le diría que no. Si no me escuchara, le dejaría caer y volver, y entonces me diría: ‘ojalá te hubiera escuchado’”.

*Nombres cambiados para proteger su identidad.

Día del Niño Africano: África es fuerte

James Elder, jefe de comunicación de UNICEF para África Oriental y Meridional

De acuerdo, ¿quién sigue confuso respecto a la COVID-19?

Después de meses de una cobertura 24 horas al día / 7 días a la semana, parece que sigue sin haber acuerdo en muchos detalles fundamentales: los pros y contras de las medidas de confinamiento. ¿Cuándo es seguro volver a la escuela? ¿Y al trabajo? ¿Cuándo es seguro abrazar a alguien?

Día del Niño Africano: África es fuerte

En Ruanda Igihozo Kevin, de 11 años, estudia en casa debido a la crisis del coronavirus. /© UNICEF/UNI319836/Kanobana

Pero algo sabemos seguro: a pesar del continuo aumento de casos, África lo está haciendo bien en la batalla contra la COVID-19. Esta crisis ha sacado de nuevo la cara más innovadora del continente. Ha recordado al mundo que quienes primero responden son en realidad la gente del día a día.

Y, francamente, es hora de que lo reconozcamos.

Después de una investigación considerable, he constatado lo bien que lo están haciendo algunas partes de África Oriental y Meridional, zona en la que trabajo. Desde los trabajadores de primera línea hasta los emprendedores, pasando por las intervenciones de los gobiernos.

Para echar una mirada inspiradora y darse un placer visual con este continente, no hay que ir más allá del vídeo que unos realizadores han hecho desde el epicentro de esta pandemia, Convicts NYC. Recientemente se hicieron famosos por su película NY Tough, una emotiva cinta basada en los resúmenes diarios del gobernador de NY sobre la gestión de la crisis de la COVID-19. El video logró 2 millones de visualizaciones y fue compartido por Ellen DeGeneres, Diddy, Hillary Clinton o Katie Couric.

Ahora, en el Día del Niño Africano, Convicts ha llevado la atención a África con la producción de Africa strong (“África fuerte”). “Quiero mostrar una historia que es verdad en mi hogar, mi continente”, explica el ganador de la copa mundial de rugby, Tendai Mtawarira, que narra el vídeo. “Todos sentimos el dolor, pero también vemos la humildad y los héroes. Y lo vemos todos los días. Africa Strong es el testimonio de esas personas. De quienes están en primera línea de la pandemia y todo el caos que trae. Y quiero que esta cinta vea la luz el día que más importa”.

Ese día es, por supuesto, el Día del Niño Africano. Cada año desde 1991, esta fecha se conmemora en memoria de los jóvenes activistas que fueron asesinados durante el levantamiento de Soweto en Sudáfrica. Recuerda el sacrificio de los jóvenes estudiantes negros, que tomaron las calles protestando contra un Sistema educativo injusto y demandando que se les enseñara en una lengua que comprendieran. En este día, Africa Strong quiere alabar su valentía y reflejar los obstáculos a los que los jóvenes se siguen enfrentando hoy.

Y, todavía, hay muchos. Los impactos directos y secundarios del virus amenazan con revertir los logros para los niños más pobres del continente. La pandemia –y la respuesta a esta- ha puesto sobre las familias dos tipos de presión distintos: el miedo sanitario y una inseguridad financiera sin precedentes. La pérdida de empleos y la reducción de los salarios están afectando a nivel global, pero para quienes están más cerca de la base de la pirámide económica, las familias con muy pocos o ningún ahorro, así como escasas reservas alimentarias, el impacto es inmediato y se une a los niños fuera de la escuela, los problemas de salud mental, la violencia y el abuso sexual.

Nos han dicho que estos problemas pueden empeorar. “Y, aun así, la gente resiste”, dice Mtawarira, que nació en Zimbabwe. “La gente permanece los unos al lado de los otros. Se animan unos a otros. Y abunda el ingenio”.

Tiene razón. Y, si no, miren estos datos de África Oriental y Meridional:

  • Sudáfrica envió 30.000 trabajadores de la salud comunitarios para examinar al 15% de su población en menos de un mes.
  • Mozambique lanzó una línea gratuita de información sobre el coronavirus para que la gente pudiera conectar con los médicos y, así, reducir el número de personas que iba a los centros de salud.
  • Etiopía –con más de 100 millones de habitantes- completó un estudio puerta a puerta en la capital en solo tres semanas.

En lo que se refiere a innovación:

  • En Ruanda, los emprendedores tienen acceso a becas, mentorías y servicios legales. El país tiene también cinco robots anti epidemia que se utilizarán para los controles de temperatura.
  • Las universidades de Zimbabwe y Kenia están produciendo mascarillas, geles y equipos de protección para los ciudadanos.

En educación, UNICEF se ha aliado con una compañía de telefonía para garantizar el acceso gratuito a las plataformas educativas en varios países. Más allá de lo digital, organizaciones como UNICEF están ayudando a millones de niños a seguir aprendiendo a través de radio, SMS y materiales impresos.

Finalmente, en lo que se refiere a combatir la pobreza, Kenia, Namibia, Sudáfrica y Madagascar han mostrado un gran liderazgo en llevar dinero a quinees más lo necesitan.

No podemos negar que vienen tiempos duros. Ya lo están siendo. Y vendrán momentos peores. Pero el mundo no debería olvidar lo que, pese a las dificultades, muchas personas han hecho hasta ahora. ¡África es fuerte!

Semana Mundial de la Vacunación: un día en la vida de un vacunador en Malí

Por Fatou Diagne, UNICEF Malí

Adama Traoré vive en Sadiola, un pueblo de la región de Kayes, en el oeste de Malí. Lleva más de diez años trabajando como vacunador en el centro de salud comunitario.

“Cuando era joven tenía unos vecinos que eran pobres. Un día uno de los hijos enfermó de repente. Le salieron manchas rojas en el cuerpo y tenía mucha fiebre. Tenía sarampión, pero los padres no tenían dinero para llevarle al hospital ni para comprar medicamentos. Después de una semana de sufrimiento, otro vecino decidió llevarle al hospital. Tuvo suerte y se recuperó por complete, pero su hermano mayor, al que le había ocurrido lo mismo dos años antes, no tuvo tanta suerte y murió. Por eso decidí hacerme vacunador”.

Quería mejorar la salud de los niños de su comunidad: “Estamos en una zona de minas de oro, y muchas familias trabajan y viven aquí, con sus hijos completamente aislados y privados de cualquier tipo de atención”.

Adama vacunando a un niño en las minas de oro. Llega hasta allí en un peligroso viaje en moto. /©UNICEF/UN0293785/Keïta

Hoy acompañamos a Adama en su visita a los niños de las minas de oro de Massakama.

A las 7:30 de la mañana Adama deja su casa rumbo a la primera parada: el centro de salud comunitario de Sadiola. Una vez allí coge su moto y continúa hasta el centro de salud de Kobokotossou, donde recoge las vacunas. Es el centro más cercano a su destino final, Massakama. Gracias al apoyo de Canadá, UNICEF ha podido equipar este centro con un frigorífico solar para mantener las vacunas a una temperatura constante.

Hasta ahora Adama ha recorrido 60 kilómetros, pero tiene otros 50 por delante. En su moto lleva con total cuidado la caja de vacunas, el registro de vacunación y una caja de guantes. “Antes de salir me aseguro de que todo va bien sujeto y compruebo por última vez si llevo todas las vacunas básicas que pueda necesitar, porque cada vacuna puede salvar una vida infantil: tos ferina, tuberculosis, tétanos, polio, sarampión y difteria, hepatitis, diarrea, neumonía, fiebre amarilla y meningitis.

Son las 8:30 de la mañana y, bajo un sol abrasador, el termómetro se acerca a los 40 grados. Adama empieza su carrera contrarreloj para llegar a las minas de oro, vacunar al máximo número de niños posible y volver a casa antes de que anochezca. La carretera por la que debe viajar es complicada, está aislada y carece de infraestructuras. Es un viaje peligroso.

Después de conducir durante dos horas, finalmente llega a Massakama. Está agotado, pero decidido.

Las minas de oro de Massakama están cerca de la frontera con Senegal. Más de 2.000 personas, incluidas familias con niños, viven aquí. No hay escuela ni centros de salud. Sin ninguna otra opción, muchos de los niños trabajan, privados de sus derechos a protección, educación, supervivencia y desarrollo.

Mariam*, de 14 años, lleva trabajando cinco años en las minas de oro. Nunca ha ido al colegio. “Quiero irme de aquí, estoy cansada. Sueño con ir a la escuela como mis amigos”.

En cuanto Adama llega con su moto, madres y niños se acercan corriendo a él.

“Empecé a trabajar y nunca pude llevar a mi hijo a vacunar”, cuenta la madre de un bebé de 6 meses. “He oído que ha habido casos de sarampión entre adolescentes en Senegal. Si no vacuno a mi hijo podría coger la enfermedad y morir”.

Por cada niño vacunado, Adama apunta información en su registro. Una vez que se queda sin vacunas, toma nota de los niños que necesitarán dosis en su próxima visita.

A las 2 de la tarde dice a los padres que volverá la siguiente semana. Coloca todo de nuevo en la moto para volver a Sadiola antes de que oscurezca.

Adama hace un trabajo increíble”, cuenta el jefe de la villa de Massakama. “Aquí, los padres pasan sus días buscando oro y terminan muy tarde. Sin este sistema de vacunación móvil, la mayoría de ellos no podrían vacunar a sus hijos”.

UNICEF y aliados como Gavi están apoyando al Ministerio de Sanidad para llevar vacunas directamente a los niños más aislados y vulnerables. En la región de Kayes, solo el 41% de los niños recibe todas las vacunas que necesita para mantenerse sanos”.

*Nombre y edad cambiados

El confinamiento de los más vulnerables

Por Alfonso Hernández, portavoz de campañas de Sonrisas de Bombay


Una crisis de salud pública como el coronavirus pone a prueba las estructuras de cualquier estado. Pero en aquellos donde este equilibrio es más precario o se encuentra en permanente tensión, este tipo de situaciones supone un factor de desestabilización impredecible. Es el caso de la India, el segundo país más poblado del mundo con 1.300 millones de habitantes, en el que el 20% de la población vive con menos de 1,9 dólares al día. Esto es, 260 millones de personas.

La India ha aplicado medidas radicales para evitar la propagación del virus en un país que cuenta con una de las densidades de población más altas del mundo, especialmente en las grandes ciudades. Por el momento, el confinamiento general de la población está surtiendo efecto, con poco más de 5.100 casos confirmados y 150 fallecidos, según el Ministerio de Salud (cifras del miércoles 8 de abril). Pero estas necesarias medidas de prevención también suponen confinar a millones de habitantes de los slums, las barriadas que habitualmente viven en condiciones insalubres, en sus precarias viviendas luz ni agua potable.

Sin ir más lejos, días antes a la orden de confinamiento, los equipos de Sonrisas de Bombay visitaron distintos slums para informar a la población sobre cómo prevenir el contagio. Allí, muchas personas no tenían conocimiento de la pandemia ni de sus síntomas ni de cómo prevenirlos. Y otras no se habían tomado muy en serio las noticias o habían asumido ideas erróneas, como que es una enfermedad que sólo afecta a los ricos, a las personas blancas o de origen chino; que debido al calor el virus no es efectivo en buena parte de la India, o que beber alcohol ayuda a prevenir la enfermedad.

Los despidos y la falta de trabajo ya han comenzado a afectar a muchas familias, así como la escasez de alimentos y bienes básicos. Entre la población crece la preocupación por el difícil acceso a los sistemas de salud, una cuestión que ya era objeto de nuestros proyectos y que en esta situación se agudiza.

Si miramos más de cerca a la población vulnerable que más puede sufrir los efectos de esta pandemia nos encontramos con dos grupos de especial riesgo. ¿Qué sucede, por ejemplo, con las miles de mujeres que son víctimas de la trata en la India? Sin posibilidad de obtener ingresos sufriendo la explotación, confinadas en burdeles junto a los proxenetas de las redes ilegales que las retienen; sin poder retornar a sus lugares de origen en caso de que estuviesen en procesos de repatriación; sometidas doblemente a la violencia física de la explotación y a la imposibilidad de salir al exterior… Las víctimas de la trata son uno de los grupos de riesgo, pero no olvidemos el enorme índice de violencia machista que existe en India, donde 1 de cada 4 hombres admiten cometer violencia sexual hacia sus parejas mujeres. El confinamiento de las familias puede suponer una situación de extraordinaria angustia para millones de mujeres en este país.

Estamos hablando de confinamiento en una casa, un hogar o un lugar donde refugiarse y encontrar cobijo. Pero ¿qué sucede cuando ni siquiera existe un hogar donde confinarse? Aproximadamente 40.000 niños y niñas y sus familias viven en la calle, sólo en Bombay, solos o con sus familias. El próximo domingo es el Día internacional de los niños en la calle, y este año especialmente no podemos olvidarnos de la situación que sufren miles de niños en todo el mundo durante esta pandemia.

Desde Sonrisas de Bombay seguimos comprometidos con los más vulnerables en la ciudad donde trabajamos. Hemos reforzado el seguimiento a las familias de nuestros beneficiarios y beneficiarias. Y hemos puesto en marcha un paquete de medidas tanto para prevenir el posible aumento en la propagación del virus entre los sectores con mayor riesgo como para atender las necesidades básicas de estos grupos vulnerables. Pero hay muchos más a los que no podemos llegar.

Sólo las medidas extraordinarias que se tomen dentro y fuera de países como la India pueden evitar que una situación como la que ha provocado el coronavirus se convierta en una crisis aún mayor entre las personas que están más expuestas a perderlo todo y a sufrir doblemente esta pandemia.

Cuarentena: cuando la casa no significa protección

Por Viviana Santiago, Gerente de género e influencia de Plan International Brasil

Una joven de 17 años en su casa de la provincia rural de Maranhão

 

Ya todo el mundo lo sabe: convivimos con la pandemia del COVID-19 y sus impactos. El coronavirus representa un desafío a la salud pública, para las autoridades y toda la población. En los últimos días, hemos visto que en muchos países ya se han decretado medidas oficiales que limitan la circulación de la gente para intentar prevenir la propagación del virus. Empleados y empleadas trabajando desde la casa; restaurantes, bares, cines, teatros y tiendas cerradas; niñas, niños y adolescentes en casa debido al cierre y paralización de escuelas y actividades recreativas en organizaciones, asociaciones y espacios comunes. Quédate en casa. Esa es la recomendación.

El hogar es el lugar en el que todos y todas debemos estar para atravesar esta situación de forma segura. Estar en casa significa, por encima de todo, la certeza de tener tranquilidad en un espacio de cuidado y aprecio. Significa no desplazarse y no interactuar con personas fuera del círculo familiar. Debería significar protección. Y podría significarlo si la casa no fuera también, para muchas niños, niños y adolescentes, un espacio de violencia.

Mantener a niñas, niños y adolescentes en casa es una medida que conlleva el riesgo de aumentar tensiones intrafamiliares y una sobrecarga de trabajo doméstico para las mujeres adultas y las niñas. Las niñas –que suelen ser consideradas adultas en miniatura- experimentan desde muy pequeñas los impactos de lo que es percibido como natural en la vida de las mujeres. En los hogares marcados por violencia intrafamiliar, que suele afectar más a las mujeres y niñas, este período de confinamiento en casa eleva las condiciones de tensión que pueden llevar a la ruptura de una ya de por sí débil dinámica familiar y traer serios riesgos de violencia. Hay inumerables casos en los que niñas, niños y adolescentes han podido salir de situaciones de violencia en casa porque esa violencia ha sido detectada a través de interacciones con la escuela, a través de consultas básicas en unidades de salud, visitas médicas, proyectos y actividades socio- educativas realizadas por organizaciones de la sociedad civil. Muchas veces, los adultos notan los signos de violencia. Otras veces, son las niñas, niños y adolescentes quienes, al sentirse en espacios y relaciones seguras fuera de casa, indican que sufren episodios violentos en su familia.

En Brasil, cada hora, cuatro niñas menores de 13 años sufren violencia sexual, según estadísticas del Foro de Seguridad Pública de Brasil. Las niñas menores de 13 años representan más de la mitad (54%) de las víctimas de las 66.000 violaciones registradas en el país en 2019. Se estima que hay alrededor de 500.000 casos de violencia sexual al año y que sólo el 10% es reportado. De acuerdo a estudios, la mayor parte de las víctimas son violadas por personas que conocen y la violencia ocurre dentro de sus casas, en sus familias.  Es por ello que es necesario tener en cuenta que las medidas de protección del coronavirus que aislan a niñas, niños y adolescentes también conllevan repercusiones significativas que no deben ser ignoradas y necesitan ser abordadas lo antes posible.

La cuarenta mantiene a niñas y niños lejos de los espacios extra familiares y de las relaciones que son esenciales para reconocer y prevenir círculos continuos de violencia en la casa. Se trata de enfatizar que las medidas relacionadas con la pandemia no deberían ser tomadas sin tener en cuenta un contexto analítico profundo que garantice la protección de niñas, niños y adolescentes. Que el Estado garantice sus derechos para vivir libres de violencia y que garanticemos nuestro rol estipulado en el Artículo 229 de la Constitución Federal de Brasil: “Es nuestro deber el asegurar el derecho a vivir, a tener salud (…) a cada niña, niño, adolescente, con absoluta prioridad,  y ponerlos a resguardo de todas las formas de descuido, discriminación, explotación, violencia, crueldad y opresión”.