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Yemen: el coronavirus empeora una situación desesperada

Equipo de UNICEF Yemen

La llegada de la COVID-19 a Yemen está deteriorando una situación que ya era desesperada para millones de niños y familias. La falta de agua y saneamiento adecuados está facilitando la propagación del virus. Tratar a las personas enfermas es muy difícil porque el sistema sanitario está al borde del colapso debido a cinco años de conflicto. El informe de UNICEF Yemen, cinco años después: niños, conflicto y COVID-19 alerta de que, si la comunidad internacional no responde, muchos niños morirán. Estas son algunas de sus historias.

No hay lugar seguro para los niños

Ryan, de 3 años, perdió su brazo el año pasado cuando la violencia se intensificó en Aden. Visita regularmente el centro protésico en el Hospital de Aden para ir a fisioterapia e ir haciendo pruebas para una nueva prótesis. Su madre Amina, y su padre, Abu Ali Sahleh, cuentan su historia:

“En agosto había enfrentamientos”, cuenta Abu. “Un día hubo bombardeos y una bomba cayó en nuestra casa”.

Rayan, de tres años, perdió su brazo en un bombardeo. / © UNICEF/UNI338366/Alzekri

Un proyectil cortó su brazo”, recuerda Amina. “Él estaba en la cocina cogiendo un vaso de agua”.

“Le sacamos rápidamente de casa, y la casa sufrió un nuevo ataque”, añade Abu.

Sus padres explican que Rayan tiene dolores cada día. Además, tiene infecciones crónicas en el pecho por los cascotes de su casa. Le mantienen en casa para protegerle, porque la situación en Aden es cada vez más caótica. Su estado de salud es más precario ahora que la COVID-19 está en la ciudad. Sus padres dicen que lo único que el niño quiere es la paz.

Cuando la pobreza no te da otra opción

Amina* fue obligada a casarse cuando era niña. Ahora está divorciada.

Cuando tenía 11 años la obligaron a dejar la escuela. Vivía con su familia en un asentamiento en los suburbios de Aden, tras verse desplazados debido a la inseguridad. Su padre, que trabaja como conductor para mantener a una familia de ocho miembros, la casó con 16 años con un hombre mayor de 30. A cambio recibió una pequeña cantidad de dinero.

“Un hombre llegó, le pidió permiso a mi padre para casarse conmigo y él dijo que sí enseguida”, dice Amina. “No tuve otra opción, porque mi padre marca las reglas en casa. Me arrojaron a una vida de la que no sabía nada”.

Amina fue obligada a casarse. Hoy está divorciada. /© UNICEF/UNI337490/

Su madre recuerda la reacción de Amina. “Sufría problemas psicológicos, se aisló de todos y no salió de la cama en tres meses. Siento un gran remordimiento por el dolor que le causamos”.

Después de sufrir una violencia terrible a manos de su marido, Amina volvió a casa y su familia finalmente negoció el divorcio. El balón de oxígeno llegó cuando contactó con una asistente social que le dio apoyo psicológico. Al final se unió a un programa de UNICEF donde recibió formación y apoyo para iniciar un pequeño negocio de costura. Ahora gana un sueldo, puede ayudar a su familia y ha decido que no se volverá a casar. Además, es una activista contra el matrimonio infantil en su comunidad.

El coronavirus acecha a los más vulnerables

Saliha Aish tiene 11 años. Huyó con su familia a Saná cuando su casa fue destruida hace cinco años. Desde entonces su familia, que lo perdió todo, se ha refugiado en un viejo asentamiento en las afueras de Saná. Su casa es un edificio en ruinas. No protege frente al frío, el calor o la lluvia. Está oscuro y mal ventilado. No tienen acceso a agua.

Ahora han acogido a su tío y su familia, que huyeron de los combates hace un mes. Su tío y su primo tienen asma, por lo que están en un riesgo mayor si contraen el coronavirus.

La familia de Saliha es solo una de las miles de familias “muhamasheen” o “marginadas”, el grupo más vulnerable de Yemen. Mientras el conflicto continúa y no pueden volver a casa, luchan cada día por sobrevivir. Tienen miedo por todo lo que están oyendo de la COVID-19, pero no pueden cumplir las medidas de aislamiento, distancia social e higiene de manos.

Saliha Aish, de 11 años, limpiando en la puerta de su casa. /© UNICEF/UNI338484

“Oigo hablar de la pandemia y de que hay muchos casos”, dice Ali, el padre. “Pienso miles de veces cómo proteger a mi familia, pero tengo que salir fuera para conseguir alimentos. Si me quedara en casa, moriríamos de hambre”.
Ali sale todos los días para buscar botellas de plástico, que vende por un precio ínfimo.

“Antes de la guerra, no esperábamos acabar así. Tenemos la esperanza de recuperar nuestras casas cuando la situación mejore”, añade.

Si los programas de agua y saneamiento de UNICEF no reciben fondos, se podría cortar el suministro para millones de niños como Saliha. Algo catastrófico en plena pandemia.

Una infancia robada

Tras dejar la escuela cuando tenía 11 años, Ali* pasó varios años cogiendo pequeños trabajillos en granjas cercanas a su pueblo. Un día conoció a un hombre de otro pueblo, que le habló de la línea de combate. Le dijo cómo apuntarse, y Ali se unió a una formación con otros chicos.

“Tengo siete hermanos y hermanas”, cuenta. “Soy el quinto chico. Ninguno de mis hermanos o hermanas ha ido a la escuela. Ir a combatir era la única manera de ganar algo. En el campo mis hermanos trabajan en granjas o en la construcción. Hacemos cualquier trabajillo para sacar algo de dinero. Vivimos juntos en una casa pequeña. Vi que mi familia es muy pobre y vive en condiciones terribles. Quise ganar algo de dinero”.

Pasó seis meses en primera línea y luego otros dos en prisión, hasta que acabó en un centro de tránsito.

Ali, en el centro de tránsito donde se encuentra ahora. /© UNICEF/UNI338456/Alzekri

“La gente –que me contó lo de la primera línea- era de otros pueblos”, recuerda. “Me dijeron que mi misión sería fácil, que sería en la línea de fondo y que ganaría dinero. No me dijeron cuánto ganaría, pero sí que compartirían el dinero que lograran conmigo. Cuando dejé a mi familia lloraron, pero me dejaron ir”.

Mientras les entrenan como soldados, a los niños se les advierte a menudo de que si son capturados por el bando contrario serán torturados. Cuando Ali fue capturado tenía miedo de qué le ocurriría. Finalmente acabó en prisión con otros niños.

“Tenía miedo”, dice. “La prisión no era agradable, pero no nos torturaron. Estuvo seis meses. Estaba solo. No quería hablar con nadie. Pero tenía esperanza. Me dijeron que estaría un año o dos, y que luego saldría”. Como parte de los trabajos para acabar con el reclutamiento de niños, Ali fue liberado y llevado a un centro apoyado por UNICEF. Está recibiendo atención psicológica y apoyo educativo con otros niños.

“Cuando salí, no esperaba venir a un lugar tan bonito”, reflexiona. “Ahora puedo hablar con mi familia y me preguntan cuándo volveré a casa. En Yemen es muy difícil. Otros países tienen sus planes, pero los niños aquí soportan el peso. Soy joven y no entiendo qué está pasando, pero cuando veo los combates mi corazón sangra. Dejamos nuestras armas y ahora empuñamos lápices. Y esto continuará”.

“Quiero irme, quiero ir a casa y quiero estudiar. Volveré a la escuela, aunque está a tres horas a pie. Desde que salgo de casa hasta que llego a la escuela no me cruzo con nadie. Nos pegan si llegamos tarde. Los profesores no reciben su salario. Si conociera a alguien que se estuviera pensando ir a combatir, le diría que no. Si no me escuchara, le dejaría caer y volver, y entonces me diría: ‘ojalá te hubiera escuchado’”.

*Nombres cambiados para proteger su identidad.