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Las hermanas-madres

Ayer conocí a una señora ya mayor que fue lo que yo llamo una hermana-madre.

Su madre murió cuando ella tenía dieciseis años, dejándola a cargo de dos hermanos, uno de once años y otro recién nacido.

Y su madre murió precisamente a causa del embarazo y del parto. Estaba delicada de salud, se fatigaba mucho y le costaba respirar. Problemente tenía una afección cardíaca, aunque ahora ya es difícil saberlo. Y hubo varias mujeres del pueblo que le dijeron que tener un hijo le curaría.

Menudo consejo. El embarazo y el parto suponen un sobreesfuerzo importante para el organismo de una mujer. Al poco de tener a su tercer hijo ella murió.

Así que tuvo que criar a sus hermanos. Le cayó una responsabilidad considerable siendo aún casi una niña.

Seguro que la historia os suena. Yo conozco muchos casos semejantes: hermanas mayores que por fallecimiento o ausencia de su madre se convirtieron en madres recientísimas sin haberlo elegido.

Siempre son mujeres, aunque no dudo que también habrá niños que han ejercido de padres.

En todos los casos que yo conozco la relación de esas mujeres con sus hermanos ha quedado marcada para toda la vida.

Cuando son adultas es en mayor medida maternal que fraterna. Son más protectoras con sus hermanos pequeños, tienden más a organizarles y a dirigirles.

En cualquier caso, hablando ayer con esta señora recordé de nuevo el inmenso mérito que tienen todas esas niñas convertidas en madres de sus hermanos.

Y me ha apetecido dedicarles un post para reconocérselo.

El deporte de los parecidos

Creo que ya lo he comentado de pasada en alguna ocasión: siempre me ha llamado la atención hasta que punto le gusta a la gente buscar parecidos a los bebés y a los niños pequeños.

Están los generalistas, que tienden a contradecirse entre ellos sin parar:

«Es igual que el padre» «Tiene tu misma cara» «Me recuerda un montón a su abuelo de pequeño»…

Luego los detallistas:

«La nariz es recta como la tuya pero más grande, como la de su padre» «Son los mismos ojos de su padre, pero con la forma almendrada de los tuyos» «La boca es igualita a la de su abuela, pero las cejas salen a la familia de su otro abuelo»

Y los que se fijan en algo impensable, muchas veces en propio beneficio:

«Mira, la uña del dedo gordo del pie sobresale igual que la mía» «Tiene las rodillas huesudas por arriba como su padre y su tío» «tiene el pliegue de la oreja como yo»

Aquellos que consideran que un bebé se parezca más a la familia del padre o a la de la madre como una competición a ganar.

«Ha salido a la familia de su padre» «Es de nuestra casta, no hay quien lo niegue»

Por último, los que por hacer la gracia, no querer mojarse o hartos de tanta historia zanjan las cosas con un:

«Se parece a ella misma» «Tiene que tener cosas de los dos» «Es igualita a todas las fotos que le saques»

Es el deporte oficial con los bebés. Y se practica más cuanto más pequeño es el niño.

Siempre me ha hecho mucha gracia, sobre todo teniendo en cuenta que yo soy malísima sacando parecidos a los bebés.

Salvo esos casos, que haberlos haylos, en los que el peque es una gota de agua de uno de los dos, me siento incapaz.

Un mismo bebé un día me da un aire a uno y otro día a otro. Y muchos van cambiando sus semejanzas familiares según van creciendo.

Ahora estoy descubriendo que cuando vas con dos niños el deporte de los parecidos se amplia. Ahora está el juego de los parecidos entre hermanos.

«No se parece mucho ¿Verdad?» «Tienen los mismo ojos, pero es lo único» «¡Cómo me recuerda a su hermano cuando tenía su edad!»

Y nosotros también aquí a oir y callar.

¿Qué creéis? ¿Se parecen?

Familias muy numerosas


Jim Bob y Michelle Duggar, una pareja cristiana de Arkansas (EE UU), son famosos por un programa de televisión que relata sus aventuras como padres de 18 hijos, pero este martes anunciaron que esperan al hijo «número 19».

En una entrevista para la televisión, la pareja informó además de que en octubre nacerá su primer nieto. «Nos entusiasma anunciar que nos hemos enterado de que estamos esperando a nuestro décimo noveno hijo», dijo Michelle Duggar, de 42 años, quien, sumando todos los embarazos, ha pasado más de 12 años encinta.

Todos sus miembros menos la madre tienen un nombre que comienza por J.

Ahí les tenéis a todos, se ve que la casa es acorde al tamaño de la familia:

Sin llegar a tanto, lo de las familias realmente numerosas es realmente meritorio. Más aún: heroico.

La gestión de recursos e intendencia de esos padres constantemente recientes debe ser digna del mejor ejército.

Conozco algunos casos de entre siete y diez hermanos, y la verdad es que tienen anécdotas para aburrir.

Las vacaciones en dos coches y en dos apartamentos anexos, las estrategias por conseguir los mejores bocados de la mesa, la ropa requeteheredada, la asunción de responsabilidades, las miradas sorprendidas cuando la familia invadía un parque o una playa, el aprovechar cada rincón, las aventuras nocturnas en las literas, la formación gratuita como puericultores de los hermanos mayores…

Recuerdo a una amiga procedente de una de estas superfamilias explicando que con unos pocos arreglos un vestido de comunión puede pasar por cinco manos. Y cómo se iban acumulando las amenazas de muerte por parte de la madre «¡Ay de tí si le cuentas a tu hermana que fue el vestido que llevaste tú!».

También tengo un amigo que contaba lo sorprendido que quedó cuando fue por primera vez a comer a casa de un amiguito y vio los utensilios de cocina de aquella casa. Le parecieron diminutos. Su madre siempre usaba perolos de restaurante. Hacer lentejas para doce (diez niños y dos padres) no es moco de pavo.

La verdad es que desde mis recuerdos de infancia como hija única no concibo cómo puede ser el día a día con ocho o nueve hermanos.

Y como madre de dos niños, tampoco imagino lo que debe ser criar a diez vástagos.

1+1 no suman 2

Pero no está claro si suman tres o uno y medio.

Desde que tuve a Julia me ha caído en varias ocasiones la siguiente pregunta «¿Qué, tener otro supone el doble de trabajo?».

Es una de esas preguntas imposibles de contestar. Claro que no. Los hijos no son como los criaderos de almejas. Con la maternidad las matemáticas no valen. 1+1 no suman 2.

Pero lo que realmente me llama la atención es que mucha de esa gente que lo pregunta tiene formulada ya su propia teoría.

Para muchos 1+1 suman más de dos. Supone más del doble de trabajo. Y te lo cuentan muchas veces con tono sufridor (si están en esa etapa) o conmiserativo (si no lo están o ya la pasaron).

Para otros 1+1 es 1,5. Y te explican lo mucho que se entretienen entre ellos.

Y luego están los que tienen más de dos hijos (minoría en estos tiempos) y directamente se ríen de estas teorías o bromean que a partir del tercero se crían casi solos.

Obviamente es más trabajo, pero me resulta imposible valorarlo.

Además, cada uno de ellos está en constante evolución, así que lo que vale para hoy vete a saber si vale para mañana. Y cada niño tiene su personalidad. No me parece que valgan generalizaciones.

Pero no dejo de encontrarme con la preguntita.

¿Vosotros que pensáis?

La veteranía también aquí es un grado

Cómo pasa el tiempo. Julia ya tiene dos meses y medio y muy poco se parece a la recién nacida con gorro y párpados hinchados que me entregaron casi siendo medianoche el 9 de marzo.

No paro de darme cuenta de lo mucho que cambias en tu trato y preocupaciones con tu segundo hijo. Y eso que acabo de comenzar la doble maternidad.

Será la experiencia, será que tienes otro niño reclamándote… no sé qué será, pero todo es mucho más relajado. Diría que lo disfrutas más. Y al mismo tiempo, estos primeros meses se pasan aún más rápido. No sé si los que tenéis más de un hijo tenéis esa misma impresión.

Cuando llora sabemos mejor cómo manejarlo, también el dormirla, estás confiada en tu capacidad de amamantar tras una primera experiencia exitosa, problemillas como el acné del lactante, la costra lactea o unos pocos mocos no te hacen ir corriendo al pediatra, te conformas con el control del peso del pediatra y no estás pesando al bebé en la farmacia todas las semanas, si se salta el baño no pasa absolutamente nada… y así con todo.

Y recuerdo cuando era muy joven y aún no tenía siquiera claro querer ser madre a un amigo, padre de dos niños pequeños, explicando que cuando el mayor tenía dos o tres años, le veían caerse o darse un porrazo y ponerse a llorar, él y su mujer volaban para levantarlo en brazos y consolarlo. Con él segundo se miraban y esperaban unos segundos para ver si se calmaba solito. No era premeditado, eran sus reacciones espontáneas.

Eso aún no me ha pasado, pero no dudo que así será.

Los errores que cometemos como padres recientes

Creo que es algo inevitable: por muy buena voluntad que pongas, por mucho que te quieras esforzar, por muy bien informado que estés, nuestros primogénitos siempre pagan el pato de nuestros errores por ser los primeros.

Y los padres recientes que somos dados a la autocrítica reconocemos esas equivocaciones y nos prometemos a nosotros mismos no volver a cometerlas con nuestro segundo hijo.

Tal vez lo consigamos, pero no me cabe duda que erraremos en otros asuntos.

Puede que teniendo ocho o nueve hijos, al final lograsemos reducir los errores al mínimo. Pero me da a mí que no. Cada niño es tan distinto que siempre podríamos meter la pata en algo nuevo.

El pequeño primer error con el peque fue insistir en que durmiera en su cuna el primer mes. Con la niña ya somos unos fervorosos seguidores del colecho desde hace años y ella se ha ahorrado el tener que insistir en dormir con nosotros.

Pero siendo sincera, son dos los errores importantes que hemos cometido con él. Reconocerlo es el primer paso para arreglarlo. Y en ello estamos.

Uno ha sido darle de comer antes, no sentarle en su trona a comer con nosotros. Era algo que sabíamos que había que hacer, pero el otro sistema se había convertido en una rutina y sin darnos cuenta fueron pasando los meses unos detrás de otros.

Siempre fue muy buen comedor, en cuanto a cantidad y variedad, pero a resultas de nuestro error apenas masticaba y no cogía la cuchara.

Lo bueno es que los niños aprenden rápido: a los tres días de comer todos juntos ya estaba agarrando él la cuchara y masticando más y mejor.

El otro fallo importante ha sido no pasar demasiado tiempo con otro niños. Hemos paseado horas y horas a diario, con calor y con frío, hemos ido al parque a columpiarnos, hemos leído cuentos hasta saberlos de memoria y hemos cantado hasta acabar roncos.

Pero no hemos estado apenas con otros bebés. Además del primer hijo ha sido el primer nieto y el primer sobrino. Ha sido durante dos años y medio el único bebé en una familia que llevaba muchos años sin ellos. Y tampoco nos hemos visto más que de Pascuas a Ramos con otros amigos y familiares con niños.

Tendríamos que habernos esforzado más para que jugase con niños. Parece que el retraso que tiene en el habla puede venir de ahí..

Imagino que vosotros también tenéis vuestra propia colección de meteduras de pata.

Nosotros seguiremos acumulando errores según cumplan años. Seguro. Procuraremos estar atentos para intentar corregirlos rápido. Es lo mejor, lo único que podemos hacer.

Lo único en lo que no nos gustaría equivocarnos nunca es en sentar las bases para que sean buenas personas y en lograr que se sientan durante toda su infancia seguros y amados.

Primer encuentro entre hermanos

Ayer casi a medianoche Julia cumplió quince días. Y por tanto Jaime ya lleva más de diez días conviviendo con su hermana.

Me habéis pedido en varias ocasiones en los comentarios que os contara cómo lo estaba llevando. Pero quería esperar un poco para comprobar mejor su reacción.

No le llevamos al hospital. Por un lado por que tienen prohibidas las visitas de niños tan pequeños y por otro porque no creo que el ambiente de una habitación de hospital con su madre en camisón, otras visitas, y otra cama con otra señora y gente extraña fuera lo mejor.

Los tres días que estuve en el hospital y la primera noche que pasamos en casa el peque se quedó a dormir con sus abuelos. Y la verdad es que estuvo algo descolocado, sobre todo por las noches. Nunca había pasado una noche lejos de nosotros.

Y a la mañana del día siguiente ya vino a casa. Le recibí sin llevar a la niña en brazos.

Esa mañana la pasó sentado en el sofá masticando un muñeco de goma de Ellie, sin hacer prácticamente caso a la peque y con un humor raro: pensativo y meditabundo, sin querer jugar.

A mediodía se fue al parque como hace todos los días y parece que ya regresó contento.

Hemos intentado desde entonces que su rutina se mantuviera lo más parecida a antes de la llegada de Julia y prestarle atención constante.

Hemos notado que está más cariñoso, nos da más abrazos y nos busca más. Nos pide con más frecuencia salir a la calle y cuando regresamos a casa del paseo o del parque suele pillar una rabieta, que unas veces dura más que otras.

El pasado viernes por la mañana estuvo bastante revuelto el pobre. Pero por regla general una vez en casa se le ve contento, como siempre.

De la mano de Julia han venido nuevos juguetes, pero no parece que le importen mucho. No es que le faltaran precisamente antes de su llegada.

En definitiva, que sin ser grave está notando el destronamiento. Pero sobrevivirá como lo han hecho muchos primogénitos antes que él.

Sigue sin hacer mucho caso a Julia. Pero es que sólo come y duerme, no es que sea muy divertida.

Imagino que cuando ella empiece a reírse con él, querer sus juguetes, seguirle… será más difícil de ignorar y habrá nuevas reacciones que tendré que contaros en otro post.

«El segundo, ya verás, le dará mil vueltas al primero»

Es algo que me están diciendo mucho últimamente.

De hecho es tan frecuente que me digan cosas como «ya verás, ya verás la niña como sale de armas tomar» que me sorprende.

Sostienen que los segundos son mucho más trastos que los primeros, que espabilan mucho más.

E incluso lo argumentan: que por un lado aprenden del mayor y por otro ya nacen en un ambiente de competencia que les obliga a ir más deprisa y más lejor que su hermano mayor.

Mi peque es muy bueno, apenas tiene rabietas, no da apenas guerra, es tranquilote y de fácil conformar…

Así que todo el mundo está convencido de que Julia será una polvorilla.

«Segunda y niña, ya verás, ya verás…» es algo que estoy oyendo mucho.

Yo soy hija única, así que no puedo opinar por propia experiencia, pero es verdad que los casos cercanos que tengo de dos hermanos el mayor suele ser más tranquilo y el menor más inquieto.

En la foto están mi santo y su hermano pequeño. ¿Cuál tiene más cara de bicho?

Dos hijos, ni más ni menos

Yo soy hija única por requisitos del guión. Nací después de una cesárea traumática para mi madre, que además enfermó del corazón siendo yo muy pequeña.

Así que no hubo hermanos. Me gusta decir medio en broma que rompí literalmente el molde.

Cuando he preguntado a mis padres siendo ya adulta si hubieran tenido más hijos de no haber salido las cosas así, no me contestan claramente.

La verdad es que crecí feliz y contenta, sin echar de menos tener hermanos por mucho que la gente me insistiera con aquello de «¿no quieres un hermanito?» y sin notar que mis padres echaran en falta tener más hijos.

Nunca lo vi raro, pese a que no había más hijos únicos entre todos mis amigos y primos. Tal vez ayudara que mi padre ha sido hijo único por elección de mis abuelos.

Hay un montón de estudios que afirman que los hijos mayores suelen ser de tal manera, los pequeños de tal otra y los hijos únicos de otra diferente.

No me los acabo de creer mucho la verdad. No creo que marque tanto.

Puedo estar equivocada pero me parece que en el deseo o no de tener más hermanos (o más hijos) influye demasiadas veces más de lo que debería la presión social.

Igual que a mí me traían frita de pequeña con lo de «¿No echas en falta un hermanito? Pídeselo a los papás». También a los padres que tienen un único hijo la gente no para de insistirles con cuándo se pondrán a buscar el otro. «¡Qué triste sólo un hijo! Con lo bien que les viene tener hermanos».

Muchas veces los insistentes son gente que se lleva a matar con sus hermanos por culpa de herencias y similares.

Y curiosamente, una vez tienes dos hijos, también es habitual que si quieres tres te tachen de loco. «Con dos tienes bastante».

Si tienes tres y planteas un cuarto, ya te traen la camisa de fuerza directamente o te miran como si sospecharan que llevas en la cartera la estampita de Josemaría Escrivá de Balaguer.

Es decir, que socialmente lo más aceptable es tener hijos a pares. Ni de uno en uno, ni de tres en tres.

¡Valiente idiotez!

Pero ahí está.

Cada vez menos fotos

Dos madres recientes por partida doble me lo han confirmado: al segundo no se le hacen ni la mitad de fotos que al primero.

Y lo primero que les he dicho es que espabilen a hacerlas para que cuando ese hermano pequeño crezca no se moleste.

Mi santo tiene un hermano pequeño cuyo álbum de fotos es, no la mitad, pero sí algo más escaso. Y se ha dado cuenta. Y como hay una excelente relación la cosa no pasó de un comentario chinchoso de buen rollo.

Imagino que es falta de tiempo por tener que cuidar a dos enanos. Pero hay que tener cuidado con esas cosas.

Volviendo a las fotos, lo que sí me ha pasado a mí es que según va creciendo le voy haciendo menos fotografías.

Los tres primeros meses de vida fueron de récord. De la cámara salía humo. Ahora la cosa es más normal.

¿A tí también te ha pasado?