Ayer conocí a una señora ya mayor que fue lo que yo llamo una hermana-madre.
Su madre murió cuando ella tenía dieciseis años, dejándola a cargo de dos hermanos, uno de once años y otro recién nacido.
Y su madre murió precisamente a causa del embarazo y del parto. Estaba delicada de salud, se fatigaba mucho y le costaba respirar. Problemente tenía una afección cardíaca, aunque ahora ya es difícil saberlo. Y hubo varias mujeres del pueblo que le dijeron que tener un hijo le curaría.
Menudo consejo. El embarazo y el parto suponen un sobreesfuerzo importante para el organismo de una mujer. Al poco de tener a su tercer hijo ella murió.
Así que tuvo que criar a sus hermanos. Le cayó una responsabilidad considerable siendo aún casi una niña.
Seguro que la historia os suena. Yo conozco muchos casos semejantes: hermanas mayores que por fallecimiento o ausencia de su madre se convirtieron en madres recientísimas sin haberlo elegido.
Siempre son mujeres, aunque no dudo que también habrá niños que han ejercido de padres.
En todos los casos que yo conozco la relación de esas mujeres con sus hermanos ha quedado marcada para toda la vida.
Cuando son adultas es en mayor medida maternal que fraterna. Son más protectoras con sus hermanos pequeños, tienden más a organizarles y a dirigirles.
En cualquier caso, hablando ayer con esta señora recordé de nuevo el inmenso mérito que tienen todas esas niñas convertidas en madres de sus hermanos.
Y me ha apetecido dedicarles un post para reconocérselo.