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¿Obligar a comer?

Esta es una especie de continuación del post anterior, los malos comedores.

En los comentarios ha salido el tema de si obligar o no a comer a los niños.

Es un tema peliagudo en muchas familias.

Hace tiempo que leí «Mi niño no me come» de Carlos González. Y aún antes de hacerlo yo ya era de la cuerda de no insistir y evitar convertir las comidas en una guerra. Me niego a hacerlo también debido a que yo lo sufrí.

A partir del año cerré pico y parecía vivir del aire. Pocas cosas me gustaban realmente. A todo le hacía ascos. Sobre todo por la textura de los alimentos, no por el sabor.

Las horas de las comidas fueron una pesadilla para mi madre que duró años.

No sirvió nada de lo que ella intentó para hacerme comer: ni castigarme sin el 1,2,3, guardarme la comida para merendar, estar dos horas leyéndome cuentos….

Durante años fui una comedora terrible para, paradójicamente, ser ahora probablemente la mejor boca de la familia. Disfruto comiendo, como prácticamente de todo.

A mi padre le pasó lo mismo. Mi abuela cuenta que se crió a base de patatas y huevos fritos y poco más. Tal vez por eso mi abuela nunca me forzó, siempre me dió lo que yo comía bien, aunque no saliéramos de tres o cuatro platos.

Por mi propia experiencia tengo asumido que a comer se aprende, pero no tanto como creemos. A veces es necesario que el niño madure para que acepte determinados alimentos.

Como os contaba en mi anterior post, ahora que estoy en el papel de madre de una niña que come como un jilguero estoy experimentando esos sentimientos naturales de las madres que quieren ver zampar a sus retoños.

Insisto un poco, cantamos, le dejo algún juguete… pruebo diferentes maniobras de distracción para intentar que llegue una cucharada más a su estómago.

Pero cuando dice que no, se acabó. No quiero lágrimas en la mesa.

Cuando me parece que ha comido poco recuerdo una escena de una supernanny británica que no era santo de mi devoción pero que hizo una cosa muy inteligente con una madre preocupada por lo poco que comía su hijo.

Se dedicó a meter en un globo lo que había tomado el niño: seis cucharadas de puré, un poco de pan, medio yogur, un trozo de galleta… Luego sacudía el mejunje para que se mezclase, cerraba el globo y lo ponía sobre la tripita del niño, para tranquilizar a la madre. Su hijo sí que había comido suficiente aunque a ella no se lo pareciera.

Y es que muchas veces el problema, como deja bien claro Carlos González en su recomendable libro, es que nuestras expectativas o nuestra percepción de lo que ha comido no están acorde con la realidad. Y que nos comparamos con demasiada frecuencia con el bebé zampabollos dle vecino.

Los malos comedores

Estábamos muy mal acostumbrados con el tema comidas. El peque fue siempre como un túnel de metro. Entraba casi de todo y en cantidades importantes. Es verdad que tardó mucho en masticar como es debido, pero ya está superado.

Pero su hermana no va por los mismos derroteros. Aún toma toda la teta que quiere, pero ya hace todas sus comidas: desayuno (cereales), comida (purés, arroz, macarrones en cachitos…), merienda (fruta espachurrada) y cena (cereales o purés).

Además lleva ya tiempo masticando estupendamente: aspitos, trocitos de galleta, pan, pasta, arroz….

¿Cuál es el problema? Pues por un lado las cantidades. Raro es que se tome la ración entera. A veces con tres cucharadas se da por satisfecha. Y es frecuente que no quiera más que probarlo. Por otra parte que no todo le gusta o le apetece en ese momento.

Además, lo suyo es comer con los ojos y con las manos.

Con los ojos por que quiere lo que hay en nuestros platos y no en el suyo. Y no siempre puede ser. Y con las manos por que cada vez más se niega a aceptar la cuchara. Pero tampoco quiere usarla ella. Quiere comer con sus manitas. Y no es que me importe en absoluto que se reboce (de hecho me divierte verla). Pero los purés y cereales son francamente difíciles de comer al estilo medieval..

Los casi cuatro kilos y el percentil elevadísimo que tenía al nacer se han quedado en nada. Ahora es un piojillo. Un comino que dice su padre. Pero su peso no me preocupa. Su enfermera de pediatría lo tiene controlado y es una niña sana y espabilada.

Lo que sí estoy descubriendo es esa inclinación oculta dentro de las madres de desear ver zampar a sus hijos como osos pardos.

Para atreverse con los alimentos sin pasar

Hace unos días la mamá reciente y pediatra Amalia Arce escribía en su blog sobre la ingesta de medio litro de leche al día que muchos colegas suyos recomiendan.

Pero lo que realmente me llamó la atención como para traer tu blog a colación hoy es su mención a la eliminación de biberones y chupetes a partir del año.

Y sobre todo, su empeño en que dejemos a nuestros hijos experimentar desde bien chiquitos con los alimentos sin pasar.

De la misma manera que entorno a los 12 meses habría que ir ofreciendo la leche y los líquidos en vasos, también habría que dejar que los niños fueran un poco más autónomos en cuanto a su capacidad de alimentarse por sí mismos (empiezan a hacer sus pinitos a los 9-10 meses, sí sí!!) y en lo referente a la consistencia de los alimentos. El miedo a que se atraganten y en parte también la comodidad para los progenitores, hacen que las comidas sean trituradas (sin dejar ni un solo grumo) hasta edades también muy avanzadas. Si nos fijamos en otras culturas, pasan de la leche materna a la comida de los adultos prácticamente sólo discretamente adaptadas a los pequeños paladares….

Así que ánimo padres recientes: con los trocitos, con dejar los bibes, y con sentarlos a la mesa con vosotros. Eso sí contad con un buen babero (o chubasquero mejor) y un producto de limpieza de primera categoría para después limpiar suelos y paredes….

No puedo estar más de acuerdo. Julia ya anda royendo cuscurros de pan, migas de galletas (las que no tienen huevo, de su hermano) y aspitos. Nunca le hemos dado los pures o la fruta muy pasada, siempre ha estado grumosilla. Y está a una semana de cumplir los ocho meses.

Con su hermano cometí el error que comenta Amalia. Sobre todo por miedo al atragantamiento. Y luego es cierto que nos costó que masticase.

Os dejo el vídeo que ella pone en su blog de un bebé inflándose a pasta. Me encanta.

¿Cómo fueron los incios en la masticación de vuestros hijos?

Las manías a determinados alimentos

Creo poder afirmar que todos los niños de la edad del mío (cumplió en agosto los tres años) tienen sus manías alimenticias. Algunas bastante peculiares. Conozco a un niño que discrimina algunos alimentos por el color.

Mi peque es un auténtico zampabollos. No sé dónde lo mete. Bueno sí que lo sé, crecer y correr quema muchas calorías.

Aunque tardó algo más de la cuenta en masticar como es debido, ahora come bastante bien. Le chiflan todo tipo de legumbres. Lentejas, carillas, cocido y garbanzos con bacalao deben ser sus platos preferidos. También come bien la menestra de verdura, las patatas guisadas con lo que sea, el arroz, la pasta… y por supuesto todo tipo de purés. También se come bien el pescado blanco a la plancha. No perdona la fruta al mediodía. Los postres lácteos le privan: natillas, yogures, arroz con leche… y el pan y las galletas son su perdición.

Ahora lo que no quiere: se niega a tomar salchichas o pizzas. Mira raro al chocolate, algún huevo kinder ha probado, pero no le entusiasma. Se niega en redondo a comer alimentos con la textura del pavofrío o el queso fresco. Tampoco le gusta el queso o los quesitos.

Los rebozados y las tortillas no los cata, pero por su alergia al huevo.

Realmente come mucho mejor de lo que comía yo a su edad. Aunque ahora como de todo, a partir del año mi madre cuenta que no había manera. Me sacabas de tres o cuatro platos y era la guerra. Y comía poco y lento. Rechazaba sobre todo los alimentos por su textura.

Aún me acuerdo de esos castigos sin ver el 1,2,3 por no acabar la cena.

Tal vez por mis recuerdos de la lucha infructuosa de mi madre conmigo no soy yo de forzar al peque.

Me niego a tener con él las luchas delante del plato que tuvimos nosotras.

Sí que intento que pruebe nuevas cosas, claro, pero si prueba y no quiere más. Pues no hay más.

También el gusto por los alimentos, como el gusto por la música, va evolucionando con la edad.

Además incluso de adultos seguimos teniendo nuestras manías. Y son respetadas. Mi madre no prueba la cebolla ni muerta. Yo me niego a comer pepino. Mi santo no puede con el cocido (él se lo pierde). E incluso tengo algún familiar que se niega a comer pato o conejo por que le recuerdan a los personajes de la Warner.

Pero a lo que íbamos. ¿Cuales son las manías alimenticias de vuestros hijos?

Prefiere los potitos a nuestros purés

Hace dos días que Julia cumplió siete meses. Y ya sabéis que llevamos unas semanas introduciendo nuevos alimentos.

Su hermano siempre aceptó de buen grado todo, o casi todo, lo que le ofrecimos. Era un glotón y lo sigue siendo.

Pero con ella estamos teniendo problemas con las verduras.

La fruta le encanta, los cereales también. Pero con las verduras la cosa cambia.

Comenzamos con la calabaza que es dulce, y parecía funcionar, pero no. Ha decidido que pasa.

Y lo hace poniendo unas caras de asco divertidísimas y cerrando la boca como un resorte.

Hemos probado de todo: calabacín, judías verdes… nada.

La verdad es que todo el asunto no me preocupa nada. Sólo tiene siete meses.

Aún mi pecho es su fuente de alimento principal y ya llegará el momento en el que comerá.

Lo que me llama la atención es que hemos probado a darle potitos de inicio de farmacia y esos sí que le gustan.

Con lo aquerosos que están. ¿Los habéis olido? ¿Los habéis probado?

Me consta que es un misterio para muchos padres recientes que nuestros hijos sean capaces de comérselos encantados.

En la farmacia me han contado que es muy frecuente encontrar bebés así: que no arrancan con los purés caseros, que sólo aceptan los potitos.

Incomprensible.

No sé a vosotros, pero a mí tendrían que ponderme delante un billete bien gordo para terminarme uno.

El atragantamiento, otro temor propio de la madres recientes

Cuando estrené el blog lo hice con un post titulado Ser madre es vivir con miedo. Allí explicaba mi particular temor a las alturas.

Si estoy con un bebé en brazos en un balcón no estoy tranquila si no hay al menos medio metro entre nosotros y la barandilla. Y mejor si es un metro completo.

No tiene explicación. No tengo miedo a las alturas ni lo he tenido nunca si no hay bebé por medio.

Pues la semana pasada hablaba con una amiga, madre de un niño de 13 meses, de su pavor particular: el atragantamiento.

Ella si tiene motivos: tiene un hermano pequeño, con el que se lleva bastantes años, que se atragantó hasta el punto de ponerse morado y su madre, histérica, entregarlo al padre pensando que ya no había nada que hacer.

Afortunadamente el niño vomitó y ahora es todo un mozarrón de lo más saludable.

Y eso me ha hecho recordar que yo también tenía mis miedos cuando el peque comenzó a masticar.

De hecho usamos bastante con la fruta un chisme antiahogo consistente en una pequeña red con un asa. No sé aún si Julia lo usaré…

Os dejo un artículo de la guía del bebé de Consumer Eroski para saber lo que hacer:

En los últimos años, se viene divulgando un método para ayudar a expulsar de las vías respiratorias cualquier cosa que las pueda haber obstruido, consistente en efectuar con el puño una serie de compresiones rápidas en el centro del abdomen, justo por debajo de las costillas. Esa técnica, conocida como «la maniobra de Heimlich» -por ser ese el apellido del médico que la ideó- ha salvado muchas vidas, pero en niños menores de un año se efectúa de otra forma. Sigue siendo más conveniente empezar por los clásicos golpes en la espalda, si es que resultan imprescindibles, porque cuando un niño no consigue sacar lo que le ha atragantado pero aún puede ir respirando, lo mejor es llevarle a urgencias.

Si el bebé es capaz de respirar y tose enérgicamente:

– Mantener la sangre fría.

– Dejarle toser para que trate de resolver por sí mismo el atragantamiento.

– No intentar extraer el objeto con los dedos a menos que se esté muy seguro de poder hacerlo fácilmente, ya que se corre el riesgo de empujarlo más adentro sin querer.

– Pedir que preparen un traslado urgente al hospital por si fuera necesario.

– Si el atragantamiento no se resuelve en pocos minutos o la tos se empieza a debilitar, llevarle al hospital rápidamente, pero procurando evitar cualquier movimiento brusco que pudiera empeorar las cosas.

Si el bebé no puede respirar o le cuesta muchísimo:

– Pedir ayuda para trasladarle al hospital más cercano.

– Inclinar al niño cabeza abajo en un ángulo de unos 45º, apoyado en el antebrazo y sujetándolo bien por la barbilla, de modo que su cabeza quede más baja que el tronco pero no flexionada, y en esta posición, darle cinco golpes entre la paletillas de la espalda con la parte de la mano más cercana a la muñeca.

– Si con esto no expulsa lo que le ha atragantado, darle la vuelta para que quede con igual inclinación, pero boca arriba y con la cabeza ladeada, y apretarle cinco veces en el centro del pecho, un dedo por debajo del nivel de los pezones, con los dedos medio y anular. Lo que se pretende con cada empujón es que el aire ascienda por la tráquea y despeje las vías respiratorias.

– Si persiste la obstrucción, abrirle la boca poniendo el pulgar de una mano sobre su lengua y los otros dedos bajo la mandíbula para tratar de ver y sacar lo que le asfixia usando un dedo como gancho. Ahora bien, no se debe intentar extraer nada que esté tan profundo que el dedo no pueda pasar por debajo.

– Si no es posible sacarlo, intentar la respiración artificial.

– Repetir los golpes en la espalda y las compresiones en el pecho.

El calor, que a los peques altera

No sé si también sucede en vuestras casas, pero en la mía es llegar el calor y que el peque se me altere.

Y el calor de verano ya está instalado en Madrid desde hace unos días. ¿En qué se traduce?

Sobre todo en que come muchísimo menos: pasa de ser una lima a dejarse la mitad en el plato y querer saltar directamente a las cosas fresquitas como yogures, fruta, natillas…

También duerme algo menos, se despierta antes como un pollito sudado (es tremendo lo que sudan los peques cuando duermen). El año pasado llegaba a irse de su cama y ponerse a dormir en el suelo fresquito de la cocina. Ya os lo conté en su momento.

Y bebe cantidades industriales de agua. Imposible salir con él de casa sin una botella de agua en el bolso.

Pero también a nosotros nos afecta el calor. Así que no pienso contradecirle: si quiere comer menos, ya comerá más.

¿A los vuestros también les afectan estas temperaturas?

Los errores que cometemos como padres recientes

Creo que es algo inevitable: por muy buena voluntad que pongas, por mucho que te quieras esforzar, por muy bien informado que estés, nuestros primogénitos siempre pagan el pato de nuestros errores por ser los primeros.

Y los padres recientes que somos dados a la autocrítica reconocemos esas equivocaciones y nos prometemos a nosotros mismos no volver a cometerlas con nuestro segundo hijo.

Tal vez lo consigamos, pero no me cabe duda que erraremos en otros asuntos.

Puede que teniendo ocho o nueve hijos, al final lograsemos reducir los errores al mínimo. Pero me da a mí que no. Cada niño es tan distinto que siempre podríamos meter la pata en algo nuevo.

El pequeño primer error con el peque fue insistir en que durmiera en su cuna el primer mes. Con la niña ya somos unos fervorosos seguidores del colecho desde hace años y ella se ha ahorrado el tener que insistir en dormir con nosotros.

Pero siendo sincera, son dos los errores importantes que hemos cometido con él. Reconocerlo es el primer paso para arreglarlo. Y en ello estamos.

Uno ha sido darle de comer antes, no sentarle en su trona a comer con nosotros. Era algo que sabíamos que había que hacer, pero el otro sistema se había convertido en una rutina y sin darnos cuenta fueron pasando los meses unos detrás de otros.

Siempre fue muy buen comedor, en cuanto a cantidad y variedad, pero a resultas de nuestro error apenas masticaba y no cogía la cuchara.

Lo bueno es que los niños aprenden rápido: a los tres días de comer todos juntos ya estaba agarrando él la cuchara y masticando más y mejor.

El otro fallo importante ha sido no pasar demasiado tiempo con otro niños. Hemos paseado horas y horas a diario, con calor y con frío, hemos ido al parque a columpiarnos, hemos leído cuentos hasta saberlos de memoria y hemos cantado hasta acabar roncos.

Pero no hemos estado apenas con otros bebés. Además del primer hijo ha sido el primer nieto y el primer sobrino. Ha sido durante dos años y medio el único bebé en una familia que llevaba muchos años sin ellos. Y tampoco nos hemos visto más que de Pascuas a Ramos con otros amigos y familiares con niños.

Tendríamos que habernos esforzado más para que jugase con niños. Parece que el retraso que tiene en el habla puede venir de ahí..

Imagino que vosotros también tenéis vuestra propia colección de meteduras de pata.

Nosotros seguiremos acumulando errores según cumplan años. Seguro. Procuraremos estar atentos para intentar corregirlos rápido. Es lo mejor, lo único que podemos hacer.

Lo único en lo que no nos gustaría equivocarnos nunca es en sentar las bases para que sean buenas personas y en lograr que se sientan durante toda su infancia seguros y amados.