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Un buen chichón , un buen susto

Reflexiones de un pediatra curtido del Doctor Santi es uno de esos blogs que merece la pena tener en favoritos. Ese pediatra curtido y Amalia Arce son mis dos blogueros pediatras de cabecera.

Hace dos noches acudí al primero. Os cuento: Julia decidió ignorar su pequeña bicicleta de Pocoyó y encaramarse a la bicicleta de su hermano, demasiado grande para ella. La bicicleta volcó con ella encima y se dió de cabeza contra el armario. Inmediatamente la cogí, efectué ese parte de daños instintivo con manos y ojos que hacemos todos los padres recientes cuando nuestros hijos se llevan un porrazo, y noté que en un lado de la cabeza estaba creciendo un buen chichón.

El remedio inmediato: calma chicha por mi parte (tengo suerte, por naturaleza se me da bien conservar la sangre fría en esas situaciones), frío en la zona del golpe (en el congelador tengo siempre una bolsa blanda que compré en la farmacia que es muy recomendable), y muchos mimos en el sofá. Pronto quedó claro que estaba bien: tenía un huevo considerable, pero también hambre, buen humor y ganas de jugar. No obstante por la noche acudí un par de veces a comprobar que estaba bien.

En casos así siempre rcuerdo las palabras de mi pediatra cuando Jaime comenzaba a andar: «cuidado con los picos, que son los que fracturan cráneos, el resto de golpes por caída suelen ser leves aunque resulten aparatosos».

Mientras estaba en el sofá con ella estuve buscando información sobre golpes en la cabeza, que siempre tienen su aquel, en páginas de confianza como la que os mencionaba al principio del blog. El post al respecto del Dr.Santi está tan bien explicado, que no puedo resistirme a dejaros un fragmento por si os véis en esa tesitura y a recomendaros que lo leáis entero:

A grandes trazos, los golpes en la cabeza se pueden dividir en dos tipos:

Los leves y sin pérdida de conciencia. En la mayoría de los casos, por espectacular que haya podido parecer el golpe, el niño se recupera sin problemas, como si nada hubiera ocurrido. En estos casos, no es necesario acudir al médico y basta con que una persona responsable observe la evolución del pequeño durante 24 horas para comprobar que su comportamiento es normal. Si hay síntomas pasados algunos minutos, como cansancio, palidez o llanto inconsolable, hay que estar alerta. Si, además, el niño tiene náuseas, vómitos o mareos, es imprescindible acudir al medico.

Los que implican un pérdida de conciencia breve. En estos casos, sí es necesario un reconocimiento médico. El especialista decidirá si es conveniente una radiografía de cráneo para detectar posibles fracturas o una TAC para descartar lesiones cerebrales.

En la mayoría de casos, se tratan de traumatismos craneales de carácter leve. Aun así, es necesario realizar una vigilancia domiciliaria estrecha (incluso despertándole por la noche si lo indica el médico) durante las siguientes 24 horas. Es normal que el niño continúe un poco asustado, que no recuerde el momento del golpe, que tenga algún vómito esporádico o se queje de cefalea difusa en las horas siguientes, pero hay que acudir a urgencias si se detecta alguno de estos síntomas:

  • Cefalea o irritabilidad intensas y persistentes.
  • Vómitos persisten pasadas unas ocho horas.
  • Alteración del equilibrio, de la forma de andar, de la visión, de la forma de hablar, etc
  • Movimientos extraños, incapacidad para moverse o pérdida de fuerza de manos o piernas.
  • Sale sangre o un líquido transparente (líquido cefalorraquídeo) por los orificios nasales o por los oídos.
  • Si está desorientado, confuso, no conoce a los familiares próximos o no sabe dónde está.

No solo curan las medicinas

En todas las casas con niños pequeños lo sabemos. Las medicinas son importantes para lo que son, por supuesto, pero hay un tipo de dolor cotidiano y sin consecuencias que todos los padres (y abuelos y tíos…) recientes aprendemos a curar de muchas otras maneras.

Lo curamos con besos, con abrazos, con muchos mimos.

Lo curamos con fantásticas tiritas de colores.

Lo curamos con encantamientos milagrosos.

Lo curamos con bailes y balanceos.

Lo curamos con el pecho si aún están lactando (la teta que todo lo cura decíamos nosotros).

Lo curamos cogiendo el dolor con la mano y tirándolo por la ventana.

Lo curamos con chuches, que endulzan cualquier golpe o caída.

Incluso los hay que lo curan devolviendo el golpe al suelo, el pico del mueble o la puerta golpeadora (algo que a mí particularmente no me gusta).

Y por supuesto están las canciones que curan.

Las clásicas:

Y alguna que otra nueva, que en mi casa al menos ha desplazado a la anterior:

Más de 5.000 niños se caen al año por las ventanas en Estados Unidos

Es una noticia que ha salido estos días y que me ha recordado mi fobia particular a ver niños junto a ventanas y balcones abiertos.

En la noticia cuentan que en 19 apenas ha descendido un poquito la incidencia de descalabros. Según los expertos hay tres causas principales: son curiosos, no comprenden bien los riesgos y tienen el centro de equilibrio más alto.

En mi primer post, el 27 de noviembre de 2007, comentaba lo siguiente:

Lo que más me aterra a mí en particular son los lugares altos. No soy capaz de tener a mi bebé en brazos en el balcón a menos de cuatro pasos de la barandilla. Mucho menos consiento en que lo tenga otro. Y hablando con más madres he descubierto en que no soy la la única en tener este ridículo miedo a las alturas.

Entonces Jaime tenía un año y tres meses. Ahora tiene cinco años recién cumplidos y Julia casi dos y medio. El miedo persiste y de hecho ahora es mucho más peligroso que cuando escribí aquello y Jaime apenas caminaba.

Ahora son niños que saben saltar, trepar, correr e incluso (en el caso de Jaime), hacer fuerza con los brazos para plantar el culo sobre la encimera de la cocina y robar comida.

Seguimos obviamente sin dejarles nunca solos en terrazas ni balcones ni en habitaciones que tengan acceso a terrazas o balcones. Y creo que vamos a colocar ya mismo en unas cuantas ventanas (son correderas) de la casa unos archiperres que permiten dejarlas entreabiertas para ventilar pero limitan su apertura.

Ya hace casi tres años que forramos la terraza por dentro con un rollo de bambú para evitar que se le ocurriera utilizar los barrotes horizontales que tiene como escalera.

Toda precaución es poca, más aún con Jaime, que es un niño grande y fuerte y debido a su autismo nada nos asegura que desarrolle pronto esa correcta valoración del peligro. Las personas afectadas de autismo, niños y adultos, tienen una mayor incidencia de accidentes de distinto tipo: caídas, ahogamientos, atropellos…

En febrero de 2010 Amalia Arce, madre y pediatra, contaba en su blog que:

En los países desarrollados, en los que la mortalidad infantil por enfermedades infecciosas y enfermedades prevenibles mediante vacunación, ha disminuido drásticamente, los accidentes ocasionan el 40% de las muertes. Esto supone 20.000 muertes anuales en niños entre 1 y 14 años. En nuestro país estamos un poco mal… pues ocupamos la octava posición en el ránking.

Los principales escenarios para los accidentes son la vía pública (predomina en niños más mayores) y el domicilio (predominante en los más pequeños). El colegio aparece como un lugar por lo general bastante seguro.

Aunque los accidentes más frecuentes son las caídas y los golpes, siguen muy de cerca los accidentes de tráfico (con frecuencia más graves) y las intoxicaciones y los atragantamientos. En todas las casuísticas los niños (varones) muestran unos porcentajes más elevados de accidentes y mortalidad de los mismos. De hecho los estudios demuestran que ser varón incrementa en un 70% la probabilidad de muerte accidental.

¿Vosotros habéis tomado alguna precaución con terrazas y ventanas? ¿Os habéis llevado algún susto?

«¡Quita pupa mamá!»

Hoy Julia se ha pegado un buen coscorrón en el parque. Estaba emocionada correteando y pateando una pelota cuando se ha caído y ha ido a dar con la frente contra una moto balancín.

No es que sea nada grave, pero enseguida ha salido un huevecillo.
Hemos ido a una farmacia a comprar y poder aplicar árnica en un rollon (sí, aquello que le daban a Zipi y Zape en versión moderna).

Aparentemente ha pasado todo. Ha estado jugando y saltanto tan contenta. Pero antes de dormir ha vuelto a ponerse tontorrona. Se tocaba la frente y decía «quita pupa mamá».

«Ojalá pudiera» le he contestado, recordando cuando yo era niña, estaba enferma o dolorida y mi madre me decía «ojalá pudiera pasarlo yo por tí». Tiene poco más de año y medio, Para ella sus padres aún somos superpapá y supermamá.

Desgraciadamente no lo somos. Con el tiempo, paulatinamente, lo irá descubriendo. Como lo hemos hecho todos.

Pero ojalá fuera así y uno de mis súper poderes fuera librarla de todo mal.

——

La ilustración es de Mastropiero, un estupendo ilustrador freelance méxicano.Ha colaborado con las revistas Complot, 15 a 20, Veintitantos, Tierra Adentro, H Extremo, H para hombres, Récord Luchas, y para editoriales como Alfaguara y Trillas.

Otro tipo de caídas

Ya hablé de los tropezones y porrazos que se dan los peques.

Desgraciadamente el pan nuestro de cada día. De hecho este lunes ha aparecido la mejor amiga de mi peque en el cole con la cara descalabrada tras darse de bruces con una banqueta (desde aquí te deseo que recuperes tu preciosa carita pronto).

Pero creo que hay un tipo de caídas más peligrosas: las de los adultos con un bebé en brazos.

Ayer casi me caigo yo con Julia. Tropecé en una alfombra. Por suerte estaba al lado de una cama y el instinto hizo que en un décimas de segundo la depositara encima (aunque menos suavemente de lo que ella hubiera querido) y yo me dejé la rodilla contra el suelo en pleno escorzo.

En mi familia hay una persona que, hace ya muchos años, cayó por las escaleras con un bebé de unos familiares. También viró a tiempo y no se rompió la espalda de milagro.

Y unos amigos presenciaron un espectacular lanzamiento de bebé contra sofá al desparramarse un padre reciente por la escalera de su dúplex.

En definitiva, que todos los casos que conozco quedaron en un simple susto. Pero en aquellos otros en los que el niño acaba en el suelo me da que la cosa puede ser peliaguda, sobre todo si se trata de bebés muy pequeños.

Así que cuidadito con eso de levantarte con dos pies izquierdos si vas a acarrear a un bebé.

La pared no tiene culpa

Lo he visto ya varias veces: con amigos, en un familiar y en varias ocasiones con desconocidos en la vía pública.

La escena es casi idéntica: siempre sucede con niños muy pequeños, entre un año y medio y cuatro años.

El peque va corriendo sin mirar o jugando como un loco. Se pega un trompazo contra una pared, un escalón, una farola….

Con más daño que susto, empieza a llorar desconsolado.

Su madre le consuela mientras el padre le dice algo del tipo:

La pared te ha hecho daño. ¡Pared mala! ¿Quieres que papi pegue a la pared por haberte hecho daño? ¡Toma, toma y toma!.

Y ahí tienes a un señor hecho y derecho dándole sonoros cachetes al objeto inanimado en cuestión.

En ocasiones el niño se anima y arremete también a pataditas y con cara de asesino.

En todas las ocasiones me ha provocado el mismo estupor. Me reiría a carcajadas si no me quedara con los ojos como platos.

Mis padres eran de los que, una vez consolada, me decían «a ver si así aprendes a ir con más cuidado».

Tal vez por eso lo que a mí me saldría es explicarle que la pared no tiene la culpa de nada, que no pasa nada, que en esta vida se aprende tropezando.