Reflexiones de una librera Reflexiones de una librera

Reflexiones de una librera
actualizada y decidida a interactuar
con el prójimo a librazos,
ya sea entre anaqueles o travestida
en iRegina, su réplica digital

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¿Me pides Moby Dick y bebes un Starbucks?

El colmo del éxtasis para una personalidad tirando a obsesiva como la mía es que dos de mis debilidades se topen de forma casual en mis confines.

Oh, si, queridos, Café y Libro unidos ante mi regio pelucón por un hilo invisible del que me apresuré a tirar.

La cosa fue así: estaba yo atrincherada en mi escritorio revisando encargos de reginaexlibrislandianos asiduos cuando un potente efluvio cafetero me arrancó de cuajo el pelucón de los papelotes.

Como el radar ya estaba activo, empecé a mover la cabeza en un incontrolable frenesí olfativo tratando de dar con el origen. Objetivo localizado: mi cabeza se detuvo en seco a las 3, donde un joven aferrado a un vaso gigante de café me miraba dubitativo. Normal, si presenció mi fugaz metamorfosis en perrito de salpicadero totalmente fuera de control. Cuando yo recuperé la compostura el pareció hacer lo propio con su confianza en mi cordura, y se me acercó.

Cliente: Hola, buenas.Regina: (tratando de mirarle a los ojos y no a su Starbucks humeante). Hola, ¿qué tal?

C.: Mira, hace tiempo que quiero leerme Moby Dick. ¿Qué edición me recomiendas en español?

R.: ¿MOBY DICK? ¿Quieres MOBY DICK, de Herman Melville?

C.: Estooo, sí, Moby Dick…

(Aquí creo que su fe en mi cordura empezó a tambalearse de nuevo)

R.: Tienes que perdonarme, pero es que me resulta curioso que seas tu precisamente quien me pida Moby Dick.C.: Vale, creo que me he perdido.

R.: Verás, es que llevas un café de Starbucks en la mano…

C.: Si, lo sé, ¿y eso que tiene que ver con Moby Dick?

R.: Pues que la cadena de Seattle bautizó a la empresa con el nombre de uno de los personajes de la novela de Melville. Starbucks estaba enrolado en el Pequod, y además de vigía en el ballenero era adicto al café…

C.: ¡Anda, ja, ja, ja! ¿No me digas? Pues no tenía ni idea

R.: En realidad el primer nombre que barajaron fue Pequod, como el ballenero, pero al final se decidieron por Starbucks.

C.: Pues mira que llevo cafés de Starbucks ‘recorridos’ y mas tiempo aún con la idea de leerme Moby Dick, pero ni idea de lo que me cuentas.

R.: Si, en fin. En cuanto al libro una de las mejores ediciones en rústica y con ilustraciones que tengo es la de Akal, pero si quieres una más manejable te recomendaría la de Alianza, la verdad.

Al final se llevó la de bolsillo, con idea de hacerse después con un ejemplar ‘de capricho’.

Y a mi me encantó verle abandonar mis confines con su Starbucks en una mano y su Moby Dick en la otra.

Y vosotros, queridos, ¿conocíais la relación de la cadena cafetera norteamericana con el novelón de Melville?

NOTA DE REGINA: Uno de los mejores antídotos contra una rutina aséptica es enrolarse una temporadita a bordo del Pequod a las órdenes del tullido y atormentado capitán Ahab, firme en su obsesión por dar caza a Moby Dick, la gran ballena blanca que se merendó su pierna. El día a día en un ballenero del SXIX junto a Isamel, Quiqueg y Starbucks, el prodigioso análisis del alma humana y la simbología que impregna cada una de las páginas de H. Melville hacen que el libro sea inmenso y maravilloso como un cachalote.

De cómo la BMW me dispara las ventas de On the Road, de J. Kerouac

Desde que un artefacto catódico-publicitario llamado BMW-On The Road explotó cerca de reginaexlibrislandia nada ha vuelto a ser igual ni en mis confines ni bajo mi pelucón.

Esta regia entidad librera que teclea febrilmente no sabe si uno de los últimos spots del gigante de los coches ha disparado las ventas de su modelo Serie 1, pero lo que si sé es que la onda expansiva del anuncio está reventándome la demanda de ejemplares de On the Road, de Jack Kerouak, traducido en España por Anagrama como En el camino.

Si, queridos, así es. Cada día desde hace un par de semanitas salen de mis confines una media de tres o cuatro ejemplares diarios, tanto en inglés como en castellano, y hay incluso quien se lo lleva en ambas ediciones. Es una auténtica barbaridad.

Y yo, que brindo por la BMW a la salud de uno de los clásicos de la contracultura made in yankilandia y de mis cuentas de resultados, he de reconocer que hay momentos en que siento cómo la estupefacción se abre paso a través de la euforia y me paraliza de los pies al pelucón.

Regina, cielo, me digo, mira que eres faulkneriana. Relájate y disfruta, tesoro, olvídate del 2007 y de lo que le deslució a Kerouak el 50 aniversario de su novelita…

Y ahí está la clave de mi ambivalencia emocional. Durante todo el año pasado especialistas de todo el planeta celebraron cada uno a su manera el 50 aniversario de la primera edición de On the Road, pero éste a duras penas abrió el apetito lector de la gente, al menos el de mis reginaexlibrislandianos, ni los de pro ni los esporádicos.

Por mi parte consagré al padre de la genereción beat y sus vástagos un rinconcito en mis confines, pero fuera de algún que otro ejemplar furtivo la obra de Kerouac se vendió como cualquier otro título de fondo: a trompicones.

Pero justo cuando estaba a punto de desmontar el altar kerouaciano va la BMW y me lanza catódicamente su obús-spot. Y aquí estoy, vendiendo En el camino como churros.

Para quienes no lo hayáis visto, hételo aquí, el anuncio:

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Y a vosotros, queridos, ¿os desató la BMW un deseo irrefrenable por devorar On the Road, de Jack Kerouac? ¿Recordáis algún que otro anuncio con novelita detrás?

«No me engañe, sé que el de Cornelia Funke ya se vende»

Qué injusta es la vida, queridos. Apenas llevaba unos minutos flotando tras uno de mis subidones libreros cuando llegó a mis confines un desaprensivo con vocación de acupuntor emocional y me reventó la burbuja, atravesándola con dos frases cargadas de alfileres.

Empecemos por lo bueno: la visita mañanera y fugaz de un reginaexlibrislandiano que había estado en la librería el jueves pasado.

Como aquel día buscaba ‘un novelón de esos que te arden en las manos y que encierran un curso acelerado de supervivencia social’, yo no titubeé y le di Las amistades Peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos.

Parece que acerté, y él tuvo el detallazo de pasarse para contármelo:

«Perdona… pero tenía que venir a decírtelo: me pasé todo el fin de semana pegado a Las Amistades Peligrosas. ¡Vaya libro! Yo no sé cómo no di con él antes, de verdad. Ufff. Ahora tengo prisa, pero quería que lo supieras. Me paso otro rato esta semana y lo comentamos si quieres…»

Y se fue, y me dejó plácidamente acomodada en mi pompa gigante, meciéndome en mi ego librero a metro y medio sobre el suelo con una sonrisa de satisfacción que me daba la vuelta a la cara, y pensando en el librito y en cómo lo disfruté yo en su día, queridos.

Si, porque más allá de que la adaptación al celuloide de 1988 fuera sublime y con un reparto de escándalo, la novelita epistolar es una auténtica maravilla que radiografía el alma de dos seres tan maquiavélicos como seductores de la nobleza de una ya decadente Francia dieciochesca.

Las cartas, impregnadas de sus pasiones -altas, pero especialmente las más bajas– revelan al lector el pulso entre la Marquesa de Merteuil y el Vizconde de Valmont, dispuestos a todo por masacrar al rival y salir airosos en un entorno en el que cada beso sabe a un veneno, en cada gesto late una traición y donde la inocencia se paga con la vida.

Así que ahí me tenéis a mi, empolvándome el pelucón dentro de mi burbuja de autosatisfacción para metamorfosearme durante un rato en la Marquesa de Merteuil, cuando llegó el cliente-acupuntor:

– Cliente: Oiga, ¡OIGA!- Regina: Si, buenos días, ¿qué desea?

– C.: Quiero Muerte de Tinta, de Cornelia Funke.

– R.: Ah, si, el que cierra la trilogía de Sangre de Tinta y Corazón de Tinta. Pues lo siento, caballero, pero sale a la venta el día 23… aún no está en las librerías. Quizá en algunas ofrezcan pre-venta, pero nada más.

– C.: Se equivoca.

– R.: A ver, un segundo que lo compruebe… Justo, Muerte de Tinta sale a la venta el 23 de Mayo y un par de semanas después Cornelia Funke vendrá a Madrid a presentarlo. Al menos es lo que me escriben desde Siruela, que es quien lo edita en castellano.

– C.: OIGA USTED SEÑORA O SEÑORITA, NO ME MIENTA SOLO PORQUE USTED NO LO TIENE AÚN O PORQUE NO ME LO QUIERE VENDER, PERO SÉ QUE EN OTRAS TIENDAS YA ESTÁ AGOTADO. ¡ADIÓS!

¡CHOFFF! A mi se me reventó la burbuja y caí de morros sobre mi regio suelo con una mueca de interrogación en el rostro y el pelucón del revés.

Para cuando reaccioné él ya se había esfumado, dejando tras de sí una estela de energía negativa reconcentrada que pulvericé aferrándome a otro ejemplar de Las Amistades Peligrosas.

Además la escenita me dio pie para recordar uno de los grandes momentos de mi adorada Marquesa de Merteuil que es toda una clase magistral sobre cómo actuar de cara al público cuando éste no te muestra su lado más, ejem, agradable y una tiene que capear el chaparrón de grosería e irracionalidad con elegancia:

“Aprendí a sonreír mientras por debajo de la mesa me clavaba un tenedor en la palma de la mano”

Decidme, queridos, ¿hace falta ser tan desagradable en esta vida? ¿Cuelgo un cartel invitando a que la gente deje fuera de reginaexlibrislandia sus neurosis? ¿Habéis leído Las Amistades Peligrosas? ¿Y algo de Cornelia Funke?

Noqueada por la deshojadora de libros

Tengo que dejar de ser tan escandalosamente permeable a estímulos literarios y/o cinematográficos, queridos. O eso o enloquezco del todo.

Es como si mi regia existencia estuviera vertebrada en tres que se despliegan en paralelo: la de las ficciones de libros y películas que me llenan las horas ajenas a la librería, la vida propia de reginaexlibrislandia y la carga vital de quienes se adentran en mis confines. Mientras cada una de ellas permanezca en su espacio no hay problema. Pero cuando hay escapes y encuentros fortuitos entre elementos de las tres a mi se me cortocircuita el pelucón y me pierdo en una dimensión desconocida: la cuarta.

Mi última visita a esa cuarta dimensión fue hace unas horas. Resulta que la noche anterior volví a ver la Rebeca de Hitchcock, porque tengo un debate pendiente con reginaexlibrislandiano asiduo sobre la adaptación del maestro británico de la novelita de Daphne Du Maurier, cuya relectura terminé hace un par de días.

Así que ahí me teníais a mi, de nuevo plumero en mano, tejiendo mentalmente mi red argumental sobre la comparativa entre novela y su versión en celuloide y mascando una de las gloriosas frases de la película:

«¿Verdad que no se puede estar cuerdo viviendo con el diablo?»

Ya que estamos os diré que ambas, novela original y adaptación, logran inquietarme hasta el delirio, así que mentiría si no os dijera que tenía el ánimo ligeramente desbocado.

Y ahí fue cuando entró ella en mis confines, una mujer de mediana edad, pelo encanecido y unas facciones tan duras que parecían horadadas en granito y que enmarcaban una mirada entre vacua y ausente. Cuando me habló lo hizo con una carga de autoridad tal que os juro por la pluma de Shakespeare que hubiera podido detener en seco una espantada de búfalos en el medio oeste norteamericano:

Clienta: Buenas tardes, señortita.

Regina: Buenas tardes, ¿puedo ayudarla?

C.: Eso espero. Quiero dos ejemplares de Nada, de Carmen Laforet; dos de El hereje, de Delibes; dos de Calígula, de Camus. Ah, si, y dos del nuevo de Ruiz Zafón.

R.: Disculpe, ¿dos de cada, o solo del de Zafón?

C.: No, dos de cada uno de ellos.

R.: Bien, a ver qué puedo hacer, un segundo.

Mientras recopilaba lo que me pidió trataba de separar mentalmente las dos figuras que mi enfermiza mente cuatridimensional acababa de solapar. Eran, claro, las de la mujer y la de la Señora Danvers, la perversa y oscura ama de llaves de la mansión Manderley obsesionada con la primera señora de la casa.

Claro, queridos, que la buena mujer aún no hubiera hecho nada definitivamente sospechoso no era obstáculo para que yo la arrastrara a mi cuarta dimensión ni para que yo me hubiera metamorfoseado en la joven e inocente segunda esposa de Maximilian de Winter…

R.: Bueno, parece que hubo suerte: aquí los tiene.

C.: Perfecto, muchas gracias. Lo normal es que me toque ir de una librería a otra porque no es fácil que siempre tengan más de un ejemplar salvo que se trata de una novedad.

R.: Disculpe pero, ¿siempre compra dos ejemplares de cada?

C.: Si, siempre.

R.: ¿Y puedo preguntarle por qué?

C.: Verá, mi biblioteca es como un santuario, así que uno de los ejemplares va directo a sus baldas. El otro es el que me leo y el que llevo encima porque me muevo mucho, tanto dentro de la ciudad como a otras ciudades. Por eso lo que hago es ir arrancando páginas según me las voy leyendo.

R.: ¿Arrancándolas dice?

C.: Si, las voy arrancando. Y cuando termino la última la tiro, junto con las pastas, al cubo de basura más próximo. Si ya me leí el libro y si el otro ejemplar ya está en mi biblioteca, ¿para qué iba yo a quererlas? Dígame usted, ¿Para qué IBA YO A QUERERLAS, SE-ÑO-RI-TA?

Ay de mi, queridos, sólo le faltó rematarme con la también mítica frasecita de Rebeca:

«Y otra cosa: no se ponga nunca un vestido negro, ni un collar de perlas, ni tenga nunca 36 años.»

Me dejó aterrada y muda, con las facciones congeladas en una mueca de estupor total.

Me hubiera gustado preguntarle que cómo podía deshojar libros impunemente, descuartizar historias y reconocérmelo con esa frialdad. Quise saber por qué no cedía esos ejemplares sobrantes a bibliotecas o cómo era que no los llevaba a librerías de ejemplares usados…

Pero no pude, la deshojadora-Danvers me noqueó, queridos. Me temo que hoy soñaré con ella…

Y vosotros, ¿qué opináis de su afición por descuartizar novelas? ¿Habíais oído algo semejante? ¿Qué diríais a la buena señora? Es más, ¿qué le digo si vuelve?

 

¿Tienes «El guerrero entre la cebada», de Salinger?

A cada uno lo suyo, queridos, nada de intrusismos. Por eso y porque, además de reinona librera soy noctámbula, hipotensa y cafeinómana siempre dejé las primeras luces del día para los ruiseñores y demás seres que las disfruten.

De hecho, en reginaexlibrislandia de buena mañana hay más vida en el plumero que bajo mi pelucón, y mi relación con el mundo se limita a algún que otro gruñido ininteligible.

Pero El Señor (llamadlo X) en su infinita bondad me llenó ese lapso mañanero en el voy de la vigilia a sueño y vuelvo, y vuelta a empezar entretenida con tareas administrativas, pedidos de clientes y mares de café. Y así como voy amaneciendo a trompicones hasta llegar al mediodía parlanchina y espídica, en todo mi esplendor.

Sin embargo hoy una clienta me sacudió el sopor de una sola frase pasadas las diez de la mañana:

– Clienta: Buenos días, busco un libro- Regina: Mmm, bien, ¿cuál es?

– C.: Seguro que lo tiene, es un clásico: «EL GUERRERO ENTRE LA CEBADA»

– R.: ¿El guerrero entre la cebada?

– C.: Si, es muy famoso. Tiene que conocerlo.

– R.: Pues si le digo la verdad, no caigo… déjeme pensar… ¿Guerrero? ¿Cebada?

(Y aquí, misterios del universo, fue cuando se me encendió un neón púrpura en el cerebro: CENTENO, CENTENO, CENTENO…)

– R.: ¿Seguro que es «cebada«? ¿No podría ser «centeno«?- C.: Uy, pues quizás… ¿El guerrero entre el centeno?

– R.: Creo que se refiere a El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger.

– C.: ¡Si, si, ese, de Salinzer!

Se lo di, y se fue. La gracia del patinazo y mis esfuerzos por mantener a raya mis rasgos para no dejar escapar una risilla traicionera fueron como una descarga eléctrica. Y he de deciros que para mi sentirme de sopetón tan despierta a esas horas fue una experiencia total y definitivamente reveladora.

Y a vosotros, queridos, ¿os ha patinado alguna vez algún título?

Además, para terminar el día como lo empecé, a carcajadas, os dejo para seguir devorando la nueva novelita de Eduardo Mendoza: El asombroso viaje de Pomponio Flato… Una bacanal de risas a cada salto de linea, queridos, palabra de Regina.

¿Y si un etarra se leyera ‘El Principito’?

ETA ha vuelto a matar, y el silencio que sobrevino a los tres disparos a quemarropa que masacraron a Isaías Carrasco aún resuena en cada rincón de reginaexlibrislandia.

En un momento en que la rabia y el desconcierto crecían dentro de mi como una enredadera que me estrujaba los intestinos me dio por pensar qué demonios pasaba por la cabeza del asesino esta mañana al sonar su despertador, mientras se afeitaba frente al espejo, cuando apuraba su desayuno, al colocarse esa esperpéntica barba postiza…

Me pasó lo mismo cuando cayeron las Torres Gemelas de Manhattan y tras la barbarie de Atocha, y hace unos meses me lo recordaba Don DeLillo en su fabulosa El Hombre del salto, en la que reconstruye de forma tan impactante como impecable la bitácora mental de uno de los pilotos suicidas en las horas previas a ‘su martitrio’, es decir, al 11-S.

Resguardada en mi burbuja de libros y ciñéndome bien mi piel de librera me pregunté qué lecturas habrían forjado el alma de los asesinos y, más aún, qué novelas podrían lograr que un terrorista se replanteara su vida y recobrara la lucidez necesaria para tirar las armas.

Tras darle muchas vueltas sinceramente creo, queridos, que El Principito podría ser un buen comienzo, la lectura capaz de abrir una fisura en ese búnker de estupidez y sinrazón en el que se atrincheran los etarras.

Por si hay alguno por aquí cerca va un adelanto de la obra magna de Saint Exupéry:

«CAMINANDO EN LÍNEA RECTA UNO NO PUEDE LLEGAR MUY LEJOS.» (Capítulo III).

Y vosotros, queridos, ¿qué lectura creéis que podría lograr que un etarra se replanteara su vida y abandonara lo indefendible?

¿Tapa dura o edición de bolsillo?

La ingesta indiscriminada de letras me ha convertido en un ser literal con tendencias melodramáticas o, lo que es lo mismo, reacciono ante determinadas situaciones metamorfoseándose en mis referentes novelescos.

Es lo que yo llamo mi fondo de armario, queridos, y para cada conflicto tengo un personaje que me ampara, o incluso varios. Ya veis, unos se enfrentan al mundo de la mano de Dior, Carolina Herrera o Cavalli mientras que yo me visto de Cervantes, Djuna Barnes, Proust, Hesse, Pizarnik o cualquiera de las deidades que habitan mi olimpo literario.

Por ejemplo, cuando he de afrontar un dilema opto por ponerme shakespeariana. Desenfundo mi piel de Hamlet con calavera de Yorick y todo y, hala, a buscarle sentido al universo, o a lo que tenga en mente. Precisamente ayer reginaexlibrislandia entera se materializó en el Castillo de Elsinore, en Dinamarca, y ahí estaba yo, azotada por el viento y la bruma, desgarrada por la siguiente cuestión:

– TAPA DURA O EDICIÓN DE BOLSILLO, ESA ES LA CUESTIÓN…

Recabando datos tomados desde mi privilegiado púlpito librero concluyo que, salvo cuando se trata de regalos, de ediciones especiales o una novedad con la tinta aún húmeda la gran mayoría de mis clientes prefieren las ediciones de bolsillo.

Lo hacen por la que he bautizado como cuestión de P.E.C. (Precio, Espacio, Comodidad). Para un ávido lector y bibliotecario doméstico, los tres o cuatro libros mensuales de media son, según la edición (hasta 11 euros bolsillo, el resto tapa dura en distintos formatos), un gasto asumible o un lujo inalcanzable.

En cuanto al espacio, el que dispone cada cual para su biblioteca es cada vez más reducido, bien por restricción de metros cuadrados por persona, bien por baldas ya atestadas, bien por la suma de los anteriores. Y lo de la comodidad viene determinado por una rutina a contra reloj, que obliga a devorar párrafos a hurtadillas en cualquier momento y lugar, por lo que cuanto más pequeño y manejable sea el libro, mejor.

Como colofón diré que en el mercado de las letras los sellos de bolsillo han brotado como setas en los últimos cinco años.

Mientras los grandes titanes del negocio del libro reeditan con un margen temporal cada vez más estrecho sus títulos estrella en formatos más económicos, otros a cuyos pies me postro rescatan del olvido títulos descatalogados o inéditos.

Como clienta y compradora compulsiva de letras hace años que, salvo gloriosas excepciones, me decanto por las ediciones de bolsillo por cuestión de P.E.C.

Pero, ¿y vosotros, queridos? ¿tapa dura o bolsillo?

Ménage à trois con Woody Allen y Groucho Marx

Siempre tuve una ajetreadísima vida interior. Cuando la realidad me cercaba y no tenía un libro por el que escaparme solo tenía que activar la regina ex-libris automática, programada para parpadear cada dos segundos y emitir algún que otro ‘A-ha’, ‘M-hm’ de forma aleatoria y, ¡ta-chán! podía seguir a lo mío, como una reinona.

Pero ahora, queridos, eso se acabó. En la librería nada de desdoblarme. Allí soy yo en todo mi esplendor y con todas mis sombras. Y esta Regina hoy decidió que reginaexlibrislandia era no una sucesión de baldas a reventar de libros, sino un hotel con aspecto de corrala donde escritores y personajes pasaban largas temporadas.

 

Y ahí estaba yo, la gobernanta, observándoles y reflexionando, como no, sobre el mejor modo de asignar las habitaciones, cuando llegaron dos huéspedes de excepción: Groucho Marx y Woody Allen.

Primero se presentaron ellos y, después, registraron a sus acompañantes.

Con el señor Groucho llegaron Camas, Groucho y yo, Memorias de un amante sarnoso, Groucho&Chico, abogados y Las cartas de Groucho.

Apenas a dos pasitos por detrás de Allen aparecieron Pura Anarquía, No te bebas el agua, Cuentos sin plumas, Adulterios, La bombilla que flota, Delitos y Faltas, Manhattan, Hannah y sus hermanas, Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, Balas sobre Broadway, Annie Hall, Interiores, Maridos y mujeres, Misterioso asesinato en Manhattan, No te bebas el agua, Perfiles, Recuerdos, Sueños de un seductor, Todo lo que usted quiso siempre saber acerca del sexo y Zelig.

Una vez despachado el papeleo llegó la hora de asignarles estancias. Allí estaban ellos, dos hombrecillos minúsculos de talentos titánicos acodados en mi mesa y observándolo todo con ansia voraz y nerviosa.

Regina, tesoro, me dije, ¿dónde les pongo, en cine o en narrativa?

Debieron leerme la mente, porque se abrió la veda y me entregué sin reparos a un ménage à trois cinéfilo-literario con Woody Allen y Groucho Marx. ¿Son del celuloide o de literatura? ¿Guiones a cine? ¿Relatos a narrativa? ¿Reflexiones a filosofía?

He de reconocer que yo era la más moderada en las opciones que planteaba.

– «¿Y en Cocina, señorita? Hacemos tragable lo intragable, como una buena salsa», sentenció Groucho bajo su bigote de pega.

– «A mi no me importaría ir a Manualidades-Papiroflexia… Siempre tuve tendencias origámicas», dijo Allen a media voz.

La súbita irrupción de Kafka en batín y ligeramente alterado aceleró la decisión.

De momento, Groucho y Allen se han quedado en narrativa. Pero, ¿dónde los buscaríais vosotros?

En cuanto a Kafka, necesitaba un ungüento para su compañero de cuarto, Gregorio Samsa, que según parece no se hace con la distribución de los muebles y se está escorando la espalda a golpes con la esquina de la mesa, el pobre.

Si me perdonais, voy a Narrativa-europeos a darles su cataplasma.