Reflexiones de una librera Reflexiones de una librera

Reflexiones de una librera
actualizada y decidida a interactuar
con el prójimo a librazos,
ya sea entre anaqueles o travestida
en iRegina, su réplica digital

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¿Me pides Moby Dick y bebes un Starbucks?

El colmo del éxtasis para una personalidad tirando a obsesiva como la mía es que dos de mis debilidades se topen de forma casual en mis confines.

Oh, si, queridos, Café y Libro unidos ante mi regio pelucón por un hilo invisible del que me apresuré a tirar.

La cosa fue así: estaba yo atrincherada en mi escritorio revisando encargos de reginaexlibrislandianos asiduos cuando un potente efluvio cafetero me arrancó de cuajo el pelucón de los papelotes.

Como el radar ya estaba activo, empecé a mover la cabeza en un incontrolable frenesí olfativo tratando de dar con el origen. Objetivo localizado: mi cabeza se detuvo en seco a las 3, donde un joven aferrado a un vaso gigante de café me miraba dubitativo. Normal, si presenció mi fugaz metamorfosis en perrito de salpicadero totalmente fuera de control. Cuando yo recuperé la compostura el pareció hacer lo propio con su confianza en mi cordura, y se me acercó.

Cliente: Hola, buenas.Regina: (tratando de mirarle a los ojos y no a su Starbucks humeante). Hola, ¿qué tal?

C.: Mira, hace tiempo que quiero leerme Moby Dick. ¿Qué edición me recomiendas en español?

R.: ¿MOBY DICK? ¿Quieres MOBY DICK, de Herman Melville?

C.: Estooo, sí, Moby Dick…

(Aquí creo que su fe en mi cordura empezó a tambalearse de nuevo)

R.: Tienes que perdonarme, pero es que me resulta curioso que seas tu precisamente quien me pida Moby Dick.C.: Vale, creo que me he perdido.

R.: Verás, es que llevas un café de Starbucks en la mano…

C.: Si, lo sé, ¿y eso que tiene que ver con Moby Dick?

R.: Pues que la cadena de Seattle bautizó a la empresa con el nombre de uno de los personajes de la novela de Melville. Starbucks estaba enrolado en el Pequod, y además de vigía en el ballenero era adicto al café…

C.: ¡Anda, ja, ja, ja! ¿No me digas? Pues no tenía ni idea

R.: En realidad el primer nombre que barajaron fue Pequod, como el ballenero, pero al final se decidieron por Starbucks.

C.: Pues mira que llevo cafés de Starbucks ‘recorridos’ y mas tiempo aún con la idea de leerme Moby Dick, pero ni idea de lo que me cuentas.

R.: Si, en fin. En cuanto al libro una de las mejores ediciones en rústica y con ilustraciones que tengo es la de Akal, pero si quieres una más manejable te recomendaría la de Alianza, la verdad.

Al final se llevó la de bolsillo, con idea de hacerse después con un ejemplar ‘de capricho’.

Y a mi me encantó verle abandonar mis confines con su Starbucks en una mano y su Moby Dick en la otra.

Y vosotros, queridos, ¿conocíais la relación de la cadena cafetera norteamericana con el novelón de Melville?

NOTA DE REGINA: Uno de los mejores antídotos contra una rutina aséptica es enrolarse una temporadita a bordo del Pequod a las órdenes del tullido y atormentado capitán Ahab, firme en su obsesión por dar caza a Moby Dick, la gran ballena blanca que se merendó su pierna. El día a día en un ballenero del SXIX junto a Isamel, Quiqueg y Starbucks, el prodigioso análisis del alma humana y la simbología que impregna cada una de las páginas de H. Melville hacen que el libro sea inmenso y maravilloso como un cachalote.

Hasta el pelucón de ‘ediciones de regalo’

Como reciba la ‘edición para regalo’ de alguna novedad más creo que me voy a poner a gritar.

Pero, ojo, maticemos, no tengo nada en contra de las ediciones conmemorativas o de aquellas de clásicos en las que se introduce algún elemento enriquecedor, como pueden ser ilustraciones. Esas sí son ediciones especiales de un título.

Por ejemplo, acaban de salir tres auténticas joyas, dos en Nórdica Libros y la tercera en galaxia Gütenberg: El festín de Babette de Isak Dinesen ilustrado por Noemí Villamuza, Bartleby el escribiente de H. Melville ilustrado por Javier Zabala y El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad ilustrado por Ángel Mateo Charris.

Pero no hablo de este tipo de maravillas, que va, yo hablo de los productos de temporada navideña, de versiones para regalo de las últimas novelas de Antonio Gala, Almudena Grandes, Javier Marías, Ildefonso Falcones, etc.

Hablo de cosas como que El Corazón helado, El Pedestal de las estatuas o La Catedral del Mar vayan en una caja de cartón e incluyan cualquier otro elemento multimedia, lo que sube entre 8 y 20 euros el precio de venta, cosa que en principio me beneficiaría. Pero no.

Y no solo es que no me beneficie, es que además me repatea porque cada una de esas ediciones especiales me ocupa en la tienda tres veces el espacio físico de su ejemplar original, con lo que puedo tener menos títulos en stock y menos expuestos.

Y para colmo resulta que hasta pasados Reyes para editoriales y distribuidores deja de existir el ejemplar original, y por más que insisto en mis pedidos ellos me endiñan la versión ‘atusada’. Y luego soy yo la que me tengo que tragar tres veces en una misma tarde cosas como:

– Hola, ¿tienes el último de Almudena Grandes?- ¿El corazón helado?

– Si, lo tengo en edición de regalo…

– Ah, no, pero yo lo quiero sin caja ni dvd. Vaya, solo el libro..

– Lo siento, no me quedan…

Más o menos la media viene siendo que de diez clientes que me han preguntado por un título uno se decide por esa otra edición de regalo. Los otros nueve se van con las manos vacías, y contrariados.

Y lo que ya me abre las carnes es que la idea de fabricar este tipo de ediciones venga de algún iluminado marketiniano de una gran editorial, alguien para quien el libro es algo como muy pobre, como muy soso, que desluce bajo el árbol navideño, pero que él convertirá en algo mejor.

No lo puedo evitar, esos especímenes me recuerdan a esas madres de la América profunda que adiestran, emperifollan y maquillan a sus retoñas hasta convertirlas en esperpentos de metro y poco a los que pasean por concursos de belleza a lo Pequeña Miss Sunshine.

Tras los mares de encaje, las toneladas casi palpables de laca, los flequillos en cascada y las capas de maquillaje está la niña, que es lo de menos porque nadie la ve. Lo mismo ocurre con estos libros. ¿Qué hay de malo en regalar el libro sin más?

Reconozco que soy excesiva y extrema y que mi respeto por la letra impresa no tiene, como el Libro de arena de Borges ni principio ni fin. Pero en estos casos se me llevan los demonios, y la prueba está en que ahora me voy.

Pero antes… vosotros, a quienes deseo un 2008 absolutamente fabuloso, regio y cargado de letras, ¿qué opináis de ese tipo de ediciones de novelas del 2007 para regalo? ¿Habéis comprado alguna? ¿Lo haríais?