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Las picaduras de arañas no suelen ser de arañas

Ocurrió en el verano de 2021, y fue una de esas noticias que ningún medio se resistió a contar, porque sus responsables saben que son caramelitos que los visitantes devoran con ansia. Por supuesto, nada que objetar al hecho de que los medios cuenten algo que es noticia. Pero sí a cómo lo cuentan.

El relato fue más o menos este. Un turista británico de vacaciones en Ibiza sufrió un mordisco en la mano de una araña violinista o reclusa parda mediterránea (Loxosceles rufescens), que pasa por ser una de las más venenosas de España. Aunque recibió tratamiento a las pocas horas, la picadura le produjo una reacción necrótica en los dedos, dos de los cuales se le tuvieron que amputar. El turista regresó después a Reino Unido a completar su tratamiento. En algunos medios la noticia vino acompañada por informaciones de contexto sobre la araña en cuestión, a menudo pintándola como un monstruo peligroso y aterrador.

Sobre todo, lo que faltaba en esta información era salpicarla con algunas palabras: presunto/presuntamente, posible/posiblemente… Porque lo cierto es que, salvando una vaga referencia del propio afectado a que le pareció ver una araña, no hay absolutamente ninguna prueba de que una de esas criaturas fuese la responsable del suceso, mucho menos de que se tratara de esa especie concreta. Más que contar una noticia con los estándares de rigor que se aplican a otro tipo de informaciones, daba la sensación de que los medios estaban relatando no el hecho, sino lo que anteriormente otro medio —el primero que lo dio— había publicado sobre el hecho. Y si el primer medio dijo araña, pues araña.

Pero… un momento: si los médicos que le atendieron declararon que esa era la causa, se supone que debemos fiarnos, ¿no? Ellos sabrán.

Araña violinista o reclusa parda mediterránea (Loxosceles rufescens). Imagen de Antonio Serrano / Wikipedia.

Bueno… No necesariamente. Un estudio clásico citado a menudo llegó a la conclusión de que el 80% de 600 presuntas picaduras de araña reclusa no eran realmente tales, cuando quienes las examinaban eran expertos en arañas. En otro más reciente, de 2009, solo 7 de 182 presuntas picaduras de araña lo eran. El resto de las lesiones se debían a picaduras de otros animales o, sobre todo y en una abrumadora mayoría (el 86%), a infecciones.

En la revista Western Journal of Medicine, el entomólogo de la Universidad de California Richard Vetter también advertía de que la gran mayoría de las presuntas picaduras de araña diagnosticadas por los médicos no lo son, y que incluso le han llegado cientos de consultas de médicos por picaduras de araña reclusa… en lugares donde estas arañas no existen. Vetter enumeraba una lista de 14 causas distintas que suelen ser las verdaderas causantes de las lesiones necróticas atribuidas a las arañas, incluyendo infecciones bacterianas, víricas (como el herpes) o fúngicas, y enfermedades como la diabetes o algunos tipos de cáncer.

En la misma revista, el toxicólogo Geoffrey Isbister avala la misma tesis, que la mayoría de las picaduras de araña no son tales. Añade que generalmente las arañas a las que se les atribuye la culpa de lesiones necróticas no tienen en su veneno los componentes necesarios para causar este efecto —la reclusa mediterránea sí los tiene—, a pesar de que en su país (Australia) son frecuentes los diagnósticos de necrosis causadas por arañas. Entre las causas verdaderas de estas lesiones cita infecciones fúngicas como esporotricosis o candidiasis, bacterianas por estafilococos, Mycobacterium ulcerans (causante de la úlcera de Buruli) o Chromobacterium violaceum, por virus como el herpes zóster, enfermedades inflamatorias raras como el pioderma gangrenoso, o reacciones a picaduras de otros artrópodos.

Con respecto a los otros culpables, tengo una experiencia personal que aportar. Por eso de ser biólogo (aunque soy inmunólogo, no zoólogo ni experto en picaduras de bichos), a uno suelen enseñarle picaduras cuyos portadores atribuyen a alguna araña, dado que no es la típica de mosquito o avispa. Y casi en el cien por cien de los casos el aspecto es tan característico que no deja lugar a dudas: moscas negras. Lo más curioso es que en muchas ocasiones quien pregunta ni siquiera ha oído hablar de la mosca negra.

Tengo también otra anécdota en primera persona sobre las infecciones, la causa mayoritaria de esas picaduras aparentemente aparatosas. Este verano a mi hijo pequeño le picó una avispa en el pie, algo típico en la combinación de niños y verano. Pero a la mañana siguiente el pie se había hinchado y enrojecido, con zonas entre los dedos de un alarmante color violáceo. De inmediato, a Urgencias. La médica diagnosticó con todo acierto: infección causada por la picadura. Antibiótico, y a los dos o tres días el pie recuperó su aspecto normal. En muchos de estos casos el culpable es el estafilococo, una bacteria que solemos llevar en la piel. Por suerte contamos con esa maravilla de la ciencia, los antibióticos. Pero si por mala fortuna diéramos con una variedad resistente a antibióticos, las cosas podrían complicarse.

Volviendo al caso del turista británico, su compatriota y naturalista Molly Grace, residente en España y experta en arañas, descartaba en su blog que la culpable fuese una de estas criaturas, menos aún una reclusa, al menos sin pruebas al respecto. Lo más chocante de todo es que, según publicó algún medio, un médico que atendió al paciente afirmó que el caso era «uno entre un millón». ¿Cómo es que un médico está dispuesto a certificar alegremente un diagnóstico que ocurre una vez de cada millón sin basarse en otra cosa que una conjetura, una hipótesis sin absolutamente ninguna prueba? ¿Cómo era aquello? Ah, sí: afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias.

Esto encaja perfectamente en el mensaje de un nuevo estudio publicado en Current Biology por un amplio grupo internacional de investigadores dirigido desde la Universidad de Helsinki. Los autores han rastreado los medios de 81 países en 40 idiomas en busca de noticias sobre picaduras de arañas publicadas de 2010 a 2020, recogiendo un total de 5.348 informaciones. Todo ello con el objetivo de comprobar hasta qué punto los medios son rigurosos cuando publican noticias sobre encuentros humano-araña, o no.

Y no: según los investigadores, el 47% de los artículos contenían errores, y el 43% podían calificarse de sensacionalistas. Los autores apuntan que «el flujo de noticias relacionadas con arañas ocurre por medio de una red global muy interconectada». Incluso un presunto incidente con arañas en una remota aldea de Australia puede propagarse por los medios de todo el mundo, que se limitan a copiar lo que otros han contado antes, sin molestarse lo más mínimo en cuestionar la información, contrastarla o buscar otras fuentes: si el Daily Bugle (por poner un medio ficticio) dice que la araña ha hecho tal cosa, pues sea.

Y así, dicen los autores, «el sensacionalismo es un factor clave que subyace a la propagación de la desinformación». Según el director del estudio, Stefano Mammola, «el nivel de sensacionalismo y desinformación cae cuando los periodistas consultan al experto adecuado, un experto en arañas y no un médico u otro profesional».

Podría parecer que todo esto no tiene la menor importancia. Salvo que las fake news son fake news, se trate de políticos o de arañas, y ningún medio que se precie está autorizado para criticar a otros si se las deja colar de este modo. Salvo que meter miedo a la gente pone en peligro especies que desempeñan funciones útiles en los ecosistemas. Las arañas no suelen morder a la gente. No obtienen ningún beneficio de ello, y en cambio es un desperdicio del veneno que necesitan para cazar. Solo atacan si se sienten amenazadas o si protegen su puesta de huevos. El hecho de que para la gran mayoría de la gente las arañas no sean cute no debería traducirse en una licencia para matarlas a diestro y siniestro.

Pasen y vean a la falsa araña con falsa cabeza de conejo

Uno piensa que ya lo había visto casi todo en formas extrañas de animales y que pocas cosas pueden sorprenderle… hasta que aparece Metagryne bicolumnata, la falsa araña con falsa cabeza de conejo; o de perro, o de lobo, según el gusto de cada cual. Pero para qué tratar de explicarlo. Se trata de esto:

Metagryne bicolumnata. Imagen de Andreas Kay / Flickr / CC.

Metagryne bicolumnata. Imagen de Andreas Kay / Flickr / CC.

No, no es un truco de Photoshop. Esta criatura realmente existe:

Metagryne bicolumnata. Imagen de Andreas Kay / Flickr / CC.

Metagryne bicolumnata. Imagen de Andreas Kay / Flickr / CC.

Y si quieren verla en acción, aquí está:

Todo ello por gentileza del biólogo Andreas Kay, que desde hace siete años se dedica a documentar y fotografiar la increíble biodiversidad de Ecuador, y a dejar el testimonio de su trabajo en Flickr.

Dibujo de Metagryne bicolumnata de Carl Friedrich Roewer, 1959.

Dibujo de Metagryne bicolumnata de Carl Friedrich Roewer, 1959.

En 2017 Kay fotografió en la selva amazónica a esta insólita criatura que sin embargo se conocía ya desde 1959, aunque el dibujo de Carl Friedrich Roewer, el aracnólogo alemán que la describió, era sin duda mucho menos espectacular.

La criatura en cuestión es un opilión; arácnido, pero no araña. Los opiliones están más estrechamente emparentados con los ácaros y los escorpiones, también arácnidos. Aunque a primera vista puedan confundirse con las arañas por sus ocho patas, un vistazo más detallado revela claras diferencias: las arañas tienen el cuerpo dividido en dos partes, cefalotórax y abdomen, mientras que los opiliones tienen ambos fusionados en un único bloque.

A mayor detalle, las arañas tienen varios pares de ojos, mientras que los opiliones solo tienen un par; que en el caso de Metagryne bicolumnata, al que llamaremos opilión conejo, no son los dos puntos amarillos en su falsa cabeza de conejo, sino que aparecen al frente del cefalotórax.

Otra diferencia esencial entre las arañas y los opiliones es que estos carecen de glándulas de seda, por lo que no fabrican tela. Y más importante para nosotros, tampoco tienen glándulas de veneno, por lo que son inofensivos. Para compensar esta falta de armamento, la evolución ha dotado a los opiliones de otras estrategias para defenderse de sus depredadores. Una de ellas, común en estos animalitos, es modificar su aspecto físico, ya sea para camuflarse en su entorno o para asustar.

Por ejemplo, algunos opiliones segregan un fluido defensivo amarillento que es nocivo para los depredadores. Otros, en cambio, carecen de esta defensa; pero alguno de ellos ha desarrollado en su caparazón dos manchas amarillas que simulan el fluido para disuadir a sus atacantes, aunque realmente no posean esta defensa. Estas coloraciones llamativas como advertencia de peligro se conocen en biología como aposemáticas; las serpientes coral, las avispas o las ranas venenosas tropicales avisan con sus colores llamativos de que no es una buena idea meterse con ellas.

En el caso del opilión conejo, el propósito de su estrambótico aspecto realmente no se conoce, aunque parece probable que se trate también de una defensa contra los depredadores. Entre las técnicas de mimetismo, algunas especies inofensivas desarrollan un aspecto parecido a otras peligrosas. Por ejemplo, hay moscas que parecen avispas, y la falsa coral es del todo inocua. Para estos opiliones, tener el aspecto de un temible mamífero puede ser la estrategia perfecta para que a nadie se le ocurra intentar comérselos. Aquellos ejemplares mejor disfrazados logran sobrevivir y pasar a sus descendientes los genes de ese perfecto disfraz, y la evolución sigue su curso.