Ideas muy extendidas sobre el coronavirus, pero incorrectas (5): las concentraciones de masas son «infectódromos»

En estos días vengo contando aquí que hay diferencias llamativas entre lo que dice o no dice la ciencia sobre los riesgos de contagio y las ideas que han calado mayoritariamente entre el público, por ejemplo en lo relativo a la desinfección, el humo del tabaco o el papel del botellón como principal culpable de los contagios. Hoy toca hablar de otra idea equivocada cuya realidad a muchos les sorprenderá como algo contrario a lo intuitivo. Pero para eso está la ciencia; ¿hay algo más contrario a la intuición que el hecho de que el Sol, que vemos moverse por el cielo, no sea el que gira en torno a la Tierra, sino al revés?

Las grandes concentraciones de masas son infectódromos: no parece que sea así

Si una reunión de 10 personas produce x contagios, una concentración de 10.000 personas produciría 1.000 veces x contagios. ¿No?

Esta fue la lógica que se esgrimió contra las manifestaciones feministas del 8-M en España, infectódromos, según medios contrarios. No puede caber ninguna duda de que en aquel momento fue una enorme imprudencia permitir la celebración de aquellas manifestaciones, con independencia de su mensaje o de las filiaciones políticas. La situación de entonces aconsejaba la máxima prudencia, sobre todo por la falta de datos concretos, y permitir aquellas concentraciones era claramente una insensatez; aún más insensato fue que quien debía ceñirse exclusivamente al discurso basado en la ciencia (imagino que imaginan a quién me refiero) alentara o al menos validara la participación en aquellas manifestaciones.

Pero más allá de esto y para no caer en la demagogia acientífica, es imprescindible analizar cuál es el impacto real de las concentraciones de masas en la propagación de esta u otras epidemias. Y aquí es donde surgen las sorpresas, porque lo dicho en el primer párrafo es sencillamente falso.

Sin ánimo de tratar de entontecer a nadie, es inevitable pensar que la idea del infectódromo es directamente tributaria del género de zombis: A infecta a B y C, quienes de inmediato se transforman e infectan a D, E, F y G, y así, en un rato, todos los presentes están contagiados, como en la boda de la película REC 3. Pero los virus del mundo real no funcionan así; pasan varios días hasta que una persona recién infectada es capaz de transmitir el virus a otras.

La existencia de este periodo de incubación y el hecho de que el contagio generalmente se produzca por contacto estrecho rompen la lógica (errónea) del infectódromo, como ya expliqué aquí detalladamente, incluso haciendo unas estimaciones numéricas con un propósito meramente ilustrativo. Suponiendo que a una gran concentración acuden diez personas infectadas, cada una de ellas en compañía de otras cinco, probablemente el número de contagios resultante de ese evento será el mismo que si cada una de esas diez personas se hubiera reunido con sus cinco acompañantes en un bar, una vivienda o cualquier otro lugar. Es más, los contagios serán mayores si esas reuniones se producen en locales cerrados y mal ventilados que si todas esas personas acuden a un gran evento al aire libre, como un partido de fútbol, un concierto en un estadio o una manifestación.

A esto hay una excepción, y son los supercontagiadores, aquellos que pueden transmitir fácilmente el virus a muchos. Un supercontagiador podrá contagiar a cinco si se reúne con cinco, mientras que quizá infecte a más personas cercanas durante un contacto estrecho y prolongado en un evento multitudinario. Pero en cualquier caso, las personas infectadas por el supercontagiador no infectarán a nadie más hasta pasado el periodo de incubación.

Lo anterior es la teoría; vayamos a la práctica. En EEUU hubo gran preocupación por las manifestaciones del movimiento Black Lives Matter que proliferaron por todo el país en plena pandemia. Y sin embargo, al menos dos estudios posteriores (uno y dos) revelaron que «no hay pruebas de que las protestas urbanas reavivaran un crecimiento de casos de COVID-19 durante las más de tres semanas después de las protestas«. «Concluimos que las predicciones sobre amplias consecuencias negativas en la salud pública de las protestas del Black Lives Matter estaban basadas en miras estrechas«, escribían los autores de uno de los estudios.

Manifestación del movimiento Black Lives Matter en Los Ángeles, junio de 2020. Imagen de morrisonbrett / Wikipedia.

Manifestación del movimiento Black Lives Matter en Los Ángeles, junio de 2020. Imagen de morrisonbrett / Wikipedia.

También el epidemiólogo de la Universidad de Columbia Jeffrey Shaman, una de las voces más autorizadas durante esta pandemia, contó a Healthline que él mismo había introducido datos en sus modelos para evaluar el impacto de estas manifestaciones en los contagios. Y lo hizo añadiendo un factor de corrección, porque en aquellas protestas (al contrario que en la España del 8-M) las mascarillas y la distancia social ya estaban recomendadas. «Si hubiéramos visto una reducción moderada en la transmisibilidad [debida a estos factores], aún habríamos visto un pequeño pico«, dijo. «Pero no lo vimos«. «No hubo ningún cambio en el número de casos que pudiera ser realmente atribuido a una anomalía como las protestas«. Y concluía Shaman: «Y según la lógica, no tendría sentido que lo hubiera«.

En España (que yo sepa) no ha aparecido ningún estudio similar relativo al 8-M. Pero mirando la evolución de los contagios en las tres semanas posteriores a las manifestaciones (ese plazo aproximado, considerado también en los estudios de EEUU, corresponde al periodo de incubación sumado al de diagnóstico de la infección), no puede interpretarse en las curvas nada que indique un impacto apreciable de aquellas concentraciones en la extensión de la epidemia.

Lo cierto es que no existen datos concluyentes sobre el impacto de las grandes concentraciones de masas en la propagación de epidemias. Como ya conté aquí, cuando los científicos del Centre for Evidence-Based Medicine de la Universidad de Oxford David Nunan y John Brassey se hicieron esta pregunta y reunieron los estudios científicos publicados al respecto, descubrieron que los datos son escasos y que no permiten llegar a una conclusión definitiva: «El efecto en las enfermedades infecciosas de restringir y cancelar reuniones de masas y eventos deportivos es precariamente conocido y requiere mayores estudios«, escribían. «Las mejores evidencias disponibles sugieren que los eventos de varios días con alojamientos compartidos y atestados son los que más se asocian con un aumento del riesgo. Las reuniones de masas no son homogéneas, y el riesgo debería analizarse caso por caso«.

Pero volvamos a las palabras de Shaman citadas más arriba. ¿Por qué un epidemiólogo dice que no tiene lógica creer que una manifestación multitudinaria pueda aumentar significativamente los contagios?

Recientemente ha aparecido un nuevo e interesante estudio (aún sin publicar) que ha tratado de responder a la pregunta: ¿cómo crece el riesgo de contagios a medida que aumenta el número de personas en una concentración de gente? Y los resultados podrán parecer paradójicos a quienes se guían por la ilógica zombi, pero confirman lo dicho arriba: el exceso de riesgo de contagio (medido como porcentaje de enfermedad asociado a ese riesgo añadido) es de 11,3% para reuniones de más de diez personas, pero el diferencial de riesgo que a esto se añade desciende a medida que aumenta el volumen de la concentración; 6,4% para más de 20 personas, 2,2% para más de 50 personas y menos del 1% para más de 100 personas. Los autores concluyen: «Los grandes grupos de individuos tienen un impacto epidemiológico pequeño; los grupos de tamaño pequeño a medio entre 10 y 50 personas tienen un impacto mayor en una epidemia«.

La razón que aducen los autores es, en el fondo, muy simple, y confirma lo dicho arriba: el número de contactos de una persona infectada en una reunión no aumenta de forma lineal con el aumento del número de personas en esa reunión. Dicho de forma más llana, aunque estemos rodeados por otros cientos o miles de personas, son nuestros acompañantes quienes corren el riesgo de contagiarse si estamos infectados.

Es más: Shaman ya advertía de que el riesgo real de contagios en las concentraciones de personas al aire libre está en los recintos interiores que esas personas comparten, como baños, bares, vestuarios de piscinas o playas, etc. Por lo tanto, un partido de fútbol o un concierto al aire libre, donde los espectadores comparten los baños, tiene más riesgo que una manifestación callejera, donde no hay baños. En el caso de los estadios y otros recintos al aire libre con instalaciones interiores, el riesgo podría minimizarse con medidas como la ventilación y la filtración del aire.

Otro nuevo estudio apunta también a conclusiones en la misma dirección. Se trata de un análisis publicado en The Lancet por la Usher Network for COVID-19 Evidence Reviews (UNCOVER) de la Universidad de Edimburgo, que estudia el efecto en la pandemia de las medidas adoptadas en 131 países y su levantamiento posterior. Entre las medidas analizadas se encuentra la prohibición de las reuniones de más de 10 personas y de las de más de 100 personas, que vienen a recoger aproximadamente todo el espectro de regulación adoptado en distintos países.

Ocurre algo curioso: al comienzo de introducir estas prohibiciones, la tasa de contagios desciende. Pero después, con las medidas aún en vigor, los contagios aumentan, y lo hacen más cuando se prohíben las reuniones de más de 100 personas que las de 10, lo cual es lógico; hay más contagios cuando se permite que se reúnan decenas de personas que cuando se limita el número a 10. Pero sucede que, cuando se levantan estas restricciones, los contagios no aumentan más por permitir las reuniones de más de 100 personas que por autorizar las de más de 10.

«Levantar la prohibición de las reuniones de más de 10 personas podría incrementar la transmisión en un 25%, el aumento más elevado entre todas las medidas«, escriben los investigadores. «No observamos una reducción sustancial de la transmisión después de la prohibición de reuniones de más de 10 o más de 100 personas, especialmente para más de 100 personas, lo cual produjo un aumento de la transmisión después del día 14; posibles explicaciones de este resultado incluyen una baja adherencia y, para las reuniones de más de 100 personas, un aumento de las reuniones a menor escala. Además, debe notarse que para la prohibición de las reuniones, no pudimos estratificar nuestro análisis en escenarios al aire libre o en interiores debido a la escasez de datos«.

En otras palabras, y una vez más, el estudio de los datos en 131 países no encuentra que permitir las grandes concentraciones de gente tenga un impacto negativo apreciable en la propagación de la epidemia. Es más, cuando se prohíben estas grandes concentraciones los contagios pueden incluso aumentar, quizá debido a que se celebran más reuniones de pequeños grupos que tienen un mayor efecto sobre los contagios.

Para terminar, una advertencia y una contraadvertencia. La advertencia es que no debemos tomar estos resultados como dogma; a diario muchos medios están cayendo en el error de presentar resultados de estudios individuales como si hubieran zanjado definitivamente una cuestión, pero generalmente no es así: en problemas tan complejos y con tantas variables implicadas es necesaria una acumulación de numerosos estudios con enfoques y metodologías complementarias para extraer conclusiones plenamente fiables.

Pero también hay una contraadvertencia, y es que con el estado actual del conocimiento científico, sin ser un mensaje a grabar en piedra, las evidencias disponibles hasta ahora sí parecen apoyar la limitación del número de personas en las reuniones de pequeño tamaño, pero en cambio no tanto la prohibición de las grandes concentraciones multitudinarias al aire libre. Ahora mismo no parece probable que ninguna autoridad sanitaria, ni en España ni en otros lugares, esté dispuesta a asumir el riesgo de autorizar grandes eventos. Pero con la ciencia en la mano, los empresarios de los espectáculos de masas al aire libre tendrían buenos motivos para quejarse de que sus negocios hayan sido suprimidos por completo, mientras se permite la apertura de bares, restaurantes, cines, teatros y otros locales cerrados con aforos de decenas de personas.

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