‘Gordofobia’, la asignatura pendiente del último estigma social

Quienes ya nos dejamos crecer las canas (nada de qué quejarse, a algunos no les crecen por mucho que las dejen) hemos presenciado cómo han cambiado los usos sociales en las últimas, digamos, cuatro décadas. Los desdenes y humillaciones hacia muchos colectivos no solo se han transformado en actitudes de respeto, sino que incluso los términos hirientes empleados antes se han reemplazado por otros no ofensivos.

Todos los ámbitos de la vida se han abierto a la inclusión, y hoy ya no es socialmente tolerable (legalmente ya no lo era) el menor indicio de marginación o discriminación por motivos de género, etnia, identidad u orientación sexual, discapacidad… Por supuesto que aún quedan rescoldos, y siempre quedarán, pero hay un frente común en la sociedad que reacciona con firmeza contra estos abusos. Más incluso que el estado general de opinión, un termómetro que da la temperatura social hacia asuntos como este es la reacción pública cuando se violan estos principios.

Pero incluso hoy, los gordos y las gordas siguen siendo gordos y gordas. Aunque en cualquier contexto medianamente formal se hable de obesos y obesas, algo dice que probablemente se trate más de vestir el lenguaje, tal como la «casa» se transforma en «vivienda» y la basura en «residuos sólidos urbanos». A pie de calle, en la conversación cotidiana se habla de gordos y sebosos con una naturalidad con la que ya no suelen pronunciarse palabras como «marica», «retrasado» o «paralítico», que antes eran admisibles.

La Venus del espejo de Rubens es a menudo utilizada como símbolo por el movimiento de aceptación de la gordura. Imagen de Wikipedia.

La Venus del espejo de Rubens es a menudo utilizada como símbolo por el movimiento de aceptación de la gordura. Imagen de Wikipedia.

Claro que el del lenguaje no es ni mucho menos el frente más crítico. ¿Cuántas personas gordas aparecen en los anuncios publicitarios, sin que sea precisamente para subrayar su sobrepeso? ¿Cuántas presentan telediarios o programas de televisión? ¿Cuántas encontramos en los mostradores de recepción de empresas o de hoteles de grandes cadenas? ¿Cuántas aparecen en películas sin que su gordura sea de un modo u otro una parte de la trama (para resaltar su fealdad, por ejemplo)? ¿Cuántas veces hemos visto en el cine que el gordito sea el líder, y no el gracioso secundario que se atiborra de comida, sirve de blanco de las chanzas, nunca liga, y además todo esto no le importa porque tampoco suele ser muy listo (lo siento, fanes de Los Goonies)?

Claro que hay razones para todo ello. La obesidad es, pregonan médicos y medios, la gran epidemia de este siglo, responsable de millones de casos de enfermedad cardiovascular y diabetes de tipo 2, y de incontables muertes por estas causas. La gordura es antiestética y es signo de hábitos nocivos, como el sedentarismo y la mala alimentación, que no solamente son costumbres insanas sino que además son contrarias a las tendencias. Y al fin y al cabo, la culpa de la gordura es del propio gordo o gorda, así que ellos lo han elegido. ¿No?

En realidad, lo anterior es una mezcla de verdadero y falso. Desde luego, el vínculo entre la obesidad y el riesgo cardiovascular u otras enfermedades es algo que no se discute. Pero la responsabilidad exclusiva del gordo en su gordura es un mito que la ciencia ha desmontado. Hoy se conocen factores genéticos que predisponen a la obesidad, lo que obliga a quienes los poseen a invertir un esfuerzo mucho mayor que otros para evitarla; un esfuerzo que muchos otros no harían si estuvieran en el mismo caso. No, la gordura no es una elección personal, y en cambio elegir la delgadez puede convertirse en el empeño infructuoso de toda una vida.

Pero lo anterior es el aspecto clínico de la gordura. Existe un segundo aspecto completamente independiente, y es el social. Que la obesidad sea una condición clínica no es en absoluto una excusa para estigmatizar a los gordos, como no se tolera hacia las personas afectadas por otras dolencias, estén o no causadas por factores genéticos o por hábitos de vida elegidos por el propio individuo: una persona en silla de ruedas no merece menos respeto por el hecho de que su lesión sea una desafortunada consecuencia de su afición al ciclismo.

Probablemente haya quienes nunca han pensado en esto. Y quienes, de primera impresión, cuestionen la verdadera existencia de una gordofobia. Recomiendo un pequeño ejercicio mental: piensen en un remake de la película Campeones de Javier Fesser, pero reemplazando a los miembros del equipo por gordos. ¿Imaginamos cómo sería? Sin duda, una panda de gorditos graciosos y sudorosos cuya obesidad serviría de risión y fuente de innumerables gags, y donde el desarrollo de la trama los conduciría a convertirse en esbeltos figurines.

¿Imaginan un programa de televisión dedicado a intentar que un grupo de homosexuales deje de serlo? Pues existe un programa de televisión dedicado a intentar que un grupo de gordos deje de serlo. No se escandalicen por la comparación; ambas son condiciones fuertemente influidas por factores congénitos que el individuo no elige. Los gordos del programa quieren dejar de serlo, bien porque están hartos de su peso, o bien porque están hartos del estigma. En tiempos pasados, muchos homosexuales fueron víctimas de pseudoterapias fraudulentas porque querían dejar de serlo para liberarse del estigma.

Imagen de NCI / Wikipedia.

Imagen de NCI / Wikipedia.

De hecho, el estigma de la obesidad es una categoría definida por la Organización Mundial de la Salud. «El estigma de la obesidad comprende acciones contra las personas con obesidad que pueden causar exclusión y marginación, y que conducen a desigualdades; por ejemplo, cuando las personas con obesidad no reciben un adecuado cuidado médico o cuando sufren discriminación en su puesto de trabajo o en entornos educativos», dice la OMS.

Y naturalmente, existe toda una literatura científica sobre el estigma de la obesidad, sobre sus manifestaciones interpersonales, sociales y laborales, y sobre los graves efectos psicológicos que acarrea. Quizá lo más intolerable es que uno de los campos frecuentes de esta estigmatización es la propia atención sanitaria.

Y ni siquiera se trata solo de que existan numerosos casos de denegación de cuidado médico a personas obesas por su gordura: según una amplia revisión de 2009, varios estudios han revelado que «los profesionales de la salud (medicina, enfermería, psicología y estudiantes de medicina) poseen actitudes negativas hacia los pacientes obesos, incluyendo creencias de que estos pacientes son vagos, incumplidores, indisciplinados y que tienen poca fuerza de voluntad».

Increíblemente, una mayoría de médicos consideraban que la principal causa de la obesidad era comer demasiado, por encima de factores genéticos o ambientales, «lo que sugiere que los médicos no están familiarizados con las investigaciones actuales que analizan las complejas causas de la obesidad», dice la revisión. Numerosos estudios citados revelan que los profesionales sanitarios sostienen actitudes negativas frente a los pacientes obesos, llegando a considerarlos «torpes, desagradables, feos» e incluso «estúpidos e inútiles».

Otra revisión de 2013 incidía en el hecho de que «varias campañas antiobesidad parecen favorecer la estigmatización de los individuos obesos como estrategia de salud pública», en la creencia de que esta estigmatización motivará a las personas gordas a adoptar hábitos más saludables. Pero, prosigue el artículo, «la evidencia empírica no avala esta suposición», sino que la estigmatización daña la motivación y la esfera emocional de las personas obesas.

Aún peor, el estigma de la obesidad también se ha globalizado. Según escribe este mes en la web de antropología Sapiens.org el arqueólogo e historiador de la ciencia Stephen Nash, «hasta al menos los años 90, varias sociedades, incluyendo la Samoa Estadounidense, Puerto Rico y Tanzania, eran gordo-positivas, lo que significa que mostraban una preferencia por los cuerpos rollizos».

«Pero en las últimas dos décadas, con el aumento de la globalización, estos mismos países han comenzado a estigmatizar la gordura«, prosigue Nash. «Mientras que en estas culturas la gordura antes representaba la fertilidad, la riqueza y la belleza, ahora se asocia con la fealdad y la falta de atractivo sexual». Según el autor, los estudios sugieren que este cambio se ha debido a la exposición a la cultura occidental a través de la televisión, el cine e internet.

Imagen de Tony Alter / Flickr / CC.

Imagen de Tony Alter / Flickr / CC.

Pero la prueba final y definitiva de que la gordofobia es el último estigma social aún vivo viene dada por un artículo publicado en marzo de 2018 en la revista The Lancet Diabetes & Endocrinology por un grupo de médicos y de organizaciones relacionadas con la obesidad. En aquel texto, los autores hacían «un llamamiento a los medios» sobre el tratamiento de la gordura, a propósito de varios artículos publicados en la prensa durante 2017.

Por ejemplo, uno de ellos, en el diario The Times, titulaba: «Trampas para Heffalumps [un tipo de elefante de los libros infantiles de Winnie the Pooh] librarán al Sistema Nacional de Salud de gorditos». Otro en el Daily Mail decía: «Por qué me negué a que mi hija tuviera una profesora gorda». El diario australiano Herald Sun publicaba: «¿Obeso? Probablemente eres demasiado vago para hacer ejercicio». Por último y más brutal, en la revista Esquire un artículo se refería a los gordos diciendo: «Los mataría a todos y haría velas con ellos».

Bien, ahora traslademos estos titulares a otros colectivos: «Trampas para Blancanieves librarán al Sistema Nacional de Salud de mariquitas». «Por qué me negué a que mi hija tuviera un profesor mujer». «¿Parapléjico? Probablemente eres demasiado vago para hacer ejercicio». «Mataría a todos los negros y haría velas con ellos».

Pero, y aquí viene la prueba prometida, titulares como estos habrían causado una repulsa internacional y habrían incendiado las redes sociales. Por el contrario, en el caso de los titulares reales, nadie, salvo los autores del artículo en The Lancet, ha dicho ni pío. «Estos artículos refuerzan que la estigmatización y la discriminación por el peso son aceptables, y así respaldan y alientan esta creencia en la sociedad», escribían los autores. «Hacemos un llamamiento a todo el mundo para pronunciarse en contra de la discriminación de cualquier clase, incluyendo el estatus de peso».

4 comentarios

  1. Dice ser Karl Marx

    <>

    Eso será en el Universo en el que usted resida, caballero, porque en el mío seguimos hablando de retrasados, paralíticos y maricones con la misma naturalidad de siempre, que perdurará me temo le joda a quien le joda. Y no me refiero a mí mismo y mi círculo íntimo solamente, sino a las conversaciones que se cazan al aire en un restaurante u otros sitios públicos.

    <>

    A lo mejor es porque, como bien ha señalado usted mismo antes de estas dos nefastas y terriblemente estúpidas líneas, la homosexualidad es una condición tan inofensiva (por muchos meapilas de diversas creencias que se ofendan) como pueda ser la heterosexualidad mientras que la obesidad es fuente de problemas de salud e incluso de riesgos mortales. La gilipollez de comparar ambas cosas es tan abominable, tan atroz que me resulta casi ofensivo para la inteligencia. A punto he estado de dejar de leer en ese punto.

    20 enero 2019 | 14:52

  2. Dice ser Paciente

    Efectivamente, lo comparto.

    Tras un accidente y más de un año sin tratamiento, mientras se me enviaba de consulta en consulta, sin hacer nada a nivel práctico que me hiciera mejorar, mi movilidad se vio limitada y no recuperaba. No se me dio ni rehabilitación que estoy pagando yo hoy en día, de mi propio bolsillo.

    Resultado del dolor inmovilizador, bajada de actividad. Resultado de la bajada de actividad física: incluso comiendo mucho menos, ganancia de más de 10 kg.

    Con llamarme gorda y echarme en cara que el problema era mío, como si el dolor me hubiera venido por eso, y no desde el principio por un accidente (y una pésima atención previa, pues estuve solicitando adaptación laboral por molestias, que ahora ya son crónicas y sin remedio, tras un reconocimiento médico que ignoró mis quejas y peticiones) lo solucionaban para tratarme con desprecio y no actuar con la debida diligencia para dar tratamiento.

    Cuando el tratamiento ha comenzado, pagado de mi bolsillo, el peso ha comenzado a bajar, sin el más mínimo esfuerzo, al poder recomenzar mi actividad, si no normal (ésa no voy a poder recuperarla) si algo más que antes.

    Y cuando vas a juicio y empiezas a pedir responsabilidades, todavía les tienes que escuchar que claro, que tengo que entender que los pobres está bajo mucha presión. Siento por ellos la misma lástima que ellos han tenido por mí, tratándome como a un animal estúpido o incapaz, en vez de ayudarme a mejorar: ABSOLUTAMENTE NINGUNA.

    Sí, los sanitarios necesitan educación en la materia, porque si a mí, por una situación coyuntural me han tratado así, no quiero pensar cómo no estarán tratando a personas con un problema más serio y alargado en el tiempo. Carecen de humanidad y escrúpulos y el juramento hipocrático no se lo exigieron de adorno. Fue la profesión que eligieron. Nadie les obligó a ello. A otros tampoco nos gusta nuestro trabajo (o nos obligan en él a realizar esfuerzos indebidos que degeneran en lesiones) y no por ello dejamos de hacerlo debidamente.

    20 enero 2019 | 17:05

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    20 enero 2019 | 19:11

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