Archivo de agosto, 2016

Drácula, Poe, el Kama Sutra y OK Go sobrevivirán al fin del mundo

No es que la música de OK Go sea de mi más especial predilección (como ya he manifestado aquí, mis preferencias suelen ir por otros sonidos), pero admiro lo que hacen estos cuatro tipos de Chicago. Adoro a la gente que camina en sentido contrario a los demás, a quienes se toman demasiadas molestias para algo que realmente no lo requiere, y a los que se enfrascan en algo anteponiendo la pasión al plan de negocio. Es decir, a quienes violan las tres leyes fundamentales del universo: la ley de la inercia, la ley del mínimo esfuerzo y la ley de la conservación de lo que sea.

Captura del vídeo de OK Go. Imagen de YouTube.

Captura del vídeo de OK Go. Imagen de YouTube.

Para quien aún no los conozca, explico que lo más distintivo de OK Go son sus vídeos. Entre tanta saturación de efectos digitales y realidad virtual, ellos se diferencian por organizar unas complejísimas coreografías reales, increíblemente sincronizadas, que a menudo se ruedan en un solo plano secuencia y que además en muchos casos juegan con la ciencia aplicada. Si les interesa descubrirlos, basta una simple búsqueda en YouTube. Pero hay un motivo para que hoy traiga aquí uno de sus clips, el de This Too Shall Pass.

Para este tema, organizaron un montaje al estilo de lo que en EEUU llaman una máquina de Rube Goldberg. Los que pasamos de los 40 tenemos aquí un equivalente cultural propio, los Grandes Inventos del TBO, cuyo principal artífice fue el dibujante catalán Ramón Sabatés.

Tanto Goldberg como Sabatés presentaban a un ficticio profesor (Lucifer Gorgonzola Butts en la versión americana, Franz de Copenhague en la española) que diseñaba unas complicadísimas máquinas cuyo resultado era una tarea muy tonta, fácilmente accesible por medios infinitamente más simples; por ejemplo, limpiar la boca con la servilleta. En el caso del vídeo de OK Go, el resultado final de su máquina es disparar un chorro de pintura a cada uno de los integrantes de la banda.

El motivo por el que hoy lo traigo aquí es que este clip de OK Go es el primer vídeo jamás codificado en forma de ADN. Ya he explicado aquí y en otros medios en qué consiste la codificación de archivos digitales en material genético: se diseña un sistema de conversión del código binario (unos y ceros) a las cuatro bases del ADN (A, T, G y C), se traduce el archivo deseado y se sintetiza una cadena de ADN con esa secuencia.

Y también he explicado por qué esta línea de investigación es interesante: los soportes digitales caducan rápidamente, bien porque se estropean, o bien porque aparecen otros formatos y soportes nuevos que dejan obsoletos a los antiguos. En cuanto a su conservación física, el ADN puede durar cientos de años, miles de años, incluso millones de años, según el sistema de almacenamiento elegido. Y en cuanto a su vigencia tecnológica, si de algo no cabe absolutamente ninguna duda es de que siempre vamos a seguir necesitando dispositivos de lectura de ADN. Las máquinas cambiarán, pero el ADN continuará siendo el mismo por los siglos de los siglos.

Entre los grupos de investigación que trabajan en esta línea se encuentra un equipo de Microsoft Research y la Universidad de Washington (EEUU). El pasado abril, los investigadores presentaron en un congreso la codificación de cuatro imágenes en forma de ADN. Ahora han anunciado un nuevo hito: la conversión a material genético de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en más de 100 idiomas, los 100 libros de dominio público más descargados del Proyecto Gutenberg, la base de datos de semillas del proyecto Crop Trust y, claro está, el vídeo de OK Go en alta definición. En total, 200 MB; una ridiculez para los tamaños digitales, un gran salto para el almacenamiento en ADN.

Según Karin Strauss, la investigadora principal del proyecto en Microsoft, eligieron este vídeo de OK Go porque guarda paralelismo con el trabajo que ellos llevan a cabo. «Son muy innovadores y están reuniendo en su campo cosas diferentes de distintas áreas, y sentimos que estamos haciendo algo muy similar».

Naturalmente, la codificación en ADN tiene sus inconvenientes, y siempre los tendrá. Tanto escribir como leer una secuencia genética es mucho más lento que escribir o leer un archivo binario, y más costoso. En general el sistema no se contempla como para un uso inmediato de los datos en dispositivos móviles, sino para crear repositorios a largo plazo. Pero a cambio, la densidad de información que puede alcanzar el ADN es 100 millones de veces mayor que las cintas magnéticas empleadas hoy en los grandes centros de datos: según los investigadores de Washington, los datos que llenarían todo el volumen de un hipermercado en formato electrónico caben en un terrón de azúcar si se traducen a ADN.

Pero sobre todo, su enorme ventaja es la durabilidad. Si algún día llegara ese fin del mundo que tantas veces hemos contemplado desde la butaca y del que tanto llevan advirtiéndonos, difícilmente se salvarían los datos digitales. Suelen decirnos que en el mundo existen muchas copias de toda la información que volcamos en la red, como estas palabras que estoy escribiendo. Pero ¿cuántas son «muchas»? ¿Decenas? ¿Centenas? ¿Millares, como mucho? Cada una de esas copias está escrita en un sofisticado y frágil soporte electrónico. ¿Cuántos de ellos se salvarían en caso de una catástrofe planetaria?

Como ha demostrado el investigador del Instituto Federal Suizo de Tecnología en Zúrich (ETH) Robert Grass, el ADN puede encapsularse en fósiles artificiales capaces de proteger la información que guardan durante miles o tal vez millones de años. El método consiste en encapsular la molécula en minúsculas bolitas de sílice de 0,15 milésimas de milímetro; es decir, granos de arena muy fina.

Hagamos una pequeña cuenta recreativa: según las compañías EMC Corporation e International Data Corporation, en 2020 el universo digital ocupará un total de 44 zettabytes (ZB), o 44.000 millones de terabytes (TB), o 44 billones de gigabytes (GB). La compañía Cisco calculó que un ZB ocuparía el mismo volumen que la Gran Muralla China. Tomando una cifra publicada para el volumen de la muralla de 34.423.725.600 pies cúbicos, o 974.771.357 metros cúbicos, tenemos que en 2020 el volumen total de datos digitales del planeta será de 42.889.939.708 metros cúbicos.

En forma de ADN, la densidad de almacenamiento es 100 millones de veces mayor, lo que nos daría un volumen de unos 429 metros cúbicos. La raíz cúbica de 429 es aproximadamente 7,5. Es decir, que en un cubo de arena de siete metros y medio de lado cabría, en forma de ADN, toda la información digital jamás producida desde el origen de la humanidad hasta 2020.

Y cuando se sintetiza ADN, no se fabrica una sola copia, sino millones. Playas y playas de nanocápsulas de sílice que conservarían todo lo que fuimos, durante millones de años. Por supuesto que, en caso de apocalipsis, deberíamos esperar a que los supervivientes reinventaran de nuevo la tecnología necesaria para leerlo. O a que otros lo hicieran por nosotros y así llegaran a saber quiénes fuimos.

Por si se lo están preguntando, en ese puñado de libros ya codificados para la eternidad solo hay uno de un autor español, y no es necesario que les aclare de cuál se trata. Pero lamento comunicarles que esta versión comienza así:

In a village of La Mancha, the name of which I have no desire to call to mind, there lived not long since one of those gentlemen that keep a lance in the lance-rack, an old buckler, a lean hack, and a greyhound for coursing. An olla of rather more beef than mutton, a salad on most nights, scraps on Saturdays, lentils on Fridays, and a pigeon or so extra on Sundays, made away with three-quarters of his income.

Antes de que nadie se lleve las manos a la cabeza, insisto en lo que he mencionado más arriba: son los 100 libros más descargados. El Proyecto Gutenberg también dispone de la versión original en castellano. Pero si el Quixote acumula más del doble de descargas que el Quijote, la culpa no es del Proyecto Gutenberg.

Y sí, están el Drácula de Stoker, La metamorfosis y El proceso de Kafka y (solo) dos de los cinco volúmes de las obras completas de Poe. Y Wells. Y Anna Karenina. Y Moby Dick. Y El corazón de las Tinieblas. Y El retrato de Dorian Gray. Y Madame Bovary. Ah, y el Kama Sutra, para que no se nos olvide nada. Personalmente, y si pudiera elegir, añadiría a Proust, La vida es sueño, algunas cosas de Hemingway, Fitzgerald, Steinbeck… Lovecraft… ¡Dinesen, claro!… Y los rusos… algo más de Verne… Y claro, todo el romanticismo español. Pero también Zola. Y Víctor Hugo. Qué difícil es elegir. Pero por razones que no vienen al caso, me gustaría poder volver a escuchar al menos la obertura de la Cavalleria Rusticana de Mascagni, el Moonriver cantado por Audrey Hepburn, November Rain de Guns N’ Roses, el Ecstasy of Gold/Call of Ktulu/Master of Puppets de Metallica, Janie Jones de los Clash y Ceremony de Joy Division. Y el Script of the Bridge completo de los Chameleons. Habría muchísimos más. Pero con esto creo que bastaría para entretenerme mientras espero el fin.