Un robot viola la primera ley de Asimov

Así dicho, podría sonar a pompa y artificio. De un vistazo superficial, podría parecer que el hecho de que una máquina haya causado daños, por suerte leves, a un niño, no pasaría más allá de cualquier otro accidente de un humano con un aparato; como, digamos, el que se pilla la corbata con la trituradora de documentos.

Pero cuando la máquina es un sofisticado robot de seguridad dotado de casi 30 sensores ad hoc y programado para vigilar a los malos y proteger a los buenos, entonces ahí lo tenemos, y no puede ser más literalmente cierto: «un robot no hará daño o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño», Isaac Asimov dixit en la primera de sus famosísimas Tres Leyes de la Robótica.

Los hechos: el Centro Comercial de Stanford, en Palo Alto (California), cuenta en su plantilla con los K5 de Knightscope, una especie de Robocops con ruedas –aunque su aspecto recuerda más a R2D2– de metro y medio de alto y unos 130 kilos de peso que patrullan por el centro para servir de apoyo a los guardias de seguridad humanos. Cuando el K5 detecta alguna anomalía, como un ruido inusual o un cambio brusco de temperatura, o cuando detecta a algún criminal fichado… no, no dispara; se limita a alertar a sus jefes basados en el carbono.

El K5 de Knightscope. Imagen de Knightscope.

El K5 de Knightscope. Imagen de Knightscope.

Dado que el centro comercial está situado en el Silicon Valley, nada más apropiado que un vigilante robótico. Pero dado que una de las virtudes del K5 es que sale más barato que un guardia de carne y hueso, a unos 6,25 dólares la hora, nada más apropiado para rescatar la vieja polémica que se remonta a los tiempos de la Revolución Industrial.

El caso es que el pasado 7 de julio, una familia se encontraba visitando el centro comercial cuando el pequeño de 16 meses Harwin Cheng resultó arrollado por un K5. El robot pasó por encima de su pie, causándole un golpe de morros contra el suelo, arañazos en la pierna y una inflamación, además de un susto de muerte.

Como era de esperar, hay una diferencia sustancial entre la versión de la familia y la de Knightscope. La madre del niño, Tiffany, dijo a ABC7 News: “El robot golpeó a mi hijo en la cabeza y él cayó de cara hacia el suelo, y el robot no se detuvo y siguió avanzando”. Por su parte, según The Verge, Knightscope declaró en un comunicado que “el niño abandonó la vecindad de sus guardianes y comenzó a correr hacia la máquina. La máquina giró a la izquierda para evitar al niño, pero el niño corrió hacia atrás directamente hacia el frente de la máquina, momento en que la máquina se detuvo y el niño cayó al suelo”.

Naturalmente, ante tal discrepancia caben pocas dudas sobre qué versión creer, aunque solo sea porque la de Knightscope no explica claramente las lesiones del niño; la empresa asegura que los sensores del robot no detectaron vibración, como debía haber ocurrido al pasar sobre un pie. Incluso el Roomba de iRobot, esa aspiradora casera que se convirtió en la primera máquina de uso doméstico admitida en el Salón de la Fama de los Robots de la Universidad Carnegie Mellon, sabe detenerse cuando encuentra un obstáculo.

Por otra parte, quienes tenemos hijos también sabemos que, cuando se empeñan, no existe robot en la galaxia capaz de esquivarlos. Sea como fuere, la compañía ha presentado sus disculpas a la familia y la ha invitado a conocer sus instalaciones, aunque no está claro si a los Cheng les quedarán ganas. Por el momento, los K5 del centro comercial han tenido que entregar sus placas y han quedado suspendidos de empleo y sueldo.

Aunque afortunadamente el suceso no ha pasado de anécdota, ilustra una situación que sin duda se repetirá con mayor frecuencia a medida que nuestra interacción con los robots se vaya multiplicando. Y lo peor de todo es que no siempre los casos que puedan presentarse estarán tan fácilmente cubiertos por las tres sencillas reglas de Asimov. Algo que escapa a este código básico y que últimamente ha sido objeto de comentarios es el dilema moral, especialmente en el caso de los coches robotizados autónomos que Tesla y otras compañías quieren popularizar en los próximos años.

El pasado mayo, un coche autónomo Tesla causó la muerte de su único ocupante cuando no pudo esquivar un camión que se interpuso de repente. Al parecer, el vehículo viajaba en modo de piloto automático mientras su conductor veía una película de Harry Potter, y los sensores del coche no distinguieron el camión blanco contra el cielo luminoso. La semana pasada se produjo otro accidente de un Tesla, esta vez sin daños. Aquí no hay debate posible: fue un error de la tecnología que revela sus imperfecciones.

Pero imaginemos esta otra situación: un coche autónomo circula con ocupantes en su interior, cuando de repente se encuentra inesperadamente con un obstáculo en el camino sin tiempo para frenar. Tiene dos opciones: estrellarse, poniendo en riesgo las vidas de sus pasajeros, o eludir el obstáculo y arrollar a un grupo de peatones. ¿Cuál es la decisión correcta? ¿Depende de si hay más personas dentro del coche o en la acera? ¿De si hay niños? ¿Podrán los afectados o sus familiares demandar al fabricante del coche? ¿Querría algún fabricante arriesgarse a perder una demanda con indemnizaciones millonarias?

El pasado junio, un estudio publicado en Science reunía una serie de encuestas que planteaban este dilema. La mayoría de los encuestados pensaban que el coche debería optar por sacrificar a sus ocupantes, aunque opinaban que esto no debería regularse por ley. Y como consecuencia de todo ello, se mostraban reacios a montar en coches que podrían tomar la decisión de liquidarlos para no dañar a otros.

La realidad puede ser más complicada que la ficción. Y si algo queda claro, es que tres leyes no bastan.

2 comentarios

  1. Dice ser zafirito

    ¿Alguien lo dudaba? ¿Alguien lo pedía? Esos trastos van a matarnos a todos.

    20 julio 2016 | 19:18

  2. Dice ser rompecercas

    Enseñanza: ni nosotros, y menos nuestras máquinas, somos capaces de racionalizarlo todo y controlar todos los factores de la realidad. Quien pretenda que la ciencia ha de dirigir todos nuestros actos nos lleva al desastre.

    21 julio 2016 | 23:05

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