La ESA inicia la misión más importante de su historia

No sé si algo ha fallado o faltado en la estrategia de comunicación de la Agencia Europea del Espacio (ESA), porque el inicio de una de las misiones más importantes de su historia –calificarla como la Top 1 es mi apreciación personal que ahora justificaré– ha tenido un rebote mediático mucho más débil que en otros casos. Y eso que la ESA está pareciéndose cada vez más a la NASA en sus amplios despliegues informativos, algo que es de agradecer.

Lanzamiento de ExoMars 2016 desde Baikonur el 14 de marzo. Imagen de ESA–Stephane Corvaja, 2016.

Lanzamiento de ExoMars 2016 desde Baikonur el 14 de marzo. Imagen de ESA–Stephane Corvaja, 2016.

En sus más de 40 años de historia, la ESA tiene un largo currículum de misiones estelares. El encuentro de Rosetta/Philae con el cometa 67P/Churyumov–Gerasimenko abrió telediarios en noviembre de 2014, y desde luego lo merecía; aunque en realidad los medios generalistas no estaban interesados en la ciencia de Rosetta, que después apenas ha trascendido más allá de las páginas especializadas, sino en la proeza técnica de dispararle a un cometa y acertar.

Dentro de esa larga lista de misiones de la ESA, mi favorita personal es Huygens, que el 14 de enero de 2005 aterrizó en Titán. Que alguien lograra posar un artefacto sano y salvo sobre una luna de Saturno es sencillamente escalofriante. Y aunque Huygens solo sobreviviera en su mundo de adopción durante 90 minutos, hoy perdura como el aparato que ha aterrizado más lejos de la Tierra. Y esa sola imagen de los guijarros de Titán (en realidad una composición de varios disparos; Huygens tomó cientos de fotografías, la mayoría durante el descenso) continúa siendo hoy el paraje más distante jamás fotografiado desde suelo firme.

La superficie de Titán, por la sonda Huygens. Imagen de ESA/NASA/JPL/University of Arizona.

La superficie de Titán, por la sonda Huygens. Imagen de ESA/NASA/JPL/University of Arizona.

Pero la misión iniciada hoy por la ESA marca un nuevo hito. Posarse en Marte y sobrevivir al intento no es algo que no haya logrado ya la NASA en varias ocasiones; pero hasta ahora, solo la NASA. El único intento anterior de la agencia europea, el Beagle 2 en 2003, se malogró. Y Rusia, el socio de la ESA en esta aventura, acumula una larga lista de fracasos marcianos.

El lanzamiento de esta mañana desde Baikonur (el cosmódromo ruso en Kazajistán) ha sido el chupinazo del programa más importante en la historia de la ESA, porque romperá por fin la hegemonía de EEUU sobre el suelo de Marte, y porque está muy seriamente destinado a aportar los indicios más firmes hasta ahora sobre la posible existencia de vida marciana, presente o pasada.

ExoMars consta de dos misiones sucesivas. La primera, lanzada hoy, lleva un orbitador llamado Trace Gas Orbiter (TGO) que pretende resolver de una vez por todas si el metano de la atmósfera marciana es o no de origen biológico. La mayoría del metano terrestre lo es, aunque también es posible que sea el producto de una reacción química en los minerales. El instrumento principal de TGO, llamado NOMAD, cuenta con una importante participación del Instituto de Astrofísica de Andalucía, bajo la dirección de José Juan López Moreno.

Solo este objetivo ya justifica el inmenso significado de la misión. Pero además la sonda lleva un adjunto, un módulo llamado Schiaparelli que descenderá a la superficie de Marte para tomar diversas mediciones meteorológicas y eléctricas. Aunque ya existen otras estaciones meteorológicas en aquel planeta, uno de los cometidos más interesantes de Schiaparelli será medir la turbidez de la atmósfera causada por el polvo, y este objetivo estará a cargo de SIS, un sensor desarrollado en el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) bajo la dirección de Ignacio Arruego.

Ilustración de TGO y Schiaparelli separándose antes de llegar a Marte. Imagen de ESA/ATG medialab.

Ilustración de TGO y Schiaparelli separándose antes de llegar a Marte. Imagen de ESA/ATG medialab.

Pero en realidad el fin principal de Schiaparelli es otro; de hecho sus mediciones durarán lo que su batería, unos cuatro días. Sobre todo, el módulo servirá para probar la tecnología que en 2018 se aplicará a la segunda fase de ExoMars, la gran traca final: poner un rover en Marte. Y según me contó Arruego la semana pasada, la participación del INTA en esta próxima etapa será «enormemente relevante». El instituto que nos hace las veces de la agencia espacial que no tenemos desarrollará varios instrumentos para el rover y para el módulo encargado de depositarlo en tierra.

Entre estos instrumentos se encuentran de nuevo sensores para medir el polvo y otros parámetros, pero el más destacado es sin duda un espectrómetro Raman. Cuando yo era habitante de laboratorio, un espectrómetro Raman (básicamente, un analizador químico) no era precisamente un aparato que uno pudiera llevarse bajo el brazo. Y sin embargo, numerosos investigadores llevan años proponiendo que este sería *el* aparato para detectar bioquímica –química de origen biológico– en Marte (ver, por ejemplo, aquí y aquí). Así que no puedo sino descubrirme ante los genios capaces de construir un espectrómetro Raman que puede montarse en un pequeño vehículo con destino a Marte.

Más noticias, el próximo octubre. El día 16 de ese mes TGO y Schiaparelli se dirán adiós; la primera se encarrilará hacia su circuito en la órbita marciana, mientras el segundo pondrá rumbo hacia suelo firme. El 19 de octubre sabremos si por fin tenemos un enviado especial de Europa en Marte, aunque sea por unos pocos días.

2 comentarios

  1. Dice ser Sociólogo Astral

    Veo que lanzan cohetes con el cielo nublado ¿no pueden esperarse a que haga buen tiempo?¿y si hay turbulencias tormentosas en las nubes?

    15 marzo 2016 | 10:41

  2. Dice ser rompecercas

    La industria aeroespacial contamina y suma al cambio climático.

    http://www.belt.es/noticias/2005/enero/21/contaminacion_ruso.htm

    16 marzo 2016 | 14:39

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