Todo lo que jamás ha existido, en un solo envase: la Gran Historia

Los niños son grandes ignorantes pequeñitos con vocación de sabios. Nada les es ajeno y todo excita su curiosidad. El genial Carl Sagan decía que todo niño es un científico natural, algo que los adultos nos encargamos de sacarles a golpes. Llegado un momento de su crecimiento, el sistema educativo los somete a una operación de poda selectiva que les cercena este exceso de ramificación para darles esa perfecta forma que los encaja mejor en el paisaje social, como esos arbolitos de boj tan cuidadosamente esféricos que adornan el umbral de muchos hoteles. En esa encrucijada de su educación, a los niños se les presentan dos senderos mutuamente excluyentes que se bifurcan para no encontrarse jamás: si quieres saber más sobre evolución biológica, olvídate para siempre de la cultura antigua. Si te interesa profundizar en los libros, abandona toda esperanza de llegar a comprender cómo Einstein iluminó el pensamiento de la física moderna.

A partir de ese rito de paso hacia la madurez educativa, al conocimiento de la historia se le asesta un hachazo para repartir los fragmentos entre los distintos grupos de alumnos. Algunos continuarán aprendiendo eso que seguirá llamándose historia, pero quedando restringido a lo que ha sido obra humana debidamente documentada, ignorando los casi 13.800 millones de años anteriores, a los que se cuelga un apellido para convertirlos en «historia natural» o sencillamente se los engloba en la perezosa denominación de «prehistoria». El resto de los pedazos se pican aún más fino y se dosifican en distintas asignaturas, sin guardar necesariamente ningún orden cronológico en particular, a otro grupo diferente de alumnos, los que están destinados a aprender ciencias.

¿Debe ser necesariamente así? En la creativa década de los 80, Sagan amamantó intelectualmente a toda una generación de científicos incipientes con un libro y una serie, ambos titulados Cosmos, que presentaban una visión alternativa a la que aprendíamos en la escuela. Sagan hablaba a partes iguales de Shakespeare y de Newton, de la piedra Rosetta y el programa Apolo, de dinosaurios y mitología amerindia. El planteamiento era enormemente fresco para su época, pero tampoco consistía en una innovación radical que no se hubiera propuesto ya repetidamente a lo largo de la historia del pensamiento, desde la Grecia clásica a Bacon, Descartes o la enciclopedia francesa del XVIII. La idea de la epistemología o filosofía del conocimiento nace de la íntima conexión que guardan entre sí los saberes humanos, que comprenden todo lo que existió, existe y existirá.

Sin embargo, no corren buenos tiempos para la curiosidad. Como ya hemos comentado aquí, hoy se tiende a contemplar la ciencia como una navaja suiza de mil usos, y a los técnicos a quienes se encomienda el manejo de esta herramienta se les intenta inculcar un grado de especialización que se acerque cada vez más a la cuna, como en el sistema de castas de Huxley en Un mundo feliz. También es cierto que desde los tiempos de Diderot y D’Alembert se ha acumulado tanto conocimiento que el volumen de información se torna casi inabarcable e inmanejable. En su ensayo Yo, lápiz, el economista Leonard Read escribía que no existe una sola persona sobre la faz de la tierra con todo el conocimiento necesario para fabricar un simple lápiz. ¿Cómo empezar? ¿Por dónde empezar?

Un grupo de académicos se ha propuesto luchar contra este rumbo hacia una sociedad compuesta por ingenieros especializados en enroscar tornillos, ingenieros especializados en desenroscar tornillos, y gente de humanidades sin la menor idea sobre lo que es un tornillo ni ganas de saberlo. Nace así la Gran Historia. «Es una nueva aproximación al conocimiento sobre todo lo que sabemos del Cosmos, la Tierra, la Vida y la Humanidad», expone a Ciencias Mixtas la geóloga de la Universidad de Oviedo Olga García Moreno, impulsora de la iniciativa en España. «Nos da una visión global de la historia desde el Big Bang a la actualidad, a través de los grandes eventos que han condicionado la evolución en el sentido más amplio de la palabra». El proyecto Gran Historia nació en Australia y hoy se explica a través de cursos en universidades e institutos de secundaria de varios países. Su punta de lanza en Europa es la Universidad de Amsterdam. En España, García Moreno ha congregado a un grupo de biólogos, arqueólogos, físicos, geólogos y pedagogos que tratan de promover el desarrollo y conocimiento de la Gran Historia en español.

La Gran Historia es un abordaje interdisciplinar del conocimiento global, algo que cuadra con la experiencia científica de García Moreno. «He tenido que cruzar muchas fronteras entre disciplinas para poder seguir avanzando en el conocimiento», señala la geóloga, que comenzó su trayectoria investigadora recreando rocas naturales en un laboratorio de petrología experimental para después aplicar sus conocimientos a la concepción de nuevos materiales cerámicos en el seno de un equipo de ingenieros, químicos, físicos y biólogos, y de ahí a la geología de los meteoritos o de las rocas más primitivas de la cordillera andina. Fue durante el desarrollo de esta diversa carrera cuando García Moreno entró en contacto con uno de los promotores de la Gran Historia: el geólogo de la Universidad de California en Berkeley Walter Alvarez, descendiente de una saga de emigrantes asturianos de la que ya hemos hablado en este blog y coautor de la teoría del impacto de un gran objeto espacial como causa de la extinción de los dinosaurios hace 65 millones de años.

El año pasado, García Moreno trabajó durante cinco semanas en el laboratorio de Alvarez, una estancia que le descubrió el concepto de la Gran Historia. «El trabajo por el que este geólogo es reconocido une directamente tres regímenes de la Gran Historia, el del Cosmos, el de la Tierra y el de la Vida: la extinción de los dinosaurios y otras especies en el planeta en el límite entre el Cretácico y el Terciario», apunta la investigadora. «Este estudio le hizo reflexionar sobre cómo las contingencias y los imprevistos pueden marcar la evolución de todo el Universo, lo que nos hace recapacitar finalmente cuán improbables somos las personas y la maravilla que significa el que estemos vivos». Por entonces, Alvarez se encontraba cocinando una aplicación de cronología interactiva llamada ChronoZoom en colaboración con la Universidad de Moscú y con otro de los promotores de la Gran Historia, el filántropo cofundador de Microsoft Bill Gates.

Para García Moreno, la Gran Historia es, más que un enfoque científico, una manera de comprender el universo que forja incluso una actitud ante la vida. «Esa visión del mundo y de las personas que Walter tiene a través de los ojos de la Gran Historia hace que trate a todo el mundo como a la persona única y especial que cada uno es, gracias ese cúmulo de continuidades turbulentas y posibles contingencias que han dirigido la evolución del universo», explica la geóloga. «Desde una humildad sincera, un sentido del humor inteligentísimo y una gran experiencia acumulada durante toda su carrera como geólogo alrededor de todo el planeta, trabajar con Walter es lo más enriquecedor y motivador que he hecho en mis años como investigadora».

Como ya hemos comentado aquí en otras ocasiones, no faltará quien pregunte si la Gran Historia, más allá de su propósito pedagógico, sirve para algo. «La Gran Historia aporta perspectiva y amplitud de miras», alega García Moreno. «La especialización nos ha llevado a un gran avance de la sociedad gracias a la tecnología, pero ¿puede la tecnología ayudarnos a seguir avanzando como especie? Algunos de los problemas ambientales y sociales que sufrimos en la actualidad no tienen una solución exclusivamente tecnológica. Muchos investigadores creen que una visión integradora es una posible solución». Con todo, esta mirada con lupa científica a los ámbitos que escapan a las ciencias puras también tiene sus detractores. Algunos estudiosos de la Gran Historia practican una controvertida disciplina llamada cliodinámica, acuñada en 2003 por el biólogo poblacional Peter Turchin y que aplica modelos matemáticos a la descripción y predicción de grandes acontecimientos como las ascensiones y caídas de imperios, crisis, guerras o revoluciones. Esta pretensión de ajustar el devenir histórico de la humanidad a ecuaciones repugna a muchos académicos e hizo clamar a la escritora y psicóloga Maria Konnikova en la revista Scientific American: «Las humanidades no son una ciencia. Dejen de tratarlas como si lo fueran».

Pero más allá de la –siempre estéril– polémica sobre su utilidad, la Gran Historia se alza como un intento fresco de «recuperar el espíritu de los sabios universales de la antigüedad», dice García Moreno. «Nos encontramos en un momento en el que la globalización y la rápida difusión del conocimiento permiten a la especie humana integrar en una visión holística toda la información que se genera día a día a través de la investigación en diferentes campos o disciplinas». Y añade: «Como por ejemplo, a través del blog Ciencias Mixtas…»

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