«Has salido a mí, lo tuyo no es cantar», me dijo mi padre en broma y con la mejor intención del mundo cuando tenía unos doce años. La frase entró a fuego en mi cabeza, cerré la boca y no volví a cantar en público jamás.
Tuve que esperar a ser madre para comenzar a hacerlo de nuevo, a todas horas. A mis hijos les gusta, sobre todo a Jaime, y a mí también cantarles. Y, como casi todo en esta vida, cuanto más haces algo mejor te sale. No digo que cante bien, en absoluto. Pero desde luego no duele oirme. Y a quien no le guste, que se vaya o se tape las orejas.
Lo que nuestros padres nos dicen, nos marca. Yo soy de las que cuida muchísimo la manera en la que me comunico con los niños, tal vez por ser periodista tengo la convicción de que las palabras tienen un poder notable. Por eso nunca digo cosas como «a Julia no se le da bien dibujar», «eres malo/perezoso/despistado». No quiero encontrarme con profecías cumplidas por haber sido programadas por mí.
Y procuro contestar a su curiosidad con explicaciones ciertas, aunque adaptadas para que las comprendan (eso es algo que no siempre consigo). Me da igual lo que pregunten. La fase de los porqués interminables me divierte, no me agobia. Ojalá Jaime me agobiara a preguntas imposibles. Y no pasa nada por reconocer que no se sabe algo ante alguna de esas preguntas.
No les miento, que hay adultos que disfrutan metiendo bolas a los niños. Ni les tomo el pelo y les vacilo por reirme yo o hacerme la simpática, ellos no entienden nuestras dobles sentidos o las bromas elaboradas.
No hablo de ellos con terceras personas en su presencia sobre lo que deberían mejorar o no se les da bien. Me pone mala eso de hablar sobre ellos delante de ellos como si no estuvieran, algo que si hiciéramos con un adulto sería una falta de educación terrible.
Eso es lo que yo hago. Por eso me han gustado los consejos para comunicarse adecuadamente con los niños que la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA) me ha mandado:
• Ten cuidado con lo que les dices: Debemos ser conscientes de que nuestras palabras tienen mucho poder en las personas, a veces incluso más que la fuerza, por lo que si no las usamos de forma adecuada podemos hacerles mucho daño.
• Evita prejuzgarles: Muchas veces encasillamos a los demás antes de darles la oportunidad de hablar o de actuar. Solemos juzgar y etiquetar prematuramente. En el caso de los niños esto puede condicionar su comportamiento y producirles unas heridas, que pueden quedar abiertas durante muchos años si no cicatrizan a tiempo.
• No limites su capacidad: Solemos olvidar que una persona desarrolla su autoconcepto en función de las expectativas que depositan sobre ella las personas de referencia de su entorno. Si desde pequeño transmitimos la incapacidad a hacer algo es muy probable que acabe pensando que no lo puede hacer.
• No tiendas a compararles con otros niños: Idealizar el comportamiento del hijo que suele comportarse mejor, regañarle menos y, en definitiva, tener más paciencia con él que con el que suele portarse peor puede afectar directamente al autoconcepto, la autoestima y el rendimiento de los niños.
• Motívales: Debemos animarles y motivarles hacia el aprendizaje. Concienciarle de la importancia que tienen los estudios, y elogiar sus capacidades. Si el niño se siente capaz de hacer algo y además siente interés por conseguirlo, actuará de forma motivada y será más probable que alcance sus metas.
• Ayúdales a desarrollar su imaginación: Este punto requiere un cierto aprendizaje. No podemos pedirles, si nunca lo han hecho y nosotros no les hemos enseñado, que lo hagan de la noche a la mañana. Para ello, desde pequeños, debemos enseñarles a enfrentarse a sus obligaciones como si fuera un juego, algo divertido.• Incentívales la curiosidad por las cosas: Si favorecemos el aprendizaje a través de un ambiente estimulante, que nos resulte atractivo, interesante, etc. es más probable que el niño quiera aprender. Para ello debemos implicarnos en la actividad, y transmitirles de una forma activa y con entusiasmo, que son ellos quienes deben resolver la cuestión, los que deben pensar razonadamente. Sólo así, conseguiremos que se involucren en lo que les estamos pidiendo.
• Muéstrales empatía: Hay en ciertas etapas que los niños y adolescentes se muestran disconformes en muchas situaciones. Dedicar un cierto tiempo a comprenderles y entenderles es imprescindible para solucionar posibles conflictos.• Practica la escucha activa: No debemos olvidar que en estas etapas tienen una necesidad inmensa de ser y sentirse escuchados. Debemos demostrarles que realmente le estamos escuchando y que nos interesa lo que nos tienen que contar. Darles conversación, escucharles, interesarnos por lo que les pasa, por lo que les gusta, es algo fundamental.