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Ciencia semanal: el reciclaje llega a los cohetes, y por qué tus ex se parecen

Cada semana el mundo de la ciencia produce cientos de noticias, la mayoría de las cuales se asfixian intentando abrirse paso entre la vorágine de informaciones de eso que un director de periódico al que conocí llamaba «actualidad», con la intención explícita de insinuar que lo otro no lo era. Aquí les he seleccionado algunas píldoras científicas producidas en estos últimos siete días, desde lo relevante a lo curioso.

Despega el primer cohete reciclado

El tecnomagnate Elon Musk y su compañía SpaceX han superado un hito histórico en la tecnología espacial: utilizar un cohete por segunda vez; lanzarlo de nuevo al espacio tras rescatarlo de una misión anterior, y volver a recuperarlo una vez más sano y salvo. Hasta ahora los operadores espaciales, tradicionalmente organismos públicos, habían trabajado con la herencia de la edad dorada del boom de los 60, cuando había dinero a mansalva para gastar. Los cohetes eran de usar y tirar; era más fácil gastar millones de dólares o rublos cada vez que se lanzaba uno de ellos, que invertir en buscar la manera de recuperarlos y reutilizarlos para ahorrar en futuras misiones.

Un cohete Falcon 9 de SpaceX con la primera fase reciclada despega del Centro Espacial Kennedy el 30 de marzo de 2017. Imagen de SpaceX.

Un cohete Falcon 9 de SpaceX con la primera fase reciclada despega del Centro Espacial Kennedy el 30 de marzo de 2017. Imagen de SpaceX.

En este siglo, las empresas privadas han ascendido desde su papel anterior de simples contratistas al de operadores; es lo que algunos expertos llaman el New Space. Para los inversores, esto significa poder hacer lo mismo por menos dinero (y por tanto, con más beneficio); para quienes –por desgracia– no tenemos intereses económicos en el espacio, pero sí mucho interés, significa poder hacer más con el mismo dinero. Aún es muy dudoso que Musk pueda hacer realidad su proyecto de colonizar Marte en la próxima década, como ha anunciado. Pero algunos de los que comenzaron acogiendo la aventura espacial de Musk con las cejas arqueadas ya han tenido que desarquearlas.

Lujo espacial

Sin salir del New Space, otro de los nuevos magnates tecnológicos con gusanillo espacial también ha sido noticia esta semana. Jeff Bezos, el mandamás de Amazon, ha desvelado esta semana el aspecto que tendrá el interior de la cápsula New Shepard de su compañía Blue Origin, con la que pronto espera lanzar sus vuelos suborbitales de pago. Como se espera de un servicio de lujo para clientes acaudalados, el habitáculo de la nave no tiene nada que ver con esa apariencia de almacén de ferretería de la Estación Espacial Internacional.

Interior de la nave New Shepard de Blue Origin. Imagen de Blue Origin.

Interior de la nave New Shepard de Blue Origin. Imagen de Blue Origin.

Con sus asientos de cuero negro y sus acabados a lo PlayStation, el interior de la New Shepard realmente recuerda más a una cabina de videojuegos en grupo que a una Soyuz. Incluso lleva en el centro algo que parece una consola o una mesa de pulsadores para algún concurso televisivo, pero que en realidad es el motor de escape de emergencia por si el cohete falla. Como no podía faltar, cada pasajero dispondrá de su propio amplio ventanal con vistas a la Tierra. Si no quieren perdérselo, vayan guardando las vueltas del pan en el cerdito hasta que sumen entre 100.000 y 200.000 dólares.

En qué se parecen tus ex

Uno de esos estudios curiosones que suelen tener buena acogida en los medios: un equipo de psicólogos, dirigido por Paul W. Eastwick, de la Universidad de California en Davis (EEUU), descubre que los o las exparejas de una persona concreta suelen parecerse en distintos rasgos, tanto físicos como psicológicos.

Según el extenso estudio, publicado en la revista Journal of Personality and Social Psychology, estas similitudes aparecen sobre todo por dos factores: por un lado, cada uno y una tenemos nuestras preferencias en lo tocante al físico; pero además, criterios demográficos como dónde vivimos o trabajamos determinan que con mayor probabilidad vayamos a conocer a personas que se parecen en rasgos como educación, inteligencia o religiosidad. Los investigadores aclaran: no es que a la hora de elegir tengamos en cuenta estos criterios, sino que en parte nos vienen condicionados por el ambiente en el que nos manejamos. Pero recuérdenlo si sienten antipatía por algún ex de su pareja: puede que se parezca a usted más de lo que sospecha.

Los chimpancés no aprecian la música

Vaya usted a saber si la música realmente amansa a las fieras; desde luego, no funcionaba con Keith Moon, el batería de los Who, entre cuyas célebres aficiones se contaba detonar explosivos en los inodoros de los hoteles. Pero ahora tampoco parece que a los chimpancés les entusiasme; y a pesar de que los resultados de investigaciones previas arrojan conclusiones confusas, está comúnmente extendida la costumbre de amenizarles con música la reclusión perpetua en los zoos a nuestros parientes más próximos.

Un estudio de la Universidad de York publicado en PLOS One ha analizado detalladamente la reacción de estos simios a la música de distintas clases, incluyendo la colocación de una gramola donde los chimpancés podían elegir piezas clásicas de Bach, Chopin, Beethoven, o Mozart (nota: curiosamente e ignoro si por casualidad, aunque lo dudo, de este último eligieron el Adagio del Concierto para clarinete en La mayor, la misma pieza que Robert Redford/Denys Finch Hatton reproducía para los babuinos en Memorias de África, con escaso éxito), o en su lugar, temas de Justin Bieber, Adele o Katy Perry, que los autores del estudio etiquetan libremente como «pop/rock».

Pues bien, a los chimpancés les daba lo mismo Mozart que Bieber o simplemente el dorado silencio. La conclusión de los investigadores es que nuestros parientes no aprecian la música en absoluto; un estudio previo, citan, mostraba que los orangutanes eran incapaces de distinguir la música del ruido aleatorio generado digitalmente. Lo cual nos lleva a plantearnos la posibilidad de que la música sea una maravillosa creación ¿evolutiva-cultural? de exclusividad humana; y no hay muchas de estas que no estén restringidas por capacidades también exclusivas como el habla.

Pero hombre, a los investigadores debería caerles un pequeño tirón de orejas: diría yo que Justin Bieber no podría calificarse precisamente como un fenómeno musical; cuando lo sitúan como alternativa a Mozart o Beethoven, solo les falta bailar sobre las tumbas de estos genios. Y aunque a los chimpancés les importe un ardite, para otra ocasión, si se refieren a rock, pónganles rock; ya que la música no les alivia la reclusión, al menos no se la hagan aún más penosa.

¿Somos chimpancés en un 99% de nuestro ADN? Ni de lejos

El 1 de septiembre de 2005, un gran consorcio internacional de investigadores publicaba en la revista Nature el primer borrador del genoma del chimpancé, un logro muy esperado desde que cinco años antes se anunciara la primera versión del humano, completado en 2003.

Chimpancé ('Pan troglodytes'). Imagen de Frank Wouters / Wikipedia.

Chimpancé (‘Pan troglodytes’). Imagen de Frank Wouters / Wikipedia.

El genoma de nuestro pariente evolutivo vivo más próximo tenía un enorme interés científico, ya que prometía revelar algo de lo que nos hace específicamente humanos, además de ofrecer un dibujo más claro de la cronología evolutiva de dos especies estrechamente emparentadas. Pero entre la selva de datos y resultados que ofrecían el genoma del chimpancé y su comparación con el humano, una sola conclusión triunfó en los medios de todo el mundo, convirtiéndose en una muletilla repetida mil veces: los chimpancés son genéticamente idénticos a nosotros en un 99%.

Pero ¿es cierto?

La respuesta: sí… y no.

Desde el punto de vista de aquello que los científicos analizan al comparar genomas de diferentes especies, sí lo es. Pero si con ello imaginamos que podríamos colocar el texto completo del ADN de ambos genomas uno junto al otro y que solo encontraríamos diferencia en una letra de cada cien… En este caso, ni de lejos.

Imaginemos un Seat 600 de los antiguos y un Ferrari último modelo. ¿En qué medida se parecen? Alguien que entienda de coches, que no es mi caso, probablemente diría que en casi nada. Pero supongamos que nos olvidamos de todo lo que diferencia a ambos modelos y nos fijamos exclusivamente en aquello que comparten: como coches que son, ambos tienen asientos, volante, pedales, espejos retrovisores, palanca de cambios… Desde este punto de vista, ¿cuánto se parecen?

Algo similar es lo que sucede con los genomas de los chimpancés y los humanos. Si nos fijamos solo en aquello que tenemos en común, nos parecemos en un 99%. Pero ¿cómo de relevante es aquello que no tenemos en común?

Para empezar, ni siquiera tenemos el mismo número de cromosomas: 23 en los humanos, 24 en los chimpancés. En nuestro caso, llevamos uno menos porque en algún momento de nuestra evolución se produjo una fusión entre dos cromosomas ancestrales. Pero este no es ni mucho menos el único cambio a gran escala; nuestro genoma y el de los chimpancés se diferencian enormemente en toda la longitud de nuestras secuencias de ADN, con fragmentos eliminados, introducidos, copiados, fragmentados o cambiados de sitio. A la hora de establecer la comparación, ¿cómo cuenta cada uno de estos grandes fragmentos diferentes? ¿Como uno solo? ¿O según el número de bases (letras) de cada uno de estos segmentos distintos?

Para comparar dos genomas, los científicos se centran exclusivamente en aquellas secuencias que pueden alinearse para buscar similitudes. Es decir, en la presencia de asientos, pedales o retrovisores. En su estudio original, los científicos que secuenciaron el genoma del chimpancé no mencionaban ningún 99% de identidad entre ambas especies. En cambio, sí ofrecían otro dato: el 29% de las proteínas homólogas en el humano y en el chimpancé son idénticas.

Dicho de otro modo: de las proteínas que aparecen codificadas en el genoma de ambas especies y que derivan de la misma secuencia ancestral (se denominan ortólogas), más de dos terceras partes son algo diferentes; si bien es cierto que en general esta diferencia se reduce a un solo aminoácido (los eslabones individuales que forman las proteínas). Pero un cambio tan pequeño puede determinar que la proteína resultante actúe de forma distinta o incluso que no funcione en absoluto.

De lo anterior es de donde deriva el dato del 99%, ya que esta es la coincidencia si consideramos solo esas secuencias que pueden alinearse y contabilizamos cada cambio como una diferencia individual dentro de la longitud total. Pero para eso ha habido que dejar fuera 1.300 millones de letras o bases de ADN, ignorando el 18% del genoma del chimpancé y el 25% del nuestro. Con todo esto, llegamos a ese porcentaje mágico: 98,77% de identidad.

Así pues, decir que somos chimpancés en un 99% es una sobresimplificación de la realidad cuyo origen probablemente reside en una sobresimplificación de la información. Una nota de prensa difundida por los Institutos Nacionales de la Salud de EE. UU. con ocasión de la publicación del genoma del chimpancé decía lo siguiente: «La secuencia de ADN que puede compararse directamente entre los dos genomas es casi idéntica en un 99%». En otras palabras: los genomas de humanos y chimpancés son idénticos en un 99%… en las zonas en que son idénticos en un 99%. La nota original no marcaba en cursiva y negrita, como yo he hecho, una condición imprescindible que debe mencionarse para que la afirmación sea veraz, pero que probablemente estropea un buen titular.