La ciencia de EEUU tiembla ante Trump

En la vida real, a menudo ocurre que ganan los supervillanos. Sobre todo cuando los superhéroes no existen.

El pasado 18 de octubre, la revista Nature publicaba un curioso reportaje titulado «Los científicos que apoyan a Donald Trump». La excientífica y periodista Sara Reardon contactaba con cinco académicos estadounidenses que por razones diversas pensaban entregar su voto al candidato republicano.

Donald Trump, durante la campaña presidencial de 2016. Imagen de Wikipedia.

Donald Trump, durante la campaña presidencial de 2016. Imagen de Michael Vadon vía Wikipedia.

Algunos de ellos y sus posturas ya eran conocidos, como el geofísico David Deming, distinguido (es un decir) por sus declaraciones sexistas y homófobas, además de por su defensa a ultranza de la libre posesión de armas y su negacionismo del cambio climático antropogénico. Con esta última tesis ya se habían alineado también públicamente el bioestadístico Stanley Young y el estadístico William Briggs. Young pertenece al panel de expertos del Instituto Heartland, un think tank ultraconservador próximo al Tea Party.

Por último, un químico y una bióloga, ambos partidarios de Trump, declaraban en el reportaje bajo condición de anonimato por miedo a la descalificación. Curiosamente, la bióloga reconocía que Trump podía perjudicar sus perspectivas profesionales, pero aun así mantenía su apoyo por motivos fundamentalmente religiosos.

Por entonces, una victoria de Trump era aún algo impensable. Pero sucedió.

Las reacciones de repulsa por parte del mundo científico se han sucedido desde el día de los resultados. Aunque la ideología política de los científicos en EEUU (y probablemente en otros países, incluyendo el nuestro) está mayoritariamente desplazada hacia la izquierda, no necesariamente la ciencia de aquel país ha vivido sus mejores momentos bajo mandatos demócratas. El conocido astrofísico y divulgador Neil deGrasse Tyson opina justo lo contrario, que la financiación de la ciencia ha sido históricamente mayor bajo las administraciones republicanas; claro que fue George W. Bush quien prestó el gran empujón a su carrera pública.

Pero es evidente que Trump no era un candidato republicano cualquiera, y que no será un presidente republicano cualquiera. Algunos lo han definido como el que será el primer presidente anti-ciencia. Son conocidas sus posturas contrarias a las pruebas científicas en asuntos como el cambio climático o las vacunas, aunque en esto último parece haberse moderado. Como mínimo, es probable que Trump trate de definir una agenda científica política dirigida a favorecer sus intereses, y que las únicas áreas legítimas provechosamente beneficiadas sean aquellas que materialicen su lema de «make America great again«; por ejemplo, la exploración espacial tripulada, pero posiblemente en detrimento de la ciencia espacial.

Claro que los demócratas tampoco pueden presumir de haberse ganado el favor de la comunidad científica. Entre no pocos investigadores de EEUU ha cundido una sensación de frustración con la administración Obama, que con el Congreso en contra no aumentó la financiación de la ciencia como había anunciado. Hillary Clinton apenas mencionó la ciencia a lo largo de su campaña, más allá del eslogan sobre el cambio climático, algo que ha decepcionado a muchos. Su jefe de campaña, John Podesta, que ya ejerció como jefe de personal de la Casa Blanca para Bill Clinton, tampoco es precisamente un campeón para los científicos, sino más bien para los ufólogos: su obsesión personal es la desclasificación de documentos relacionados con los ovnis.

Aún faltaba una reacción que estábamos esperando, y por fin ha llegado esta semana: la de Rush Holt, el primer directivo de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia, editora de la revista Science. En un artículo editorial titulado «¿Qué le espera ahora a la ciencia?» y publicado en el número de esta semana, el máximo responsable de la revista científica más influyente del planeta (siempre en rivalidad con Nature) trata de apaciguar la inquietud de los investigadores; no porque Trump vaya a sufrir de repente ninguna mutación favorable, sino porque «los miembros del Congreso y otras autoridades nacionales, estatales, locales e internacionales también hacen políticas, y colectivamente constituyen una fuerza considerable que es en muchos aspectos más influyente que el presidente solo», escribe el físico y excongresista demócrata.

Pero en lo que respecta al Congreso, Holt reconoce que los vaticinios no pueden ser prometedores, ya que la renovación de la mayoría republicana mantendrá la tendencia de los últimos años hacia los recortes en la financiación de la ciencia. Dado que en este campo no puede esperarse una mejora, al editor de Science le preocupa más que se garantice la presencia de una asesoría científica presidencial acreditada, una conquista política de la ciencia estadounidense que podría verse ahora en peligro. «¿Se basará la próxima administración en las pruebas?», se pregunta Holt, destacando que durante su campaña «el candidato Trump hizo declaraciones sin fundamento o refutadas por los hechos científicos aceptados». «¿Habrá miembros de la nueva administración que estén familiarizados con las prácticas y los descubrimientos de la investigación científica?», escribe.

Holt aclara que «la ciencia no necesita ser políticamente partidista», pero que sus actores y sus enseñanzas deben guiar la confección de las políticas para beneficio de toda la población a través del espectro ideológico. «Debemos dejar claro que una autoridad no puede hacer desaparecer lo que se sabe sobre el cambio climático, la violencia armada, la adicción a los opiáceos, el agotamiento de las pesquerías o cualquier otro asunto público iluminado por la investigación», afirma.

Por último, el editor de Science confía en que el rechazo al establishment político manifestado por los votantes no se confunda con un rechazo a los hechos establecidos, y en que «el presidente Trump se base más en los hechos específicos que el candidato Trump». Una esperanza que sin duda no es exclusiva del estamento científico, sino que está presente en millones de mentes en todo el mundo.

En fin, el editorial de Science se expresa con clara intención, aunque tal vez pecando de la tibieza del discurso institucional que probablemente no refleja el sentimiento mayoritario entre los miembros de la asociación a la que Holt representa. Es evidente que la primera comunidad científica del mundo, que acoge también a miles de investigadores extranjeros (muchos de ellos españoles), no debe arriesgarse a morder la mano que la alimenta, aunque esa mano sea la del supervillano. Gotham permanece a la espera, en un estado de calma tensa.

2 comentarios

  1. Dice ser Sociólogo Astral

    Trump y la ciencia: «el cambio climático es un cuento chino». (Mientras tanto los osos polares pasando hambre de tan poco hielo como les queda donde cazar).
    Con esto te lo digo todo de como se lleva Trump con la ciencia y lo que le espera a America.
    Me veo venir que este va a decir: «¿ir a Marte? para que coño queremos ir alli?»

    19 noviembre 2016 | 20:22

  2. Dice ser wert

    La empresa Americano no puede esperar una paga o ayuda para I+D o I&D no existe en EEUU.

    Impuestos son la fórmula de robar a todos con la ley en la mano y repartir el dinero al amigo de mandamás.
    El Tea Party defienda la libertad, tener en casa una arma es libertad.
    Para qué discutir con un Europeo que es libertad como es dispuesto a pagar casi un 55% de sus ingresos en impuestos para la alegría de los políticos ellos lo reparten a sus amigos y a su bolsillo. En EEUU no llegamos al 24% porque amamos la libertad.

    20 noviembre 2016 | 08:51

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