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Alfred López 07 de junio de 2021
Las altas temperaturas del tiempo estival, así como una inadecuada conservación de determinados alimentos, puede provocar la aparición de ciertas bacterias que acaben causando una grave infección intestinal que en algunos casos podría llegar a ser hasta mortal.

Dicha infección por bacterias recibe el nombre de ‘salmonelosis’ y los alimentos más propensos a estropearse y causar la intoxicación son especialmente los huevos (y los derivados de estos, como la mayonesa), carnes de pollo o vacuno, algunos tipos de mantequillas derivadas de frutos secos, verduras u otros alimentos procesados.
Se recomienda (sobre todo en verano o época de mucho calor) el cocinar bien los productos y, sobre todo, no ingerirlos crudos, limpiarlos bien y, fundamental, tener una adecuada higiene personal (las manos limpias) así como de los utensilios a utilizar (cuchillos, tablas de cortar, ollas, sartenes…).
El término salmonelosis proviene de ‘salmonela’ (también escrito como ‘salmonella’) el cual hace referencia al apellido de Daniel Elmer Salmon, veterinario estadounidense que ejerció como jefe médico y de investigación de la ‘Bureau of Animal Industry’ (Oficina de la industria animal), dependiente Departamento de Agricultura de los Estados Unidos.
Bajo las órdenes de D. E. Salmon trabajó el epidemiólogo Theobald Smith, siendo éste quien realmente descubrió, en 1881, las bacterias que causaban las intoxicaciones alimentarias.
Pero no fue hasta un par de décadas después (a inicios del siglo XX) cuando el bacteriólogo francés Joseph Léon Marcel Ligniéres acuñó dicha bacteria con el término ‘salmonella’ y lo hizo llevado por el apellido del científico que aparecía en primer lugar en los documentos sobre el descubrimiento (Daniel Elmer Salmon) que, como es habitual en estos casos, suele estar encabezando los artículos académicos.
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Fuente de la imagen: thebluediamondgallery
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Alfred López 20 de abril de 2020
Actualmente se utiliza coloquialmente la expresión ‘cambiar de aires’ para indicar el hecho de cambiar de lugar trabajo, residencia o trasladarse (mudarse) a vivir a otro barrio, ciudad, país… También es usada como sinónimo de renovación personal, realizar un cambio importante en algún aspecto de la vida e incluso para que alguien deje de frecuentar con malas compañías o influencias.

La locución surgió de la recomendación que, antiguamente, los médicos hacían a sus pacientes, a quienes aconsejaban que, ante una afección, cambiasen de lugar de residencia (ya fuese permanentemente o por un periodo concreto de tiempo), debido a la creencia existente de que la mayoría de enfermedades se transmitían por el aire y éste, ante una pandemia, quedaba contaminado.
Esta recomendación médica fue el motivo por el que algunas personas (evidentemente aquellas que tenían un mayor poder adquisitivo y se lo podían permitir) se trasladaban temporalmente a otros lugares, buscando un cambio de aire (por ejemplo ir a una segunda residencia a la montaña o playa, al balneario…) donde éste estaría limpio y sin contaminar por los virus.
Debemos tener en cuenta que, varios siglos atrás, se tenía el convencimiento de que la mayoría de las enfermedades surgían espontáneamente (esto es conocido como ‘teoría de la generación espontánea’) y que se trasladaban a través del aire (hubo incluso quien definió a esas bacterias como ‘animalculos flotantes’) y que iban haciendo enfermar a las personas que lo respiraban, de ahí que se recomendara el cambiar de aires con el fin de evitar contagios o para sanarse.
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Fuente de la imagen: pixabay
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Alfred López 08 de abril de 2020
Este es uno de aquellos eternos debates que tiene dividida a la sociedad (e incluso a miembros de una misma familia) y depende a quien preguntes te responderá que coloca el rollo de papel higiénico con la hoja colgando hacia el exterior y otros preferirán hacerlo con la parte que cuelga hacia dentro.

Innumerables han sido las discusiones abiertas en foros de internet en el que cada usuario daba su argumentada respuesta, para, finalmente, nadie ponerse de acuerdo y seguir debatiendo un día tras otro e incluso en la propia Wikipedia (en inglés) existe una entrada en la que se dan los diferentes argumentos y explicaciones sobre los distintos modos que existen de colocarlo (incluyendo de forma lateral).
Estos días en los que estamos viviendo el confinamiento, a causa de la pandemia de coronavirus, y en el que numerosas personas han hecho un acaparamiento masivo de papel higiénico, se ha reabierto el debate en las redes sociales (hasta tal punto que varias han las peticiones que me han realizado para que escriba un post sobre el tema de la correcta colocación de los rollos).
Existe un argumento científico, a partir de cual, parece ser que la forma correcta (además de higiénica) de colocar el rollo de papel es con la hoja colgando hacia fuera y evitando que la parte por donde debemos de cortar esté tocando la pared.
El motivo por el que, desde la vertiente científica, se tenga la certeza de que esa es la forma correcta es para evitar infectarnos con algún tipo de bacteria, debido a que existen muchas posibilidades de que cuando nos estemos limpiando nuestros dedos entren en contacto directo con las heces y, si el papel cuelga hacia dentro, toquemos la pared y dejemos esos restos ahí, provocando que la próxima persona que toque esa parte quede contaminada.
Pero no solo seriamos nosotros los transmisores de unas posibles bacterias, ya que también podría ser que nos infectáramos al tocar donde otros ya lo han hecho.
El tener el papel colgando hacia afuera evita que nuestros dedos entren en contacto con la pared y, por tanto, la posibilidad de contagio se reduzca.
Esta evidencia forma parte de una detallada investigación sobre el tema que fue realizada por un equipo de científicos de la Universidad de Colorado, encabezado por el doctor en biología Gilberto Flores, bajo el título ‘Biogeografía microbiana de superficies de baños públicos’ (Microbial Biogeography of Public Restroom Surfaces) y que fue publicada en noviembre de 2011: https://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0028132
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Tags: ¿Cuál es el modo correcto de colocar el rollo de papel higiénico?, bacterias, baño público, baños públicos, Colocación del papel higiénico, Colocar bien el papel higiénico, contagio, forma correcta de colocar el papel higiénico, forma correcta de poner el papel higiénico, La forma correcta de colocar el papel higiénico, la forma correcta de poner el papel higiénico, microbios, papel del baño, papel higiénico, rollo de papel, rollo de papel higiénico, rollos de papel higiénico | Almacenado en: Curiosidades Científicas, Preguntas con respuesta
Alfred López 01 de octubre de 2016

Posiblemente, la mayoría de vosotros tiene la costumbre de tener un vaso de agua en la mesita del dormitorio del que bebe durante la noche cuando le entra sed. Este es uno de los actos que más personas repiten cada noche, pero muy pocas de ellas son las que cambian el recipiente o su contenido a diario.
Suele dejarse el mismo vaso durante varias noches seguidas y muchas son las ocasiones en las que el agua es la misma o se va rellenando una vez tras otra echándole agua que se mezcla con la que ya contenía.
En esta repetida e insalubre costumbre es donde se encuentra el verdadero motivo de algunos casos en los que hayamos podido enfermar levemente, tenido ocasionalmente fiebre o haber padecido alguna gripe intestinal.
El hecho de utilizar el mismo vaso un día tras otro y además aprovechar el mismo líquido hace que ese recipiente se convierta en un perfecto lugar donde crearse un cultivo de bacterias y microorganismos que posteriormente ingerimos a la hora de beber.
Además debemos tener en cuenta que ese vaso suele estar descubierto (muy pocas personas colocan un platito o algo que haga de tapa), por lo que todo lo que está pululando por el ambiente de la alcoba puede ir a caer ahí dentro (sin mencionar las veces que tosemos, estornudamos o lo hace la persona con la que compartimos cama). Todo eso sin tener en cuenta que muchas son las parejas que beben de un mismo vaso (motivo por el que el riesgo es doble) e infinidad de factores (algunos de higiene bucodental) que pueden hacer que continuamente las bacterias vayan a parar al vaso, entren en contacto con el agua y acaben convirtiéndose (como ya he comentado en el párrafo anterior), en un cultivo de bacterias de donde podría surgir alguna infección -tras ingerirlo- que acabaría provocándonos una enfermedad.
Es aconsejable que se utilice el mismo vaso como máximo cinco días seguidos (mejor si se cambia a diario), pero siempre tirando el líquido de la noche anterior y rellenando de nueva agua cada jornada.
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Fuente de la imagen: Alfred López (@yelqtls)
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Alfred López 07 de abril de 2016

Desde la antigüedad una gran cantidad de científicos e investigadores estaban convencidos de que la mayoría de las enfermedades, así como muchos de los organismos (como moscas, mosquitos, plantas…) surgían espontáneamente a partir de la materia orgánica (conocido como teoría de la generación espontánea).
El 7 de abril de 1864 Louis Pasteur se presentó ante los académicos de la Universidad de la Sorbona de París y les ofreció una conferencia en la que pudo exponer, argumentar y demostrar, lo muy equivocados que habían estado hasta aquel momento en cuanto al conocimiento de cómo se originaban los microbios y microorganismos.
Utilizó novedosas técnicas para realizar la exposición que dejaron boquiabiertos a la inmensa mayoría de los presentes y les convenció de cómo estaban rodeados de todo tipo de bacterias, instándolos a ser lo más higiénicos posible en sus operaciones y tratamientos con los pacientes con el fin de conseguir quirófanos y consultorios lo más asépticos posibles.
Buena parte de los estudios y pruebas presentadas por Pasteur se basaban en el trabajo realizado durante varias décadas por el médico húngaro Ignác Semmelweis, uno de los primeros en demostrar la necesidad de lavarse las manos y mantener limpios los lugares en los que se realizaban intervenciones quirúrgicas y/o se asistían los partos. A pesar de sus advertencias sus consejos fueron desoídos por la mayoría de sus colegas.
A partir de aquella fecha, gracias al aporte de Pasteur y a las posteriores investigaciones de muchos otros científicos (entre ellos Joseph Lister inventor del antiséptico para desinfectar los quirófanos y que sirvió como base del enjuague bucal) las recomendaciones de Semmelweis se llevaron a cabo por los médicos, quienes tomaron conciencia y empezaron a lavarse las manos antes de cada intervención.
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Alfred López 02 de junio de 2015
Las botellas de agua que se comercializan están destinada a un único uso para después deshacernos de ellas (depositándolas en el contenedor de reciclados de plásticos), pero es muy habitual volverlas a utilizar rellenándolas de nuevo con agua del grifo, de una fuente o incluso de otra botella mayor o garrafa.
Y muchas son las veces en las que tras haber rellenado una y otra vez comenzamos a apreciar que el agua que estamos bebiendo nos sabe diferente, incluso mal y que puede llegar a tener un olor que no termina de ser del todo agradable.
Este tipo de botellas están diseñadas para ser usada una sola vez (con el agua que viene envasada) y son muchos los motivos por los que se desaconseja totalmente realizar esta insalubre costumbre de reutilizarlas.
Las botellas de agua convencionales (como la que aparece en la fotografía que ilustra este post) están hechas de tereftalato de polietileno (PET) un plástico que aunque preserva la calidad del agua embotella (o refrescos si es el caso), una vez abierto va degradándose su calidad, pero de ahí a admitir que libera ciertas toxinas, como advierten algunas personas, es ir un poco lejos.
Y es que en realidad los mayores culpables de que ocurra somos nosotros mismos, siendo dos los factores principales que le dan ese mal olor o sabor al agua de una botella reutilizada. Por un lado la propia agua con la que rellenamos las botellas, la cual suele ser del grifo o de alguna fuente pública y contiene cloro; pero lo que más incide en el deterioro son nuestras bacterias. Aquellas que tenemos en nuestra boca, en la saliva (y ya no digo si compartimos la botella para ser bebida por varios), además de los gérmenes que tenemos en nuestros dedos, con los que tocamos infinidad de cosas y después usamos para desenroscar el tapón e incluso para ‘limpiar’ la boca de la botella tras haber bebido otra persona.
Todo ello va a parar al interior de esas reutilizadas botellas, convirtiéndose en un cultivo de bacterias que estropean el agua y, lo que es mucho peor, que acabamos ingiriéndolas a través del agua, con el consiguiente riesgo para nuestra salud.
Como consejo final, si necesitáis rellenar botellas con agua, procurad que sea en un envase fabricado con polietileno de alta densidad (HDPE), un plástico que soporta mucho mejor la reutilización (por ejemplo las fiambreras suelen estar realizadas de este material).
Para saber de qué plástico está hecho cada botella tan solo debéis girar el envase y fijaros en el triangulito que hay en la base, si aparece un 2 es que es de polietileno de alta densidad, si aparece un 1 es que es de tereftalato de polietileno.
Os recomiendo leer el post que publiqué en 2006 (en los inicios de este blog): ¿Qué significa el triángulo que hay en el fondo de los objetos de plástico?
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Fuente de la imagen: Alfred López
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Alfred López 25 de mayo de 2015
Cuando nos damos una ducha o nos lavamos las manos el jabón ayuda a que la suciedad se ‘despegue’ con mayor facilidad de nuestra piel, pero no toda se la lleva el agua con la que nos aclaramos, sino que gran parte de las bacterias se van gracias a la acción que hace la toalla a la hora de secarnos, por lo que aunque nosotros estemos limpios la porquería es transferida.
Aunque no sea visible al ojo humano, la toalla tras varios usos está impregnada de bacterias, células muertas y todo aquello que se ha llevado al secarnos; aparte de absorber el agua y cuya humedad puede originar la aparición de hongos, razón por la que tras usarla varias veces comienza a tener mal olor.
Hay que tener en cuenta que normalmente cuando estamos en nuestra casa solemos usar diferentes toallas para secarnos las diferentes partes del cuerpo, pero cuando la ducha nos la hemos dado, por ejemplo, en el gimnasio nos secamos el cabello, axilas, genitales, pies y resto del cuerpo con la misma, por lo que la cantidad de bacterias que allí se concentran es enorme.
Los expertos en salud recomiendan que las toallas que usamos en casa se laven tras haberlas usado entre tres y cinco veces y las que usamos tras hacer ejercicio diariamente.
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Consulta recibida vía twitter por parte de @saradelatorre.
Fuente de la imagen: Wikimedia commons
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Alfred López 07 de febrero de 2015

La higiene personal es uno de los factores más importantes que tenemos que tener en cuenta, debido a que si la descuidamos podemos llegar a tener serios problemas, siendo los más leves un desagradable olor corporal y los más graves enfermar y en casos extremos fallecer.
Desde pequeños nos enseñan una serie de hábitos para realizar a diario con lo que nos protegemos de posibles infecciones, además de no causar malos olores.
Debido a las más de 2,5 millones de glándulas sudoríparas que tenemos repartidas por nuestra dermis expulsamos el agua que le sobra a nuestro organismo entrando en contacto con las bacterias que están alojadas en la superficie de nuestra piel y vello corporal, adquiriendo el sudor ese desagradable olor. Es por ello que desde la antigüedad los seres humanos hemos procurado camuflar esos malos olores a base de crear rudimentarios desodorantes: hace cinco mil años en el Antiguo Egipto ya se elaboraba un ungüento a base de canela y limón que se aplicaba en las axilas para desprender un olor aromatizado.
Hoy en día nos encontramos que la gama de desodorantes que existen es extensísima y, si teníamos poco lío para poder escoger cuál es el que más nos conviene, surgió el antitranspirante (inventado a finales del siglo XIX, pero muy de moda en las últimas décadas).
Entre ambos productos existen ciertas diferencias y aunque lo principal que debemos saber es que los desodorantes desodorizan y los antitranspirantes se encargan de inhibir la transpiración; llegados a este punto nos preguntamos ¿además de esto, qué diferencia hay entre un desodorante y un antitranspirante? ¿cuál es más aconsejable usar?
A través de la siguiente infografía podréis ver cuál es la diferencia entre uno y otro producto y seguro que os aclarará mucho las dudas que tengáis a la hora de ir a comprar y utilizar.

Echa un vistazo en este blog a otras curiosas infografías
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Alfred López 02 de diciembre de 2014
En 1889, el prestigioso cirujano William Halsted se dio cuenta que su enfermera y ayudante en el quirófano, Carolina Hampton, padecía una dermatitis que le impedía utilizar el líquido antiséptico, inventado unos años antes por el cirujano británico Joseph Lawrence Lister, que se usaba para esterilizar el instrumental quirúrgico durante las intervenciones (además de ayudar a mantener los quirófanos limpios de gérmenes y bacterias), por lo que se le ocurrió la idea de diseñar para ella unos guantes como los de tela pero que fuesen de una finísima capa de goma, así no entorpecería su trabajo.
Para ello se puso en contacto con la recién creada empresa Goodyear Rubber Company y les envió un molde de las manos de la joven enfermera. Tiempo después, ésta recibió unos guantes de goma con los que pudo desempeñar con total tranquilidad su trabajo. Con el uso de los mismos se dio cuenta que su dermatitis desapareció. Esto ayudó al cirujano a pensar en la utilidad que se le podría dar a ese tipo de guantes en el mundo de la medicina y la cirugía.
Un año después, el doctor William Halsted y Carolina Hampton contrajeron matrimonio.
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Alfred López 17 de octubre de 2013
A través de la página en Facebook de este blog, Almudena Blasco me pregunta sobre el porqué hay animales que comen carroña (carne en mal estado/putrefacta) y no les pasa nada y sin embargo los seres humanos enfermaríamos.
El ser humano no está dotado de un aparato digestivo preparado para ingerir alimentos que contengan cierta cantidad de bacterias y/o microorganismos patógenos (como carne en mal estado, putrefacta y diversos alimentos caducados y/o estropeados), enfermando y contrayendo diversas infecciones por salmonella, E. Coli o listeria (entre otras).
Pero sorprendentemente en el reino animal hay una serie de ellos que sí están preparados genética y orgánicamente para alimentarse de la carroña que hay en la naturaleza sin que les ocurra absolutamente nada.
Animales como los buitres o las hienas están dotados por unos poderosísimos jugos gástricos que podríamos calificarlos como de ‘ácido puro’, por lo que, tal y como digieren la carne putrefacta, las bacterias y virus que contiene quedan destruidos al instante.
La propia evolución ha propiciado que, por el hecho de incluir en nuestra dieta alimentos cocinados, los jugos gástricos de los humanos se hayan convertido con el paso del tiempo en mucho menos corrosivos que el de la mayoría de animales (nuestros ancestros comieron carne cruda e incluso carroña sin que nada les pasase porque, por aquel entonces, estaban preparados para ello ); pero el que sea menos corrosivo que antes no quiere decir que el ácido que contiene no sea capaz de digerir potentemente algunos elementos (entre ellos metales, vidrio o plástico, además de los propios alimentos).

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