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Entradas etiquetadas como ‘ayuda’

Solidaridad en Barcelona

Por Sandra Paré Rakosnik

Banco de alimentos (Archivo).

Banco de Alimentos (Europa Press).

Me siento orgullosa y feliz de la gran solidaridad que existe en Barcelona y en otras ciudades de este país, en esta larga y penosa crisis para algunas familias que no han tenido suerte porque el paro se ha aposentado en ellas o por otras circunstancias y se encuentran sin recursos para tirar adelante.

Me hace feliz comprobar la gran cantidad de ayudas que reciben estas asociaciones y por su perfecto repartimiento al entregar los alimentos en los centros de recogida.

Me hace feliz las felicitaciones que han recibido del extranjero admirándoles por la solidaridad del pueblo y por la gran cantidad de voluntarios para repartir los alimentos.

Todavía hay personas que ayudan a los demás

Por Enrique Jiménez Martín

Tren de Renfe (Archivo).

Tren de Renfe (Archivo).

Soy un trabajador de Renfe que el pasado 5 de mayo a mediodía tuvo un pequeño/gran incidente en la vía 9 de la estación de Atocha Cercanías, y que sólo sé por referencia de lo que he oído y me han contado que durante más o menos cinco minutos de mi vida me quedé inconsciente.

Estas letras son de agradecimiento a esas personas anónimas que sin temer por su seguridad, bajaron a la vía a rescatarme. Esto demuestra que en estos tiempos de egoísmos, todavía hay personas que ayudan al prójimo sin importar qué tipo de razones.

Así mismo, hago extensiva esta misiva al personal sanitario, vigilantes de Renfe y miembros de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que se volcaron en todo momento por atenderme.

Gracias de todo corazón.

Tenía 3.500 amigos en Facebook y murió solo

Por Marga Alconchel

José Ángel vivía en un pueblo de Pontevedra rodeado de basura, aunque él probablemente no la definía así. Recogía cosas de los contenedores montado en una de las bicis que también había rescatado. Enfermo de síndrome de Diógenes, acumuló tal cantidad de trastos alrededor de su pequeña casa que sólo podía entrar y salir por una ventana. Por donde entró la policía para recuperar su cuerpo, que ya llevaba una semana muerto.
 
Tenía 51 años, vivía solo y estaba solo en el mundo real, aunque tenía 3.544 amigos en Facebook y se comunicaba habitualmente por Whatsapp. Precisamente uno de sus contactos, una mujer de Canarias, avisó a la policía de Vigo porque hacía una semana que no le contestaba.  Lo encontraron, salió en los medios, había nacido en Vigo, se explicaron los datos conocidos. Nadie reclamó su cuerpo, nadie se presentó como familiar o amigo real. El ayuntamiento se hizo cargo del entierro como acto de beneficencia, y fue colocado en el cementerio de Pereiro tras el número 113.
La noticia que recogen los medios recuerda otros casos de indigentes que en pleno invierno han hecho fuego para calentarse y el humo ha acabado asfixiándolos, o el fuego calcinándolo todo, sin que nadie se haya dado cuenta hasta que el olor se ha hecho insoportable o los bomberos lo hayan entresacado de los restos.
 
Acumulación de basura en casa de un enfermo de Síndrome de Diógenes (Wikipedia).

Acumulación de basura en casa de un enfermo de Síndrome de Diógenes (Wikipedia).

Dicen que ellos no quieren ir al médico, dicen que viven así porque quieren, dicen que no aceptan los servicios de beneficencia de las Administraciones. Lo que no dicen con tanto énfasis es que son personas enfermas, personas que en algún momento perdieron el camino para relacionarse con los demás, personas que quedaron atrapadas en sus propias telarañas mentales y no encuentran la salida.

El espacio físico que una persona considera “su casa” es, literalmente, su refugio, el  lugar donde se siente a salvo. Para ellos, acudir a un centro donde le faciliten ayuda con la casi obligación de ducharse (tiempo que algunas veces emplea la organización para tirar sus ropas mugrientas y darle otras limpias), es un momento de mayor vulnerabilidad: desnudo en un ambiente extraño, y encima, despojado sin permiso de la ropa que llevaba puesta. Para los ojos del mundo, les hacen un favor. Para sus ojos dolientes, les avasallan su poca dignidad.
 
No quieren ir al médico, según la opinión más extendida. Un médico se empeña en tomarte la presión o pincharte para medirte el azúcar, actos que se ejercen sobre un cuerpo que no suele estar limpio. A la sensación de vergüenza se añade la de intromisión. Y después vienen los imposibles: la cantidad de medicinas que se le recetan, gente que no tiene tarjeta médica o que la tiene de beneficencia, a la que le resulta muy complicado seguir tratamientos, tomarse mediciones, hacerse analíticas, además de las larguísimas esperas.  ¿Y todo eso para qué? Para que la tos no resuene en la barraca en la que viven, para que no le pique tanto el sarpullido de tocar cosas corrompidas.  Remedios para unas enfermedades difíciles, porque el primer tratamiento sería cambiar de vida.
 
Se habla de Ley de Dependencia, de Síndrome de Diógenes, de Síndrome de Noé (acumular mascotas abandonadas). Son derrumbes humanos, personas que están vivas porque la vida se abre paso por encima de todo, pero que anímicamente andan muy al límite. Las Administraciones, desbordadas, tramitan docenas de denuncias de vecinos, acuden los servicios asistenciales. Ponen en marcha toda una maquinaria con muy buenas intenciones, pero demasiado burocrática para unas personas que necesitan, por encima de todo, a personas.
 
El problema es complejo, porque cuando se llega a esos límites, la estructura interior que nos mantiene “normales” a todos, en ellos se ha desfigurado hasta perder toda la fuerza. Pueden haber llegado a ese estado desde cualquier punto de la vida, desde una ruptura amorosa, una muerte que no superan, un fracaso laboral o una insatisfacción vital profunda. En todo caso, siempre va pareja una depresión que les pone plomo en las alas. Quieren ayuda tanto como la temen, porque los cambios alteran su pequeño mundo y siempre pueden traer algo destructivo.
 
El eje de su estado es una soledad enorme y una enorme distancia con el mundo, y ambas son causas una de la otra. Quizás el primer paso y el tratamiento a largo plazo sería una labor continua, indesmayable, de sicólogos, de educadores de calle, de personas con los conocimientos y la disposición para salvar a esas personas de su propio derrumbe interior antes de que la casa se les caiga encima.

El tren de la dependencia

Por Eduardo Martínez Da Silva

Cercanías en la estación de Santa Eugenia, Madrid (Gtres).

Cercanías en la estación de Santa Eugenia, Madrid (Gtres).

Cada día necesito coger el tren de la línea C-5 de cercanías de Madrid para ir al trabajo, y rara es la ocasión en que no veo situaciones en las que alguien necesita de la ayuda de otras personas para subir y bajar del tren. Es el caso de madres o padres que van con sus hijos en los carritos, gente que arrastra pesadas maletas, personas que van con muletas, silla de ruedas o que por cualquier circunstancia tienen movilidad reducida. Todas se ven obligadas a subir dos grandes escalones, obstáculo que casi siempre acaban salvando gracias a la ayuda de los más cercanos.

Estoy seguro de que la gente no se lo piensa dos veces, prestamos ayuda; es un buen gesto de civismo, pero estamos en pleno siglo XXI, en la era de las tecnologías y, aún así cualquiera que se vea en esta situación, dependerá exclusivamente de la ayuda incierta de los demás.

¿Cuando se van a habilitar todos los trenes con rampa a nivel de andén para mejorar la accesibilidad? Resulta irónico, que algunos políticos saquen pecho diciendo que tenemos un transporte público de calidad, cuando además de no llegar a todos se ha vuelto más caro en los últimos tiempos.

 

Necesitamos ayuda para evitar el cierre de un colegio para niños con autismo

Por Mª Paz Jiménez Cáceres

Un niño pintando un dibujo en un colegio de Madrid (Jorge París).

Un niño pintando un dibujo en un colegio de Madrid (Jorge París).

Soy madre de un niño discapacitado con autismo que está recibiendo una educación específica, adecuada a sus necesidades, en el colegio Juan Martos situado en Aravaca (Madrid). Mi hijo, con una grave discapacidad tanto intelectual como social (no tiene lenguaje), al igual que muchos de sus compañeros/as, necesita una intervención pedagógica especializada.

 Hace diez años unos profesionales que llevan en la sangre la educación especial, con mucho esfuerzo y dedicación completa, decidieron formar un equipo polivalente para crear este colegio especializado en la atención de niños/as con este trastorno tan complicado. En estos momentos la continuidad de este proyecto peligra, ya que el propietario del local donde se encuentra el Juan Martos no renueva el contrato de alquiler.
Ante esta situación, todo el equipo así como muchos padres, hemos comenzado la búsqueda de otro local llamando a innumerables puertas, pero sin éxito.
Existen colegios cerrados, locales en desuso, etcétera, que podrían permitir la continuidad de la educación de nuestros hijos en un entorno educativo especializado.
Por favor, a quien competa, necesitamos ayuda. Peligra el cierre de un colegio, la educación de nuestros hijos y el puesto de trabajo de unos grandes profesionales.  Los discapacitados también deberían importarnos.

 

Los días de lluvia

Por María José Viz
Lluvia.

Un hombre camina bajo la lluvia. (EFE)

Llueve. Me gusta mirar, escondida tras las cortinas, la caída constante de la lluvia. Aquí estoy a salvo, pienso. De pronto me imagino saliendo a la calle y chapoteando, como si fuese una niña, en alguno de esos inmensos charcos que se han formado. ¡Sería divertido! Pero mi sentido de la responsabilidad me impide hacerlo. Ya soy mayor para esas cosas. Me quedaré en casa compadeciéndome de los que intentan desplazarse, con el viento en su contra, empapados hasta los tuétanos.


Pasan las horas, y sigue lloviendo. Tras comer, leer, bailar, escribir, volver a comer, escuchar la radio, ver TV… me vienen a la mente los que han perdido sus cosechas -aquel río que hace un mes estaba casi seco de repente se ha desbordado con furia y violencia-, los que tienen inundado su garaje, los que han cogido una pulmonía, los que ven anegarse su local de negocio -que constituía su único sustento-, los que viven en la calle, los que trabajan a la intemperie; los que, a causa de la maldita lluvia, sufren un grave accidente de tráfico, los que se quedan con lo puesto y saben, mucho antes de solicitarla, que no van a recibir ningún tipo de ayuda… Es en ese momento, cuando noto que también llueve dentro de mi cómodo hogar. Las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos, se me está mojando el alma, de pura impotencia y frustración, por no poder hacer absolutamente nada para evitar tanta desgracia.

Solidaridad navideña

Por María José Viz Blanco

Reyes Magos.

La Navidad es, por antonomasia, la época del año en la que florece la solidaridad.

España es un país solidario. Prueba fehaciente de ello es que es líder mundial en donaciones y trasplantes de órganos. Es algo de lo que tenemos que sentirnos muy orgullosos, por ser demostración de un alto grado de generosidad y altruismo. Si hay una época del año que se considere solidaria por antonomasia esa es, sin duda, la Navidad. Hay una gran sensibilización hacia el sector de la población que más sufre, en estas fiestas que ahora terminan. Quisiera hacer mención de dos gestos solidarios –entre los innumerables que abundan, cualquier día y en cualquier lugar- que tienen que ver con el final de las fiestas navideñas, concretamente con la festividad de los Reyes Magos.

En vísperas de la cabalgata, unos vándalos quemaron las carrozas que se iban a usar para la misma en el pueblo malagueño de Arriate. Casi de inmediato, un aluvión de ofrecimientos de ayuda surgió de puntos muy distantes de la geografía española, lo cual produjo asombro en los felices y desbordados paisanos. Por supuesto, la ilusión de la noche mágica por excelencia llegó al pueblo. En A Coruña, los Reyes Magos de Oriente visitan, en la mañana del día 5, a los niños enfermos del Hospital Materno Infantil Teresa Herrera que no pueden estar en sus casas en estas fechas. Sus Majestades, acompañados de una parte de los integrantes de la Agrupación Musical Albéniz, recorren las habitaciones y los artistas van tocando y cantando populares villancicos. Todos los que han podido vivir esta hermosa experiencia resaltan la expresión en las caritas de estos pequeños pacientes, entre sorprendidas y asustadas, esbozando una tímida sonrisa.

Es mayor la satisfacción del que da que la del que recibe. No lo opino yo sola: millones de españoles demuestran continuamente ser unos grandes altruistas. Ni que decir tiene que debemos seguir cultivando esa faceta tan positiva del ser humano, ese lado noble que todos tenemos, aunque comencemos con pequeños gestos que son igualmente importantes para el conjunto de la sociedad.

Necesitamos empresarios que comprendan que hay de contratar con un salario digno

Por Juan Muñoz

Dinero.Sorprenden la propuestas de algunos partidos políticos para resolver el grave problema del paro. Me refiero, por ejemplo, a que se exima del pago de la Seguridad Social, o que el estado complemente un salario bajo, o que no se tribute IRPF el primer año, eso sí, mientras no se consiga un sueldazo, o si trabaja pasados los 65 años.

¿Cuánto es, para el ilustre pensador de esa idea, un sueldazo? Si nos dicen por activa y por pasiva que la Seguridad Social deviene insostenible, ¿porqué tiene que soportar dicho sistema los costes de la solución de este problema? ¿Porqué el Estado tiene que complementar el sueldo de un trabajador? ¿Porqué no han de pagar IRPF los que obtienen un ingreso? Si sus ingresos son bajos tributarán cero, como viene siendo de toda la vida. Al final todo se resume en una idea: mamandurrias para que el empresario pague lo menos posible en sueldos y no pague la Seguridad Social, y encima lo disfrazan de bonificación al trabajador.

Pero, ¿para qué queremos empresarios que en lugar de trabajadores necesitan esclavos? Empresarios que ven la cuenta de gastos repartida con el resto de ciudadanos y la cuenta de ingresos en su exclusiva propiedad y que luego, para colmo, pueden tener la feliz idea de eludir los impuestos. ¿Para qué se necesitan empresas así? Necesitamos empresas y empresarios que comprendan que han de contratar trabajadores con un salario mínimo digno, que conozcan las obligaciones fiscales y sociales que afectan a la empresa, que las tengan en cuenta y que sean capaces, con todo ello, de obtener el correspondiente beneficio.

Necesitamos ayudar a esas empresas y empresarios facilitando la financiación, eliminando las infinitas gestiones que se requieren, racionalizando las tasas municipales -a veces verdaderamente disuasorias-, apoyando estudios de viabilidad e idoneidad o facilitando alquileres razonables. Se puede y se debe ayudar a las empresas de muchas maneras que no pasan por repartir los gastos e individualizar los beneficios.

SOS: Quiero seguir luchando

Por A. M.

Si mañana me quitara la vida por desesperación, todos mis vecinos y allegados se echarían las manos a la cabeza, llorarían por mí, por mis hijas, dirían que no sabían lo mal que estaba, que no sabían que mi situación “era para tanto”. Que aunque soy una mujer divorciada, tenía la ayuda de mi familia.

—Pobrecilla—, dirían. —Cuánto ha debido sufrir—.

Varios desempleados esperando la apertura de la oficina de empleo (Jorge París).

Varios desempleados esperando la apertura de la oficina de empleo (Jorge París).

Pues el caso es que sí lo saben, porque yo no me callo. Cuando me preguntan cómo estoy, digo que mal, que no tengo trabajo y no hay vistas de tenerlo. Y todos dicen lo mismo: es que la cosa está muy mal, pero va a empezar a mejorar, mi hermano también está así, o mi primo, o mi amiga. Por eso ya nadie me habla apenas, y a eso se une la poca o nula vida social que tengo porque no puedo pagar ni una cerveza.

—Vente el domingo a echar un rato a la plaza del Salvador, unas cervecitas—.
—Claro, digo, igual me paso—. Mentira, ni siquiera puedo coger el autobús que me lleva al centro.
Otros me dicen que me reinvente, que haga otras cosas. Si no puedo a veces ni comprar huevos para hacer tortillas para cenar, ¿cómo voy a pagar una matrícula o curso o taller?

No, la gente no sabe, no quiere saber. Algunos familiares hasta creen que la culpa es mía, —algo tendrás que hacer, tienes que empezar a moverte—.
—Mi hijo ha encontrado trabajo en tal comercio—. Su hijo ha encontrado trabajo porque a alguien le dio pena. Pero ni siquiera he tenido esa suerte. Y no sé qué hacer. Quiero seguir luchando, me inscribo en miles de ofertas diarias, me descartan diariamente, he intentado cambiar de ciudad, he intentado vender lo que sea. Pero no. No salgo. ¿Qué le debo a la sociedad para que me hagan caso? Tengo 36 años, estoy desperdiciando mis mejores años laborales. ¿De verdad que no hay un trabajo para mí? ¿No lo hay?

He trabajado durante más de diez años, tengo estudios, he hecho todo lo que el país espera de un ciudadano, ¿qué es lo que les pasa a las empresas y empresarios? ¿Por qué mis vecinos y contactos no me ayudan? Luego dirán: si lo hubiese sabido podría haber hablado con este u otro amigo. Mentira. Lo digo en vida: por favor, ayúdenme, quiero trabajar, volver a sonreír, tener la nevera llena y pagar al banco a tiempo sin que me llamen diez veces al día. Quiero poder pagar las excursiones de mis hijas y llevarlas al cine de vez en cuando. Comprar ropa cuando se les queda pequeña. Quiero vivir.
S.O.S.

Cobros abusivos a las personas mayores

Por Charo Díaz Romero

Mi padre ha fallecido recientemente a los 87 años. Mi madre de 81 años de edad, bajo nivel cultural y escasos conocimientos de lectoescritura, necesita ayuda para enfrentarse a todo el maremágnum de facturas, papeles del banco, etc.

En unos días he tenido conocimiento de su situación:

Un grupo de jubilados (Archivo)

Un grupo de jubilados (Archivo)

En Bankia, donde tenían la cuenta con sus ahorros y domiciliadas sus pensiones, les estaban cobrando anualmente 40€ por una tarjeta Visa que he anulado. Posteriormente le han emitido una con las mismas utilidades y que resulta totalmente gratuita para los pensionistas.
El teléfono lo tenían contratado con Telefónica y pagaban cerca de 50€ al mes y sólo disponían de tarifa plana a números fijos nacionales. Les he gestionado con otra operadora una tarifa por la que abonan 12€ al mes con los mismos servicios.
Asimismo, reembolsaban todos los meses 3€ en concepto de alquiler por el aparato de teléfono, desde hacía más de 20 años. Cuando he preguntado a Telefónica por este aparato me han informado que su coste es de 9.95€. ¡Y ellos han pagado más de 500€ por él!

Y respecto a los suministros de luz y gas, tienen varios contratos firmados, en los que apenas se encuentran rellenas las casillas con los datos, difícilmente legibles por estar en papel autocopiativo, por lo que es imposible deducir qué tienen contratado. Preguntándole a mi madre a este respecto, sólo sabe que se han presentado en varias ocasiones de la compañía y les decían que era necesario que firmaran para actualizar su situación.
Del gas he podido conocer llamando a la compañía que tienen contratado un servicio de mantenimiento de la caldera por el que le cobran 18€ en cada factura, cuando el total de la misma ronda los 37€. Su caldera tiene un valor de aproximadamente 100€ y abonan anualmente 108€ por este servicio de mantenimiento, que también he anulado.

Además, he cancelado un servicio de «cuota fija mensual», que tenían contratado y por el cual pagaban de gas cada dos meses 60€, aunque su consumo fuera menor (como he indicado, de unos 37€), anualmente les devolvían el resto cobrado y no consumido.
Ahora estoy con el suministro de electricidad, ya que tienen contratada una potencia fija, que creo resulta innecesaria para satisfacer sus necesidades y por el que le cobran otra cantidad desorbitada.

Mi padre era un hombre muy honesto y como tal, creía que lo eran el resto de los mortales; este exceso de confianza en el prójimo y los desmanes que esta sociedad nuestra permite a bancos, operadores de telefónica, compañías eléctricas, y demás, generan en nuestros mayores una auténtica situación de indefensión, de la que muchos se aprovechan.

Todo esto me ha llevado a pensar en lo necesario que es acercarnos a nuestros padres con tacto y con cariño, y ofrecerles nuestra ayuda en todas aquellas cosas que pensamos que «aún controlan» y de las que están siendo objeto de engaño por tantos indeseables, con el beneplácito de la sociedad.