Por Nicolás Gómez Sañudo

Por Francisco Iglesias
Quisiera poner en su conocimiento el estado en que se encuentra una de las pocas instalaciones deportivas que tenemos en el barrio de Villaverde Bajo (Madrid).
Desde hace tiempo soy usuario de las instalaciones que el Ayuntamiento puso en el Parque Lineal del Manzanares. En mi caso particular tengo deficiencia visual, por lo cual la mejor manera de realizar mi deporte (patinaje) es en canchas cerradas y con buen pavimento.
Cuando descubrí estas instalaciones se me abrió la posibilidad de hacer deporte sin tener que pagar por el alquiler de una cancha cerrada y con libertad de horario.
Con el paso del tiempo he podido comprobar que cada vez más personas utilizan estas instalaciones, niños y jóvenes disfrutan de este deporte. Por este motivo me gustaría denunciar su estado y la dejadez por parte del Ayuntamiento en su mantenimiento y conservación.
Yo he sido testigo presencial y he sufrido en mis propias carnes las caídas de niños y jóvenes debido al mal estado del pavimento de las pistas, por este motivo quisiera hacer públicos estos hechos con el fin de que alguien pueda solucionarlo.
Me parece una pena que las pocas instalaciones que podemos disfrutar se pierdan y se degraden sin que nadie le ponga remedio.
Por un error de impresión totalmente involuntario en la edición de papel de este lunes 2 de octubre, este periódico deslizó una frase correspondiente a ‘La Metamorfosis’ de Kafka acompañando una información de actualidad, cuando debería haberse publicado en la sección de Cultura.
Pedimos disculpas a nuestros lectores por las molestias.
Por Lidia Arribas
Últimamente proliferan las carreras para mujeres y yo, corredora popular desde hace muchos años, no acabo de entender el motivo que lleva a los organizadores a vetar la participación a los hombres.
No estoy dispuesta a participar en esta prueba, cuya base es la discriminación por sexo y aumentar los beneficios de unos pocos, encubierto en carreras benéficas.
Por Marga Alconchel
Los casos de terrorismo suicida producen el gran rechazo social en las sociedades donde suceden. Una vez pasado el primer impacto y las brutales consecuencias, se vuelve poco a poco a gestionar el día a día y surge el primer tema delicado: ¿qué se hace con el cadáver del terrorista? ¿Quién se hace cargo de los restos del que mató a tantos inocentes?
El pasado mes de julio, Jacques Hamel, un sacerdote octogenario, fue degollado en Saint Etienne du Rouvray en plena misa por dos asaltantes yihadistas. Fueron abatidos. La comunidad islámica del pequeño pueblo se negó a enterrar a uno de los asesinos, vecino de ellos, “para no ensuciar el islam con esa persona”. Un musulmán de la comunidad comentaba que es normal que se tome esa decisión después del inmenso daño que causó el terrorista. Pero el imán matizó: «Es un deber respecto a las familias, que no tienen nada que ver, pero actuará un religioso exterior.»
El tema no es trivial. No sólo es el rechazo de la comunidad islámica y el alto riesgo de profanación; es que los terroristas suelen hacer alarde de haber rechazado el país en el que nacieron y viven (muchos son de segunda generación) y sólo reconocen el Daesh, con lo que enterrarlos en ese suelo se vuelve doblemente problemático.
Cada país tiene sus propias normas. Gran Bretaña y Francia consideran un derecho que cada persona sea enterrada en el lugar donde residía. Gran Bretaña dice que son sus hijos y se han radicalizado en su suelo, son su responsabilidad. El padre de un terrorista pidió enterrar a su hijo a las afueras del Leeds, discretamente, sin lápida; tiempo después la añadió y la tumba fue profanada. En Francia, la familia de un terrorista, de origen argelino, quiso expatriar el cadáver; Argelia se negó con el argumento de que el terrorista nació y creció en Francia. El alcalde de la población donde vivían tampoco lo quería. Al final actuó Sarkozy: “Era francés. Será enterrado aquí”.
Los sepelios se realizan casi en clandestinidad: de noche, sin testigos, con el cementerio cerrado, sin lápida ni identificación. Ni siquiera los sepultureros saben dónde están.
En EEUU no se lo plantean como derecho; consideran que es un acto de guerra y no facilitan nada al enemigo. Los cuerpos de los 19 terroristas del 11S fueron escrupulosamente apartados de sus víctimas y yacen en la morgue. Nadie los ha reclamado. El cuerpo de Bin Laden fue lanzado al mar para que no estuviera en tierra firme, no tuviera sepultura, para que quedara claro que ha sido borrado.
Los cadáveres de los asesinos que atacaron en Madrid, de distintas nacionalidades, oficialmente fueron expatriados a sus países de origen, pero éstos niegan haberlos recibido.
Al margen de las peculiaridades culturales y legislativas de cada país, hay un trasfondo mucho más complejo. Hay familias que no tienen culpa alguna y quieren un sepelio que les ayude a poner un poco de orden en su propio dolor. Hay comunidades que necesitan pasar página de una manera ordenada para poder reconstruir la convivencia y analizar sosegadamente cómo pudo pasar, cómo evitarlo. Cómo evitar que la tumba se convierta en santuario o que se profane, cómo conceder un ritual religioso a quien no ha respetado ni su propia religión, cómo dejar en la tierra de acogida los restos del que la ha llenado de muerte. El presidente del Observatorio contra la islamofobia en Francia, Abdallah Zekri, declaró tras los atentados de Charlie Hebdo: “No se les puede tirar a la basura”.
Por Miguel Ángel Loma
Del aparente desastre olímpico que por ahora significa nuestra participación en los Juegos de Río de Janeiro, sólo nos están salvando unos cuantos y, sobre todo, cuantas. Entre estas sobresale la brillante actuación de la ejemplar nadadora Mireia Belmonte y su medalla de oro en 200 metros mariposa.
Ejemplar también porque ha dejado gestos que van más allá del oro. Como fuera que, nada más bajar del podio tras escuchar emocionada el himno, saltándose literalmente el protocolo y las mil prohibiciones de rigor, subiera a las gradas buscando a su padre y, tras abrazarle, recogiera de este una bandera de España que mostró durante todo su recorrido triunfal alrededor de la piscina.
Ahora que vivimos un momento difícil de nuestra historia, cuando una parte de españoles pretende separarse del resto porque se sienten superiores y diferentes, un acto tan valiente y generoso como el que hizo esta mujer portando alegremente la bandera de España, es algo que va más allá que ese oro que tan merecidamente se ganó.
Una mujer que sí que ha demostrado su superioridad y diferencia en capacidad de sacrificio, superación, esfuerzo y méritos. Si según el denominado «efecto mariposa», el simple aleteo de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo, cuando Mireia batió en Río sus alas de campeona, en este lado del mundo nos provocó el desbordamiento de un orgullo: el de ser españoles, como ella.
Por Julián Gómez Vidal
Apenas comenzados los Juegos Olímpicos en Brasil, dos boxeadores han sido acusados de distintos casos de violación. ¿Hay algo más lógico? ¿Acaso la esencia del boxeo no es un intento de violar al otro, para lo que se citan dos agresores, y se asaltan mutuamente muchas veces, salvajada permitida y hasta pagada y honrada por una sociedad embrutecida?
¿El que el daño que ambos intentan hacer al otro sea multiorgánico, hasta hacer perder la conciencia -la que ellos y sus espectadores tengan- lo hace menos grave que si se concentra en los órganos sexuales, como en la violación?
Acabemos de una vez con esa barbarie que todavía deshonra a nuestra especie y que la aparición de mentalidades más humanitarias, como el cristianismo y el budismo, consiguieron eliminar ya durante mucho tiempo.