La historia del hotel de safari donde Isabel de Inglaterra se convirtió en reina (2)

En octubre de 2021 el actual Treetops, el sucesor del hotel donde la princesa Isabel de Inglaterra se convirtió en reina sin aún saberlo, cerró sus puertas, tras más de un año de pandemia sin recibir visitantes. A los cierres de fronteras y otras restricciones a los viajes se unía que, con un virus respiratorio cabalgando libremente por el planeta, a nadie le parecía la idea más sensata del mundo pagar un precio abultado para compartir un espacio estrecho durante toda una noche con un montón de desconocidos.

Aunque, que yo sepa, aún no hay noticias concretas sobre su reapertura, no me cabe duda de que llegará. El pasado febrero —cuando se cumplían 70 años de la visita histórica de Isabel y su esposo— el periodista del Mail Online Robert Hardman visitaba el hotel cerrado y observaba que todo estaba en perfecto estado de revista apuntando a una posible próxima reinauguración (este verano yo solo conseguí acercarme a la cancela, cerrada a cal y canto). Más dudoso parece el destino del Outspan Hotel, el establecimiento original que ha servido como base para las excursiones al Treetops, situado a unos kilómetros. El Outspan también permanece cerrado y, según Hardman, está a la venta.

Pero si es seguro que el Treetops superará la COVID-19, en cambio no parece tan claro su futuro a largo plazo, por otros motivos muy distintos. Durante décadas el famoso hotel-árbol, en su segunda encarnación después de que el primero ardiese a manos de la guerrilla del Mau Mau, se ha debatido entre la tentación de exprimir el negocio al máximo y la necesidad de conservar el entorno natural, sin el cual se acabó el negocio. Sobre cuál ha sido el balance de este conflicto, puede haber opiniones, pero también hay datos que no son opinables.

El Treetops en 1992. Imagen de Javier Yanes.

En tiempos de la construcción del Treetops original, en 1932, el hotel en el árbol se encontraba rodeado por el espeso bosque húmedo de las faldas de los Aberdares, una región densamente poblada de fauna. En la época de la visita de los príncipes ingleses, 20 años después, ya se había constituido el Parque Nacional de Aberdare; este y su área de conservación demarcan las fronteras entre la zona destinada solo a la conservación de la naturaleza y las tierras cultivables. La situación del Treetops, justo en el extremo de una lengua del parque que se extendía desde las cumbres hacia las tierras más bajas, lo convertía en el lugar más accesible donde se podía disfrutar de aquella profusión de fauna; era el límite exterior de toda aquella inmensa naturaleza salvaje de los Aberdares.

Sin embargo, en las décadas posteriores el desarrollo y la expansión humana lo han ido acorralando. La antigua ruta migratoria de los elefantes en la que se construyó el Treetops cayó en desuso, y las granjas y plantaciones se extendieron. En época más reciente, el parque se ha vallado casi en su totalidad para impedir que la fauna salvaje invada los cultivos y para proteger el espacio natural de la presión humana, sobre todo de la caza furtiva de rinocerontes.

Ya en nuestros tiempos, lo que se contempla desde la terraza superior del Treetops no es una vasta extensión de una África intacta; las granjas saltan a la vista, y también se atisba el intenso tráfico de la carretera principal que discurre por el valle. En cambio, otros muchos alojamientos similares que proliferaron después por toda África tienen ubicaciones más aisladas de la huella humana. Sin ir más lejos, en el propio parque de Aberdare se abrió en 1969 The Ark Lodge, un hotel de funcionamiento semejante al Treetops que se ubica en una zona más profunda del bosque.

Pero si esta parte del deterioro del enclave no es achacable a los propietarios del Treetops, otra sí lo es. Cuando en 1957 se construyó el segundo Treetops, al otro lado de la misma charca donde se hallaba el primero, los Walker quisieron aprovechar el tirón de la fama que el lugar había adquirido gracias a la visita real, y erigieron un nuevo hotel de mayor tamaño. Para tratar de mantener el espíritu original se levantó sobre postes de madera, pero esto ya era más un golpe de efecto que otra cosa, puesto que ya no era una cabaña sobre un árbol, sino una construcción sobre el suelo en torno a un árbol. Por entonces el Treetops aún estaba rodeado por un espeso bosque (compárense estos vídeos con la foto de 1992 que aparece más arriba).

En su primera versión el nuevo Treetops acogía a solo 14 visitantes, pero no tardó en ampliarse a 35 habitaciones, convirtiéndose en una enorme mole de madera cada vez más alejada de lo que un día fue. Los animales seguían acudiendo a la charca, ya que se acostumbran también a la presencia humana y sus construcciones, pero evidentemente la experiencia ya distaba mucho de lo que debió de ser en aquellos primeros tiempos.

Pero la masificación y la presión de la huella humana no han sido ni mucho menos los únicos azotes del Treetops y de su entorno natural. Durante décadas se ha mantenido la costumbre de esparcir sal junto a la laguna para atraer a los animales. Aunque aún no se conoce con todo detalle por qué los herbívoros tienen esta necesidad en su dieta, sí se sabe desde antiguo que acuden a lamer los suelos ricos en minerales allí donde afloran de forma natural, pero también en los lugares donde se dispersa sal común. La sal vertida durante años y años frente al Treetops ha matado la mayor parte de la vegetación circundante, a su vez atrayendo continuamente grandes manadas de elefantes que han aniquilado el antiguo bosque en torno a la charca.

El resultado de todo ello es que actualmente el panorama frente al Treetops consiste en una laguna rodeada por un mar de fango, sobre el que se dispersan algunas islas de arbolado fuertemente valladas para protegerlas de los elefantes. Y al fondo, las granjas y la carretera general. En fin, ya no es precisamente la imagen de la África prístina y salvaje que muchos turistas llegan buscando.

Y sí, en todo este contexto, también los animales han descendido drásticamente. Esto es claramente apreciable, pero hay datos concretos. Encontré una tesina de licenciatura elaborada en 2013 por Aimee Leigh Massey, estudiante de Recursos Naturales y Medio Ambiente de la Universidad de Michigan. Massey reunió los recuentos de animales en Treetops y The Ark que los llamados cazadores de guardia (una denominación ya obsoleta que necesitaría una repensada; en Kenya la caza está prohibida desde los años 70) han mantenido durante décadas. Y como ya saltaba a la vista, la pérdida general de animales ha sido mucho mayor en el Treetops.

«Encuentro fuertes evidencias del efecto orilla en el enclave más próximo a la frontera (Treetops); este enclave registró las pérdidas más fuertes en números totales de población de fauna salvaje, en biomasa agregada de fauna salvaje, en riqueza de especies y en índices compuestos de diversidad de especies», escribía Massey, señalando que este declive ha sido mucho más pronunciado desde mediados de los 90; incluso a pesar de que el vallado del parque, que comenzó en 1989, consiguió un leve repunte, ya en este siglo la caída ha sido drástica, y la antigua variedad de especies en la charca del Treetops ha quedado reducida casi en exclusiva a elefantes y búfalos. «En contraste, las poblaciones de fauna salvaje cerca de las áreas centrales (The Ark) parecen haberse mantenido relativamente estables a lo largo de los años», añade la autora.

Y curiosamente, aunque en internet abundan los comentarios muy negativos de estancias en el Treetops, parece que los turistas no se quejan tanto por la degradación medioambiental del lugar o por el pálido remedo actual de lo que fue un enclave único en su género, sino por el alojamiento en sí: critican que era incómodo, apretado, oscuro y frío (¡no hay calefacción!, protestaban algunos), que las habitaciones eran muy pequeñas, que los baños eran comunes y que la comida no era deliciosa. Todo lo cual resulta bastante delirante: ¿qué demonios esperaban? ¿Qué pensaban que habían contratado? ¿Para qué iban al Treetops?

Si el Treetops, no siendo barato, aún tenía precios relativamente asequibles para no millonarios como un servidor, era precisamente por esas incomodidades, por haber mantenido un deliberado perfil bajo. Sin infinity pools ni jacuzzis o camas de dos metros bajo las estrellas. Nadie dijo nunca que fuese un lodge de lujo; el lujo era la experiencia, el entorno. Incluso la entonces princesa Isabel, cuyos estándares de vida estaban bastante por encima de los del visitante medio del Treetops, durmió allí en un catre plegable, no en la estupenda cama de matrimonio que aparece retratada en la serie The Crown (no recuerdo dónde leí este dato, pero debió de ser en uno de los libros sobre el Treetops que tengo en mi biblioteca). Y no se quejó de incomodidad.

Por desgracia, se diría que ahora los propietarios actuales han decidido atender más a las necesidades de ese sector de público más preocupado por el tamaño de la cama que por la conservación del entorno natural. En 2012 el Treetops cerró temporalmente para una renovación profunda. Se construyó un tercer piso que hizo desaparecer la antigua azotea diáfana con visión de 360°, y con el que el Treetops ha machacado por completo lo poco que aún podía quedarle del espíritu original del hotel-árbol; ya parece un simple bloque de apartamentos. Se redujo el número de habitaciones de 50 a 36 para hacerlas más grandes y con baño incorporado. A juzgar por las fotos —no lo he visitado desde entonces—, se decoró todo el hotel en el estilo tan de moda que llaman safari chic, muy lejos del antiguo aire de refugio en la selva (selva que ya tampoco existe).

El Treetops en 2015, tras la ampliación. Imagen de Make it Kenya – Stuart Price / Flickr / dominio público.

Decoración del Treetops actual en 2015, tras la ampliación. Imagen de Make it Kenya – Stuart Price / Flickr / dominio público.

En fin, parece obvio que los propietarios actuales apuntan a un sector de mercado más alto, y que el Treetops dejará de ser asequible para los no millonarios como un servidor. Una pena. Pero aunque los clientes dejen de quejarse de los cuartos pequeños y de la comida de rancho, mientras siguen sin protestar por la degradación del entorno, lo cierto es que el Treetops se enfrenta a una dura supervivencia cuando hoy ese sector pudiente puede encontrar por toda África muchos otros alojamientos con unos estándares de lujo muy superiores a los que un bloque de apartamentos puede llegar a ofrecer, y que además aún se encuentran enclavados en entornos prístinos como lo fue el del Treetops en sus orígenes.

Y si todo lo anterior puede sonar a la lamentación de un nostálgico empedernido (que lo es), vayan aquí las palabras tristemente proféticas de la tesina de Massey sobre la degradación del entorno natural del Treetops: «A menos que estos problemas se resuelvan, los números de fauna en el Treetops continuarán declinando hasta el punto en el que el lodge perderá su atractivo para los turistas y su capacidad de generar ingresos».

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