El retrato perfecto del planeta perfecto

Puede que Saturno solo pueda considerarse el planeta perfecto desde un punto de vista simplemente estético, pero este ya es suficiente mérito. Su imagen nunca falta allí donde se dibujan planetas. Es el más popular entre los niños (al menos en una pequeña muestra personal). ¿Y quién no recuerda aquel Groenlandia de los Zombis donde Bernardo Bonezzi, con sus 13 añitos, buscaba en los anillos de Saturno? Si Saturno no existiera, posiblemente los astrónomos discutirían hasta qué punto sería posible que los anillos de los planetas gigantes gaseosos pudieran alcanzar semejantes cotas de tamaño y espectacularidad.

Espectacularidad es precisamente lo que rebosa esta nueva imagen de Saturno captada por el telescopio espacial Hubble el pasado junio y publicada la semana pasada:

Saturno, fotografiado por el Hubble el 20 de junio de 2019. Imagen de NASA, ESA, A. Simon (Goddard Space Flight Center), and M.H. Wong (University of California, Berkeley).

Saturno, fotografiado por el Hubble el 20 de junio de 2019. Imagen de NASA, ESA, A. Simon (Goddard Space Flight Center), and M.H. Wong (University of California, Berkeley).

Si ya están tan acostumbrados a la imagen de nuestro planeta anillado que nada realmente les impresiona, piénsenlo dos veces. No siempre los anillos se aprecian en esta perspectiva inclinada hacia nosotros y que los hace relumbrar como aros de plata. Piensen que en realidad esa especie de LP brillante no es algo sólido –como creía en 1655 su descubridor, Christiaan Huygens–, sino que está formado por muchillones de trozos, un 95% de hielo y un 5% de roca; en realidad la mayoría es espacio vacío.

Pero piensen además en lo distinto que aparece Saturno respecto a lo que conocemos en nuestro propio planeta, con ese aspecto de peonza girando a toda velocidad que en realidad no es tal; las bandas y ese color amarillento se dibujan por una combinación de las reacciones fotoquímicas en la atmósfera, los vientos y las nubes de distinta composición a diferentes altitudes: cristales de amoniaco congelado arriba, hidrosulfuro de amonio y posiblemente agua más abajo.

Por si todo esto fuera poco, fíjense en el polo norte: esta imagen perfecta también nos muestra otro de los alucinantes misterios de Saturno, su coronilla hexagonal, formada por corrientes de gases a alta velocidad y que fue observada por primera vez por la sonda Voyager 1 en 1981. En ese hexágono cabrían cuatro Tierras. No hay otro igual en el polo sur.

Por último, no olvidemos que lo mostrado en esa foto se encontraba en ese momento a 1.360 millones de kilómetros de nosotros; unas 3.500 veces más lejos que la Luna, más de un millón de veces la distancia de Madrid a París.

Y pese a lo conocido y doméstico que pueda parecernos el planeta de los anillos, muchos de sus secretos continúan manteniendo ocupados a los científicos. Hace ahora dos años nos despedíamos de Cassini, la sonda que voló durante casi 20 años por el espacio para ofrecer a la ciencia un tesoro de datos e imágenes sin precedentes sobre Saturno y sus lunas. Gracias a los datos de Cassini se pudieron estimar con precisión la masa de los anillos y su composición. Calculando durante cuánto tiempo habrían debido estar expuestos a la contaminación procedente del polvo y los micrometeoritos para resultar en su composición actual, los científicos concluyeron que los anillos apenas tenían unas decenas de millones de años; se habrían formado durante la era de los dinosaurios.

Pero ahora, la edad de los anillos ha vuelto a ser cuestionada. Un nuevo estudio publicado en Nature Astronomy analiza otros datos para llegar a la conclusión de que en realidad los anillos podrían ser tan viejos como el propio Sistema Solar. En resumen, los autores sugieren que en los anillos se produce un movimiento hacia el exterior de las partículas que los invaden, como si contaran con un sistema de autolimpieza; lo que hace que parezcan más nuevos de lo que realmente son.

No es ni mucho menos el único enigma que aún oculta Saturno. Y entre ellos, persiste uno de los más clásicos y recurrentes siempre que volvemos la vista hacia el firmamento: ¿puede haber por allí algo parecido a la vida? Como veremos otro día, ni es descabellado pensarlo, ni quizá estemos demasiado lejos de la respuesta.

Los comentarios están cerrados.