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Doña Norma, la ex alcaldesa feliz

Roxana Pintado, Ayuda en Acción Bolivia

Hoy quiero contar, de forma resumida, la historia de Doña Norma, quien ha vivido en Cotagaita toda su vida. Hoy ya tiene  62 años y 3 hijos, pero recuerda su infancia difícil, que le sirvió de inspiración para salir adelante. La suya fue la infancia de muchos adultos que en Potosí, en el altiplano boliviano, crecieron en condiciones de pobreza muy complicadas y que vieron truncadas sus aspiraciones de futuro.

Hace más de 16 años Norma se convirtió en líder de su comunidad, debido a su inquietud por contribuir al desarrollo suyo y el de sus vecinos y se vinculó con Causananchispaj, ONG boliviana que trabaja en esa zona y que, durante 12 años contó con el apoyo de Ayuda en Acción. Y lo hizo no sólo como dirigente de base, sino también implicándose como Promotora de Salud. Cuando más de 260 mujeres (por cada mil embarazadas) mueren en el parto y 224 niños (por cada mil que nacen vivos) fallecen antes de cumplir 1 año de vida, uno siente que tiene que hacer algo al respecto.

De capacitación en capacitación Norma fue adquiriendo habilidades y actitudes que la convirtieron en líder y, entre el trabajo y las visitas a las familias,  fue ganando la confianza y el agradecimiento de sus vecinos. Pero fueron los espacios de participación que se abrieron los que la llevaron, en 2004 al sillón de la Alcaldía de su municipio. Por votación popular, con el 19,87% de los votos, fue electa Alcaldesa.

Hace unos días, durante el acto de conclusión de la cooperación de Ayuda en Acción allí, de Doña Norma rememoraba en su intervención: “Recuerdo que en las primeras reuniones me eligieron como autoridad originaria, como representante de las mujeres. Con el apoyo de esas personas que desde esos lejanos lugares nos ayudaron y de los líderes comunitarios, quienes nos han llevado adelante, son 59 comunidades que se han beneficiado con Ayuda en Acción. Nos sentimos orgullosos porque se han mejorado nuestras condiciones de vida en salud, en educación, en producción y en organización comunitaria….Se han hecho y se han equipado escuelas, internados, centros de salud, sistemas de riego. Ya no hay muertes de mujeres, gracias a todo lo que se ha hecho y al trabajo las parteras; ahora las mujeres ya no sufrimos como antes”.

El trabajo de Ayuda en Acción y Causananchispaj durante estos 12 años se centró en abrir y fortalecer espacios y  mecanismos de participación ciudadana con enfoque de igualdad de género en todos los ámbitos que tienen implicación en el desarrollo humano y económico de la zona. Por ello, los cambios positivos que se dieron allí tienen su fundamento en la participación de la propia gente. Sólo así ha sido posible cambiar los indicadores de desarrollo humano de forma tan radical.

 El director de Aea en Bolivia entrega un presente a Doña Norma

En Caiza D y Cotagaita, los municipios donde ambas organizaciones y su gente estuvieron trabajando en este tiempo, ya no muere ninguna madre durante el trabajo de parto y sólo fallecen 24 niños por cada mil que han nacido vivos. La cobertura escolar llega al 98% de los niños y niñas en edad escolar y los ingresos de las familias, producto de la mejora en las actividades agropecuarias, aumentaron en 74%.

Doña Norma dejó de ser alcaldesa hace ya 5 años,  pero sabe que el desarrollo de su zona y el cambio de vida de las familias sólo fueron posibles por su participación y la de sus compañeros y compañeras, la implicación de los gobiernos municipales y la cooperación internacional. Sabe también que la sostenibilidad de todo lo que se ha logrado depende únicamente de ellos y de su esfuerzo, del compromiso de las nuevas autoridades locales y de la fiscalización que haga la población del uso de los recursos públicos.

 Productores de miel en Wichaca

En Norma, y a través de ella a todos los líderes comunitarios, reconoce Ayuda en Acción el esfuerzo de la gente por cambiar sus vidas y labrarse ellos mismos, con un poco de apoyo, su presente y futuro mejores.

WAKA WAKA, PASIÓN PARAGUAYA

Selva Nancy Rojas, Ayuda en Acción Paraguay

Con la colaboración especial de: Osvaldo Méndez (AD Pedro Juan)

Camino al norte del país me detengo a observar de qué manera el mundial de fútbol ha alterado las tonalidades del paisaje. Las casas, las escuelas, los puestos de salud, cada rinconcito tiene algún detalle con los colores de la bandera nacional. Los escolares caminan de regreso de la escuela, casi todos están vestidos con sus remeras albirrojas; les pregunto quién ganará el partido de mañana y me responden con mucha seguridad: “la albirró!” (“albirroja”, cariñosamente acotada).

Al día siguiente, las actividades empiezan muy temprano, la ansiedad de ver el partido de la selección se apodera de todos. En la escuela de Piky, una pequeña comunidad rural del Distrito de Pedro Juan Caballero, los niños vienen cargados con un entusiasmo inusual, como si se tratase de un verdadero día de fiesta patria. El profesor Juan Guillermo es el director de este centro educativo, lleva casi 30 años en la docencia, de los cuales 27 han transcurrido en esta pequeña escuela: “a fines de los años´70, ser hombre y maestro no era muy usual en el ámbito rural, en realidad, era motivo de burla ya que se trataba de una profesión para ´mujeres´. Pero a mí siempre me gustó trabajar con los niños; luego de casi 30 años, estoy orgulloso de mis alumnos y de haber ayudado a construir esta escuela”, nos cuenta mientras conecta el televisor.

Ésta fue una de las primeras comunidades en la que Ayuda en Acción ha cooperado en Paraguay. Al principio, la mayor problemática era la falta de agua, incluso en la escuela, donde los niños asistían cargados con sus botellas para soportar las calurosas jornadas de estudio. Conjuntamente con la organización de padres y madres, el profesor Juan Guillermo ha gestionado no sólo el abastecimiento de agua para la escuela, sino también la construcción de una sala de clases, servicios sanitarios y la refacción completa del puesto de salud local.

El escenario está montado, el pequeño televisor traído de la casa del profesor fue conectado a un proyector y la imagen se ve reflejada sobre una sábana blanca, que a estas alturas no tiene nada que envidiar al mejor cine del mundo. Juega la selección nacional. Difícilmente exista otro momento en que se sienta tan conscientemente correr a la patria entre las venas. La “albirró”, la “albirró”, es todo lo que se puede escuchar en las voces de quienes, bajo estos árboles alientan a su selección.

Los niños y las niñas, con las caritas pintadas y banderas de papel en las manos, van observando las jugadas y cada llegada al arco es acompañada con un fuerte “Jaha! Jaha!” (en guaraní: “vamos! vamos!). Sin embargo, el gol no llega. El partido se extiende otros 30 minutos y el desenlace se hace aún más dramático. El profesor Juan Guillermo -tenso como todos los espectadores- se agarra la cabeza y dice que en momentos difíciles es cuando realmente se hace notar la “garra guaraní” (frase utilizada como sinónimo de fortaleza).

Al todo o nada, llega la definición por penales y por fin se pueden gritar cada uno de los 5 goles paraguayos. Sonrisas, aplausos, banderas agitadas al aire, la selección ha avanzado una etapa más. ¿Saldremos por primera vez campeones del mundo?, pregunta el profesor Juan Guillermo a los más de 70 niños reunidos bajo los árboles, “puede que sí”, dice Cristian, uno de sus alumnos. “Soñemos que sí, estamos cerca”, dice contento el profesor.

Existe una sola copa para el que triunfe en este campeonato, la desbordante emoción seguro invade a varias naciones como a Paraguay, pero si hablamos con y de pasión, viendo estos rostros cargados de esperanza y el fervor nacional hacia la selección de fútbol, sin duda alguna, ya llegamos primero.

 

Cuando la primavera decide florecer

Selva Nancy Rojas, Ayuda en Acción Paraguay

Natalia acelera sus pasos, pide a su niña de 3 años que haga lo mismo, faltan sólo unos metros para llegar a la escuela donde la aguardan sus otros 5 hijos. Tiene 28 años y es madre de 6 niños, orgullosa -aunque con un dejo de pesar en los ojos- me cuenta que es madre soltera, trabaja limpiando casas y de esa manera sustenta a sus hijos.

Mientras dialogo con Natalia, observo un entretenido partido de fútbol disputado por los niños en la cancha de tierra roja. El sonido de esta algarabía (que me recuerda el ímpetu de cualquier  final de campeonato profesional) se funde con la imagen de varias mujeres llegando en caravana para participar de una reunión en la escuela.

Fútbol en la escuela de Villa Primavera. Foto: Nancy Rojas, AeA Paraguay

¿Quién no soñó alguna vez vivir una eterna primavera? Quizás esta fue la esperanza que motivó a las habitantes de Villa Primavera a adoptar este nombre para la comunidad. Este barrio se encuentra en las afueras de la ciudad de San Ignacio Misiones, en Paraguay. En el 2.006, el gobierno paraguayo construyó 50 pequeñas viviendas y destinó las mismas a familias solventadas por mujeres solas.

Está a punto de iniciar la reunión. Las madres ya están ubicadas en la sala de clases, que es el lugar donde se reúnen periódicamente para organizar las gestiones de la Comisión Vecinal. Nimia es la mayor de todas, tiene 46 años y 9 hijos, es presidente de la comisión de Villa Primavera. Comenta que al principio –cuando se instalaban en la comunidad- el lugar parecía un desierto, y ellas, habitantes de un lugar inexplorado: “las madres estábamos felices, lo que más queríamos era conseguir un techo para nuestros hijos, pero pasaba el tiempo y no contábamos con los servicios básicos: teníamos que llevar a los niños hasta la escuela de San Ignacio, eran 7 kilómetros de camino todos los días; tampoco teníamos agua, a veces, incluso  faltaba para beber”.

La realidad para estas mujeres seguía siendo muy difícil de superar, pero algo había cambiado en sus vidas: ya no estaban solas. Cada vez que pasaba el transporte de bomberos, que les proveía algunos litros de agua para la semana, se juntaban a conversar compartiendo las dificultades que tenían cada una de ellas. Luego de un año viviendo en la comunidad, notaron que varios niños habían abandonado la escuela y decidieron que esta situación no podía continuar. Fue por esta razón que marcharon hasta la Gobernación de Misiones, donde acamparon y no abandonaron el lugar hasta conseguir la asignación de maestros para la comunidad.

 Graciela tiene 33 años y 5 hijos, trabaja vendiendo chipá en las calles de San Ignacio (panecillos de harina de mandioca o maíz; típicos de la gastronomía paraguaya), fue una de las mujeres que impulsó esta movilización: “les dijimos a las autoridades que únicamente queríamos maestros, que luego nosotras veríamos la manera de construir nuestra escuela… y fue así como ocurrió, durante más de un año, las clases se daban en nuestras casas, las tizas y pizarras decoraban nuestras cocinas y el recreo se disfrutaba en nuestros patios”.

Con esta decisión y trabajo comunitario, en los últimos años, fueron levantando entre todas una verdadera comunidad. Ayuda en Acción las apoyó construyendo aulas, servicios sanitarios en las escuelas, instalando un sistema de agua potable y acompañándolas en la gestión de las organizaciones comunitarias, tanto de la comisión vecinal como de la asociación escolar. En la actualidad, estas madres analizan la posibilidad de aliarse a fin de emprender microempresas que les permita mejorar sus niveles de ingresos económicos.

Capacitación en preparación de alimentos. Foto: Nancy Rojas, AeA Paraguay

Una hora después de iniciar la reunión ya lo tienen decidido, y la presidente concluye: “bueno chicas, entonces queda decidido, vamos a capacitarnos para que dentro de poco tiempo sea posible formar nuestras empresas, teniendo más ingresos podremos darle una mejor vida a nuestros hijos”.

Natalia está contenta, me comenta que con la ayuda de una vecina está aprendiendo a hacer collares y otros productos artesanales. En voz alta llama a sus niños, es hora de ir a casa y preparar el almuerzo: “Pedro, ya vamos a casa!… tiene 10 años y solo quiere jugar a la pelota”, sonríe al despedirse. Mientras acaricio la cabecita de Pedro, le pregunto si quiere ser jugador de fútbol cuando sea grande: “aún no sé… quizás sea médico”, dice, mientras camina junto a su madre y hermanos.

Mujeres y niños de Villa Primavera. Foto: Nancy Rojas, AeA Paraguay

Mujeres agricultoras cosechando cambios

Martín Alvarado, Ayuda en Acción El Salvador

La temporada de invierno casi ha iniciado en El Salvador, pero el calor que vivimos día con día ronda los 33°C en la mayoría de los departamentos; caso contrario se vive a 91 Kms de la ciudad de San Salvador, específicamente en el municipio de Apaneca, en el departamento de Ahuachapán, donde su temperatura promedio es de 23°C convirtiéndolo en una de las zonas más altas del país y conocida también por la Ruta de Las Flores, llamada así por sus vistosos parajes que adornan el recorrido de la carretera que conduce al municipio.

En realidad, mi intención no es en esta ocasión describir el clima y las bellezas naturales con las que cuenta el país, únicamente he querido describir uno de los lugares donde existen cientos de familias rodeadas de diferentes tonos de verde y gamas de colores, pero que más allá existe una realidad que tienen que afrontar ante la difícil situación de pobreza que viven y la vulnerabilidad frente a las diversas condiciones climáticas que presenta la zona.

Rubidia García, originaria de Apaneca y que actualmente vive en la comunidad El Valle del cantón Palo Verde en el mismo municipio, nos permitió conocer parte de su diario vivir, compartiendo con ella actividades de las que ahora se siente orgullosa de realizar y ser ejemplo para muchas otras mujeres de su comunidad. A sus 45 años doña Rubidia participa en las reuniones de la Junta Directiva de su comunidad, administra la tienda de su escuela, es productora de hortalizas y lleva adelante su hogar conformado por sus cuatro hijos y su esposo.

 Rubidia trabaja en la cooperativa cultivando tomates. Foto: Martín Alvarado, AeA El Salvador

Entre el aroma de las plantas de tomate y un agradable clima, Rubidia nos contó su experiencia de formar parte del grupo de productores y productoras de hortalizas, apoyados por Ayuda en Acción, mediante la instalación de un invernadero para el cultivo de tomate y chile dulce.

Mostrándonos parte del invernadero, Rubidia detalló muchos de los beneficios que trae la producción de hortalizas tanto para las 6 familias participantes, así como también para la comunidad. Pues ella detalla que su comunidad se vio seriamente afectada hace 4 años luego de la erupción del volcán Ilamatepec en Santa Ana, donde el agua hirviente, la ceniza y rocas arrojadas por el volcán arrasaron con 114 hectáreas de plantaciones de café y afectaron otras 10.000 más en muchas de las zonas al occidente del país.  

La comunidad El Valle como muchas otras, son tradicionalmente dedicadas a la caficultura, la situación vivida por ese entonces dejó grandes pérdidas en el sector cafetalero y principalmente en la única forma de trabajo que existe para los lugareños, quienes recuerdan un 2006 sin cosecha y hasta 2009 una leve recuperación de los cultivos.

Ante este tipo de situaciones, Ayuda en Acción implementó diversas iniciativas productivas en la zona, siendo una de estas la instalación del invernadero para la producción de hortalizas, proyecto que además de generar nuevos ingresos a las familias, busca abrir espacios a la participación activa de las mujeres en las iniciativas productivas. En ese sentido la participación de Rubidia en este tipo de grupos ha sido motivo de romper esquemas sociales y costumbristas de su comunidad, pues el intercambio de trabajo entre hombres y mujeres por años no ha sido visto como una tarea común.

El grupo que actualmente está conformado por 6 participantes, está integrado por 4 hombres y 2 mujeres, Rubidia y Ana Dilia, quien entrada la conversación llegó al invernadero junto a Francisco, preparados para realizar el riego del día y el mantenimiento de los cultivos. Ana Dilia, se sumó a contar experiencias de su trabajo en el grupo, haciéndonos un contexto de donde venía la participación de las mujeres y es que expresa que ella desde niña estuvo acostumbrada a trabajar en las fincas de café junto a otros niños, niñas, jóvenes y adultos, lo que formó en ella y su familia esquemas diferentes a los tradicionales.

Rubidia muestra los tomates producidos en el invernadero. Foto: Martín Alvarado, AeA El Salvador

Quizá por el tabú del tema, entre sonrisas nerviosas ambas compañeras dijeron estar dispuestas a cambiar muchas de las creencias populares, principalmente aquellas que afectan la participación de la mujer; no dude ni dos segundos en preguntar cuáles son esas creencias, sus respuestas estaban orientadas a relacionar el periodo menstrual de la mujer con la pérdida de las cosechas.

Francisco uno de sus compañeros, entre dudas expresó que no hay que creer pero tampoco dejar de creer, expresión que sus compañeras dijeron no estar en su total acuerdo, y es que dijeron ya haber comprobado que eso no era cierto y que posiblemente ese tipo de comentarios surgieron en tiempos pasados para alejar a la mujer de las labores de trabajo en la tierra.

 “Nuestro esfuerzo es reconocido pero también criticado, lo que cultivamos ayuda a nuestras familias, vendemos a un menor precio los tomates a la comunidad y en cada corta damos una parte al centro escolar para mejorar sus refrigerios” palabras de Ana Dilia que sustentan su esfuerzo y participación con el objetivo de mejorar las condiciones de su familia y con la esperanza de cosechar cambios en la participación de la mujer en actividades productivas.

Una carrera por el agua; una carrera por la vida.

Roxana Pintado, Ayuda en Acción Bolivia

Don Andrés, como lo llaman sus vecinos, corre. Sale cada mañana a las seis, para abrir la llave que deja correr el agua hacia las parcelas. Cuando el agua comienza a brotar en el canal, Andrés corre a su lado durante 1 hora para verificar que a la primera parcela llegue el caudal adecuado. Si falta, debe volver atrás para abrir más el grifo; si sobra también debe volver para cerrarlo un poco.

Desde hace un año Andrés fue nombrado por su comunidad Juez de Agua, cargo nada insignificante, pues en él y otros dos jueces recae la importantísima tarea de administrar el agua que la represa de Molle Punku, en Chuquisaca, al sur de Bolivia, ha acumulado en la época de lluvia y que permite a más de 80 familias de campesinos yamparas sembrar y cosechar también durante la sequía.

El sueño comenzó hace más de 5 años, cuando los campesinos propusieron a Ayuda en Acción que les diera una mano para construir la represa. El esfuerzo conjunto de ellos mismos, de Ayuda en Acción, de la ONG boliviana PROAGRO y de la Obra Social de Caja Sol (empresa andaluza), hizo posible el cambio. Durante más de un año, a pico y pala, y con sus propias manos, las familias abrieron el camino por el que pasarían los camiones con los materiales para construir la presa; esa que da agua a 90 hectáreas de una tierra que hoy es fértil, pero que antes era árida y no daba fruto.

Mientras Andrés corre, el agua llega a la parcela de Don Julián, que hoy siembra melocotones, manzanas, albaricoques, cebolla y maíz. Hasta hace 4 años Julián sólo sembraba papa y migraba durante 6 meses a otras regiones de Bolivia, en busca de trabajo para ganar algo de sustento, porque la tierra no daba lo suficiente para vivir. “Llorábamos por agua, íbamos muy lejos a buscarla”, dice mientras recuerda que caminaba durante seis horas para acarrear un poco de agua para cocinar y asearse. A veces le toca regar en la madrugada, entonces se levanta más temprano, porque si no riega a su hora, otro campesino ocupa su turno.

La Asociación de Regantes, conformada por quienes en un inicio trabajaron en la construcción de la presa, cuenta hoy con 80 miembros, quienes aportan 2.00 bolivianos/mes (algo así como 0.05 céntimos de euro) para pagar al juez de agua y para el fondo de mantenimiento de la presa. Los miembros de la asociación compraron el derecho al agua de la presa y los que quieran incorporarse deben aportar con una suma similar a la inversión primera de todas las familias. Demetrio, que fue presidente de la asociación, hoy puede cosechar y el producto lo divide en tres partes: para la venta, para semilla de la siguiente siembra y para el consumo anual de la familia. “Yo no me voy de esta tierra; aquí florece nuestro corazón”, dice mientras bajo su montera (especie de sobrero de cuero de vaca, típico de los yamparas) oculta el rostro conmovido.

Las familias asociadas hace ya unos años que salieron de la pobreza extrema y viven con más de 1 dólar al día (indicador establecido por las Naciones Unidas para la pobreza extrema), pues han triplicado sus ingresos desde que tienen agua. Tienen viviendas mejoradas, con baños sanitarios, tejas y paredes revestidas, alejando así al trasmisor del Mal de Chagas, enfermedad endémica de esta zona. Tienen los recursos necesarios para que sus hijos e hijas puedan ir a la escuela, sin necesidad de que abandonen los estudios para trabajar o para traer agua desde muy lejos.

Andrés sigue corriendo, de parcela en parcela. Recorre sembradíos de frutales, de orégano, de zanahorias y otras hortalizas; cultivos nunca antes vistos en esta zona y que hoy florecen gracias a un hilo de agua que, cada día de riego, corre entre los surcos y da a estas familias la esperanza de un presente y futuro mejor. Esta carrera por el agua, en palabras de Andrés, es una carrera por la vida: “Si no hay agua, no hay vida”, dice mientras se aleja, corriendo hacia la siguiente parcela.

Abriendo caminos para una vida diferente

Roxana Pintado, Ayuda en Acción Bolivia

Las cárceles bolivianas, como muchas en el mundo, tienen un común denominador: la pérdida de horizontes para los que entran en ellas. El caso de Mario no iba a ser diferente, salvo por un pequeño proyecto, que le ha cambiado la vida.

Mario lleva 5 años en el Centro de Rehabilitación (como llaman aquí a las cárceles) de Potosí, al sur de Bolivia. Viene de una familia numerosa y es el menor de nueve hermanos. Las condiciones de pobreza de su familia no le permitieron tener una buena educación y él siente que esa es la causa fundamental de su situación actual.

En 2005, los municipios de Potosí tenían los indicadores más bajos del país (87%) en cuanto a acceso a la educación. Y aunque el 20 de diciembre de 2008 el país se declaró libre de analfabetos, aún queda mucho por hacer para mantener a estas personas dentro del sistema educativo y garantizar su superación, y además continuar con la incorporación de todos los niños y niñas a la escuela. A fines de 2007 y después de 7 años de trabajar en pro del logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, Bolivia, aunque con un avance significativo al compararla con otros países pobres del mundo, continuaba teniendo estadísticas preocupantes en cuanto al acceso universal a la educación primaria.

Ayuda en Acción, junto con otras ONGs bolivianas y la cooperación internacional (AECID, Entreculturas y la Generalitat Valenciana) vienen poniendo en marcha un programa de “Educación Básica por Radio” que ya tiene más de 5 años de implementación y que ha llegado incluso hasta las cárceles de Potosí. Y este es el proyecto que le cambió la vida a Mario.

“Este proyecto es una enseñanza muy grande, más que todo para las personas que están aquí, puesto que necesitamos que alguien nos guíe. Si no seguíamos este programa habría gente que tendría otra actitud ya que no tiene conciencia. A mí me ayudó mucho el aprender y enseñar cosas; esto nunca lo había hecho, y ahora lo hago por superarme y enseñar a la gente de aquí. He perdido mi timidez, soy muy paciente con mis compañeros; este programa me ha enseñado a ser solidario”.

A pesar de no contar con aulas ni pizarras, “…esto no nos frenó en nuestro aprendizaje. Hemos continuado desde el tercero hasta el séptimo curso, ahora nos falta el octavo para culminar con la primaria. Todo esto ha sido escuchando la radio y poniendo en práctica con los textos. La transmisión radial es muy creativa y además participativa, adecuada a nuestra vida diaria y los participantes se encuentran muy contentos por haber aprendido algo que no sabían. De esto se trata, de rehabilitarnos, conocer las matemáticas, conocer el cuerpo humano y poder leer y escribir”.

Este proyecto está permitiendo que más de 4050 niños, niñas, mujeres y hombres jóvenes y adultos de Potosí y Chuquisaca puedan continuar los estudios primarios, allí donde el sistema formal de educación no llega. El 70% (875) de los 1250 adultos que participarán en el curso de educación por radio son mujeres.

Mario sigue su camino, vinculado a la educación de sus compañeros de clases, quienes tienen nuevos horizontes de vida. “Yo espero poder profesionalizarme como profesor para ayudar a la sociedad, porque necesitamos profesores capacitados en la educación de adultos para el bien de todos”. Y esto, aunque no es todo lo que les hace falta, ya es bastante.