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Alfred López 05 de marzo de 2021
El español es uno de los idiomas más ricos y que más posibilidades nos ofrece para denominar a diferentes cosas o actos con términos distintos, siendo numerosísimas las palabras polisémicas que encontramos en el diccionario. En esta entrada os voy a traer media docena que, quizás, no conocías y que sirven para hacer referencia a cosas muy comunes.
Rapavelas: Forma en la que era conocido un monaguillo, sacristán u otras personas que solían ayudar en una iglesia. Dicho término surgió de la unión ‘rapar’ (en el sentido de sustraer) y ‘vela’ (cirio que se coloca en los templos religiosos), debido a que era frecuente que algunos de estos sisasen la cera o las propias velas para vender o utilizar en sus casas.
Cabañuelas: Antiquísimos métodos que se realizaban para pronosticar el tiempo meteorológico de un año. Se realizaba durante los primeros veinticuatro días de enero (del 1 al 12 y del 13 al 24) teniendo una relación directa cada día con un mes, el primer grupo de forma ascendente (de enero a diciembre) y el segundo de forma descendente (de diciembre a enero), dependiendo de todos esos cálculos, se solía determinar cómo sería todo el año meteorológicamente hablando.
Noto: Término con el que se hacía referencia al hijo ilegítimo o nacido fuera del matrimonio, también conocido como ‘bastardo’. El vocablo proviene del latín ‘nothus’ y este del griego ‘nóthos’, ambos de idéntico significado. Algunas fuentes apuntan que, probablemente, sea el origen de llamar ‘notas’ a la persona que le gusta hacerse notar (‘ser un notas’, ‘ese es un notas’).
Amanuense: Persona que era contratada para escribir a mano lo que le iban dictando (documentos, cartas, libros…). Este oficio ha sido más común denominarlo como ‘escribiente’ o ‘escribano‘.
Regazar: Hace referencia al acto de levantarse las faldas (delantal, enaguas, guardapolvos o cualquier cosa que cubre las piernas…) hacia arriba, o sea, hacia el regazo (entre la cintura y las rodillas), por ejemplo para pasar un río y no mojarlas.
Aparar: Acto con el que se acude a un lugar a coger algo utilizando la falda, manos, capa o sombrero (entre otros muchos elementos) para colocarlo ahí.
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Alfred López 30 de mayo de 2020
Según se describe en la primera acepción que da el diccionario de la RAE al término tormenta, esta es una perturbación atmosférica violenta acompañada de aparato eléctrico y viento fuerte, lluvia, nieve o granizo.
Frecuente es escuchar o utilizar expresiones como ‘Se aproxima una tormenta’ o ‘Ha caído una tormenta de granizo’ y siempre lo hacemos para referirnos a cuestiones meteorológicas (sobre todo relacionadas con la lluvia).
Pero originalmente el término tormenta no era utilizado para hacer referencia alguna a cuestiones meteorológicas sino a una eficaz arma de guerra llamado ‘tormentum’, el cual era un artilugio muy similar a una catapulta y que era utilizado para lanzar piedras, objetos incendiarios, metralla, etcétera, sobre un objetivo.
Aquellos que eran atacados veían como caía sobre ellos una lluvia de proyectiles o fuego, motivo por el que empezó a denominarse como tormenta a las inclemencias meteorológicas.
Curiosamente, el término latino ‘tormenta’ es el plural de ‘tormentum’ y éste significaba literalmente ‘suplicio’, ‘sufrimiento’ (que era lo que padecían quienes recibían la lluvia de proyectiles del tormentum).
Este término también origino el vocablo ‘tormento’ y al provenir del verbo en latín ‘torquere’ (torcer) dio a lugar a ‘tortura’.
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Alfred López 08 de junio de 2019
A través de mi cuenta de Twitter, @jmcruz40 me pregunta sobre el origen del refrán ‘Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo’ y en qué día cae (9 o 10 de junio).
Se trata de uno de los dichos populares que, posiblemente más pronunciados y repetidos son durante el mes de mayo, sobre todo por las generaciones más mayores. Con él se quiere advertir que el tiempo frío y las temperaturas inestables de la primavera se alarga hasta pasada la primera semana de junio, aconsejando no desprenderse ni guardar todavía las ropas de abrigo (lo que comúnmente se llama ‘cambio de armario’) debido a que, a pesar de que parezca que ya ha llegado el buen tiempo y los días de calor, todavía tienen que venir jornadas en las que refrescará (sobre todo por la noche y primera horas del día).
El cuarenta de mayo cae en el 9 de junio (teniendo en cuenta que el mes de mayo tiene 31 días). Pero, evidentemente, esa advertencia meteorológica no es exacta y no quiere decir que a partir del día 10 de junio entre el calor y ya se pueda ir desabrigado. Hay que tomarlo como un consejo el cual, dependiendo de muchos factores, puede no acertar y más en los últimos años en los que el cambio climático ha provocado que hayan aumentado varios grados las temperaturas y se produzcan ‘olas de calor’ en épocas del año en las que no les corresponde.
Sobre el origen del refrán, cabe destacar que éste ya se pronunciaba oralmente hace varios siglos atrás. La primera referencia escrita aparece en 1896 en el libro «Los refranes del almanaque» (página 108) del folclorista sevillano Francisco Rodríguez Marín, en la siguiente forma:
“Hasta el cuarenta de mayo
no te quites el sayo;
Y si vuelve a llover,
vuélvetelo a poner”
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Alfred López 12 de septiembre de 2017
El paso del devastador ‘huracán Irma’ por la zona del Caribe y Florida, en septiembre de 2017, copó la atención de los medios y redes sociales durante un gran número de días. Éste es un nombre que no dejan de repetirlo en las noticias y que ya ha quedado registrado en nuestra memoria junto a otros importantes huracanes (por ejemplo el Katrina, que tuvo lugar en el año 2005, y que está considerado como uno de los más mortíferos de la historia).
Posiblemente te habrás preguntado de dónde surge el hecho de bautizar a los fenómenos atmosféricos con nombres de personas. Pues bien, tal y como lo conocemos hoy en día, se lo debemos al meteorólogo británico (afincado en Australia) Clement Lindley Wragge, quien durante la última década del siglo XIX y primer cuarto del XX se convirtió en todo un referente mundial en meteorología, ordenó la nomenclatura para denominar huracanes y ciclones y fue quien inició la costumbre de ponerle un nombre propio, aunque él únicamente los puso de mujer y de ese modo se mantuvo hasta el año 1979 en el que se cambió a una forma mixta con nombres tanto de hombre como de mujer.
Pero cabe destacar que el hecho de bautizar a los fenómenos atmosféricos no fue originalmente una idea de Clement Lindley Wragge (aunque él la popularizó y estableció las bases), sino que la tomó de la antigua costumbre de echar mano del santoral en la que, dependiendo del día en el que aparecía un huracán o ciclón, se le ponía el nombre del santo o santa de tal onomástica. Y es que por aquel entonces se tenía el convencimiento de que los desastres meteorológicos eran cosa de la ‘providencia divina’.
Posteriormente a Clement Lindley, y hasta que se regularizó por un único órgano meteorológico, hubo una amalgama de nombres a lo largo de la primera mitad del siglo XX, ya que muchos eran los meteorólogos que bautizaban los fenómenos con el nombre de su propia madre, esposa, hijas, hermanas…
El sistema de nomenclatura para huracanes y ciclones que tenemos actualmente se usa desde 1979 en el que la Organización Meteorológica Mundial decidió crear unas listas alfabéticas con nombres tanto de hombre como de mujer para denominar a los de fenómenos que se producirían en el Atlántico y en el Pacífico (nombres diferentes para cada lado) en los siguientes seis años.
Según se van produciendo los fenómenos se va tomando el nombre siguiente de la lista y aquel que ha sido especialmente devastador se retira de la misma. Los nombres son tomados del inglés, castellano y francés y no deben traducirse con tal de evitar confusiones a la hora de informar sobre los mismos.
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Alfred López 03 de octubre de 2016
Al contrario de lo que muchas personas creen, el término ‘potra’ no ha surgido de la jerga juvenil sino que como vocablo hay constancia de su uso desde hace varios siglos y ya aparece descrito en el Diccionario de Autoridades de 1737, aunque, en sus inicios, a la palabra no se le dio el sentido de buena suerte que se le otorga hoy.
Tal y como se describía en el mencionado diccionario y hoy en día le da la RAE (en sus dos primeras acepciones), la potra era la hernia de una víscera u otra parte blanda o en el escroto (nada que ver con la hembra del potro, cría del caballo).
Dicha dolencia otorgaba a aquel que la tenía un pequeño privilegio (o al menos eso decían quienes la padecían): sentir molestias cuando el tiempo iba a cambiar -semejante a lo que le pasa a algunas personas que tienen problemas en las articulaciones-. A pesar del inconveniente del dolor que suponía, era de apreciar ese ‘sexto sentido’ (como algunos lo llamaban) con el que podían detectar con antelación (incluso de varios días) el cambio meteorológico, la llegada de una tormenta, nevada… El saberlo con suficiente anticipación ayudaba a que muchos agricultores pudiesen salvar sus cosechas.
Así pues, a ese tipo de hernia (la potra) con el tiempo se le comenzó a considerar como algo bueno y de ahí que al que la padecía se le acabó considerando como alguien suertudo, dando lugar con los años a expresiones del tipo ‘menuda potra tiene’, ‘vaya potra he tenido’, ‘a ver si tenemos potra’…
Cabe destacar que el término ‘potra’ se aplica muy a menudo sobre todo para señalar a aquel que ha conseguido/ganado algo de pura casualidad.
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Alfred López 05 de abril de 2016
Se utiliza comúnmente la expresión ‘está cayendo la del pulpo’ para referirse a la acción de estar lloviendo con gran virulencia o torrencialmente, aunque también hay quien la utiliza para señalar que a alguien le va a caer una buena bronca e incluso una paliza (‘le va a caer la del pulpo’).
En realidad dicha expresión en sus orígenes nada tenía que ver con la meteorología, el hecho de caer un buen chaparrón, ni bronca alguna, pero sí con la ‘paliza’, aunque no a una persona sino al propio pulpo.
Aquellos que tenéis algún conocimiento culinario bien sabréis que, debido a su morfología, el pulpo tiene su carne muy dura y a la hora de ir a cocinarlo es aconsejable darle unos buenos golpes contra alguna superficie con la intención de ablandarlo. Ese acto de apalizar al octópodo fue lo que originó la expresión en referencia a dar una paliza y con el tiempo se extendió a la mencionada bronca o a las inclemencias meteorológicas.
Cabe destacar que, erróneamente, hay quien explica que el origen a la expresión ‘caer o dar la del pulpo’ proviene de los ocho tentáculos de este animal y del movimiento que hace con éstos que, de golpearnos, nos haría daño, pero es una explicación equivocada.
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Post realizado a raíz de la consulta recibida vía email de Verónica Vicente
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Alfred López 20 de agosto de 2013
Es curioso ver el proceso y variación que ha sufrido esta expresión a lo largo de los siglos, ya que para encontrar su origen hemos de trasladarnos muchísimos siglos atrás; a la época en el que los calendarios eran astronómicos y los pueblos se guiaban a través de la posición de las estrellas y constelaciones.
Dichas estrellas/constelaciones eran habitualmente bautizadas con nombres de aquello a lo que se asemejaban (objetos, animales…), dioses de las diferentes mitologías, etc…
El origen e incluso significado original de la expresión ‘hace un día de perros’ también procede de la astrología y hace referencia a ‘Sirio’ la estrella que más brilla y que se encuentra en la constelación del Canis Maior (Can Mayor, la estrella del perro).
Desde la antigüedad se tenía el convencimiento de la estrecha relación que existía entre Sirio con los días de calor más intenso durante el estío (lo que nosotros llamamos verano).
Ese periodo de calor sofocante es conocido por el nombre de ‘canícula’ (de can, perro) por lo que en el lenguaje popular comenzó a referirse a esas jornadas tan calurosas como ‘días del perro’ y de ahí derivó a expresiones tan utilizadas como ‘hace un día de perros’, ‘hacer un tiempo de perros’ e incluso ‘haber tenido un día de perros’ o ‘tener un día de perros’.
El término evolucionó con los años y de un tiempo caluroso pasó a significar/referirse a cualquier día en el que hace mal tiempo (sobre todo de tormentas) e incluso al hecho de haber tenido un mal día por cualquier motivo sin que éste tenga relación alguna con la meteorología.
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