¿Que los presidentes de gobierno viven menos? Y dale…

Hombre, a ver: no es que los estudios que se publican en el número de Navidad del British Medical Journal sean falsos. Son reales; no los inventa el personal de la redacción echándose unas risas después de haber abusado de las nubes de leche en el té de las cinco o’clock. Como mínimo, no son necesariamente más falsos que los que se publican en cualquier otro número de la misma revista, o en cualquier número de cualquiera de las muchas revistas médicas dedicadas principalmente al turbio mundo de la correlación estadística.

Para no repetirme demasiado, invito al lector interesado a consultar lo que he comentado antes sobre este tema aquí, aquí, aquí, aquí o aquí. Y al lector muy interesado, le invito a leer el artículo publicado en 2005 por el profesor de la Universidad de Stanford John Ioannidis en el que aseguraba que «la mayoría de los resultados de investigación publicados son falsos», debido a planteamientos defectuosos e interpretaciones sesgadas de las estadísticas.

Resumiendo e ilustrando, digamos que nos acodamos en la barra de un bar durante una jornada entera y anotamos lo que pide cada cliente, junto con el color de su jersey. Si al final de la jornada reunimos los datos y los procesamos, es muy probable que podamos extraer un resultado «estadísticamente significativo»; por ejemplo, que quienes piden calamares tienden a llevar jersey verde. ¿Podemos por ello concluir que comer calamares induce en el ser humano una predilección por el verde, o que vestir de este color provoca una imperiosa necesidad de ingerir moluscos cefalópodos? No, ¿verdad? Pues a diario le están vendiendo milongas semejantes. La idea clave es: correlación no implica causalidad.

¿No del todo convencido? Lo del jersey y los calamares es un ejemplo hipotético, pero se han publicado estudios reales para denunciar los abusos estadísticos en los cuales se basan muchos médicos para recomendarle o desaconsejarle a usted que coma tal cosa o deje de hacer cual otra. Uno de los más célebres fue el publicado en 2006 por el profesor de la Universidad de Toronto (Canadá) Peter Austin, y según el cual los registros clínicos de Ontario demostraban que los nacidos bajo el signo de sagitario padecían más fracturas de húmero.

Barack Obama. Imagen de Wikipedia.

Barack Obama. Imagen de Wikipedia.

Todo esto viene a propósito de dos estudios publicados en el British Medical Journal que se han comentado esta semana en varios telediarios, y que sus presentadores expusieron con ese ceño apretado de las ocasiones en que cuentan noticias serias de política o de economía, y no con esa sonrisa candorosa de cuando presentan simpáticos temas de ciencia.

Los estudios en cuestión decían, respectivamente, que los presidentes de gobierno electos viven unos cuatro años menos que sus rivales perdedores, y que en cambio los parlamentarios viven más. En algunos de esos informativos incluso se colocó la alcachofa en la boca de un psicólogo, y ahí lo ves con grave gesto disertando sobre la problemática del estrés en el poder, la somatización, y que en cambio el parlamentario que no gobierna disfruta de la representatividad sin responsabilidad en el marco de la cómoda protección del grupo político, y blablablá…

Lo que no dijeron en ninguno de esos telediarios, probablemente porque no lo sabían, es que los estudios en cuestión se han publicado en el número de Navidad del British Medical Journal. Ni tampoco que esta revista, por lo demás prestigiosa, mantiene la tradición de dedicar su número navideño a publicar estudios que no son inventados ni falsos, pero que son… En fin, mejor que calificarlos yo mismo, les enumero algunos de los publicados en el número de este año; repito, todos ellos son estudios reales:

Y así. Imagino que ya han cogido la idea. Pues ahí están también los dos estudios citados. En el primero, investigadores de Harvard y otras instituciones de EEUU han reunido los datos de 540 candidatos a la presidencia, 279 ganadores y 261 perdedores, en 17 países (incluyendo España) desde 1722 hasta 2015. De todos estos candidatos, 380 han muerto. Los autores examinan cuántos años vivieron después de sus últimas elecciones, ajustan los datos según la esperanza de vida en función de la edad, y concluyen que los ganadores viven un promedio de 4,4 años menos que los perdedores, con un intervalo de confianza del 95% entre 2,1 y 6,6; es decir, que están seguros al 95% de que los ganadores viven como mínimo 2,1 años menos.

Pero los propios autores desgranan las limitaciones del estudio, y son varias. Cuando los investigadores aplican sus resultados como ejemplo a un país concreto, Reino Unido, comprueban que no funciona como debería. Además, reconocen: «sin conocimiento detallado de la política y la historia electoral de cada país, podrían surgir errores de medición en nuestra base de datos». También admiten que el estudio no considera cuál es el umbral de nivel de salud que induce a los presidentes a presentarse o no a la reelección, ni han tenido en cuenta la posibilidad de que ambos grupos partan de unas expectativas de vida reducidas por su dedicación a la política, ni se fijan en cuál es la posible influencia en unos y otros casos del origen socioeconómico de los candidatos y, por tanto, de su estilo de vida previo o de sus posibilidades de acceso a la sanidad.

Es decir, que han dejado fuera todas las variables realmente relevantes, o más relevantes, para la salud de los candidatos; las que más probablemente podrían explicar los resultados observados. Calamares y jersey: encontrar diferencias estadísticas en un parámetro concreto entre grupos que no se diferencian por un criterio claramente relacionado con ese parámetro puede llevar a cualquier descubrimiento que a uno le resulte aprovechable. Y en este tipo de correlaciones forzadas, por no decir estrafalarias (aquí hay muchos ejemplos deliberadamente absurdos) se basan algunos de esos estudios de la edición navideña del BMJ. No son falsos si nos atenemos a los criterios que se dan por buenos en muchos estudios epidemiológicos serios (lo cual, como suelo repetir, no dice mucho en favor de estos últimos). Pero cuando escuchen en el telediario esa coletilla de «demostrado científicamente», ya saben cómo interpretarla.

Y no digamos ya el segundo de los estudios, el que atribuye a los parlamentarios una vida más larga que la de la población general. Los propios autores mencionan la primera, gran y enorme pega: es probable que, en general e históricamente, los parlamentarios hayan tenido más acceso a mejores médicos y tratamientos que la media de la población general. Así que el hecho de que vivan más, si es que viven más, posiblemente no tenga nada que ver con el Parlamento, ni con la política, ni con esas gaitas que decía el psicólogo de la representatividad, la responsabilidad y el grupo, sino simplemente con el hecho de que un diputado quizá lleve una vida sensiblemente más saludable, y haya recibido un cuidado sanitario de mayor calidad, que el que cava zanjas.

Y dado que casi estamos en Navidad, permítanme que remate con una cita de un eminente personaje de la literatura navideña universal:

«¡Bah, tonterías!»

–Ebenezer Scrooge

Les dejo aquí el Don’t Believe What You Read de los Boomtown Rats, de 1978, cuando Bob Geldof era un artista. Disfruten.

2 comentarios

  1. Dice ser Antonio Larrosa

    Puede que vivan un poco menos pero viven mejor que nadie con sus estupendas pensiones vitalicias

    Clica sobre mi nombre

    20 diciembre 2015 | 16:55

  2. Dice ser technometal

    Y qué pasa con Jimmy Carter?

    21 diciembre 2015 | 10:06

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