por Esperanza Santos (de la Unidad de Emergencias de Médicos Sin Fronteras, desde República Centroafricana)*
Os contaba el otro día el gusto que da encontrarse por lares tan apartados como Ndélé un hospital bien organizado. Como podréis imaginar, en República Centroafricana, esto no siempre es así.
Durante estas semanas, he podido ver el hospital de Bambari, un hospital público que es el hospital de referencia para toda la ‘Región 4’ (el país se divide en cinco, y en la región 4 viven más de medio millón de personas). ¡Madre mía, el hospital! Un desastre…
Para empezar, es como un laberinto: distintos edificios que se van conectando a veces unos con otros y en los distintos departamentos más de lo mismo: habitaciones con camas medio rotas, la mayoría sin colchones y las que los tienen en muy mal estado… el personal se lleva su propio material porque no hay nada. En total he visto 1 termómetro y 2 tensiómetros en todo el hospital, y eran de algunos enfermeros que han decidido comprárselos ellos mismos.
No hay electricidad ni agua corriente, los medicamentos y el material escasean y por supuesto nada es gratuito: los pacientes lo tienen que comprar en la farmacia y llevarlo a los diferentes departamentos para que se lo pongan.
No es raro. Este es un país muy pobre. Bueno más bien muy poco desarrollado, porque creo que en realidad no es tan pobre: es muy verde, por lo que debe ser fértil y tienen bastantes minas de diamantes. Aunque a veces, a estos es mejor tenerlos lejos…
El nivel educativo es muy muy bajo (la tasa de alfabetización es del 48%) y la de escolarización en primaria también ronda el 50%, el sistema sanitario, además de no ser gratuito, deja bastante que desear. Por ejemplo, en toda República Centroafricana hay sólo 72 médicos: hay 4,4 millones de habitantes así que tocan a un médico por cada 60.000 personas, y de hecho la mayoría de ellos ocupan cargos más administrativos y de gestión que clínicos. Como os decía, no hay luz ni agua corriente en ningún lado, ni siquiera en la capital, Bangui, funcionan bien estos servicios.
Aquí ves la vida tan sencilla que llevan y a veces te da la sensación de que es ideal. Me explico: la imagen es bonita. A las 6:30 o 7 de la mañana, cuando nosotros empezamos a trabajar, ya ves a las familias al lado de sus cabañitas, sentados todos juntos alrededor de un fuego, calentando la ‘bouille’ (como una papilla hecha con arroz) para desayunar, probablemente después de haber ido ya a por el agua, la leña… algunos están ya moliendo la harina, otros barriendo su parcelita para mantenerla limpia, algunos tienen gallinas, cabritos e incluso algún cerdo por ahí correteando.
Esa es la parte ideal de la historia, una vida de familia, tranquila y sencilla, sin necesidades añadidas ni consumismo, ni tonterías.
Claro, pero esta mente mía no me deja quedarme con esa idea bucólica en la cabeza, y enseguida me pongo a pensar… ¿y cuando el niño se pone malo porque por la noche hace frío, se acatarra o le pica un anopheles, qué? Ahí se empieza a romper en pedazos la imagen bucólica…
Si el niño enfermo tiene que caminar con su madre unos 10-15 km para llegar al puesto de salud más cercano y que le atienda un agente de salud que no tiene formación alguna aparte de la experiencia y que muchas veces no sabrá diferenciar si el niño tiene catarro, malaria o sarampión (que es posible porque la cobertura vacunal está por debajo del 50%)… si después de caminar esos kilómetros y que le atiendan, tiene que pagar por esa consulta y por los medicamentos que necesita, si es que los tienen, que no es seguro… si decide no caminar y probar con la medicina tradicional del curandero del pueblo (que puede funcionar o no) y que le va a costar también casi como la consulta del puesto de salud… si sabes que ese niño es probable que nunca llegue a recibir una formación académica suficiente como para sustituir al agente del puesto de salud y mejorar la calidad… si la madre embarazada no tiene nadie que le haga seguimiento de su embarazo ni ninguna estructura sanitaria a la que acudir en caso de cualquier complicación… pues la imagen empieza a ser menos bucólica ¿verdad?
La vida sencilla y sin consumismo sería ideal si el niño fuese al colegio, si tuviesen puestos de salud en condiciones a los que acudir… y unas cuantas cosas más, empezando porque se termine el conflicto, pero eso de momento es difícil de conseguir.
El conflicto lo único que ha traído para estas familias son más complicaciones si cabe. Las carreteras (si se les puede llamar así) están cortadas por lo que el poco comercio que había ahora es inexistente. Los pocos colegios que había, cerrados. Los pocos puestos de salud que había, sin medicamentos. Y de vez en cuando un grupo armado pasa por el pueblo porque tiene necesidad de comida, de medicamentos y de brutalidad. Así que, no me queda otra cosa que decir, la guerra es una cosa muy mala y que no hay nada que la pueda justificar.
* Esperanza Santos trabaja en terreno con MSF desde 2006. Es enfermera y actualmente es coordinadora en la Unidad de Emergencias. Si quieres leer otros posts de Esperanza en misiones anteriores con MSF, pincha aquí.