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¿A la primera?

Conozco muchos casos de éxito a la primera cuando se está buscando un bebé (ya dije que yo también usaba esas ridículas expresiones). O al menos eso dicen ellos y yo, que no estaba allí para contradecirles, tengo que creerles.

La escena suele ser la misma. «¡Qué machote soy!» vienen a decir con su expresión los padres primerizos que se pusieron a buscar un bebé y fue dicho y hecho. «¡Qué putada!» les contestan los que ya tienen algún bebé entre manos.

He leído que aproximadamente el 25% de las parejas lo consiguen al primer intento. Y otro 50% durante el primer año. En ese grupo estamos nosotros, que tardamos unos seis meses.

¿Pero qué pasa con ese otro 25%?

Cada nueva menstruación es una decepción que dificulta aún más el embarazo. La pescadilla que se muerde la cola.

También conozco de segunda mano la frustración que desencadena, incluso en aquellas parejas que no creían que iban a pasarlo tan mal. Es algo biológico supongo.

Y aquí es cuando aconsejo una curiosa película llamada Maybe Baby en la que Hugh Laurie, el famoso Dr. House, es un solícito marido que sufre la tortura psicológica a la que se autosomete su esposa al no poder quedar embarazada. Un papel muy distinto al que nos tiene acostumbrados.

¿Lo conseguisteis a la primera o a la última?

¿Cuanto valen tres semanas de angustia?

Caso real: una persona cercana está embarazada de 13 semanas. En una revisión ven cierto riesgo de alteración cromosómica y le recomiendan una amniocentesis.

Accede y le cuentan que los resultados tardarán 3 semanas a menos que esté dispuesta a pagar para que los análisis los efectúe otro laboratorio, en cuyo caso se tendrán en 48 horas.

¿Cuánto hay que pagar? pregunta. Entre 150 y 350 euros en función del laboratorio le dicen. Ahí queda eso.

Por supuesto, estamos hablando de una sociedad privada.

Por supuesto, esta persona pagará lo que le pidan para no tener que estar 3 semanas mordiéndose las uñas y enfrentándose a tener que valorar la opción de abortar estando ya de 17 o 18 semanas.

Sencillamente, una canallada.

¿Cuanto valen tres semanas de angustia?

Ser madre es vivir con miedo

Sin ser precisamente Juan sin miedo, lo cierto es que siempre he sido inconscientemente valiente.

Era una niña que brincaba por los riscos y se subía a los árboles, una adolescente que regresaba a casa por la ruta rápida de callejones oscuros para apurar el toque de queda y una adulta que disfrutaba haciendo rapel para bajar a pozos o comprando por Internet en páginas coreanas.

Vamos, una de esos que piensan que lo malo nunca les va a pasar a ellos.

Hasta que llegó el peque. ¡Qué desastre! Me da miedo todo cuando anda él por medio. Es uno de los peores descubrimientos de la maternidad: encontrarte que tener un bebé es vivir permanentemente con miedo a que le pase algo.

Conduces más despacio, no le quitas ojo a los niños que juegan con la pelota en el parque mientras pasas con el carrito, eliminas de tu vida las pequeñas piezas potencialmente causantes de un atragantamiento mortal…

Pero lo que más me aterra a mi en particular son los lugares altos. No soy capaz de tener a mi bebé en brazos en el balcón a menos de cuatro pasos de la barandilla. Mucho menos consiento en que lo tenga otro. Y hablando con más madres he descubierto en que no soy la la única en tener este ridículo miedo a las alturas.

Por cierto, que en la foto está en lo alto del mirador de Santa Tecla, y yo sufriendo mientras tiraba la foto por si se despeñaba.

En definitiva, ser madre supone comenzar a pensar que el mar de La Manga en el que se bañan tus hijos está lleno de feroces tiburones cuyo único objetivo vital es zampárselos vivos.