Archivo de abril, 2016

La pobreza energética y la sentencia del Constitucional

 joanherreramini

Joan Herrera – Abogado 

La pobreza energética es algo que ha existido siempre pero que con la crisis se ha agravado aún más. Podríamos definirla como la dificultad o la incapacidad de mantener tu vivienda en las condiciones adecuadas por razones económicas.

Lo más gordo es que, después de ocho años sufriendo los efectos de la crisis, cada día está afectando a más gente, en un escenario en el que se combinan crisis y una subida del precio de la energía muy por encima de la inflación. Un incremento continuo del precio de la energía, que se ha encarecido un 60% en el caso de la electricidad y un 66% en el caso del agua, sólo en los últimos cinco años (106% des de 2004 al 2014 en lo que se refiere al recibo de la luz). Solo las compañías Endesa e Iberdrola realizaron el año pasado más de medio millón de cortes de luz por impago, exactamente 506.481, según ha revelado la organización FACUA-Consumidores en Acción con los datos que las mismas empresas suministradoras han facilitado a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). Estas cifras suponen un repunte del 6% respecto al 2014.

Pobreza energética - Bruno Mello Teixeira Flickr

Los usuarios españoles en riesgo de pobreza energética únicamente están protegidos por el bono social que se implantó en 2009 y que incluía descuentos en las tarifas en determinados supuestos. No obstante, este bono no es garantía suficiente para solucionar los impagos porque según FACUA el 48% de los consumidores desconocen su existencia. Por desgracia, hoy es más fácil no encender la calefacción que acceder al bono social. Es el ‘pan nuestro de cada día’ encontrar a un vecino que vive sin calefacción o no puede pagar directamente el recibo. Las consecuencias son dramáticas, y están suponiendo una afectación clara a la salud, especialmente para los más vulnerables (mayores y niños).

Y mientras tanto aquí se ha hecho poco y lo poco que se ha hecho ha sido a cargo de Comunidades Autónomas y ayuntamientos. Como muestra, un botón: el Govern de la Generalitat de Catalunya aprobó una normativa específica en 2013, que costó que se desarrollase y que el Gobierno central recurrió ante el Constitucional. La ley tan solo planteaba una moratoria en el corte de suministro para los meses de invierno, teniendo que pagar el afectado en los meses siguientes. Medida claramente insuficiente que ni tan siquiera benefició a un millar de personas. Después se aprobó la Ley 24/2015 de medidas urgentes para afrontar la emergencia en el ámbito de la vivienda y la pobreza energética, una Iniciativa Legislativa Popular, promovida por la PAH, Plataforma de Afectados por la Hipoteca.

Es ahora, meses después, y tras la demanda de muchos actores sociales y políticos, cuando por fin se han comprometido a desarrollar el protocolo de relación entre empresas suministradoras y los servicios sociales de cada ayuntamiento. Pero si la actitud de muchos gobiernos autonómicos es insuficiente, la actitud del Gobierno central es simplemente inaceptable. Éste ni siquiera ha aplicado la transposición al Derecho español de las Directivas Europeas de protección de los consumidores energéticos domésticos (ya han pasado cinco años desde que se aprobaron). Y, además, como el “perro del hortelano”, que ni come ni deja comer, se ha dedicado a recurrir ante el Tribunal Constitucional (TC) la tímida e insuficiente normativa autonómica que legislaba sobre la materia, argumentando que rompía el principio de unidad de mercado. Un recurso que hace buenas, e incluso dignas, las legislaciones autonómicas y las actitudes de muchos gobiernos autonómicos, que están muy por detrás de lo que el momento requiere.

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Je suis Jordi Évole

juancastromini

Juan Castro – Gil  Secretario y abogado de ANPIER 

En España hay dos tipos de personas: aquellos a los que les cae bien Jordi Évole y aquellos que no le soportan. Es una historia como la del Barça y el Madrid, la izquierda y la derecha, el nacionalismo o el no nacionalismo… No valoro si es bueno o es malo, solo evidencio que aquí, o eres de los unos o eres de los otros.

Mi adscripción a esa batalla Evolil se inclina hacia sus admiradores. Es cierto que, para los que luchamos en esa causa, sus diferentes escaramuzas contra la cosa eléctrica le otorgan muchos puntos a favor. Al margen de ello, su valor que más me atrae es la forma natural de preguntar cosas que a todos nos gustaría conocer.

Jaume d'Urgell

Jordi Évole dando discurso de aceptación del Premio Nicolás Salmerón de Derechos Humanos (Jaume d’Urgell)

Pues bien, todos en alguna ocasión nos hemos sentido protagonistas de alguna película que nos ha gustado y ese divertido ejercicio lo voy a hacer yo hoy. Como no creo que tenga la oportunidad de presentar algún día ‘Salvados’, me voy a permitir el lujo de convertirme en su presentador virtual y lanzar al aire de forma mundana diferentes preguntas a importantes personajes imaginarios. Hoy, Je suis Jordi Évole.

Así, enseñaré en mi Tablet, a un ministro imaginario, un video donde se vea la boina de contaminación que vive encima de Madrid y le preguntaré con aparente simpleza: “¿no cree que sería mejor tomar medidas para que los madrileños no acaben como los niños de Pekín, que van al cole con mascarilla?”.

También me inventaré algún pequeño chascarrillo para preguntarle ¿cómo es posible que, en España, a los ciudadanos productores de energía renovable se les acose sin piedad mientras que en el resto del mundo se les considera parte del cambio hacia un futuro mejor?

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Fukushima, 80 años después. Las eternas consecuencias

Luis María de la Maza – Profesional del área energética e industrial

Limpieza de residuos nucleares

Invierno de 2093, escribo desde mi ventana en un edificio de apartamentos de Nagano. Dentro de unos días cumpliré 25 años y, como muchas otras veces, vuelven a mi memoria y a mi diario los recuerdos de mis abuelos y mis padres sobre su tierra perdida, que no olvidada, de la que aquellos tuvieron que salir, para no volver nunca, una tarde de Marzo de 2011: Fukushima.

El lugar donde mis antepasados vivieron durante siglos en una casa familiar en el interior de la región dedicada desde siempre a la agricultura, cultivando frutales de todo tipo, donde llevaban una vida plácida y reconfortante, incluso cuando la región vivió el desarrollo industrial en la segunda mitad del siglo XX con la construcción de varias plantas nucleares.

Pero esa tranquilidad se acabó para siempre una tarde de Marzo de 2011 cuando un maremoto frente a la costa de Miyagi causó enormes daños materiales y dio lugar a un terrible tsunami, con olas de hasta 20 metros de altura, que golpeó la zona costera de Fukushima y dejó más de 20.000 muertos. Mi familia, alejada de la costa, no sufrió los efectos directos del tsunami.

Con ser esto horroroso, lo peor vino después. Explosiones en dos de los seis reactores nucleares de Fukushima Dai-ichi, incendios y fugas radiactivas de máxima gravedad, evacuación de los residentes en el entorno de la central (casi 50.000 personas en un primer momento, hasta cinco veces más en las semanas siguientes) hacia localidades cercanas. Un mes después del accidente, los niveles de radiación seguían siendo máximos, incompatibles con la vida, con kilómetros cuadrados de tierra y vegetación contaminados y fugas de agua radiactiva incontroladas hacia el mar.

Imposible seguir viviendo allí. Las plantaciones agrícolas fueron clausuradas, las pesquerías de la costa abandonadas. La población evacuada tuvo que emigrar a otras zonas del país alejadas del riesgo radiactivo. Toda la actividad de la región se redujo a los trabajos de desmantelamiento de las plantas nucleares, que han venido ocupando a miles de personas durante décadas, y convirtieron aquella hermosa región en un tremendo basurero radiactivo de bidones de agua y bolsas de tierra contaminados.

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De la Europa de la crudo-dependencia a la sociedad de la electro-suficiencia


HugoMoranFernandez

Hugo Morán – Exdiputado

A punto de cumplirse una década de crisis, las instituciones que se encargan de las gobernanzas política y económica siguen dando tumbos, ora diciendo una cosa, ora predicando la contraria. De la política expansiva a la austeridad monacal, de la reinvención del capitalismo como modelo al cuestionamiento del Estado del Bienestar.

Plataforma petrolífera - EFE archivo

Gatopardismo de gallináceo vuelo: que todo cambie para que todo siga igual; pero con un límite sacrosanto: aquél que viene fijado por los mercados del dinero y por el precio que ha de pagarse para disponer de un cierto margen de endeudamiento. El plan de los grandes visionarios de la geopolítica y de la geo-economía pasa por salir de la recesión aplicando como solución las mismas prácticas que estuvieron en su origen, insuflando crédito a las mismas estructuras productivas que son causa de esta crisis, igual que lo fueron de las anteriores.

Y es que quienes deberían ocuparse de las personas, se dedican a contar billetes, y quienes deberían preocuparse por el bienestar de la sociedad, anteponen a ello la rentabilidad de las empresas, con el agravante de que nos venden que es prioritario tener un sistema financiero saneado para poder atender luego (si acaso) al desarrollo humano. Conceptos abstractos que liberan a quienes los manejan de dar mayores explicaciones a la desconcertada ciudadanía. Y por estos derroteros deambula una noqueada Unión Europea que balbucea respuestas cuando se le reclaman explicaciones por la estafa masiva de los bancos, por los trucos de prestidigitación con paraísos fiscales y paraísos legales, respecto a compromisos climáticos que no son sino humo cuando se trata de controlar los tubos de escape, o que se escabulle de forma vergonzosa cuando se estrella con las consecuencias de las últimas guerras del petróleo. Lee el resto de la entrada »

Autoconsumo, a pesar de todo

Mariano Sidrach de Cardona

Mariano Sidrach de CardonaCatedrático de la Universidad de Málaga

 

Desde hace más de un año disfruto junto a mi familia del placer de tener en mi casa una instalación fotovoltaica para autoconsumo. Durante este tiempo hemos asistido perplejos al desarrollo de una normativa que lejos de favorecer estas actividades, intenta por todos los medios que los ciudadanos desistamos de ejercer nuestro derecho al autoabastecimiento eléctrico. Hemos pasado de ser considerados ciudadanos insolidarios a depredadores del sistema eléctrico, según palabras del Secretario de Estado de la Energía.

Autoconsumo

A pesar de todo, nos sentimos felices y contentos con la decisión que en su día tomamos. A mis vecinos, que se acercan a preguntarme, primero les explico la diferencia entre los paneles térmicos que ya tenía y los fotovoltaicos. Después me preguntan si la instalación es legal y por último me consultan por la rentabilidad de mi sistema fotovoltaico.

Siempre les contesto lo mismo: esta instalación me permite generar la energía que consumo, me permite ahorrar energía y me permite aportar mi pequeño grano de arena para luchar contra el cambio climático y es totalmente legal. Cuando les digo que no me importa su rentabilidad económica, creo que no me entienden, pero, al fin y al cabo, cada uno gasta su dinero en aquellas cosas que lo hacen feliz. No me preocupa, espero que algún día lo entiendan.

Es muy difícil de explicar por qué, a pesar de la absurda regulación actual de las instalaciones de autoconsumo, a mí me merece la pena saber que genero al cabo del año más energía que la que consume mi casa, que mi consumo de energía de la red ha disminuido un 40% y que mi factura eléctrica ha disminuido un 20%.

Claro que no estoy contento con la situación actual. Regalo más de 3.000 kWh/año al sistema eléctrico, energía que consumen mis vecinos más próximos y a los que su comercializadora cobra a precio de mercado, sin que les haya costado nada, ni tan siquiera los costes de distribución y transporte. Pago el impuesto por cargos fijos de acuerdo al RD 900/2015, si bien como pequeño consumidor no pago los peajes por la energía autoconsumida. Por cierto, creo que nadie debería pagarlos ya que esa energía no ha tocado la red, se ha producido en mis paneles y se ha consumido en mi casa.

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El lado oscuro de Iberdrola

jose_luis_garcia 

José Luis García – Responsable del Área de Energía y Cambio Climático

 de Greenpeace España

Iberdrola, la mayor eléctrica de España se esfuerza  por proyectar su mejor imagen pública en estos días en que celebra su Junta General de Accionistas. Para ello, no ha dudado en hacer gestos tan esforzados como el del pedaleo de su presidente para generar electricidad de una manera “alternativa”. ¿Pero es tan luminosa la realidad como la presentan?

Si observamos la historia de la compañía, producto de la fusión de algunas de las mayores eléctricas españolas, allá por los años 90, hubo un momento en que Iberdrola trató de hacer algo diferente. Cuando en 1997 se liberalizó (parcialmente) el sector eléctrico, esta compañía trató de distinguirse de sus compañeras del oligopolio y, habiendo observado cómo otras empresas estaban desarrollando con éxito la implantación de parques eólicos, se subió con tal fuerza a este carro que, en pocos años, llegó a ser líder eólico en España e incluso a nivel mundial. Esa incursión en el mundo renovable vino acompañada de un discurso de preocupación por el cambio climático que hacía pensar en un interés ambiental encomiable para una empresa de estas características. Al resto de renovables las trataba con mucho más desdén, todo hay que decirlo.

Miembros de Greenpeace despliegan una pancarta en la sede de Iberdrola de Madrid (Greenpeace)

Miembros de Greenpeace despliegan una pancarta en la sede de Iberdrola de Madrid (Greenpeace)

Pero cuando las renovables, y no sólo la eólica, crecieron más de lo esperado, y sobre todo, aparecieron nuevas tecnologías renovables y nuevas empresas, Iberdrola decidió cambiar de estrategia. De impulsor de las renovables pasó a ganarse el título de “enemigo de las renovables” que Greenpeace le concedió. ¿Por qué? Porque durante muchos años estuvo invirtiendo no sólo en energía eólica sino en centrales térmicas de gas, mientras que mantenía íntegras todas sus actividades nucleares. Y resultó que unas competían con otras. Y ahí apareció el verdadero rostro de Iberdrola, donde con tal de defender sus intereses en energía sucia, era capaz, como Saturno, de devorar a sus hijos renovables.

Esto no es ninguna hipérbole, pues gracias al inmenso poder que otorgan las puertas giratorias y al patrocinio que alimenta medios de comunicación, el sector eléctrico, de nuevo unido en su oligopolio y liderado en la sombra por la compañía de las tres hojitas, puso en marcha una demoledora campaña para demonizar a las energías renovables hasta la muerte. Fue de hecho esa campaña, en la que se acusaba a las renovables de todos los males imaginables, uno de los motivos por los que un grupo de personas decidimos poner en marcha la Fundación Renovables, para defender estas energías de tan furibundo e injustificable ataque.

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Se busca Gobierno que gobierne contra el cambio climático

Domingo Jiménez

Domingo Jiménez Beltrán – Presidente de la Fundación Renovables 

No hay duda de que el sistema energético español es insostenible, dilapidamos energía que además es en gran parte importada. Estas importaciones equivalen, en coste, a los ingresos netos del turismo, ¡que ya es decir!, y, lo que es peor, están basadas en combustibles fósiles lo que significa no solo elevadas emisiones de Gases de Efecto Invernadero sino además alta contaminación atmosférica en nuestras ciudades.

Mano sujetando bola del mundo

Pero tampoco hay duda de que este sistema energético podría y puede ser en el futuro muy diferente para España, mucho más sostenible en términos no solo ambientales sino también económicos y sociales. La cuestión es cuál es ese escenario energético con futuro y como se llega a él y en esto nos ayuda el desafío del cambio climático.

Hace ya años Greenpeace, siempre tan certera en sus slogans lanzó el de ‘De Cambio Climático a clímax para el cambio’ anticipando la propuesta reciente de Naomi Klein en su libro ‘Esto lo Cambia Todo. Capitalismo contra el Clima’ en el que califica el desafío del cambio climático como “la narrativa más fuerte para cambiar la economía capitalista” o el capitalismo salvaje.

Es decir, el cambio climático nos ha cargado de razón para hacer lo que en cualquier caso habría que hacer: cambiar el sistema energético y el modelo de producción y consumo y descarbonizar (y para ello desenergizar y desmaterializar) la economía, logrando así un modelo económico deseable aunque no hubiera cambio climático. Además, el propio cambio climático nos ha dado una dimensión del cambio y de la urgencia del mismo: necesaria descarbonización casi total de la economía global en 2100, hasta del 95% en la UE (con una reducción del consumo energético del 40%) y hasta del 60% a nivel global en 2050.

Así que ya sabemos dónde debe estar también España en 2050 como país que se beneficiaría de liderar el cambio, sin prácticamente combustibles ni carburantes fósiles (por supuesto sin nucleares, insostenibles por muchas otras razones) y con un consumo energético cercano a la mitad del actual. La cuestión es que este escenario, no solo necesario sino también oportuno y ventajoso, tiene verdaderamente futuro, particularmente para España.

Algo que también ha conseguido el desafío del cambio climático, como bien ha reflejado la Cumbre del Clima de Paris del pasado diciembre, es poner (o más bien recuperar) para la agenda global una tecnología verdaderamente disruptiva como son las energías de fuentes renovables, que nunca debimos abandonar, pero que la ficción y consiguiente adición a los combustibles fósiles, como decía George Bush padre, puso en vía muerta.

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¿Y si esto del suministro eléctrico lo hacemos entre nosotros?

Fernando Ferrando – Vicepresidente Fundación Renovablesfernandoferrandomini

La economía colaborativa (*) o el consumo colaborativo forma parte ya de un presente económico que quiere romper las estructuras comerciales actuales, basadas más en criterios económicos que en la cobertura de necesidades reales y la satisfacción de los ciudadanos. Aunque como concepto nos pueda sonar como algo ajeno, no lo son sin embargo muchas de las iniciativas que alrededor del mismo están disponibles. ¿Quién no ha oído hablar de UBER o BlaBlaCar, como alternativas de transporte, de la plataforma Airbnb para compartir espacios habitacionales o de los sistemas de crowdfunding para financiar iniciativas de todo tipo?

El crecimiento y auge del consumo colaborativo está causado por la coexistencia de tres elementos:

  1. El desarrollo de internet y el valor que aporta a los consumidores a través de la aparición de plataformas de consumo colaborativo que facilitan el encuentro entre la oferta y la demanda de un bien o servicio entre iguales (P2P).
  2. El hecho de que las características del bien o el servicio demandado es posible compartirlo o intercambiarlo entre particulares como iguales, sin la necesidad de acceder a modelos tradicionales de comercio y depender de grandes corporaciones. La tecnología juega aquí un papel básico en la disponibilidad y adaptación de los bienes y servicios para que sea posible su intercambio.
  3. Y el más importante, amparado en las posibilidades que abren los dos anteriores, es el empoderamiento y el cambio cultural de la sociedad y que están provocando una respuesta clara frente a la perdida reputacional de muchas de las organizaciones empresariales que hasta ahora prestaban los servicios bajo condiciones reguladas.

El resultado es que cada vez más personas, apoyándose en plataformas digitales, están accediendo a compartir  e intercambiar bienes y servicios en condiciones económicas más favorables y con mayores grados de satisfacción que los aportados al consumir mediante canales tradicionales.

Las barreras que el consumo colaborativo está encontrando no están definidas por cuestiones de factibilidad sino por la oposición de los sectores tradicionalmente establecidos a permitir la aparición de nuevas prácticas que no solo reducen su cifra de negocio sino también la capacidad y control que tienen en la fijación de las condiciones de mercado.

A esta presión lobista se suma la de los distintos organismos de la Administración Central, más preocupados por la reducción de ingresos fiscales que supone el intercambio no regulado de bienes y servicios entre particulares que por cumplir la demanda social para crear un marco regulatorio que consolide la puesta en marcha de estas prácticas. La Comisión Nacional de Mercados y de la Competencia (CNMC), dentro de un proceso de discusión interna, ha tomado la decisión de no darle carta de naturaleza a esta práctica, en contra de lo que están haciendo otros países creando marcos regulatorios específicos para las distintas plataformas.

Ahora bien, si estamos hablando de transporte, de soluciones habitacionales, de financiación y ahorro…, ¿podríamos hablar de consumo colaborativo en la cobertura de la demanda de electricidad?

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Una gran idea para ahorrar si tienes calefacción central

Carlos Bravo – Gerente de la Fundación Renovables carlosbravomini

La casa donde vivían mis padres y en la que mis hermanos y yo pasamos nuestra infancia y juventud estaba en un edificio de 14 plantas con calefacción central. En aquella época, tener un sistema centralizado de calefacción parecía el no va más en cuanto a comodidad, aunque en realidad era muy ineficiente y conllevaba muchas desventajas.

En primer lugar, dado que todos los apartamentos eran prácticamente iguales, los costes de la calefacción se repartían de forma equivalente entre los vecinos, es decir, todos pagaban lo mismo en la factura, independientemente de que unos quisieran tener la casa a menor temperatura que otros, ya fuera por su diferente percepción del confort térmico o por motivos económicos.

Además, debido a la mala calidad del aislamiento del edificio, los que vivían en el último piso sufrían grandes pérdidas de calor por lo que ponían los radiadores al máximo de su potencia.

imagen de una aparato repartidor de coste de calefaccion

Debido a ello, aunque los radiadores tenían un sencillo regulador manual para graduar el paso del agua caliente a su circuito, todo el mundo los ponía al máximo. El pensamiento común era: “Total, si al final voy a pagar lo mismo que los del piso 14º, pues pongo yo también la calefacción a tope y cuando tenga calor abro la ventana para que entre el fresco de la calle”. Y así se hacía, aunque fuera invierno y cayeran chuzos de punta. Hace ya muchos años de ello, pero aún recuerdo las peleas con mi madre para que bajara la calefacción en lugar de permitir que el calor de la casa escapara absurdamente por las ventanas abiertas a calentar las calles.

El pensamiento común era: “Total, si al final voy a pagar lo mismo que los del piso 14º, pues pongo yo también la calefacción a tope y cuando tenga calor abro la ventana para que entre el fresco de la calle”

No sólo es eso, pues dado que la caldera central del edificio funcionaba con combustibles fósiles, primero con gasoil y luego con gas ciudad, esa forma de actuar (el “efecto ventana”) era una manera estúpida de emitir, además de otros contaminantes atmosféricos, un montón de dióxido de carbono (CO2), el principal gas de efecto invernadero; es decir, que era contribuir al cambio climático de una de las formas más tontas e inútiles posibles.

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Y tu ciudad… ¿es sostenible?

Raquel García Monzón – Técnico de energía en WWF España

desafiodelasciudades

Actualmente nuestro Planeta está sufriendo una rápida urbanización además del crecimiento de economías de países como India, China y África. Las ciudades son responsables de más del 70% de las emisiones de dióxido de carbono derivadas del consumo insostenible de combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón). En 2050 más de 2/3 de la población global se concentrarán en las ciudades y se prevé que 350.000 millones de dólares serán invertidos en mejora de las infraestructuras urbanas en los próximos 30 años. Si todas las personas en el planeta vivieran como actualmente vive un residente urbano de un país desarrollado, necesitaríamos más de tres planetas para abastecer los recursos naturales y la absorción de las emisiones de dióxido de carbono resultantes, pero solo tenemos un Planeta.

Si las inversiones futuras en las ciudades siguen su trayectoria tendencial o “Business As Usual” (BAU), nuestra dependencia en la energía procedente de combustibles fósiles continuará en ascenso. Como resultado, las infraestructuras intensivas en energía y los estilos de vida necesitarán mayores inversiones y más de la mitad de las emisiones totales de carbono se emitirán a la atmósfera en tan sólo 30 años. En consecuencia, miles de millones de personas tendrían que pagar los altos costes económicos, sociales y ecológicos de una economía basada en el carbono.

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