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Agua

Por Angeline Wee (es médico para MSF en Kitchanga, en República Democrática del Congo)

Hace unos meses, en mayo, hubo un desplazamiento masivo de la población debido al movimiento de grupos armados en las montañas. Muchas de las familias provenían principalmente de tres aldeas – Nyange, Bibwe y Kitso. Ahora estas aldeas han quedado integradas en Mpati.

Los desplazados se encuentran principalmente en las colinas alrededor de nuestro centro de salud y en una base de la ONU cerca. Nuestro equipo fue el encargado de llevar a cabo una evaluación rápida inicial de las necesidades de estos desplazados. En ese momento, nuestros trabajadores sociales nos había ayudado con el recuento de la población y la evaluación.

Nuestro equipo Watsan trabaja investigando las fuentes de agua. En mayo, contamos 1.830 personas, todos ellos, estaban usando los 4 letrinas de nuestro centro de salud y una fuente de agua contaminada en el fondo de un valle.

Como resultado del cuestionario de ejercicio y de la comunidad que administra, hemos sido capaces de generar una cantidad significativa de datos y transmitir las necesidades de la población a otras ONG y los WASH (agua / saneamiento) . Desde entonces, se había llevado a cabo una distribución de jabón y construido 40 letrinas. Solidarité, un actor de WASH, construyó otras 112 letrinas, duchas, desenterraron las áreas de residuos y rehabilitó la fuente de agua.

Nuestro trabajo nunca se termina.. Nuestros agentes de extensión realizaron otro recuento de la población en junio. La población de desplazados desde entonces ha aumentado a 6.320 personas.  La relación de las personas con las letrinas es de 41,6 personas por letrina. Con una única fuente de agua disponible, cada persona tiene un promedio de sólo 4,2 litros de agua por día para todas sus necesidades (beber, cocinar y limpiar). Así como un punto de referencia, utilizamos las directrices establecidas por el Proyecto Esfera. Este proyecto se puso en marcha en 1997 para desarrollar un conjunto de normas mínimas universales en áreas básicas de asistencia humanitaria. Se recomienda que sólo debe haber 250 personas por grifo y se calcula que las necesidades totales de agua básicos por persona son de 7.5-15L por día.

Este es un campo de desplazados es reconocido oficialmente y por lo tanto los desplazados califican para la ayuda. Dentro de los nuevos desplazados, sólo el grupo de Nyange puede beneficiarse de la ayuda, ya que vienen de otro campamento oficialmente reconocido.

Los desplazados restantes no califican para la ayuda, en el sentido de que no están en una lista oficial cuando hay una distribución de alimentos y artículos no alimentarios. Debido a la inseguridad en la zona, no han sido capaces de ir a sus campos o tierras de pastoreo. Su situación se ha vuelto más desesperada con el tiempo. Algunas familias se han visto obligadas a robar a sus vecinos y la comida de los campos cercanos. Esto ha creado una tensión en el campamento.
A menudo levantar las manos en la desesperación. Justo cuando las cosas empiezan a intervenir y levantar la vista, nuevos problemas surgen. Una vez le pregunté a Claudio por qué trabaja para MSF. Se encogió de hombros y dijo … ‘, así puedo usar mis habilidades con las personas adecuadas en el lugar adecuado «.

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Fotografía: Mujeres  a las afueras de la ciudad de Kitchanga en el norte de la provincia de Kivu, República Democrática del Congo. © Michael Goldfarb

Un tratamiento para Aziz y su familia (II)

 Por Kartik Chandaria (médico en Tajikistan con Médicos Sin Fronteras)*

Como se contaba en la entrada anterior el viaje a  Dusamé comenzó…

La familia de Aziz vive en las montañas, a más o menos una hora en coche de Dusambé, este es un viaje que lleva una mañana, o quizá el día completo. Conocemos la localidad principal, pero no tenemos ni idea de dónde se encuentra el pueblo, así que hacemos varias paradas en dos cruces para preguntar el camino. Particularmente, yo no habría preguntado a uno de los hombres que, bajo su única y poblada ceja, nos miraba fijamente como si quisiera asesinarnos, pero nuestro conductor parece saber lo que se hace y el hombre de una sola ceja nos dirige colina arriba, hacia el oeste.

Para mi sorpresa, nos indica el camino correcto, y seguimos hacia adelante, ascendiendo lentamente el precipicio con la mirada puesta en el valle. A medida que subimos la pronunciada pendiente, vemos casas de barro cubiertas con estiércol de vaca que sirve para mantenerlas calientes. Dejamos atrás el colegio – cuatro caravanas situadas al borde del acantilado – me siento fascinado por los niños que están allí, la mayoría tienen rasgos montañeses, algunos ojos azules cristalinos  y rostros castigados por el viento. Los niños y yo nos miramos fijamente, hipnotizados por la diferencia del otro, pero me parece que la competición a la mirada más fija la gano yo. Si no fuera por el trabajo, nos podríamos haber pasado allí el día entero, mirando fijamente y hablando.

Llegamos a la casa, que estaba en el punto más elevado del pueblo. Es un ‘havli’ rural, un complejo tradicional de viviendas con una pequeña parcela de tierra para cultivar fruta y verdura. Alcanzo a ver dos vacas que pastan tras el ‘havli’, pero ninguna come hierba.

Los padres salen a recibirnos a la entrada, al padre ya lo conozco pero a la madre aún no. Los dos tienen buen aspecto. Nos ponemos nuestras máscaras y nos quitamos los zapatos. Nos invitan a entrar y pasamos al salón, una zona rectangular que hace también las veces de dormitorio. En una esquina veo una estufa metálica, por dónde sale el calor que produce el carbón. Tienen un calefactor eléctrico, pero la electricidad aquí está racionada e imagino que a lo largo de este invierno habrá hecho frío.

Nos sentamos sobre un ‘kurpacha’, un cojín alargado y relleno de algodón, que tiene un estampado floral sobre un fondo azulado. Cronológicamente, ambos son más jóvenes que yo, pero el clima de la montaña y una vida laboriosa han hecho que su piel se haya cuarteado prematuramente. Su hogar es silencioso. Hace nueve meses que el ‘havli’ no lo ha habitado ningún niño, cosa curiosa en Tayikistán, donde lo habitual es que haya unos cinco niños por hogar.

Anoto la historia de la madre, pero no conoce las fechas exactas del comienzo de su enfermedad. Tras alguna frustración inicial, caigo en la cuenta de que es más fácil recordar las estaciones del año. Cuando la madre empezó a tomar su medicina hacía calor, lo que sugiere que era verano, y finalmente llegamos a la conclusión de que era mayo o principios de junio de 2011. La madre me cuenta que el enfermero local, que vive a 2.5 km, la visita una vez a la semana para darle las medicinas, y que cobra a la familia un somoni (la moneda tayika) por visita. Lo que nos preocupa es que si los niños regresan a casa, el enfermero tendría que visitar a la familia todos los días, y esto es algo que parece no vaya a cumplirse.

El hermano del padre vive en otra casa dentro del mismo complejo, con su mujer y otros dos niños. Todos ellos han pasado un cribado para TB y no tienen la enfermedad. Los niños podrían regresar a casa, ya que sería poco probable que otros miembros de la familia los volviesen a contagiar. El padre me cuenta que tienen un problema económico, ya que no tiene trabajo, pero que va a ir a Rusia a ver si lo encuentra.

Siento que en el pueblo se respira una cierta tristeza, noto que apenas hay hombres. Muchos de ellos están en Rusia, porque las familias carecen de sustento y se ven obligados a salir del país para poder aportar algún dinero. Así, las familias se separan, en condiciones lamentablemente muy duras. Parece que la enfermedad es la causante de que se rompan muchas veces las redes familiares, siendo además la madre la que suele enfermar. Ejemplo de ello es que el padre de Aziz tiene cuatro hermanas, una de las cuales se está tratando para la TB resistente a fármacos. Otras dos hermanas murieron a causa de la enfermedad en 2008. Entre las cuatro hermanas tienen quince hijos, pero dos han muerto de TB.

El viaje de vuelta a la ciudad nos lleva a través de campos con las nuevas flores primaverales, una nueva esperanza tras el invierno. Nos detenemos a un lado de la carretera para comprar granadas frescas. Me resulta complicado entender lo que rodea a la TB, hay momentos en los que me siento totalmente confuso y desesperanzado, y otros, en los que adoro estar aquí, ya que me recuerdan a mis primeros tiempos en Kenia. Regatear por unas frutas crea un momento de interacción humana que siempre trae consigo una sonrisa (¡aunque sigo pensando que la mujer me cobró de más por el kilo que compré!).

 * Kartik es médico de Tayikistán, allí está trabajando para tratar a niños con tuberculosis multirresistente. Esta es la segunda misión con MSF. La primera fue en Liberia en 2007.

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Fotografía: Paisaje en las cercanías de Dusambé, @ Kartik Chandaria

Un tratamiento para Aziz y su familia

Por Kartik Chandaria (médico en Tajikistan con Médicos Sin Fronteras)*

Vestida con una bata rosa, sombrero rojo de invierno, y los calcetines, Samira, de 6 años y medio, tiene la cara redonda, los ojos almendrados y una sonrisa enorme. Está en la sala de juegos en este momento y,  aunque a regañadientes, es obediente cuando la llaman  para ir a su habitación para ser examinada.

No encuentro a su hermano, Aziz, pero unos segundos más tarde, entra con el ceño fruncido y vestido con una sudadera gruesa. Tiene casi 3 años, no parece contento de verme.  Los conocí en  el invierno de 2011, en ese momento acababan de comenzar su tratamiento en el hospital de tuberculosis pediátrica.

Su madre, de 32 años, fue diagnosticada con tuberculosis en mayo de 2010 e  inmediatamente inició el tratamiento. A pesar de estar tratada, seguía tosiendo y bajaba de peso y en abril de 2011, con nuevas pruebas moleculares, el diagnóstico fue confirmado, tenía tuberculosis resistente a los fármacos. Ella es una de las afortunadas que vive en la región donde el gobierno puede tratarla de este tipo de tuberculosis.

Sus hijos comenzaron a recibir tratamiento para la tuberculosis cuando se presentó en el hospital con pérdida de peso  y tos seca. Teniendo en cuenta que vivían con su madre, es muy probable que hubieran sido infectados con los mismos bacilos resisten a los fármacos.

Como los niños no podían producir el esputo y dado que no recibían nada mejor con el tratamiento de  «primera línea», se decidió que empezaran a tomar el tratamiento de «segunda línea» ya que había sospechas de que padeciesen  tuberculosis resistente a fármacos. Ellos iniciaron el tratamiento en la segunda semana de enero de 2012.

La administración de medicamentos para un adulto es muy diferente a la que se debe suministrar a un niño.  Aziz no se fia de nosotros. Tenemos que cortar las medicinas en la cantidad correcta (de acuerdo a su peso, lo cual no es fácil) y su sabor es bastante repugnante. Aziz lucha  y el enfermero se defiende. Todo este pulso hace que el niño se sienta mareado. Junto con cinco fármacos orales, también se le pone una inyección diaria. Su tía le frota con miel las heridas recientes, para prevenir una infección y facilitar la cicatrización de las heridas. Él está cada vez mejor y esperamos  vuelva pronto con su familia.

¡Darle de alta es una aventura completamente nueva! Tenemos que averiguar algunas cosas acerca de la familia. Surgen muchas preguntas: ¿Podría alguien en la familia, que no haya sido examinado tener tuberculosis? Esto podría volver a infectar a los niños. ¿En qué condiciones están los niños que van a tomar el medicamento – tienen que caminar una distancia considerable o es la enfermera la que va a ir a darles la medicación? ¿Conoce la familia bien en qué consiste la tuberculosis?

 Si queréis conocer las respuestas a todas estas preguntas seguir leyendo en los próximos días…

* Kartik es médico de MSF en Tayikistán, allí está trabajando para tratar a niños con tuberculosis multirresistente. Esta es la segunda misión con MSF. La primera fue en Liberia en 2007.

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Fotografía: Un paciente de tuberculosis internado en el hospital de Karagalinkaya @Misha Galustov

 

Luke en Bihar: «lo harás muy bien»

Por Luke Chapman (India, Médicos Sin Fronteras)*

El “Bloque de Biraul» (distrito de Darbhanga, estado de Bihar, India) tiene una población de unos 300.000 habitantes en su mayoría pobres. El centro de la ciudad de Biraul «bulle» por decirlo de alguna manera. Es como si alguien hubiese desviado un par de carriles de la M25 por el medio de Oxford Street, hubiese succionado todo rastro de riquezas materiales y finalmente añadido un gran número de vehículos agrícolas y animales domésticos como decoración.

Huele a sulfuro y a heces. La casa de los expatriados de MSF está situada a las afueras de la ciudad, en un barrio residencial si se prefiere. La función por defecto de los cláxones de los camiones, de día y de noche, está configurada en un ‘on’ permanente. Ocasionalmente, si no hay vehículos o personas o vacas o cabras a la vista, puede que algún conductor desista de utilizarlo por un instante. Esta cacofonía nocturna supone un pequeño reto.

 A mi llegada tuve una fuerte sensación de familiaridad con la zona. Hoy me doy cuenta que esto se debió a que todo es muy plano, muy fértil y muy húmedo, lo que me recordó mucho a los Fens o tierras bajas de Norfolk en East Anglia. Pero aquí  termina la similitud, ya que Norfolk es 20 grados más frío y 80 veces más rico que Biraul. Es este constante y húmedo calor lo que constituye algo más que un reto. Ya no tengo la más mínima esperanza  de librarme alguna vez del sudor, asi que decido como último recurso sensato rendirme al sudor como hobby.

 Los demás expatriados de MSF han tenido tiempo de acostumbrarse a estas cosas. Han pasado bastante tiempo juntos estos últimos seis meses, y mis nuevos colegas son una piña, como si fuesen hermanos. Al principio me preocupaba el grupo se abriera tan fácil como una nuez brasileña con una cucharilla de café de plástico. Pero son personas especiales (en el buen sentido de la palabra) y me ayudan a encontrar mi camino dentro de las dinámicas que ya existen.

La médico que está a punto de acabar su misión, una chica griega extrovertida y de muy buena pasta, me pone al corriente del trabajo. Parece tan buena en su trabajo y tan buena con su personal… ¿Cómo voy a conseguir estar a su nivel en seis meses? Me dice lo que sospecho que es una mentira piadosa:

«Lo harás my bien.»

Dicho esto, aprendo lo básico sobre la atención clínica, una combinación matizada de nutrición y pediatría, de forma bastante rápida. Sin lugar a dudas voy a tardar algo más en cogerle el tranquillo a la gestión del personal, ya que la psicología es algo más complicado que la fisiología.

Como es la estación de la diarrea, el número de pacientes en el Centro de Estabilización es bajo durante mi primera semana. Unas siete de las dieciséis camas están ocupadas, dependiendo del día. Los niños desnutridos que tratamos tienen entre seis meses y cinco años. Algunos de los niños más enfermos llevan perfusiones o tubos nasogástricos que salen de sus pequeños cuerpos. Sentados o tendidos en sus camas, parecen comprensiblemente abatidos. El tiempo que pasa entre que empiezan a sonreír y son dados de alta es breve por fuerza, ya que cada día que pasa es otra posibilidad de contraer alguna infección hospitalaria. Al lado de los niños se sientan sus madres con sus saris multicolores, observando los que ocurre a su alrededor.

No es fácil ser una mamá de Biraul. Los malabarismos que deben hacer entre el cuidado de los hijos, las tareas domésticas y el trabajo en el campo, a menudo embarazadas, son toda una proeza. Existe una enorme presión sobre el tiempo de una madre, y a veces hay que tomar decisiones imposibles. Por ejemplo, si su hijo desnutrido enferma. ¿Se queda con el niño en nuestro centro de estabilización, sacrificando los irremplazables días de recolección y el cuidado de sus otros hijos? ¿O sigue con sus roles vitales (literalmente) en casa y espera que su hijo mejore? Si pudiésemos olvidar que se trata de entrada de una decisión imposible, cualquier decisión que tomase podría juzgarse duramente. Es quizás una de las razones por las que antes veíamos la frase “madre que descuida sus obligaciones” escrita en las fichas médicas. Desde entonces MSF se ha esforzado mucho para cambiar esta mentalidad entre el personal. Le pregunto a nuestro jefe médico, mi mano derecha (y probablemente la izquierda también durante las primeras semanas, por lo menos), sobre esas madres que descuidan sus obligaciones.

«Eso no existe, dice”. No tiene un pelo de tonto este médico. Pero no se puede decir lo mismo de todo el mundo en Biraul, por desgracia.

 El día después de llegar a Biraul, murió un niño en una de las salas, víctima del kala azar (o leishmaniasis visceral) que es incluso más desagradable de lo que suena. Aunque es horrible, no mata a tantas personas cada año como la malaria o la diarrea, y forma parte silenciosa de la lista de enfermedades olvidadas. Las personas afectadas suelen ser pobres y las compañías farmacéuticas tienen pocos incentivos para desarrollar nuevos tratamientos (muchos de los medicamentos actualmente disponibles tienen unos efectos secundarios tan terribles que te lo pensarías dos veces antes de dárselo a tu perro. Desde julio de 2007, el otro proyecto de MSF en el estado de Bihar ha tratado a más de 10.000 pacientes con esta enfermedad mortífera y ha intentado sensibilizar a las comunidades locales sobre ésta. Por desgracia, este pequeño de cuatro años no llegó a nosotros lo bastante pronto para que pudiésemos salvarle la vida.

Por la noche, sigue el ruido como si de una fiesta ilegal (y doblemente sudorosa) se tratase pero duermo mucho mejor. De alguna manera parece pueril que cosas de este poco calibre te quiten el sueño. Hay retos mucho mayores en los que pensar en Biraul.

 

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Fotografía: Mujeres trabajando en los campos en el bloque de Biraul © Luke Chapman

* Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar.

 

¡Qué rápido pasa el tiempo!

Por Esperanza Santos (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Níger)

La cosa marcha. Como os contaba la semana pasada, estamos lanzando una estrategia de malaria para hacer frente al pico de la enfermedad en el que ya nos encontramos. Vamos a empezar bastante bien de tiempo. Hoy os quiero contar  un poco la estrategia, ya que vamos a trabajar en tres niveles.

Primero, por la periferia. En la zona sanitaria que vamos a cubrir (8 centros de salud) hay puestos de salud en 61 pueblos. Estos puestos tienen algo de medicación oral y un agente de salud con una mínima formación. Queremos formar a estos agentes de salud para que aprendan a hacer el test rápido de malaria y dar el tratamiento para los casos de malaria simple. También identificar los signos de malaria grave para darles los primeros auxilios y mandarlo al centro de salud.

Pero además, hemos identificado otros 14 pueblos que están lejos de cualquier puesto de salud o del centro de salud. En estos, estamos identificando alguna persona que sepa leer y escribir francés, para que sean los «agentes malaria» del pueblo y los alrededores.

Para supervisar el trabajo en estos 75 pueblos, hemos contratado a 7 enfermeros que se dedicarán a recorrerse cada semana los centros, formando, supervisando, distribuyendo test y medicamentos cuando falten.  La idea también es poder organizar con estos enfermeros mini campañas de vacunación de sarampión a todos los niños que les falte.

Y como os dije, hemos identificado en todos los pueblitos gente para que hagan sensibilización, el objetivo es que cuenten a la gente la prevención de la malaria, los signos de la enfermedad, y les insistan en que vayan al puesto de salud o a ver al «agente malaria».

Por otro lado, trabajamos en los centros de salud, que los llevan enfermeros, ellos pasan visita, prescriben medicamentos orales e inyectables. Vamos a reforzar la formación en el manejo de casos de malaria simple y grave. Vamos a distribuir tests y tratamientos también, porque no siempre tienen suficiente. Y vamos a tener un coche extra para que pueda traer los casos más graves al hospital.

Por último, concretamente en el hospital, aparte de contratar más personal para la sala de pediatría (el otro día os dije que había 260 niños ingresados y hoy ya tenemos 350) queremos reforzar la capacidad del laboratorio e intentar tener un mini banco de sangre, con un frigorífico en condiciones al menos. Una de las complicaciones de la malaria grave es la anemia hemolítica y los niños se quedan con 2-3 de Hb y hay que transfundirles. También estamos pensando en organizar una campaña de donación, en los pueblos más grandes, pero por supuesto que para eso tenemos que esperar a que termine el Ramadan, porque ahora  la gente no come ni bebe en todo el día, así que no les podemos pedir que donen sangre.  Además de a los niños, también vamos a distribuir para las mujeres embarazadas porque con la malaria grave hay mucho riesgo de aborto o parto prematuro (que en este contexto es casi lo mismo)

En el mismo recinto tenemos la casa y la oficina así que salimos poco, al hospital, a la farmacia-almacenes que están en otro sitio y poco más. No hay mucho que se pueda hacer en este pueblo. Bueno, miento, el domingo pasado por la tarde fuimos a una duna que hay a unos 10 minutos en coche y la verdad que el sitio era muy bonito, estuve un ratito tumbada en la arena y con los ojos cerradosy fue como si estuviera en la playita, ¡qué gusto!  ¡Qué evasión!

La verdad es que la semana pasada la pudimos definir como la de la productividad. Después de todo el trabajo,  pensando y preparando la estrategia  tocaba ya comenzar las formaciones y las distribuciones. Todo ha salido niquelado, la formación con los responsables de los centros de salud, 100% asistencia y buen rollo. De los 61 puestos de salud, ya hemos hecho formación al personal de 56 y les hemos distribuido los kits de test y medicamentos . Los 14 «agentes malaria» ya están también formados y con su mochila de material al hombro, la verdad es que no se le puede pedir más a la vida.

Bueno, en realidad, sí. Esperemos que ahora se demuestre lo aprendido en las formaciones y podamos tratar a muchos niños de malaria lo antes posible.

Ya vamos a empezar a movernos por todos lados, a seguir  formando, distribuyendo test, medicamentos y sensibilizando. Espero contaros en breve cómo van las cosas…

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Fotografía: Durante la estación de lluvias, el número de casos de malaria se dispara en Níger. La desnutrición y la malaria son enfermedades fatales para los niños más pequeños.  © Juan Carlos Tomasi