Roxana Pintado, Ayuda en Acción Bolivia
Don Andrés, como lo llaman sus vecinos, corre. Sale cada mañana a las seis, para abrir la llave que deja correr el agua hacia las parcelas. Cuando el agua comienza a brotar en el canal, Andrés corre a su lado durante 1 hora para verificar que a la primera parcela llegue el caudal adecuado. Si falta, debe volver atrás para abrir más el grifo; si sobra también debe volver para cerrarlo un poco.
Desde hace un año Andrés fue nombrado por su comunidad Juez de Agua, cargo nada insignificante, pues en él y otros dos jueces recae la importantísima tarea de administrar el agua que la represa de Molle Punku, en Chuquisaca, al sur de Bolivia, ha acumulado en la época de lluvia y que permite a más de 80 familias de campesinos yamparas sembrar y cosechar también durante la sequía.
El sueño comenzó hace más de 5 años, cuando los campesinos propusieron a Ayuda en Acción que les diera una mano para construir la represa. El esfuerzo conjunto de ellos mismos, de Ayuda en Acción, de la ONG boliviana PROAGRO y de la Obra Social de Caja Sol (empresa andaluza), hizo posible el cambio. Durante más de un año, a pico y pala, y con sus propias manos, las familias abrieron el camino por el que pasarían los camiones con los materiales para construir la presa; esa que da agua a 90 hectáreas de una tierra que hoy es fértil, pero que antes era árida y no daba fruto.
Mientras Andrés corre, el agua llega a la parcela de Don Julián, que hoy siembra melocotones, manzanas, albaricoques, cebolla y maíz. Hasta hace 4 años Julián sólo sembraba papa y migraba durante 6 meses a otras regiones de Bolivia, en busca de trabajo para ganar algo de sustento, porque la tierra no daba lo suficiente para vivir. “Llorábamos por agua, íbamos muy lejos a buscarla”, dice mientras recuerda que caminaba durante seis horas para acarrear un poco de agua para cocinar y asearse. A veces le toca regar en la madrugada, entonces se levanta más temprano, porque si no riega a su hora, otro campesino ocupa su turno.
La Asociación de Regantes, conformada por quienes en un inicio trabajaron en la construcción de la presa, cuenta hoy con 80 miembros, quienes aportan 2.00 bolivianos/mes (algo así como 0.05 céntimos de euro) para pagar al juez de agua y para el fondo de mantenimiento de la presa. Los miembros de la asociación compraron el derecho al agua de la presa y los que quieran incorporarse deben aportar con una suma similar a la inversión primera de todas las familias. Demetrio, que fue presidente de la asociación, hoy puede cosechar y el producto lo divide en tres partes: para la venta, para semilla de la siguiente siembra y para el consumo anual de la familia. “Yo no me voy de esta tierra; aquí florece nuestro corazón”, dice mientras bajo su montera (especie de sobrero de cuero de vaca, típico de los yamparas) oculta el rostro conmovido.
Las familias asociadas hace ya unos años que salieron de la pobreza extrema y viven con más de 1 dólar al día (indicador establecido por las Naciones Unidas para la pobreza extrema), pues han triplicado sus ingresos desde que tienen agua. Tienen viviendas mejoradas, con baños sanitarios, tejas y paredes revestidas, alejando así al trasmisor del Mal de Chagas, enfermedad endémica de esta zona. Tienen los recursos necesarios para que sus hijos e hijas puedan ir a la escuela, sin necesidad de que abandonen los estudios para trabajar o para traer agua desde muy lejos.
Andrés sigue corriendo, de parcela en parcela. Recorre sembradíos de frutales, de orégano, de zanahorias y otras hortalizas; cultivos nunca antes vistos en esta zona y que hoy florecen gracias a un hilo de agua que, cada día de riego, corre entre los surcos y da a estas familias la esperanza de un presente y futuro mejor. Esta carrera por el agua, en palabras de Andrés, es una carrera por la vida: “Si no hay agua, no hay vida”, dice mientras se aleja, corriendo hacia la siguiente parcela.