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Mentes Ocupadas: secuelas de un puesto de control

Por Thaer Medhat, psicólogo de Médicos Sin Fronteras en los Territorios Palestinos Ocupados

Hace unos meses, Abbas*, un niño de 14 años de Hebrón, fue atacado por soldados israelíes. Iba junto a su primo de camino a un pueblo cercano a Jerusalén para visitar a su padre que estaba trabajando. Para llegar hay que cruzar un puesto de control en la carretera. Allí, los soldados israelíes les pidieron que se bajaran del taxi. Siguieron sus instrucciones y se sorprendieron al ver que los soldados lanzaban sus perros sobre ellos. Abbas estaba aterrorizado y empezó a gritar. Algunas personas intervinieron y ayudaron a los niños a esconderse de los perros.

Las familias de presos requieren, por lo general, atención psicológica. Mujeres, madres o hijos acusan la ausencia del familiar encarcelado. En el caso de Adel, que se puso en huelga de hambre, agravó la condición de la familia. Fotografía: Juan Carlos Tomasi/MSF

Las familias de presos requieren, por lo general, atención psicológica. Mujeres, madres o hijos acusan la ausencia del familiar encarcelado. Fotografía: Juan Carlos Tomasi/MSF

Siete meses después, el padre de Abbas llevó a su hijo a la clínica de Médicos Sin Fronteras (MSF). Describió a su hijo como un niño triste y solitario. Explicó al psicólogo de MSF que el niño sufría mucho yo era capaz de salir solo de casa por sus miedos. Dejó el colegio, no se comunicaba con nadie y llevaba siempre un gorro. Por las noches tenía pesadillas.

Después de conocer al niño, el psicólogo se dio cuenta de lo deprimido y asustado que estaba. No iba solo a la sala de consulta; alguien de la familia tenía que acompañarle hasta la puerta del edificio. Cuando empezó la terapia, no era capaz de escoger la actividad o juego que quería hacer. Sufría muchísimo. Ni siquiera miraba al psicólogo, casi no hablaba o contestaba cuando se le hacía una pregunta. No hacía nada fuera de las sesiones; se quedaba en casa con un gorro que no se quitaba nunca y siempre estaba triste. El psicólogo estaba frustrado porque no podía ayudarle y, sobre todo, porque ni siquiera conseguía que hablara o jugara.

Entonces llegaron a un acuerdo terapéutico: el psicólogo le hizo entender por qué estaba en terapia. Le dejó claro que el objetivo de la terapia era ayudarle a sentirse como una persona normal otra vez, una parte importante de la familia. Abbas es el mayor de cinco hermanos.

El psicólogo también se reunió con el padre cada tres sesiones para proporcinarle habilidades para trabajar con la familia. Tenían que conseguir que Abbas se sintiera como un miembro valorado en la familia y se le pudieran pedir responsabilidades, lo que le ayudaría a sentir más confianza en sí mismo. Para el psicólogo no fue fácil trabajar  con la familia ya que todos sentían lástima por Abbas. Pero al final, les ayudó a darse cuenta que era su hermano mayor y no sólo ese niño que había sido atacado por los perros de los soldados.

Abbas y el psicólogo empezaron a jugar un juego donde uno de los dos forzosamente tenía que ganar. Abbas no se veía a sí mismo ganando, le parecía difícil jugar. Estaba muy triste y exclamó: “¡No puedo ganar!”. La terapia continuó y el psicólogo dudaba de que el tratamiento fuera a tener éxito si Abbas no estaba dispuesto a hablar sobre lo ocurrido. Durante una actividad conocida como “caja de sentimientos”, una herramienta que los psicólogos utilizan para que los niños hablen sobre sus miedos a través de dibujos o usando objetos, Abbas finalmente relató lo que le había pasado y explicó lo triste que se sentía. Preguntaba por qué le había ocurrido a él. Emplearon un juego de rol con unos soldados de juguete y el psicólogo le preguntó si quería decirle algo a los soldados. Y Abbas les gritó: “¡Maldito seáis! ¿Por qué?”. Por fin expresó abiertamente su enfado.

Después de aquello, Abbas acudió a las sesiones sin el gorro. El psicólogo le preguntó cómo se sentía tras quitárselo y Abbas contestó que su familia estaba contenta. Empezó a jugar cada vez más con sus hermanos y primos. La terapia acabó. El psicólogo estaba satisfecho pero, al mismo tiempo, también sentía pena porque Abbas no pudo volver al colegio al haber estado ausente tanto tiempo.

Actualmente, Abbas trabaja con su padre y cada día cruza el puesto de control donde tuvo lugar el incidente.

*Nombre ficticio para preservar la privacidad del paciente.

2 comentarios

  1. Dice ser Interés

    Por situaciones como la que cuenta este artículo, no admito más las intervenciones mediática en el problema Palestino, porque es muy fácil hablar de la realidad de los palestinos, decir que lo están pasando mal, ocupar cuota de pantalla y luego desaparecer, dejándoles con su problemas como si nada.
    http://goo.gl/zECBJv

    25 abril 2014 | 09:52

  2. Dice ser Mar

    Abbas tuvo suerte, encontró ayuda en un psicólogo de MSF y pudo corregir sus miedos y conducta, pero cuántos niños habrá sin esa ayuda? Cuánto críos traumatizados, cuántos niños con ansias de venganza a cualquier precio, a cuántos se les ha destrozado la vida, cuántos ni tan siquiera lo pueden contar…..
    Cerca de 200 niños están en las cárceles israelíes, va en contra de toda la normativa internacional, muchos de ellos.. por tirar piedras a los soldados (que van en tanques y con equipamientos blindados) y que al salir de las cárceles hablan de torturas, de abusos sexuales… y todo tipo de vejaciones. Como dice el comentario 1, es vomitivo ver que muchos hablan de Palestina sólo para limpiar una conciencia pública mientras que vuelven a su sillón y a hacer negocios con un régimen que usa ese dinero para emplearlo en la limpieza étnica y están orgullosos del apartheid.
    Boicot a los productos israelíes, no compres productos producidos en Israel, no financies el genocidio

    26 abril 2014 | 14:00

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