Alfred López 16 de diciembre de 2015
Sexta entrega de esta serie de post dedicados a traeros un buen puñado (de docena en docena) de cosas que quizás no sabíais cómo se llamaban en realidad o que conocías con otro nombre muy distinto.
Espero que la selección de palabras que he hecho en esta ocasión sea de vuestro agrado, al igual que ocurrió con las veces anteriores.

Pedrada: Una pedrada no solo es la acción de arrojar con impulso una piedra, sino que también es el término con el que se conocía al típico lazo que se ponían algunas mujeres como adorno a un lado de la cabeza

Mentira: Al igual que el término anterior, esta también es una palabra polisémica (que tiene varios significados). En este caso el vocablo no se refiere a algo que no es verdad (aunque tiene cierta relación) sino que es el modo con el que se conoce a las típicas manchitas de color blanco que aparecen en la uña. Se llama de este modo ya que antiguamente se tenía la creencia de que salían cuando alguien decía algún embuste. Ojo, no confundir estas manchitas con las medias lunas que aparecen en las uñas, esas se llaman ‘lúnulas’.

Filandón: Se trata de la típica reunión en la que varias mujeres se sientan en corrillo o una junto a otra frente a la puerta de sus casas y van comentando asuntos vecinales mientras cosen.

Cerúleo: Es el modo con el que antiguamente se referían a alguna cosa que tenía el color del cielo, ya que de este término proviene su etimología. Aunque originalmente no se utilizaba para el color azul (ya que abarcaba todas las tonalidades de colores que podía observarse en el cielo) con el tiempo ha acabado usándose para referirse a una tonalidad concreta.

Rebaba: La rebaba es aquella porción de elementos que sobresalen por los bordes: por ejemplo de un bocadillo o el cemento que queda saliente entre dos ladrillos.

Trechear: Se trata de la acción de trasportar/llevar algo normalmente pesado (una caja, las bolsas de la compra…) e ir parando cada pocos metros para descansar (hacerlo de trecho en trecho).

Bigornia: Es el típico yunque con una punta en cada lado y sobre la que trabaja un herrero.

Garabato: De nuevo otra palabra polisémica. Conocemos como garabato a ese dibujo o escrito hecho rápidamente o de cualquier manera. Pero el garabato al que me refiero en este post es al gancho (comúnmente con forma de ese) que se utiliza para colgar algo (por ejemplo las piezas de carne).

Pihuela: Conjunto de cadenas o grilletes con los que se sujeta a un prisionero. También es el nombre de la correan con la que se sujeta las patas de algunas aves en la cetrería (por ejemplo un halcón).

Cascarria: También escrito ‘cazcarria’, se trata del barro seco que queda en los bajos de los pantalones tras pisar un charco de fango.

Trasijado: Persona que está excesivamente flaca. Que está en los huesos.

Zarcillo: Un zarcillo, además de ser un pendiente de los que se ponen en las orejas, también es el tallo que sale de ciertas plantas y que le sirve para sujetar y trepar por alguna superficie
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Alfred López 17 de febrero de 2014

No podemos negar que nuestro idioma está lleno de multitud de términos y sinónimos para poder referirnos a una misma cosa de diversos modos. Es el ejemplo de la palabra ‘jaleo’ la cual se puede decir de infinidad de maneras: alboroto, bullicio, jolgorio, jarana, bulla, lío, barullo, pendencia, follón, algarabía, altercado, confusión, desorden, fiesta, riña o trifulca.
Y es en esta última acepción (trifulca) en la que nos vamos a fijar en el post de hoy y sobre todo en su origen etimológico, contestando una consulta que me ha realizado Marisol Puyal tras enviarme un correo en el que me pregunta sobre la procedencia de la expresión ‘armarse una trifulca’.
Esta popular expresión se utiliza comúnmente para referirse a aquellos momentos en los que se lía una gran discusión, muchas veces acabando en pelea.
El origen etimológico de trifulca la encontramos en la unión de dos palabras en latín: tri, cuyo significado es tres y furca (horca, horquilla…). Una trifurca (con erre originalmente) era una especie de horquilla con tres piezas que servía para impulsar el movimiento del fuelle que utilizaban antiguamente los herreros cuando querían avivar el fuego de los hornos y poner sus metales al rojo vivo.
Era tal el alboroto y ruido que se formaba en aquel lugar en el momento de usar esa palanca (que por norma general chirriaba estridentemente), además del sonido característico del propio fuelle y el característico golpeteo del martillo contra el yunque hicieron que el término trifurca, y posteriormente trifulca, fuese conocido como sinónimo de alboroto, escándalo o mucho ruido.
Con el tiempo se acuñó el modismo ‘armarse una trifulca’ con un sentido semejante al de ‘armarse una tangana’ o ‘armarse la Marimorena’.
Como nota curiosa, cabe destacar que el característico sonido del fuelle en funcionamiento, muy similar al de un jadeo, fue el que dio lugar al origen del término ‘follar’, tal y como expliqué tiempo atrás en el post ¿Cuál es el origen de la palabra ‘follar’ para referirse vulgarmente al acto sexual?
Lee y descubre el curioso origen de otras conocidas palabras y expresiones

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Fuentes de consulta: “Del Hecho al dicho” de Gregorio Doval / RAE / etimologias.dechile
Fuentes de las imágenes: freedomsphoenix / thelibrary
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Alfred López 03 de enero de 2014

Como bien sabréis, las supersticiones son la extraña creencia que tienen algunas personas a pensar que poseer algún objeto, hacer algo concreto o evitar según qué situaciones influirá en su destino, otorgándole buena o mala suerte; todo ello por una rara e inexplicable conjunción mágica fuera de cualquier tipo de razonamiento científico, explicación lógica y coherente o demostración empírica.
Una de las supersticiones más extendidas es la que indica que tener una herradura colgada sobre la puerta de entrada de una casa la protege de la mala suerte, dotando al hogar con la fortuna y alejándolo de cualquier tipo de adversidad.
El origen a esta creencia, tan arraigada popularmente, se la debemos a una antigua leyenda que surgió en el siglo X alrededor de San Dustan, quien, antes de ser nombrado Arzobispo de Canterbury y ser canonizado tras su fallecimiento, trabajó como herrero en Baltonsborough (suroeste de Inglaterra).
Dicha leyenda explicaba como se le apareció a Dustan una extraña criatura (mitad hombre mitad animal) que le solicitó que le pusiera un par de herraduras, descubriendo el herrero de que se trataba del mismísimo demonio y con gran habilidad se deshizo de él gracias a un ingenioso engaño, clavándole las herraduras de una manera muy dolorosa hasta conseguir que el diablo le suplicase clemencia.
Fue a partir de la divulgación y el boca a boca de esta historia donde surgió todo el aura y simbología que se le ha querido dar a las herraduras como talismán de la buena suerte (muy posiblemente de todos los amuletos el más famoso).
Cabe destacar que en algunos lugares se indica que en tiempos de la Antigua Grecia, estos ya le atribuían dones de buena suerte y fortuna a las herraduras, pero no hay ninguna historia/relato lo suficientemente difundida que pueda demostrar que el origen de esta superstición se debe a los griegos y no a la leyenda de San Dustan.

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Fuentes de las imágenes: Leo Reynolds (Flickr) / Wikimedia commons
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