Yo soy de las que tengo una farmacia de cabecera, una farmacia en la que son encantadores, les considero buenos profesionales, me conocen desde hace 20 años, saben mi nombre y el de mis hijos, me hacen favores y siempre me atienden con cariño y sapiencia. Y eso que no nos ven demasiado el pelo, por suerte mis hijos apenas pisan el pediatra salvo para vacunarse (estoy tocando madera mientras escribo) y yo no soy nada dada a tomar alegremente medicamentos ni a dispensárselos a ellos. Ibuprofeno o paracetamol para niños y adultos sí, siempre que haya fiebre. Y poco más.
Por eso ayer me llevé un buen chasco. Fui a otra cosa (también compro allí medicamentos para mis animales), comenté que Julia estaba algo afónica y pregunté si tenían algún caramelito que le suavizara la garganta (y al mismo tiempo le gustara). “¿Está afónica? Puedes darle esto” me dice poniéndome sobre el mostrador una cajita de un producto homeopático.
Fue una pequeña decepción la verdad. Cualquier farmacéutico bien informado tiene que saber que vendiendo homeopatía o bien está colocando un placebo (algo que en determinadas circunstancias que no eran las mías puedo entender) o bien simplemente quiere hacer caja.
“No gracias. Antes de darle eso le daría simplemente un vaso de agua, que le iba a hacer lo mismo”.
Y ahí comenzó a explicarse: “no si ya, si yo también sé que no hay ninguna evidencia de que hagan nada, pero daño no va a hacer. Y mira, a mis hijos se lo he dado alguna vez y no sé qué será, pero la verdad es que luego han estado mejor”.
Otra decepción, me espero encontrar a mi vecina del cuarto o a mi tía Rosa usando el argumento de “a mí me funcionó”, pero no a un profesional de la salud, que a fin de cuentas es lo que son los farmaceúticos que atienden a muchas personas con distintas dolencias cada día.
“Tal vez también hubieran mejorado sin eso o con un simple caramelo de limón. Ya sabes que una experiencia concreta no es prueba de nada, se necesita una muestra y un sistema para demostrar algo”.
“Ya, ya. Bueno, espera. Te voy a regalar unos caramelos de miel y limón”.
Y que conste que sigue siendo mi farmacia de cabecera y mi farmacéutico de confianza, que la charla fue en tono distendido y con confianza, que nos conocemos desde hace mucho. Que «no pasa nada», como se dice con frecuencia.
En un mundo ideal la homeopatía (y muchos otros productos, como la ingente colección de promesas para adelgazar que tanto exacerban con motivo a mi compañero Juan Revenga) no entrarían en las farmacias. Estar allí expuestos les otorga una pátina de credibilidad que no merecen. Pero no vivimos en un mundo ideal así que me limitaré a hacer una petición: por favor señores farmaceúticos, si no les queda más remedio vendan homeopatía, pero no intenten que se la compren. Sobre todo si va dirigida a niños.
Hay muchos motivos para hacerlo, uno también es el prestigio profesional del farmacéutico o médico (alguno conozco que lo hace) que lo recomienda.
Aquí tenéis información de sobra y contrastada sobre los productos homeopáticos. Y os dejo de nuevo con el vídeo de James Randi explicando la homeopatía en Princeton, que merece la pena: