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Día de la fístula: recuperar la alegría*

Por Eva Domínguez (enfermera y comadrona de Médicos Sin Fronteras en Aroressa, Etiopía)

Como os decía, cada día en Sidama es intenso: pasan tantas cosas que de lo que ocurre en solo 24 horas os podría escribir un libro. Recuerdo por ejemplo un lunes que me fui a una referencia: mi paciente era una mujer que tenía una fístula. ¿Que qué es eso? Pues es un orificio anormal que se forma en la vagina y que comunica cavidades que no deberían estar en contacto (vejiga, recto…), y que suele ocurrir tras un parto complicado (largo y con fallecimiento del bebé), donde la cabeza del niño presiona esos tejidos llegando a provocar la destrucción.

Por esta fisura continuamente se escapan heces, pis… Podéis imaginar la vergüenza que sienten estas mujeres en su vida diaria. El rechazo del resto a veces origina su aislamiento y la repulsa de la comunidad. Yo ya sé diagnosticar una fistula por la clínica y por ese olor característico que las avergüenza y estigmatiza y que puedo sentir cerrando los ojos.

Afortunadamente aquí en Etiopía hay una fundación, Hamlin, que opera gratis este problema y que soluciona las vidas de estas mujeres. Y uno de mis trabajos era hacer los contactos necesarios para que mis pacientes recibieran las atenciones que merecen.

Aquel lunes, nuestro viaje, o aventura, comenzó por la mañana: el hospital donde trabaja Hamlin está a unas 4 horas de nuestro proyecto. Para allá que nos fuimos el conductor, Tilahun (ni papa de inglés pero ni falta que le hace), Seble, una de mis manos derechas, la paciente, su madre y yo.

Vista de Aroressa y sus caminos (© Faith Schwieker-Miyandazi).

Vista de Aroressa y sus caminos (© Faith Schwieker-Miyandazi).

No penséis que es fácil circular por carretera aquí: imaginar en plena montaña una carretera a menudo cortada por las lluvias, que provocan unos desprendimientos alucinantes. Tenemos que cruzar con atenta mirada del conductor y algún que otro pedrusco volando. Otro riesgo es que un coche se estropee en medio, y bloquee el camino: por aquí no hay grúas, así que si eso pasa, estamos apañados. Ambas cosas ocurrieron durante nuestro viaje…  En resumen y para vuestra tranquilidad, llegamos sanos y salvos 6 horas después.

El viaje es emocionante: imaginad a estas mujeres, que jamás han salido del pueblo, saludando a todo el mundo y observando el paisaje. En cuanto al hospital, es increíble: a tope de estudiantes de medicina por los pasillos y, en un lugar protegido, tranquilo e idílico, el ala de las fístulas. Tras dos horas de espera, una seria y sabia matrona nos atendió, y confirmó mi inexperto diagnóstico.

Durante ese tiempo, pude observar el lugar: es una sala blanca con camas de forja, sábanas limpias y enfermeras con uniformes impecables. Y lo mejor, las pacientes: todas vestidas con camisones de flores y unas mantas de lana, que yo deduje que eran hechas a mano y que para mi rebosaban cariño. Ellas transmitían paz, algunas estaban con sus bebés; se las veía felices y me sentí a gusto dejándola allí, con la promesa de que podía llamar y saber qué tal iba.

La nota amarga es que no permitían cuidadores, así que estaba el dilema de qué hacíamos con su madre… Dejarla allí para que volviera sola a casa (una señora de 50 años en moto por la montaña) no me tranquilizaba ni a mí ni al resto, así que nos la llevamos. Todo un viaje “tipical spanish” tipo Seat 124, con la abuela, el padre (conductor), la madre (yo) y Seble mi mano derecha (la niña), todo ello aderezado con la típica frase “¿papá, cuándo llegamos?”.

Tras dos días de excursión, de nuevo de vuelta, a mi querida Aroressa, a mis madres, a los bebés y a mi maternidad.

Alrededor de un mes después volví de paso a visitar a mi mujer: su cara triste y seria (sumisa y resignada) se había convertido en un rostro plácido, iluminado por la felicidad. Sus abrazos y besos me transmitían el agradecimiento, pero nosotros solo fuimos el vehículo: las gracias son para programas como este, en el que estas mujeres recuperan la sonrisa y las ganas de vivir.

 

* Hoy, 23 de mayo, es el Día internacional para la eliminación de la fístula obstétrica.

Si quieres leer otras entradas con historias del proyecto de MSF en Aroressa contadas por expatriados de la organización, pincha aquí.

 

 

Ya son las 12…

Por Patricia Lledó (Liberia, Médicos Sin Fronteras)

… Paso a la planta. Hay postoperatorios que van bien, pacientes que ahora sonríen y madres sin bebés porque no llegamos a tiempo. Llego a mi habitación favorita, la 107, ya os he hablado de ella. Allí hay nueve camas para mis niñas y no tan niñas; chicas desesperadas que no sabían a quién acudir para librarse de su embarazo y las que ahora hay que arreglar de diversas formas.

Hasta la que esta más malita y séptica me sonríe…  en esta habitación nunca falta esa impresionante mezcla de sentimientos encontrados y de vivencias (dolor, vergüenza, heroicidad, agallas, desconsuelo, y al mismo tiempo felicidad por seguir vivas).

Alice me llama desde el quirófano. Mientras yo estaba haciendo lo mío, ella ha comenzado a hacer una operación y necesita ayuda. Hay veces que pasamos los días cosiendo y cosiendo rotos, da igual el qué. Acabo un roto y sigo por el siguiente.

Pero hoy no puedo entretenerme. Sebas, el pediatra, está completamente saturado de trabajo y los casos de “cirugía pediátrica” son míos. Fajay, de 8 años, es mi pequeño milagrito: después de curarle y desbridarle las quemaduras que cubrían un tercio de su cuerpo durante dos horas cada día a lo largo de tres semanas, empieza a mejorar y ya no tiene fiebre. Madre mía, ¡si hay un dios estoy segura de que vive en el Benson!

Patrick, de 8 meses, no tendrá tanta suerte. Sus quemaduras son más profundas, y su cuerpecito es más pequeño. Ya le he quitado rebanadas de tejido muerto hasta que no queda nada más que quitar. Es un luchador. Lleva doce días gritando y volviendo locos a todos en la UCI neonatal. Intento no encariñarme con él, pues después de tres meses aquí, sé cuáles son sus posibilidades. Pero qué se le va a hacer… el corazón está para romperse.

Los demás niños van bien: abscesos, cortes y más quemados. Mis niños… quién me lo iba a decir a mí…

Son ya las 12. ¡Cómo pasa el tiempo aquí! Me llaman de la maternidad para una ventosa complicada. Niño pocho, lo reanimo y me lo llevo a la UCI. En la UCI, Sebas reanima desde hace 35 minutos a un niño desnutrido . Espero pacientemente… el límite son 40 minutos, así que aún no hay que desistir. TIC TAC, TIC TAC. 40 minutos. Tubo fuera, ¡ánimo pequeño, pelea! Pero no le quedan fuerzas.

Sebas se gira, hace lo mismo que yo, quita tubos, vías y sondas y devuelve humanidad. Se gira, me mira y continúa con el siguiente. La UCI es un infierno. Dejo a mi recién nacido en una cunita compartida con otros dos niños y le pongo una mascarilla de oxígeno… ¡aguanta pequeño, en cuanto puedan te atienden!

Casi es hora de comer, pero aún tengo que acabar las estadísticas para la reunión médica de la tarde. Acabo volando el informe de las cesáreas, los partos, las admisiones, las muertes y sobre todo mi informe de los abortos inseguros, esta carnicería que tenemos que remendar diariamente.

Como corriendo, me voy a la reunión mientras Alice sigue en el quirófano haciendo dios sabe qué (esta semana le toca a ella seguir los casos de urgencia y a mí el resto). Reunión larga y tediosa, tantas cosas que arreglar y que apañar…

Este ha sido uno de mis días en Benson.  Absolutamente agotador, demoledor, pero a la vez verdaderamente apasionante . Cada vez que pasas por las escaleras, los niños gritan un saludo, y mis niñas de la habitación 107 se incorporan en sus camas para decirme hola a través de la puerta.

Qué locura de ritmo de trabajo, qué dolor y qué maravilloso es a pesar de todo estar aquí y poder tratar a mis pacientes. “Pura vida”, como diría Mendiluce. 

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Fotos 1 y 2: Pacientes ingresadas en el hospital Benson de MSF en Monrovia, Liberia. (© Patricia Lledó)

Foto 3: vista del exterior del hospital Benson (© MSF).