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Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

Traspasar el muro

Aamil (en Hebrón).

Aamil (en Hebrón).

30 años, estaba prometido, era fuerte, había tenido trabajo en Jerusalén. Todo parecía ir bien.

Pero construyeron el muro y perdió el trabajo. Aamil es de Hebrón. Alguien, a través de contactos, le ofreció la posibilidad de entrar de nuevo, desde Hebrón, y trabajar, ganar dinero para la boda. “Era mi primera vez, la primera vez que intentaba volver a Jerusalén. Sin permiso”, dice Aamil.

Le dijeron qué zona del muro tenía que buscar para poder pasar. El controvertido muro construido por Israel para separarse de los territorios, para prevenir atentados terroristas. Así, que, como le habían dicho, esperó a encontrarse con otros trabajadores que intentarían pasar. Llegaron y fueron seis, los que treparon por unas cuerdas ya dispuestas, ya utilizadas por otros. Al llegar arriba y mirar abajo, ya estaban los soldados:

        Os hemos estado esperando”, dijeron. “Me quedé arriba sin saber qué hacer”, recuerda Aamil.

        Bajad, no os haremos nada, os haremos salir por el control”. “Me quedé arriba mucho tiempo, intenté dialogar con ellos”, explica.

        Sólo queremos trabajar”.

        “Lanzad vuestros documentos de identidad, bajad y os llevamos al control, sin haceros nada”.

        “¿Es una promesa?”

        “Sí”.

Bajé. Casi sin tiempo que me diera tiempo a tocar el suelo, me agarraron por la pierna, comenzaron a pegarme fuerte, a reírse de mí. Le dije, “soy árabe como tú, ¿cómo me haces ésto?, ¿cómo te puedes, encima, reírte?” Me hicieron cantar. Me volvieron a pegar muy fuerte, cuatro de ellos. En el estómago, en el páncreas, en la cara, la nariz sangrando, el brazo roto por dos partes. Uno me preguntaba si era de Hamas o de Fatah. Me llevaron al jeep”.

Aamil pensaba que lo peor había pasado, que lo llevaban a prisión y que allí no le pegarían. Pero no. El jeep avanzó por una puerta del muro, al exterior, cerca de donde habían saltado, en un monte alejado de todo. Y allí lo dejaron tirado.

No podía ni gritar. No tenía dinero en el móvil. Intenté llamar a cobro revertido, pero nada. En los servicios de emergencia sí me cogieron el teléfono, “lo siento, muchas gracias por llamar”. Pensé que me moría allí. Pasaron horas”.

Uno de sus amigos recibió en Hebrón una llamada extraña: del constructor que había sugerido a Aamil cruzar el muro. No había llegado. El amigo llamó a Aamil que pudo explicarle dónde estaba más o menos. Fue el amigo quien llamó a la ambulancia y la ambulancia a Aamil. “Describí la montaña, los pueblos que veía, la curva de la carretera, no llegaban nunca, no me veían, no eran capaces de encontrar el monte, ni con la luz de mi móvil, ni con la luz del mechero. Me desmayé”.

La ambulancia le encontró a la una de la mañana y él calcula que eran las cinco y media de la tarde cuando había intentado saltar. Hospital: pelvis rota, codo y muñeca rota, vejiga rota. “El alma rota, y nadie nos puede tomar nuestra alma, excepto Dios”. Tardó meses en salir del hospital. MSF comenzó a tratarle por depresión. “Mi novia rompió el enlace, vio mi alma rota, vio a otro hombre en mí”.

Aamil tiene secuelas todavía, -seguramente permanentes aunque todavía va a fisioterapia y algo puede mejorar-, en el brazo que no puede mover bien y cojea un tanto. Es albañil. “¿Quién me va a contratar si así no soy productivo?”. Aamil es el único varón de la familia, el único que aportaba algo de dinero a la familia. “Ahora me dejan sólo en el cuarto, siento que no soy bienvenido en mi casa”. “¿Futuro? ¿hay esperanza? No soy optimista, no”.

MSF sigue apoyando a Aamil.

* Lali Cambra es periodista y responsable de Comunicación de MSF España para los Territorios Palestinos Ocupados.

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