Ayer por la tarde estuvimos guardando los adornos de Navidad que están decorando nuestra casa desde el puente de diciembre. «¿Y no podemos dejar el árbol?» «¿Y las pegatinas de las ventanas?» me pedía Julia deseosa de alargar ese periodo mágico de salir de la rutina, de regalos, de visitas, de acontecimientos extraordinarios.
Por suerte entendió rápido y fácil que hay que decir adiós a la Navidad hasta el año que viene. No sería tan especial si pudiéramos prolongarlo todo el año, si no hubiera que esperar por ello.
Y hoy Jaime y Julia han ido a sus respectivos colegios. Ambos felices. Es una suerte que sea así, la verdad.
Julia ha acudido dispuesta a contar todo lo que ha estado haciendo a sus amiguitos y Jaime con su cuaderno viajero lleno de fotos para que los suyos puedan verlo.
En el fondo creo que agradecen el regreso a la normalidad, a los viejos horarios y costumbres tras el descalabro navideño. Sobre todo Jaime, que pese a su autismo es un niño muy flexible pero al que beneficia la rutina y el trabajo en el colegio.
Igual que nosotros. ¿No es cierto?