Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Lo que sé del deseo

FOTO: @simpulso

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Era una mujer con cara de ESPOILER, de esas que nada más mirarla ya sabes a qué puede conducirte si te dejas llevar, y cómo acabará la historia. A efectos cárnicos, entraría en la categoría de MILF venida a más, de esas que mejoran con el paso de los daños: cuarenta y tantos inviernos, piel sobrehidratada, rubia Pantene y muchos anillos en todos sus dedos excepto el anular, como si reservara ese espacio adrede. Tomó mi taxi en un pequeño hotel del centro con la intención de hacer gestiones durante toda la mañana y buena parte de la tarde. Así que me propuso ser su chófer por un día: llevarla de un sitio a otro y esperarla sin importar lo que dijera el taxímetro.

Primero fuimos a un centro empresarial del Norte, luego al aeropuerto a recoger un paquete y después a una notaría del barrio de Salamanca. En ese intervalo apenas cruzó conmigo un par de frases huecas más allá de la dirección de su siguiente destino, siempre en tono serio, concentrada en su trabajo. Después llegó la hora de comer y entonces me pidió mi compañía: «No me gusta comer sola» fue su excusa. Y acabamos comiendo y bebiendo un buen Rioja en un restaurante cercano a su hotel. Ahí la mujer descubrió sus cartas como buena croupier. Me habló con más preocupación de los bichitos que estaban arruinando las plantas de su jardín que de sus dos exmaridos. Era fría, dominante, pero sabía mover los labios al son de las carencias del contrario. Buscaba hipnotizar, llevarte a su terreno aunque intuyera un terreno escarpado y plagado de trampas. Luego pagó la cuenta y me pidió que la excusara unos minutos. Quería subir un momento al hotel a ducharse y cambiarse de ropa. De camino al hotel añadió: «Me sabe mal que esperes en el taxi. Sube, si quieres».

Subí con ella en un ascensor acristalado. Ya en la habitación me señaló el mueblebar: «Sírvete una copa. Estás en tu casa». Me preparé un gintonic mientras ella hurgaba entre las perchas del armario, y después se metió en el baño dejando la puerta entreabierta. Sentado en el borde de la cama escuché el crepitar de la ducha y en esto me di cuenta de que no se había llevado la ropa consigo: dejó la ropa que pensaba ponerse en el respaldo de la silla, justo al lado de la cama, justo en frente de mí. Y aquello me resultó la insinuación más excitante que había visto nunca. El sonido de la ducha dibujando su cuerpo desnudo, su ropa viva, a mi lado, como un hilo conductor de la inminente secuencia, esa puerta entreabierta, esa invitación sin protocolo.

Ese preciso instante que sabes más lúcido y perfecto que lo que después vendrá, por muy lúcido y perfecto que sea lo que venga. El sexo, en este caso, es lo de menos, sólo un trámite abocado a la fricción. Recordaré esa ropa hablándome en la silla; recordaré el sonido de la ducha y yo expectante, por encima de todo lo demás.

Lo importante es eso: lo que queda.

Amor a destiempo

FOTO: Un homme et une femme

FOTO: Un homme et une femme

Él parecía extrañamente enamorado de aquella mujer de unos cincuenta, veinte o veinticinco años mayor, o al menos la miraba con ojos distintos. La mujer, seguramente, había encontrado en el chico una suerte de divertimento revitalizante: se sentía más liviana, fugaz y más joven a su lado.  Él, sin embargo, se veía fascinado pero no por la mujer en sí, sino por la joven que antes fue. Quiero decir que parecía enamorado a destiempo de la imagen que la mujer sugería de cuando ella tenía la edad de él. La miraba como forzándose a imaginarla sin arrugas, sin sus rasgos endurecidos por los años o sin toda esa experiencia acumulada. Incluso en sus palabras, en su forma de tratarla, se intuía una intención de compensar la edad de ella con la suya en un desesperado intento por quitarle años de encima. Hablaron de ir a un bar de copas. Ninguno de los dos creía, o no les importaba que yo, como taxista, estuviera escuchando.

La charla cambió de tono cuando ella confesó que prefería tomar las copas en su casa. Tenía ganas de hacer el amor sin más preámbulos, pero él parecía resistirse y yo creí entender por qué. Imaginé a mi pareja de repente envejecida treinta años y yo con mi edad de ahora, acariciando el desfase temporal de su cuerpo junto al mío, negando sus arrugas con mis dedos, con mis ojos, o cerrando los ojos forzado a imaginar su rostro cuando ella representaba mi misma edad. O pensar que nuestras vidas ya no van sincronizadas: hubo un salto en el tiempo inevitable, una experiencia dispar prolongada en ella: ¿cuántas cosas vivió que a mí aún me faltan? ¿cuándo alcanzaré su madurez o sus costuras? ¿cómo compensar sus labios gastados por el uso con mis ganas de besar su presente?

Yo me hice el sordo cuando ella le propuso cambiar el destino a su casa, y al final les dejé en la zona de copas que él había dicho. Pagó el chico, aliviado, y ella me lanzó una mirada que no entendí. Tal vez la entienda dentro de treinta años.

La huella del delito

FOTO: @simpulso

FOTO: @simpulso

Ayer entraron en casa a robarme, como ya os dije. Pero la cosa no quedó ahí. Después de llamar al 091 (y al cerrajero para que abriera la puerta atrancada), entrar en casa y encontrármelo todo arrasado, llegó la policía científica a tomar huellas. Luego acudí a comisaría a formalizar la denuncia y volví de nuevo a casa, con mi novia, pensando que todo había acabado ¡al fin!

Craso error. Apenas 24 horas después me llamaron de comisaría. Habían encontrado una huella distinta a las nuestras, y querían que acudiéramos los dos con la intención de verificar con sus archivos si conocíamos a la persona en cuestión. De inmediato fui en mi taxi a buscar a mi novia al trabajo, y nos fuimos a comisaría.

El comisario nos estaba esperando. Pasamos a su oficina, tecleó unos códigos en su ordenador y a golpe de INTRO apareció en pantalla una foto que me dejó pálido: Era Laura, una usuaria de mi taxi con quien, digamos, tuve una aventura hace apenas una semana.

Fue un desliz imperdonable, lo reconozco. La tal Laura había montado en mi taxi, me empezó a decir que acababa de romper con su novio, que necesitaba vengarse y liberarse, y una cosa llevó a la otra… y mi mala cabeza, la de abajo, se dejó llevar por sus insinuaciones, y aprovechando que mi novia estaba en el trabajo acabamos en mi casa.

Jamás habría pensado, en fin, que aquella desafortunada historia se destapara de ese modo, en una comisaría, pero así fue. Aunque lo realmente extraño llegó después: el caso es que antes de que yo pudiera reaccionar e inventarme una excusa convincente o derrumbarme y confesar los hechos, mi novia, con tono serio, le dijo al comisario:

-Sí. Es… una amiga mía. Vino a casa el otro día a tomar café.

Aquello no me lo podía creer. Sin duda era imposible que mi novia conociera a esa usuaria casual de mi taxi; menos aún que hubieran quedado a tomar café juntas en nuestra misma casa. Me costaba entender por qué había dicho eso.

-De acuerdo. Entonces, falsa alarma. Les llamaremos si encontramos algo más.

Nos despedimos del comisario, y volvimos a casa en completo silencio. Luego, al entrar en el garaje y aparcar el taxi, mi novia me dijo:

-Ni se te ocurra subir a casa conmigo. Hoy dormirás aquí, en tu queridísimo harén con ruedas.

No me dejó opción, la verdad. Era lógico que estuviera enfadadísima. Así que me quedé en el taxi, pensando, y un par de horas después salí a la calle a por tabaco.

Saliendo del portal me extrañó cruzarme con el mismo cerrajero que vino ayer a cambiarnos el cerrojo.

-¿Otra vez aquí? -le dije.

-Eh… sí. Me llamó tu… compañera… para que volviera a cambiar otra vez la cerradura. Lo siento, tengo prisa. Adiós.

Se marchó corriendo y en esto me fijé en unas marcas recientes, enrojecidas, de mordiscos en su nuca y manchas de pintalabios en el cuello de la camisa. Las manchas eran del mismo color que el pintalabios de mi novia.

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Nota: Escribo esto desde el portátil, en el garaje, sentado en mi mismo taxi. Intenté entrar en casa, pero la llave no encaja. Amor, sé que leerás esto. Perdóname, por favor. Juro por lo que más quieras que no volverá a pasar.

Las arrugas son costuras del envés del alma

Instagram (mariam_otea)

Instagram (mariam_otea)

Todo pasa. El tiempo pasa. El tiempo pasa de todo. De todos. Los niños se mofan del anciano porque es lento, es torpe, arrugado, come blando y no pelea. Pero los niños no saben que el tiempo se mide en artritis. Desconocen que el corazón es un reloj de arena incapaz de voltearse ni aun haciendo el pino, y esa fina arena siempre cae hacia abajo y se amontona en el riñón y forma piedras que llaman cálculos por eso mismo: porque su peso calcula el paso del tiempo. Los niños no saben de esas cosas porque no les duele la minga al orinar. Y dicen que son sinceros, dicen que los niños y los borrachos nunca mienten, pero su sinceridad se debe a que no saben, no son conscientes, del paso del tiempo. Los niños y los borrachos pasan por encima del tiempo con la misma frialdad que un sicario pasa por encima de un cadáver.

Un anciano en mi taxi, mirándome a través del espejo, es la viva imagen del abismo que me queda por vivir. Las canas, la experiencia y el olvido. La estampa del amor desmesurado. Ese dolor calmo mitigado por la anestesia de la resignación. Esa tierna mirada de quien se encuentra de vuelta de todo, ese último intento por dejar el mundo atado y bien atado. Y la distancia de saberse que, detrás del próximo GAME OVER, ya no habrá un INSERT COIN.

Las arrugas son costuras del envés del alma. Y detrás de ese anciano, dentro de ese anciano, hubo un niño. No lo olvides.

#escriboporque

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Hace unos días publiqué en este blog algunos de los motivos que me impulsan a escribir con la ansiedad de un condenado a muerte: por qué necesito escribir, qué resortes saltan cuando escribo, o si es droga o placebo la escritura. Poco después de publicarlo, recibí una mención en Twitter de Melisa Tuya (a la sazón coordinadora del universo blog en 20minutos.es) sugiriéndome un reto: Expuestos mis motivos, ¿por qué no conocer los suyos? ¿Por qué no conocer los motivos del resto de los blogueros?

Lanzado y recogido el guante, Melisa se puso en marcha: contactó con todos ellos, y al instante comenzaron a llover correos de blogueros de toda clase y condición uniéndose a una espiral que acabó por llamarse #escriboporque. El resultado (podéis ampliarlo pinchando en cada nombre) lo resumo aquí:

Calpur

El bueno de Cuttlas (Calpurnio): Sus motivos los demuestra como mejor sabe hacerlo: a través del dibujo que encabeza este post creado en exclusiva para #escriboporque (¡Gracias, maestro!).

 

Melisa unoEn busca de una segunda oportunidad (Melisa Tuya): «Escribo por necesidad, escribo por placer, escribo para ganarme la vida, escribo para conocerme y para sorprenderme, escribo para comunicarme con otros, escribo para desahogarme, escribo para dejar constancia, escribo para intentar ayudar a otros y para intentar ayudarme a mí misma». Y añade: «Escribo este blog procurando que haya una mayor conciencia animalista y que algunos animales encuentren un hogar».

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Melisa dosMe crecen los enanos (Melisa Tuya): «Leer y escribir es lo único que se me ocurre que puedo hacer para luchar contra el paso del tiempo». «Leo y escribo soñando que mis hijos también disfruten algún día leyendo y escribiendo, convencida de que leer y escribir será para ellos la munición indispensable en su vida».

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EduardoCasi enteros (Eduardo Madinaveitia): «Todo parte, claro, de la lectura. Desde muy pequeño soy un lector compulsivo, que lee todo lo que cae en sus manos, o en sus pantallas, y siempre tiene unos cuantos libros abiertos, sin terminar, pero se plantea el reto de terminar todo lo que empieza. Y si te gusta leer es bastante fácil que te acabe gustando escribir». Y añade: «Me gusta hacerme la ilusión de que con lo que escribo aporto algo a los demás, especialmente al sector publicitario en el que me muevo».

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NicoUn cuento corriente (Nicolás M. Sarriés): «Primero porque me gusta; el hecho mismo de escribir es un acto placentero: hilvanar ideas, encontrar la palabra adecuada, tallar las frases y los párrafos hasta dejar un texto que refleja tu pensamiento (bueno o malo). Segundo, por atender a una pulsión que anda a medio camino entre la necesidad y la vanidad. La tercera razón no es individual, sino colectiva. Soy un convencido del debate como una herramienta que nos hace mejores».

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NachoEuropa inquieta (Nacho Segurado): «Siempre he sido de preguntarme más por qué no escribo —por qué he escrito tan poco— que por lo contrario». «Mis razones para no escribir, o para prolongar agónica y culpablemente el acto de no escribir, son: aún no lo he leído todo, quiero antes alcanzar la madurez, otros que terminaron triunfando a mi edad tampoco habían escrito nada, no tengo genio suficiente para hacerlo, el periodismo aniquila mi originalidad, debo vivir antes«.

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GusReality blog show (Gus Hernández): «La respuesta está en los cientos (no es una exageración) de mensajes que vosotros mismos me hacéis llegar. No me refiero a cuando se presentan en mi casa señores de Europa del Este y me parten la cara, me refiero a los mensajes y comentarios que me dejáis en el blog. Me decís siempre que os pasáis un buen rato, que os reís mucho, que es muy divertido… (sí, también hay quien me dice que estoy desperdiciando mi vida y que considere la idea de bañarme con una tostadora enchufada). Pues por eso lo hago, porque en este mundo lleno de penurias, de dificultades, de pena, de dolor, de desasosiego, de injusticias, de autoritarismos, de frustraciones… un poco de risa es un pedazo de felicidad que le robamos al día«.

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Alfred

Ya está el listo que todo lo sabe (Alfred López): «Empecé con el blog de la forma más inocente que puede existir: como medio de ordenar y colocar todas las curiosidades y anécdotas que había ido coleccionando durante casi tres décadas y que guardaba en trozos de papel y libretas dentro de unas cajas. El motivo de esa afición por las curiosidades nació a raíz de mi acentuada procastinación y el habito a pasarme las horas de clase (cuando era estudiante de EGB) oensando en las musarañas».

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JuanEl nutricionista de la general (Juan Revenga): «Quisiera gritar a los cuatro vientos lo que honestamente creo la gente debería de leer y saber sobre nutrición, alimentación y demás. Como no puedo gritar tan fuerte como para que todo el mundo se entere, y ya que me dan la oportunidad de poder publicarlo en este medio, lo aprovecho para alcanzar al mayor número de gente. Escribo para mí porque tengo memoria de pez. Otra cosa importante, escribo por que me pagan, no lo dudéis. Pero no te confundas, solo escribo lo que yo quiero escribir… ni más ni menos».

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CesarLa crónica verde (César-Javier Palacios): «¿Por qué escribo un blog de medio ambiente? La respuesta es sencilla: Quiero ayudar a lograr un mundo mejor, más sano, solidario, bello, sostenible, armónico, feliz. ¿Se puede conseguir algo así tan sólo escribiendo? Seguramente no, pero me gustan las causas imposibles teñidas de color verde esperanza, especialmente si en ellas nos va el futuro. Y al menos intentarlo».

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span

Runstorming (Spanjaard): «Mi pregunta no es tanto si yo escribo por una necesidad personal o por que se me ocurren ideas mientras oxigeno mis piernas». «Yo creo que las palabras tienen que pedir una respuesta de quien las lee. Han de sacar una emoción. Desgranar metros y minutos es feo. Quizá ayuda a que identifiquemos que ‘este es de mi gremio’. Bien, necesitamos el grupo. Lo describen los sociólogos. Pero si jugamos a escritores se nos pedirá que metamos algo más que contar los minutos por kilómetro o los kilómetros como si fueran los litros de gasolina que quedan en un bidón».

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EduQué fue de… (Eduardo Casado): «Si escribo es porque siento la verdadera necesidad de hacerlo. Si no me gustara la historia del deporte, lo haría sobre otra cosa, estoy seguro. Es el mismo motivo por el que elegí la profesión de periodista, una droga dura de la cual muchas veces te arrepientes de estar enganchado (por sus nocivos efectos secundarios), pero de la que no hay escapatoria alguna. No conozco a nadie a quien le guste escribir (o sienta la necesidad de ello) y no le guste leer. Leo mucho. Decían los romanos que Quid scribit, bis legit (el que escribe, lee dos veces)».

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LilihEl blog de Lilih Blue (Lilih Blue) «Dejémoslo, pues, en que lo intento. Porque eso es lo que me ofrece este blog: oportunidades.Oportunidades de experimentar, de descubrir, de reinventarme. De aprender cada día, de ponerme a prueba, de superarme. Y de acercarme a vosotros, los lectores, que me ponéis del revés con vuestros comentarios y opiniones al hacerme saber que estáis ahí, que existís, que al otro lado hay gente y que sois de carne y hueso». «Pocas cosas me dan más miedo que un folio en blanco; pero también es cierto que me he enfrentado a ello muchas menos veces de las que me gustaría; muchas menos veces de las que debería».

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MiguelArquitectación (Miguel Morea): «Siempre he escrito, con distinta intensidad y frecuencia. Más en los momentos muy malos o muy buenos, en los albores de un nuevo amor y tras las ácidas rupturas, en los momentos felices y en las grises decepciones. Había llegado el momento de iniciar un diario con Hello Kity en la portada o escribir un blog y comprenderéis que la decisión era obligada». «Me da bastante vergüenza pensar que tengo algo que decir al mundo sobre arquitectura. Sin embargo me gusta pensar que tengo mucho que decir sobre como ve el ciudadano normal la arquitectura, porque por encima de todo, somos eso, ciudadanos, y luego, mucho más tarde, arquitectos, albañiles, cobradores del frac o asesinos en serie».

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Nota: Ahora te toca a ti. #escriboporque

Los secretos del tacto

En mi taxi, y supongo que en cualquier taxi, el miedo al tacto se produce curiosamente en el momento más pornográfico del trayecto: al pagar por el servicio prestado. Es entonces cuando el cliente demuestra su predisposición al tacto ante un perfecto desconocido. La secuencia es la siguiente: el hombre o la mujer sube a mi taxi, me indica un destino, charla conmigo o permanece en silencio, y al llegar y mirar lo que marca el taxímetro saca el billete o las monedas, yo estiro la mano y me las tiende. Es en ese preciso momento, en su forma de entregarme el dinero, cuando se produce una suerte de lenguaje no verbal que sin embargo dice mucho más que mil palabras. Quiero decir que algunos usuarios, por ejemplo, al tenderme el dinero procuran no tocarme la palma de la mano y me lanzan las monedas a la mínima distancia posible pero sin tocarme, o si me tocan es sin querer y de súbito apartan la mano, como con miedo al más mínimo contacto. Pero otros, sin embargo, parece que buscan tocar mi palma con sus yemas; depositan las monedas presionando los dedos y los arrastran después, como tratando de de leer en braille las líneas de mi mano. Pero más curioso aún es el gesto de algunas mujeres de largas uñas, que me tocan con la punta de las uñas y sin querer me cosquillean la palma de la mano, aunque las yemas de sus dedos no lleguen nunca a tocarme, como si las uñas sirvieran de parapeto que las protege del tacto. Qué invento más extraño el de las uñas, ¿verdad?

Seguro, en fin, que cada forma de tender las monedas significa algo. Supongo que buscar o evitar el tacto demuestra un nivel de introspección imposible de camuflar. Si no te has fijado haz la prueba. Dile a alguien que te tienda algo, una moneda o cualquier otro objeto pequeño, y observa cómo lo hace. Observa si te toca la mano o evita tocarte. Observa si al hacerlo mira lo que hace o si por el contrario te mira a los ojos. O a los labios. O al suelo. Todo eso es importante. Cualquier detalle es importante.

Hoy no estaré para nadie

dedos sangre

Hoy no salí a trabajar con el taxi. Me quedé en casa, escribiendo. Y si hubiera tenido una reunión familiar, también me habría quedado en casa, escribiendo. O si hubiera tenido cita con el médico lo habría anulado para quedarme en casa, escribiendo. O si hubiera tenido un funeral. Incluso el funeral de mi mejor amigo. En ese caso también me habría quedado en casa, escribiendo. O si hoy mismo me casara. Anularía la boda. O si fuera el día de las elecciones, aunque mi voto cambiara el rumbo del universo.

Porque hoy sólo me apetece escribir. Sentarme y darle a la tecla hasta que me sangren los dedos. No tengo una idea exacta, tampoco importa. Es el pulso, la furia, retener a mi antojo la vida que se escapa a raudales. Suturar con palabras todas esas heridas. Descifrar el código PIN del alma. Estimular el clítoris de las musas mientras me cuentan historias al oído. Sentirme eterno, único, y retener ese instante por siempre, negro sobre blanco. Jugar a detener el tiempo. Jugar a crear un mundo dentro de otro mundo y yo manejando los hilos. Aunque el papel que imprima acabe en la basura. Aunque no me lea nadie. Eso no importa.

Humilde y egoísta a la vez. Surcando nuevas dimensiones. Hoy no estaré para nadie. El viércoles, tal vez.

Ópera prima

Todos, absolutamente todos tenemos algo que decir. Ya sea en voz alta o entrecortada o tímida o mediante gestos o por escrito. Ya sea en la calle, en el portal de tu casa, en la pollería, en la consulta del médico, en un chat de internet, en el tanatorio, en el burdel, al teléfono, en un muro de piedra o en mi mismo taxi. Todos los usuarios de mi taxi tienen algo que decir, y algunos lo dicen. Se quejan del gobierno, te cuentan secretos, o anécdotas, o sólo suspiran; pero en ese suspiro ya hay algo. Son briznas de vida, espejos de uno mismo, interacción. Cuando alguien te habla demuestra varias cosas: que él está vivo y que tú también lo estás para él. Que él tiene algo que decir y que cuenta contigo. Y si no te interesa gran cosa lo que dice, mírale a los ojos. Lee sus ojos, o sus gestos, o el contexto que envuelve lo que está diciendo. Disfruta de la ópera prima del perfecto desconocido.

¿Ejemplos?, millones. Ayer mismo. Mujer de unos cincuenta años, pelo castaño, ojeras, labios pintados, pendientes de perla y alianza en el dedo. Doce y cuarto de la noche. Sale de una Boite, baile con orquesta, me manda parar y monta en mi taxi. Me pide llevarla a una calle de Vallecas y también si, por favor, pudiera esperarla después a que entrara en el portal, que la calle está muy mala y vive sola. Luego se hace el silencio.  Un silencio que yo aprovecho para leer, a través del espejo, el gesto de su cara en ese preciso contexto.

Parece satisfecha. No feliz: satisfecha. Esa serenidad, esa cautela, me dicen que aquella noche no sucedió nada nuevo, pero tampoco nada digno de olvidar. Como quien se marca unas expectativas no demasiado elevadas y es fácil cumplirlas. Salió, bailó con conocidos canciones conocidas, charló de sus cosas, y cuando ya se le empezaron a cansar las piernas, decidió marcharse. Por lo que dijo, que vivía sola, seguro que es viuda. Lleva anillo de casada, pero sus ojos aún conservan ese barniz de lealtad hacia lo ausente. No ha salido a ligar, pero tampoco descarta la posibilidad de conocer a alguien. Ella no dará ningún primer paso, el luto aún colea y coleará por siempre, pero si alguien viene, bienvenido sea. Si alguien viene y pasa un tiempo y demuestra ser un buen hombre, guardará el anillo en el altar de la memoria.

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Nota: Esa mujer, como cualquier usuario de mi taxi, tenía algo que decir aun sin decirme apenas nada. Que la vida no acabó cuando murió su marido. Que es posible ser pasado y futuro al mismo tiempo.

La importancia del detalle

Fijaos en la importancia del detalle. Aquel fue un trayecto en apariencia normal. Un hombre de unos cincuenta años, traje de chaqueta, corbata aflojada y cierto olor a whisky, tomó mi taxi en una callecita del centro. Dado su aspecto y las horas, once y pico de la noche, pensé que se habría liado con las copas después del trabajo. Ya sabes, el típico “tómate algo” al salir de la oficina, el típico bar improvisado con algún compañero, las típicas confesiones copa en mano: que si Peláez es un pelota, que si yo creo que el de recursos humanos es gay porque no se le conoce novia y me mira con ojos tiernos, que si tal vez me despidan pero entonces liaré la de Dios y soltaré los trapos sucios de la empresa, en fin. Es fácil calentarse, invitar a otra copa y perder la noción del tiempo. Pero entonces llama tu mujer o te acuerdas de ella, de la cena esperando en casa, te haces cargo y pagas la última ronda y te marchas.

Esto fue lo que pensé de aquel hombre. De hecho, a mitad de trayecto le llamó su mujer por teléfono y con voz sumisa dijo que había salido tarde por lo de la fusión, pero que ya estaba en camino. Que llegaría en unos diez minutos.

En verdad llegamos en siete. No había tráfico. Pero justo en ese último instante me di cuenta del detalle del que os hablo. El caso es que al pagarme los 7,35€ que marcaba el taxímetro, sacó del bolsillo un puñado de monedas y entre ellas encontró su anillo de casado. Al verlo se le cambió la cara a otra más triste, más gris. Me tendió las monedas y se puso el anillo en el dedo, y este gesto creó en él un efecto inverso al de la magia. Entonces me miró como con culpa, lanzó un suspiro olor a whisky y salió del taxi.

Aquel hombre se había liado después del trabajo, sí, pero con otra. Parece mentira que un objeto tan pequeño diga o desmienta tanto: anillo que no ves, corazón que no siente. Parece mentira que el simple gesto de esconderlo anule de un plumazo la noción del compromiso y te permita, aquí el ejemplo, inventar otras vidas.

Por cierto, se me olvidaba. Justo antes de bajarse del taxi saqué de la guantera un caramelo de menta, le tendí el caramelo y le dije:

-El aliento, cuidado.

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Aquí el audio del post en mi sección del programa Hablar por Hablar de la Cadena SER.

 

Maldito bosón de Higgs

Empleé años de estudio para conocer el exacto mecanismo de tu piel. Noches y noches en vela de ensayos a pie de campo mientras dormías. También devoré mil libros en las paradas de taxis, en los atascos o en los semáforos. Subrayé fórmulas, memoricé axiomas y celebré cada descubrimiento con la obsesión de un científico loco (como aquella ocasión que grité ¡Eureka! en plena M-30. Fue la primera vez que vi a un japonés, en el asiento trasero de mi taxi, con los ojos como platos). Gracias a los libros descubrí, por ejemplo, la composición celular de tu vientre, o por qué tus protones son los más suaves a este lado del Universo. O el poder gravitatorio de mis dedos planetarios en tu espalda, o esa misteriosa atracción de ciertas partes de mi cuerpo por los agujeros negros.

Sólo después de descubrirte entera comencé a disfrutar de tu piel con el asombro de un androide. Acariciarte era surcar la Vía Lactea. Y tu ombligo, el campo base. Y detrás de cada beso, otra nueva galaxia más allá de Orión.

Pero ahora, ya ves. Los científicos del Cern acaban de descubrir una nueva partícula subatómica, más pequeña aún que los neutrones de tu piel. Lo llaman bosón de Higgs, y además de su ínfimo tamaño, también determina el origen de la masa que hay en todo, tus nalgas incluidas. En fin, que eres más cosas aparte de electrones, neutrones y protones. Desde ayer tu piel es mucho más compleja y divisible. Si cabe. Desde ayer la partícula de Dios me hizo agnóstico de ti.

Esta noche, después de conocer la noticia, he observado tu cuerpo y no he podido evitar la ansiedad. Sudores fríos. Taquicardias. El nuevo abismo que esconde tu piel me supera. No puedo evitarlo, ni quiero, como comprenderás, volver a las pastillas.

Por eso no puedo seguir contigo, amor. Te dejo. Espero que lo entiendas.

P.D: Dejé las llaves de tu casa en la mesita del recibidor.

Fdo:

Tu ex.