Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de enero, 2014

Al bar por hablar

FOTO: Ryan McGuire

FOTO: Ryan McGuire

No hace falta ser alcohólico para emborracharte un juércoles a las doce de la mañana. Tampoco es necesario celebrar nada. Simplemente andabas conduciendo tu taxi por el centro y viste un hueco libre. Es imposible aparcar en el centro a esas horas, así que lo tomaste como una señal: frenaste en seco y aparcaste sin pensarlo.

-¿Pero qué está haciendo? -te preguntó el usuario de tu taxi.

– No se imagina lo difícil que es encontrar un sitio en esta calle.

-Ya, pero estamos lejos del hospital. ¡Mi suegra agoniza!

-¡Enhorabuena! Tómese algo conmigo. Yo invito.

El hombre te miró raro, bajó con un portazo y paró a otro taxi que pasaba por ahí. El otro taxista bajó la ventanilla y te preguntó:

-¿Estás averiado?

 Tú asentiste con la cabeza.

-¿El alternador? -volvió a preguntarte.

-No. Me quedé sin combustible.

-¿Quieres que te acerque a una gasolinera? Nos pilla de paso.

-¿A una gasolinera? ¿Para qué?

Y te fuiste al bar.

En apenas tres cervezas conseguiste hablar con siete hombres solos (perfil pantalón de pana) y bailaste un tango con una escoba. El suave palo de la fina escoba te llevó a pensar en Paula. A la cuarta cerveza investigaste el muro de Paula en Facebook. A la quinta la llamaste:

-¿Quedamos? -dijiste al teléfono.

-¿Estás borracho? -dijo Paula.

-¿Lo dejaste con Nacho? Cuánto lo siento.

-No. No lo sientes. ¿Cómo lo sabes?

-Me lo dijo mi amigo Zuckerberg. ¿Quedamos?

-No.

-Genial. Eso en tu idioma es un sí. Llegaré en diez minutos. Ando cerca.

-Dani, no.

-¿En quince?

-(Silencio)

-¿Veinte?

-En treinta. Tengo que ducharme y lavarme el pelo.

Y colgaste. Y pediste otra cerveza. Y al salir del bar le diste un beso en la frente a una cocinera ucraniana que había salido a fumar un cigarro. Luego caminaste erguido en dirección a la cama de Paula. Y en la esquina de Gran Vía y Hortaleza, bajo el frío sol, te paraste de repente y rompiste a llorar.

Amores con flecha de caducidad

FOTO: echiner1

FOTO: echiner1

Un hombre de treinta y muchos y aspecto decimonónico me pidió que le llevara en mi taxi a la zona más transitada del centro. Quería ver gente, cruzarse con gente, tropezarse con el mayor número de rostros posible. Propuse llevarle a la calle Preciados, le pareció perfecto y allá que fuimos. En el trayecto me explicó que no era de aquí sino de una aldea alejada del mundanal bullicio. Vino a Madrid porque a veces «necesitaba» caminar sin rumbo por ciudades grandes y desconocidas con un solo propósito: buscar el flechazo. Así lo dijo: «Soy turista ocasional del flechazo». Para él, las grandes ciudades eran escaparates perfectos para el amor fugaz, o para el arte de buscar sensaciones pasajeras que dejan huella dentro, como quien visita un museo y se queda prendado de un Murillo o de un Degas. «Encuentras un rostro, lo retienes, te obnubila, y al instante sientes pinchazos de placer. Cuando te cruzas con la mujer exacta sólo buscas mantener ese rostro en tu memoria; conservar la magia del impacto durante el mayor tiempo posible. Comienzas a seguirla, sí, pero a cierta distancia. No pretendo nunca molestar a nadie. Busco tan solo belleza. Ninguna mujer debería sentirse ofendida por ello, más bien al contrario: siempre es un halago saber que alguien admira los rasgos de su rostro, o su gesto, o su forma natural de caminar».

Y añadió: «Me enamoré en Berlin de una diosa de ojos laxos y labios divertidos. Y en el metro de Washington caí rendido a los encantos de una extraña mulata de ojos grises y pelo rizado y rubio natural. Cuando sucede apenas la mantienes en tu campo de visión unos minutos; sabes que apenas serán unos minutos y por eso te esfuerzas en memorizar sus rasgos, disimulando para que no se sienta incómoda. Si se saben observadas, tienden a forzar el gesto, aunque en ciertos casos, sólo cuando son capaces de interpretar tus blancas intenciones, se dejan ver e incluso realzan todo su espectro de virtudes gestuales para regocijo tuyo».

Subimos por Alcalá dirección Gran Vía, nos detuvimos en el primer semáforo y en esto, el hombre se quedó clavado. «Espera. Ahí está» me dijo siguiendo con los ojos a una mujer que cruzaba por el paso de peatones. El hombre me lanzó un billete de diez euros y, sin esperar su cambio (el taxímetro marcaba 7,15) salió de mi taxi y se dispuso a caminar detrás de ella.

El caso es que tenía razón. A mí también me pareció increíble el rostro anguloso de aquella mujer que comenzó a seguir. De hecho, no me habría fijado en ella si no hubiera sido por aquel hombre. De hecho, sentí las mismas punzadas en el costado del alma que él me había relatado. De hecho, también sentí celos de él por compartir su mismo deseo hacia esa dama. De hecho, después de aquello aparqué mi taxi y me dispuse a caminar. A buscarles.

La cueva

FOTO: Claudio Núñez

FOTO: Claudio Núñez

No sé tú, pero a mí de niño me encantaba jugar a construir y habitar cuevas. Juntaba varias sillas que pillaba por casa, las cubría con mantas y me metía debajo. No necesitaba más. Simplemente permanecía ahí, solo, inmóvil, abrazado a mis rodillas, pensando en mis cosas. Resguardado. A salvo del complejo mundo de los mayores. Feliz.

Muchos años después sigo, en cierto modo, jugando a lo mismo, o al menos buscando esa misma felicidad infantil basada en darle la espalda al mundo por un rato. Ya no cubro sillas con mantas, pero a veces, cuando estoy en la cama, no puedo evitar sumergirme edredón adentro y quedarme inmóvil, en silencio. La única diferencia es que ahora tú compartes ese espacio conmigo. Ahora tú estás en mi misma cama, dormida o fingiendo que duermes. Ya lo ves: te invité sin querer a mi cueva. No conozco mayor demostración de amor.

Pero a veces no me basta con el hermetismo que me proporciona el edredón. Por eso a veces cuelo mi cabeza en la cueva de la cueva: entre tu vientre y tu pijama. Meto la cabeza y ahí me escondo. Sin embargo tú lo interpretas como una incitación al sexo por mi parte, y te desnudas divertida, y al final siempre acabamos haciendo el amor. Y en esos casos mi cuerpo actúa como un adulto. Y en esos casos me dices que soy más tierno que de costumbre. Y en esos casos pienso que no, que no es ternura.

Es miedo.

Escribir para combatir el frío

FOTO: Andrea Wright

FOTO: Andrea Wright

Me estoy empeñando a fondo en escribir algo bueno de verdad. Algo que nunca antes se había escrito, algo que sin duda romperá con todo lo que podáis haber leído hasta el momento. Es una mezcla de furia y ganas y amor comprimido en forma de novela verborreica cuya trama llevo meses rumiando y presionándome el cráneo como un aneurisma literario, si es que eso existe. Siento decirlo, pero es un hecho: El taxi agoniza, está muerto. Cada mes hay menos trabajo que el mismo mes del año anterior (y ya van cinco), y a pesar del cínico optimismo del gobierno popular, todo indica que el uso del taxi no aumentará con el tiempo sino al contrario: tomar un taxi será considerado un bien de lujo sólo apto para un sector cada vez más reducido y privilegiado. Serán los mismos taxis, 16.000 sólo en Madrid, y cada vez menos clientes.

Aparte del taxi, este blog, mis columnas (cada lunes en 20minutos), un par de colaboraciones en la radio (Hoy por Hoy Madrid y Hablar por Hablar, ambas en la Cadena SER) y alguna ocasional en la tele, apenas sé hacer nada más que escribir. De hecho todo lo que hago, en cierto modo, gira en torno a lo mismo. Ni sé, ni quiero hacer otra cosa más que escribir. Mis estudios como técnico de sonido están obsoletos (curré de técnico en radio, en estudios de grabación y en conciertos, pero hace años de eso), y mi experiencia como Dj ya ni te cuento (levantas un adoquín en Malasaña y aparecen quince modernos que pinchan lo que se tercie a cambio de un par de copas). Y me niego a desprenderme de mi taxi: si muere, lo hará conmigo dentro.

Ahora gano un 60% menos que en 2006, año que empecé con este blog. Y los gastos siguen en aumento. A la subida de la cesta de la compra, el IBI (en Madrid ha subido un 222% en los últimos 10 años), la luz (ha subido un 70% en los últimos 6 años), el gasoil (un 70% en los últimos 10 años), las tasas, inspecciones, IVA del taxi, etc. ahora hay que añadirle una nueva subida en las cuotas a los seguros sociales que pagamos los autónomos. Esta ha sido la penúltima ocurrencia de un gobierno que sigue mintiendo acerca del milagro económico de España.

Pero no hay mal que por bien no venga. La bilis, la impotencia, en cierto modo que es buena si sabes cómo canalizarla. Para escribir hace falta rabia, quiero decir. Cagarte en algo, en lo que sea, buscar enemigos, conflictos, y transformar en palabras la ansiedad resultante. Para escribir conviene vivir obsesionado, enamorado de la idea precisa para que salte al fin la chispa de todo lo demás. Y buscar tiempo, claro. Me verás escribiendo en cualquier parada de Madrid. Búscame y tal vez te transforme en personaje de la trama. Va sobre un taxista. Y una venganza.

El bien y el mar

Luis Zafra

Luis Zafra

¡ES UN MAR INJUSTO, PERO ES NUESTRO MAR!, corean los peces chicos a punto de ser devorados por el pez gordo. El gran tiburón banco siempre aprovecha las aguas revueltas para cobrarse nuevas víctimas. Primero ataca a los crustáceos: les quita las conchas de cuajo y especula con ellas en los mares del Sur. Para ello se vale de pirañas a sueldo que en cierto modo disfrutan con lo que hacen.

Y como son insaciables, después atacan al pez común. Atacan al pez parado, al pez pensionista, al pez dependiente; les van quitando escapas, los vuelven vulnerables. Y una vez descamados, se los zampa. No hay que buscarle explicación: está en su naturaleza.

Lo curioso, sin embargo, es la reacción de los peces chicos. Son miles, millones. Pero en lugar de unirse y acorralar al gordo, se dividen formando pequeños grupúsculos. Grupúsculos a la izquierda y grupúsculos a la derecha. Estos últimos critican a los otros porque creen que algún día, con tesón y mucho plancton, llegarán a convertirse en peces gordos. Y lo seguirán creyendo aunque ya estén dentro de la barriga de Moby Dick.

Trending Trópico

Thomas Berg

Thomas Berg

La típica historia de chico conoce a chica, chica se enamora hasta las córneas del chico, chico sólo la quiere como amiga con derecho a sexo, chica acepta su amistad (y su cama) sólo por sentirle cerca, chico acaba conociendo a otra chica y se enamora de ella, chico deja de tener sexo con la primera chica pero insiste en mantener intacta la amistad que les une, chica manda al chico a la mierda muy fuerte, chica llama a una amiga para llorar sus penas, chica cuenta a la amiga el fin de su historia con Rober mientras viajan las dos en el asiento trasero de mi taxi, chica llora como si el mañana no existiera, la amiga insiste en que pase página, en la radio del taxi comienza a sonar una canción que a la chica le recuerda al chico (More Than Words), la chica rompe a llorar con más ganas, me hago cargo y cambio de emisora, suena la retransmisión de un partido de fútbol, la chica le dice a su amiga que Rober era muy fan del Atleti y vuelve a llorar con más fuerza, apago la radio y se quedan las dos en silencio, la chica le dice a su amiga que echa de menos los silencios con Rober, la amiga me mira a través del espejo y me hace un gesto de resignación, sonrío a la amiga, la amiga me sonríe, la chica sigue llorando, la amiga tiene una sonrisa preciosa, la amiga saca un libro de su bolso y anota algo en la primera página mientras la chica vuelve a recordarla lo mucho que le gustaban los libros a Rober, llegamos a su destino, me paga la amiga sin quitarme ojo, se bajan las dos del taxi, sigo la marcha, al rato subeotro usuario que me dice que alguien se dejó olvidado un libro en el asiento, me tiende el libro, abro la portada, leo lo que había escrito: «Siento el trayectodrama de mi amiga. Llámame a las once en punto: 626 09 xx xx». El libro es Trópico de Cáncer de Henry Miller.

La típica soledad que lo eclipsa todo. El típico nadie en realidad conoce a nadie. La típica llamada a las once y siete minutos.

Siente los libros

Fotograma de La Historia Interminable

Fotograma de La Historia Interminable

Lee. Siente los libros. A ser posible libros buenos. Lee a Cortázar, a Bolaño, a Marías, a Fante, a Foster Wallace. Y sobre todo, evita convertirte en uno de esos tarados que prefieren esperar a que salga la peli. Recuerda esto: Cualquier libro siempre irá mil pasos por delante que su adaptación al cine. ¿Crees que exagero? Haz la prueba: Lee El Amor en los Tiempos del Cólera del genio Márquez y trágate después la peli homónima de Mike Newell. Te darán ganas de golpear al director con el lomo del volumen (en tapa dura) hasta matarlo.

En un libro hay tantas pelis como pares de ojos lo lean. No habrá dos lectores que imaginen del mismo modo a Ignatius, o a Humbert Humbert, o a Patrick Bateman. ¿Quieres más diferencias respecto al cine? Ahí van unas cuantas: En el cine los personajes actúan; en los libros, no. El cine apenas invita a la imaginación: el protagonista es un actor de carne y hueso que ya interpretó otros muchos papeles y habla con un timbre de voz específico y se mueve de un modo concreto. En el libro, sin embargo, el lector es en cierto modo el personaje: entra dentro de él y lo moldea en su cabeza a medida que avanzan las páginas.

Pero no me malinterpretes. Me encanta el cine y reconozco que hay adaptaciones excelentes. Por ejemplo El Nombre de la Rosa, de Umberto Eco; o El Padrino, de Mario Puzo; o Trainspotting, de Irvine Welsh; o El Club de Lucha, de Chuck Palahniuk; o La Historia Interminable, de Michael Ende; o incluso El Señor de los Anillos, de Tolkien. Son pelis todas ellas geniales, PERO.

Llevo años escribiendo historias en este blog. Y os aseguro que soy mucho más guapo en mis escritos. Y tal vez imaginéis a las usuarios de mi taxi, según los describo, muy distintos a cómo son o cómo transmito que son. Ese es el juego. Esa es la magia.

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Nota: Ya que estamos, si conoces más pelis basadas en libros que merezcan la pena, te cedo el espacio de comentarios.

El milagro económico de Rajoy (censurado)

Ahora toca inyectar optimismo. Te dicen: Vamos por el buen camino. Te dicen: Estamos sentando las bases de la recuperación. Te dicen: La prima de riesgo nos aleja del segundo rescate. Rajoy gobierna al dictado del FMI con mano firme y en señal de agradecimiento Obama le regala una bolsa de M&M´s (cacahuetes con chocolate, para entendernos). ¡MILAGRO ECONÓMICO! titulan los diarios que más dinero reciben del Gobierno. ¡España es el motor de Europa! exclaman los directivos de las grandes empresas tras subirse el sueldo un 7% en plena crisis a base de EREs, ERTEs, y bajarle un 3% al resto. ¡Viva el liberalismo económico! ¡Abajo las subvenciones! arengan tertulianos a sueldo de la tele pública.

Y el optimismo funciona. Veo gente esperanzada. Aunque ganen menos que antes, y paguen más impuestos, y suba el recibo de la luz, y el IBI, y los seguros sociales de los autónomos y los servicios públicos funcionen cada vez peor. Aunque siga aumentando la brecha salarial y aumente el número de indigentes rebuscando en la basura. Aunque los nuevos contratos sean precarios y hayan vuelto a congelar el salario mínimo. La gente cree lo que dicen los diarios. La gente confía en los pronósticos de los expertos economistas que no supieron ver ni por asomo el origen de esta crisis. La gente necesita creer que mejoramos. Aunque sea mentira.

Hablar con los ojos

Tus ojos de aceite virgen extra parecían querer comerse el espejo de mi taxi a parpadeos. Eran ojos inyectados en la urgencia de quien busca un mejor amigo ocasional. Sumábamos kilómetros, calles, cruces, edificios, y tú seguías lanzándome bengalas de auxilio con los ojos, y yo te serví los míos en bandeja. Te miré con ojos de «aquí me tienes, te doy mi tiempo». Ojos de «soy todo oídos». Incluso bajé el volumen de la música para darte pie. También levanté las cejas en un intento por tirar del hilo de tu boca, pero tú seguías callada, en pose de alerta, como a punto de soltarte pero sin hacerlo. Entonces recordé que al subir en mi taxi me tendiste la tarjeta de un hotel como destino. No dijiste nada. Tampoco saludaste. Sólo me tendiste una tarjeta. Pudiera ser que fueras extranjera, pensé. Tal vez no hablaras mi idioma y me miraras con ojos de extranjera. ¿Pero cómo interpretar una mirada en alemán, o en bávaro, o en checo? ¿Cómo traducir el lenguaje de sus ojos al dialecto de los míos? ¿Cómo es posible, en pleno siglo XXI, que no existan aún aplicaciones que interpreten las miradas o subtitulen lo que unos ojos intentan decir a otros ojos?

Y en esa tensión y esas dudas y esos ojos clavados en mis ojos me mantuve hasta llegar a su hotel. Y entonces ella sacó del bolso una libreta y escribió algo. Luego me pagó el taxi, me tendió el papel y se marchó:

FOTO: @simpulso

FOTO: @simpulso

Ponte el cinturón

Cinturon web

Una mujer de belleza extrema, de esas que incluso duele mirar, se dejó olvidado un guante con las iniciales M. O. bordadas en rojo sobre el asiento de mi taxi. Nada más verlo me lo puse, claro, y decidí conducir con él durante el resto del día. Era un guante izquierdo, pero opté por enfundármelo en la mano derecha con la intención acaparar las dos manos de aquella mujer en una sola.

Lo raro fue que, al mover el volante con la mano enguantada, éste giraba sin atender a mis deseos, y pronto me vi en un lugar distinto al previsto. Y en una de esas calles que el guante eligió por mí me mandó parar un hombre. Subió a mi taxi, me indicó un destino, reanudé la marcha. De súbito el hombre se fijó en mi guante, abrió los ojos como platos y me dijo:

-¡Eh, un momento! ¡Reconozco ese guante! Es de mi mujer. Yo mismo se lo regalé y mandé grabar sus iniciales. ¿Por qué demonios lo lleva usted puesto?

En esto el guante, como poseído por la mano fantasma de su dueña, me obligó a dar un volantazo a la derecha y acabamos chocando bruscamente contra un escaparate. El usuario no llevaba el cinturón, y con el golpe perdió el conocimiento y al final se lo llevaron medio muerto en ambulancia. Es importante el uso del cinturón. Siempre lo digo.