Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de junio, 2014

Voy a ser papá

Si el proceso natural sigue su curso, a finales de noviembre seré padre. No es posible mayor muestra de amor hacia mi esposa, ni ahora más verdad que la que sigue:

(Si no puedes ver el vídeo pincha aquí)

«No es quererlo; es peor. Es mucho más fuerte. Si tuvieras hijos no haria falta decirtelo. No es joda cuando uno dice que es capaz de dar la vida por su hijo. Tenés miedo, no se puede controlar. Tenés miedo a que le pase algo, querés estar siempre con él… pero vos sabés que no puede ser. No es miedo a que se muera, es miedo a que le pase algo, a que sufra. No podés ni pensar en que se puede morir, te duele pensarlo, te da pánico porque sabés que si… sabés que si eso llega a pasar… no vas a sufrir ni te va a doler… te va a destruir. Vas a dejar de existir aunque sigas viviendo. Si se muere te morís con él, así de sencillo».

(Martín Hache)

Nadie es lo que parece

FOTO: CJS*64

FOTO: CJS*64

Hace dos semanas conocí en mi taxi a un detective privado especializado en pleitos de divorcio. Le di mi tarjeta y al día siguiente me llamó para un desplazamiento, y después para otro más, y a medida que cogimos confianza acabé colaborando activamente en sus pesquisas. Le convencí de que los taxis se movían por la ciudad con total soltura, sin levantar sospecha aunque siguieran de cerca a otros coches. Así que, por probar, me pidió investigar a una mujer que presuntamente le estaba siendo infiel a su marido, para lo cual me tendió un par de fotos, unas señas, y una hora aproximada. Yo le cobraría lo que marcara el taxímetro durante el tiempo y el recorrido del seguimiento.

Y así lo hice. Me planté en la parada de taxis contigua al portal de la mujer, y en apenas diez minutos salió, tomó el primer taxi de la parada, y yo les seguí de cerca. Bajó del taxi en un centro médico especializado en oncología. Pudiera ser, en fin, que en lugar de serle infiel al marido, llevara su enfermedad en secreto. Terca vida.

Los idiotas sirven para equilibrar el cosmos

FOTO: Windell Oskay

FOTO: Windell Oskay

Tiempo. Para eso sirve el dinero realmente: para comprar tiempo. ¿Sabes en qué se diferencian los mediocres? Los mediocres no buscan ganar tiempo, sino matarlo. Gastan su dinero en mierdas que sólo sirven para no aburrirse. Configurar los menús de su nueva tele curva, descargar en su iPhone Apps de pago aunque no las usen, o se cansen rápido. Los trece segundos que tarda en plegarse la capota del deportivo sólo son lentos cuando llueve mucho. Tratamiento capilar en la peluquería: media hora. Hay que esperar a que la vitamina D penetre en el cabello y revitalice las escamas muertas. Pasar las páginas del ¡HOLA! y detenerse en un amplio reportaje en exclusiva de los modistos favoritos de Letizia. Leer cada pie de foto con cara de catedrático.

Por cierto, un inciso: el otro día acabé hablando de moda, nuevas tendencias y Cool Hunters con una usuaria de mi taxi y al final del trayecto, por sorpresa, la mujer me preguntó: «Disculpe la indiscreción, ¿pero es usted gay?». Yo, por probar, dije que sí, y al instante me dijo que no tenía nada en contra de los gais, (de hecho, muchos de sus amigos eran negros),  y sin embargo me tendió un billete de diez sujetándolo por la punta con dos deditos, como tratando de evitar tocarme, y al ir a darle el cambio me dijo que no no no, que para mí (para tampax, le faltó decirme) aunque se quedara mirando esos 1,5 euros de mi mano con cierta rabia. Y luego, además, cerró la puerta flojito, como solidarizándose con mi sensibilidad.

Hay gente gilipollas por el mundo. Desconozco si mucha o poca (no hay datos concluyentes al respecto, y el CIS está a otras cosas). Pero el tiempo es oro, y la experiencia me dice que no merece la pena perderlo tratando de razonar con ellos. Por una parte, porque intentarlo sería como querer saltar cada vez más alto sobre una cama de pinchos oxidados. Y por otra, porque tiene que haber de todo para compensar el cosmos.

Imagina un mundo totalmente lúcido y cabal. Imagina un zoo con una sola especie.

Puta vida

FOTOGRAMA: Jodie Foster en Taxi Driver

FOTOGRAMA: Jodie Foster en Taxi Driver

Larysa es puta. Vino de Ucrania engañada por un falso agente de modelos y ahora curra a comisión para saldar su deuda con la misma mafia que la trajo. Tiene los ojos azules No Frost, cuerpo y piel de Barbie, y reconoce que jamás besa en la boca a sus clientes. Ejerce en Sor Ángela de la Cruz, cerca del Bernabeu, de lunes a domingo, de diez de la noche a seis de la mañana, junto con otras ocho o nueve chicas. Tomó mi taxi porque venía la policía directa hacia ella y justo yo pasaba por ahí. Así que levantó el brazo como si estuviera esperando un taxi. Nada más subirse la patrulla paró a mi lado y uno de los Nacionales me preguntó que a dónde iba. Yo dije que al centro, y se marcharon. Larysa me dio las gracias y me pidió dar vueltas a la manzana hasta que la poli se esfumara.

-¿Cuánto costará taxi? -me preguntó.

-Depende de las vueltas que demos.

-Ay, no… Y en lugar de pagarte taxi, ¿prefieres mamada?

-No, esto… Ya vengo mamado de casa.

-Vaya. Entonces para aquí. Vuelvo andando.

-No, espera. Hagamos algo.

-¿Paja? ¿Te enseño pechos? ¿Mirar cómo me toco?

-Tentador, pero no. Cuéntame algo.

-¿Qué?

-Respóndeme a una pregunta.

-Di.

-Cuando estás chupando o follando con el típico tío asqueroso y borracho, ¿en qué piensas?

-En acabar rápido. Y en mi hija. Tengo hija en Ucrania de cuatro años.

-¿Te has enamorado alguna vez de algún cliente?

-Vale. Pregunto yo a ti. Si compras frigorífico, ¿te has enamorado alguna vez de frigorífico?

-Pero un frigorífico no es una persona.

-Y cliente cuando folla con dinero tampoco persona. Solo es cliente y yo frigorífico. Abrir piernas y abrir puerta de frigorífico es misma cosa.

-¿No has pensado nunca en volver de nuevo a Ucrania?

-Si me escapo, amenazan matar a mi hija.

-Quiénes.

-No voy a decirte esta cosa.

-¿Y denunciarlos?

-¿Naciste ayer o qué te pasa?

-Disculpa. Tienes razón.

-Gracias a dios soy guapa y tengo cuerpo bonito. Pienso en esta cosa. Tengo más clientes que chicas feas. Aquí, aquí. Para aquí.

-Ok. Vete. Estamos en paz. No me des nada. -dije parando el taxímetro.

-¿En serio no quieres mamada?

-Ni en un millón de años.

-Gracias, guapo.

Y se marchó calle arriba, subiéndose la falda a cada paso.

El amor y otras drogas

FOTO: r2hox

FOTO: r2hox

Su situación era extrema, como si el suelo no fuera suficiente para tocar fondo y se empeñara en cavar un hoyo cada vez más profundo. Drogas, por supuesto. Mala salud. Y más drogas para olvidar la mala salud provocada por las drogas. Y la consiguiente ruina económica. Y una espiral de trapicheo para salir del paso. Y el peso de la ley soplándole la nuca. Un par de años más, llegó a pensar, y con suerte acabaría muerto.

Pero en esto apareció la chica. Fue un día de mono de tantos, caminando como un zombi hacia el poblado. Verónica era voluntaria en el bus que expendía metadona. Estaba en la puerta del metabús, atendiendo a la fila de yonkis en proceso de rehabilitación. Nunca antes se había fijado en ella, pero esta vez sí. Le pareció un ángel emergido en medio del infierno y, sin pensarlo siquiera, en lugar de ir a pillar donde siempre y como siempre, se puso a la cola. Al llegar su turno, Vero le apuntó en el programa y le tendió la metadona mirándole a los ojos. Hacía años que nadie le miraba directamente a los ojos. Y entonces él se enamoró de ella. Y acabó acudiendo al metabus cada ocho horas: más por ver a Vero, por cruzar un par de frases y notar la calidez de su mirada y el suave tacto de sus guantes de látex al tenderle la dosis, que por salir del mundo de drogas. De hecho, en un principìo siguió alternando metadona y heroína hasta que al fin cayó en la cuenta de que su única heroína era Verónica, y su auténtico mono las ganas de verla. Entonces comprendió que la única manera de acercarse a ella era salir de las drogas y apuntarse después de voluntario. Tal vez, con un poco de suerte, podría acabar trabajando con ella de igual a igual, codo con codo, en calidad de extoxicómano, aconsejando a los adictos. Así que un buen día decidió dejar las drogas de forma radical. En las semanas que duró el proceso sufrió un mono indescriptible, pero sus temblores y sus vómitos tenían un motivo: Verónica. Nunca antes se había visto un enamoramiento más doloroso que el sufrido en las entrañas de aquel hombre.

Y al final lo consiguió. Consiguió desengancharse y acudir completamente limpio al poblado en busca de Verónica. Y en cuanto quedaron un momento a solas, confesó su amor por ella. Ella, al escucharle, se quedó petrificada. No sentía lo mismo, pero por miedo a que el hombre recayera, le dio cierta esperanza: «Conozcámonos mejor», le dijo.

Ahora Verónica no sabía qué hacer. Me contó esto en mi taxi, totalmente abatida. Noté sin embargo cierta contradicción en sus palabras. Por una parte, era evidente su falta de atracción hacia ese hombre. Por otra, me acabó confesando que nunca nadie había hecho antes algo así por ella. Y no le faltaba razón.

Yo, por mi parte, no pude ni supe darle ningún consejo. ¿Qué decir..?

Copiar y pegar otras vidas

FOTO: Ann Baekken

FOTO: Ann Baekken

Buscar alma en lo que escribo es el puto pan de cada día. Anoche, por ejemplo, un usuario de mi taxi me acabó confesando el mayor de sus traumas: fue a la edad de quince años, cuando su padre irrumpió en su cuarto de repente y le pilló tumbado en la cama, masturbándose, a escasos nanosegundos de alcanzar el éxtasis. El caso es que justo le sorprendió en ese punto de no retorno previo a la eyaculación y por tanto no pudo evitar sufrir tremendo orgasmo con su padre enfrente, en el quicio de la puerta, paralizado, boquiabierto, y se corrió apretando los dientes, sin saber bien si taparse la cara de vergüenza o el bajo vientre recién orgasmizado. Su reacción final fue cubrirse con la colcha, la cual quedó empapada de líquido seminal, y tuvo que ser su madre quien acabara lavando a mano y tendiendo en las cuerdas del patio de vecinos semejante desaguisado y, por tanto, enterándose también de la pillada. Muchos años después (ahora el hombre rozará los cuarenta) continúa viendo en cada orgasmo la cara de su padre boquiabierto en el quicio de una puerta imaginaria, además de seguir sin poder evitar cierta fobia a la ropa tendida en general. Por eso mismo, y a pesar de la falta de espacio de su nueva casa, se compró una secadora. Su mujer nunca llegó a entender por qué insistió tanto en comprarla, o que la tuvieran que pagar a plazos dada su precaria situación económica, o incluso que hubieran de prescindir del bidé para colocar en su lugar la secadora. Ella, por supuesto, no sabe nada de su trauma, ni del auténtico porqué de una secadora que casi les conduce al divorcio, o del motivo que le lleva a apretar tanto los dientes y cerrar los ojos fuerte cada vez que hacen el amor. Yo ahora sí lo sé. El taxista.

Y ahora también vosotros.

Me refiero a esto. Cuando salgo a dar vueltas con mi taxi, lo hago sin saber qué me acabaré encontrando. Y por tanto, sobre qué acabaré escribiendo. Por eso no suelo ser culpable de mis propios textos. Sólo una víctima, o un chivato inevitable de la misma vida.

¿Quieres ser inmortal?

FOTO: John Fante

FOTO: John Fante

Lo bueno de creerse inmortal (mientras no se demuestre lo contrario) es la pérdida del miedo. A menudo el miedo nos colapsa, arrincona, hasta el punto de atar nuestras alas y por tanto reducirnos a una vida a ras del suelo: miedo, por ejemplo, al desempleo, miedo a caer mañana enfermos, miedo a la incertidumbre, miedo a lo desconocido, miedo al desamor, o a la cicatriz del desamor. Para el inmortal todo esto no son más que piedras en el zapato, tropezones sin importancia en un viaje sin fin.

El inmortal sólo busca vivir intensamente y disfrutar del momento y el azar: volcarlo todo en cada instante sin pensar las consecuencias (o a pesar de ellas).

John Fante vivió como un mendigo, Bukowski vivió como un mendigo. Pero ambos demostraron ser inmortales, o al menos carecían de ese miedo que impide a los mortales avanzar. Los dos acabaron muriendo, cierto, pero esto no fue más que un error de cálculo: morir no estaba en sus planes. Simplemente se equivocaron muriendo después de haber vivido convencidos de su inmortalidad.

Tal vez se trate de eso. De obviar la muerte y creernos únicos. Y, por supuesto, avanzar.

Me multaron por huir del medievo

(JORGE PARÍS)

(JORGE PARÍS)

Hoy, literal, huí de Madrid en mi taxi dirección Valencia y a medida que me alejaba, fui notando una especie de salto en el tiempo: del medievo instalado en las calles del centro de la capital, al presente de mi vida y de mi entorno. Dejé atrás hordas de súbditos moviendo banderitas patrocinadas al paso de un monarca en blanco y negro, custodiado por señores sumisos con armas (de esas que sirven para matar seres humanos), y francotiradores en los tejados (por si alguien osaba no estar conforme). De hecho, oí en la radio que acabaron arrestando a un buen puñado por el simple hecho de gritar que Viva la República.

También escuché el discurso del monarca en cuestión y su alegato en favor de la «modernidad» y «los derechos de las mujeres», y lo hizo además delante de una de sus dos hermanas mayores (la imputada no, la otra), relegadas ambas al cargo de infanta, la cual no se acabó descojonando de la risa porque lo prohibía el protocolo. Mientras tanto, fans a pie de calle daban sus razones en favor del monarca: «Es muy guapo», decía una chica más joven que yo. «Su padre lo puso Franco pero éste, en fin, se le ve muy formal» dijo otra. Y en el besamanos, la Casa Real había elegido a representantes de esa España suya: Dos mil y pico, nada menos. Por protocolo, primero se arrodilló ante Felipe el Presidente del Gobierno y los ministros, después los presidentes de comunidades autónomas y diputaciones, en tercer lugar banqueros y grandes empresarios, y en cuarto Pau Gasol. No acudió, sin embargo, ningún «representante» de los más de cinco millones de parados, ni un solo desahuciado de su casa, ni un sin papeles de los miles que siguen jugándose la vida, o ni un mísero padre de entre esos dos millones y medio de niños que sufren malnutrición infantil. Se les traspapeló la invitación, supongo, o no tenían dirección donde mandarla.

 El caso es que en el kilómetro ciento y pico de mi huida, saltó el flash de un radar. Supongo, en fin, que huí demasiado deprisa. En unos días me llegará la multa. Ya os contaré la cuantía.

Tú desnuda de cintura para abajo. Yo vestido de costillas para adentro.

Bailas en mi cabeza como una manada de grullas hambrientas y rasgas mi cráneo, arañas mi cráneo, aumentas la presión intracraneal y sólo busco escapar de mí contigo dentro, recuerdos tatuados en plena arteria aorta y esa tinta que se filtra y se coagula y acaba entrando en forma de bola directa al ventrículo izquierdo, colapsando el latido que da ritmo a ese baile, a esa barra de striptease clavada en el centro de mi mente y tú haciendo piruetas sensuales, ahorcando la barra con los muslos, abriendo las piernas, y yo manejando el foco como un gilipollas, sin poder apartar la luz de tu cuerpo, de tus tetas ingrávidas, de tus pezones como teclas de Blackberry, de tus ojos de vidrio, de la sombra que proyecta tu recuerdo, de esos jueves yo borracho y tú esperando, pitándote mi taxi en doble fila y asomada tú al balcón, sonriendo porque vine al fin a verte, sin avisar, después de tanto, y luego dándole al telefonillo con el dedo temblando como quien pulsa el botón rojo de la Casa Blanca a Moscú, subiendo escalones de tres en cinco, abrazándote y odiándome a la vez con los Cure de fondo, susurrándote A Letter To Elise al oído y tú desnuda de cintura para abajo, y yo vestido de costillas para adentro, borrachos los dos pero a destiempo (tú de amor, yo de glotis) aunque consciente de lo mucho que deseaba estar contigo y sin mí al mismo tiempo, ausente en esencia aunque chupando de tus ganas (del verbo ganar) y yo perdiendo los papeles que escribí hace tiempo y se mojaron de tanta lluvia, inservibles, El Mismo Amor La Misma Lluvia, ¿recuerdas esa peli?, ¿recuerdas lo que fui para contigo? y ahora yo, recordando ese antes convertido en ojalá, ojalá ahora, ojalá tu vientre, olajá mi juventud, ojalá no acabe el baile. Jamás.

Los locos son ellos

Fotograma del film Taxidriver

Fotograma del film Taxidriver

Treinta y siete segundos de semáforo. Un Clio sucio delante de mi taxi. Alguien dibujó una polla en la luna trasera del Clio sucio. Alguien se tomó la molestia de mancharse el dedo dibujando el contorno de una enorme polla en la luna trasera del coche sucio. No entiendo bien qué significa. O tal vez no signifique nada, sólo eso: una polla. El conductor, por su parte, sin duda ha de ver la polla reflejada en su espejo retrovisor, así que es plenamente consciente de lo que lleva a su espalda. No consigo verle la cara, o si es un hombre joven o mayor o una mujer. Al abrirse el semáforo giró a la derecha y yo, aún no sé por qué, seguí recto. Podría haberle seguido y aprovechar el carril BUS/TAXI del Paseo del Prado para intentar adelantarle y verle la cara. Me intriga descubrir el rostro de quien conduce un Clio sucio con una enorme polla dibujada en la luna trasera. Precisamente por eso no entiendo a qué se debe mi opción de seguir recto. A veces conduzco guiado por impulsos que no entiendo. Yo quería ver la cara del tipo de la polla. Aunque mi contradicción no es para tanto. Tengo muchas. No me odio por eso.

Sin embargo seguir recto me ha llevado a fijarme en las enormes banderas de España que han colgado en la fachada del ayuntamiento. Tendrán unos quince metros en vertical, por otros cinco o seis de rojo a rojo. Supongo que será por lo de la coronación del hijo del comercial del IBEX. El próximo jueves, creo. De hecho, ya hay policía por todas partes. Antidisturbios, perros olisqueando papeleras, unidades de subsuelo. Dicen en la radio que incluso habrá francotiradores apostados en las azoteas de cada edificio por donde pase la comitiva. Sería gracioso que un francotirador estornudara sin que le diera tiempo a sacar el dedo del gatillo. Y que en su juicio por alta traición a la corona alegara alergia primaveral. Que las gramíneas nos trajeran la república.

Subiendo por Alcalá me levanta el maletín un liberal en lo económico. Pero en lugar de frenar a su altura, acelero. Tampoco sé muy bien por qué. O tal vez sí. Prefiero dar la vuelta y buscar al del Clío con la polla dibujada. A ver qué cara tiene.