Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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El nieto taxista de Freud

No, no mires. O mira, pero no sientas. O siente, pero no sucumbas. No. Mejor no mires. No mires ni digas nada, que te conozco. Concéntrate en el tráfico. Conduce. Cíñete a eso. Y evita el espejo retrovisor. Usa los espejos laterales pero no el de dentro. Sobre todo, no te cruces con sus ojos, que te pierdes.

Venga, va. Sólo un momento. Un último vistazo y ya: Mirada límpida, joder. Y esa cara hinchada que es de helio. Y mira qué cejas, qué pómulos, qué labios. Y ese lunar bajo el labio como un punto y final de sus besoSTOP. Conduce, coño. Céntrate. No mires. Amordaza a Cupido. Son las normas: jamás te enamores de una embarazada.

¿De cuánto estará? ¿de siete, ocho meses? ¿Y quién será él? ¿se puede odiar a quien no conoces? Imagina la escena: acariciar su vientre, sentir las pataditas en tus manos, hacer el amor con alguien cuyo interior es de otro. Imagina. Besar unos pechos que serán el alimento de algo ajeno. Eyacular dentro de ella. Intentar dormir abrazado a ella pero llorando. Imagina la escena.

Asistir al parto. Tomar al bebé entre tus manos. Sentir entre tus manos un calor extranjero. Imagina la escena.

Luego estás tú: ¿por qué tuviste que fijarte en una embarazada? ¿qué razón oculta te atrajo de ella? Piensa en ello: todo se rige por conexiones internas, asociaciones inconscientes de ideas. Tal vez un complejo de Edipo mal resuelto, el delirio de sentirte hijo y padre al mismo tiempo (pero no un padre real, sino inventado). O tener hijos sin tenerlos. Seguir las tradiciones en la sombra, fingir destellos de responsabilidad. O enseñarle el dedo a Freud, sólo eso.

No mires a través del espejo. Déjala en su destino, que te pague la carrera y se baje de tu taxi. Pero apunta su dirección por si acaso. Nunca se sabe.

Hermano lobo

Dan ganas de quemar periódicos, de apagar la tele, silenciar la radio. Dan ganas de conectarse a internet sólo para enviar y recibir powerpoints de gatitos, nada más. Ni Facebook ni Twitter ni blogs, por si el enfado. Policías que llaman «enemigo» al ciudadano, niñas empotradas contra un coche. Recortes en educación, en sanidad, barra libre al despido. Aquí sólo se salvan los de siempre.

Dan ganas de enseñarle al mundo mi dedo medio. Voltear la realidad y vivir entre ficciones. Inventar, escribir y leer mundos inventados hasta que todas las corbatas se conviertan en aspas de molino.

Pero hoy ha sucedido algo que sucede cada día. Ha sido en mi taxi, como siempre, al final de un trayecto, de todos los trayectos realmente. He dejado a un hombre en su destino (un hombre mayor, de ojos vidriosos) y al tenderme el importe del trayecto, ha rozado la palma de mi mano con sus dedos. Ha sido sólo un instante, pero en esa fracción de segundo he sentido el tacto de su piel. Una piel cálida, como todas las pieles (es la sangre que circula). Unos dedos cuyas huellas tocaron millones de cosas, también otras pieles con sangre por dentro. Un ser vivo rozando a otro ser vivo. Y yo no conozco a ese hombre (sólo de un hola y adiós, un origen y un destino). Tal vez fuera un cabrón en su pasado (o lo siga siendo), quizás esos dedos firmaron sentencias de muerte o apretaron gatillos, pero hoy me han rozado y yo le he rozado a él. Y estamos vivos. Los dos. Sin matices.

La libertad no era esto

Te dejé tirada en el fango para ser yo mismo y ahora el fango soy yo, me siento sucio. Busqué libertad mandándote al carajo (déjame en paz, que me asfixias), pero ahora no me alcanza el aire, y el poco oxígeno que encuentro huele a óxido de barrote. Y busco limas, no te creas. Busco labios sabor amnesia, sexo sucio, putas sin nombre. Y aunque dejo propinas sobre sus vientres no son tu vientre, me cago en la puta, y sus tequieros de palo me hielan los tímpanos del alma. Y en esa nueva obsesión por vivir sensaciones nuevas provoco accidentes con mi taxi: atropello personas, animales y cosas, pero los juicios son caros y siempre pierdo. Ahora las familias de las víctimas me odian, y me siento gilipollas, perseguido aunque me esconda en el anonimato de tus muslos con memoria.

Ahora todo cuanto me rodea es hinchable y tú tienes cosas por dentro. Vísceras y sueños con guión. Futuro suave y mar adentro en el fondo de los ojos. Sólo tú y yo, y el resto atrezzo. Imagina.

La libertad no es esto. Fuimos los dos.

Abstraído por el arte

Junto a la parada de taxis del puente de Juan Bravo (foto: mi taxi es El Último de la Fila) yacen una serie de esculturas callejeras de piedra o bronce, algunas colgadas del mismo puente; otras, ancladas a su correspondiente pedestal. En total, 17 obras abstractas esculpidas por artistas españoles de la talla de Miró, Chillida o Picasso, entre otros (el chiste-link es mío).

La escultura de la foto (en primer plano), obra en bronce de Julio González, lleva por título La petite faucille. El título, como tú también habrás podido comprobar, ayuda muy mucho a entender el auténtico trasfondo de la obra (más aún si está en francés).

El caso es que ayer, tras hacer la foto (y mientras esperaba mi turno en la parada de taxis), quise hacer uso de mi particular interpretación de esta obra:

Me subí al pedestal y la abracé.

El metal estaba frío, así que froté mis brazos contra la estatua. Poco a poco ambos fuimos entrando en calor (aunque a destiempo: yo entré en calor primero), lo cual interpreté como una interacción positiva por su parte: Había química entre ambos.

La estatua se me estaba insinuando. Como soy un chico fácil, me lancé y comencé a besar, palmo a palmo, su estructura. Primero con los labios. Luego, con la lengua. Su mezcla de sabores (entre metal y excrementos de paloma), al fin, confirmó mi visión global de aquella escultura.

Contento por haber aprendido a interpretar una obra de tal calibre, volví a mi taxi. Eso sí: durante el resto de la tarde conduje víctima de un incómodo bulto en mi pantalón.