Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Tú desnuda de cintura para abajo. Yo vestido de costillas para adentro.

Bailas en mi cabeza como una manada de grullas hambrientas y rasgas mi cráneo, arañas mi cráneo, aumentas la presión intracraneal y sólo busco escapar de mí contigo dentro, recuerdos tatuados en plena arteria aorta y esa tinta que se filtra y se coagula y acaba entrando en forma de bola directa al ventrículo izquierdo, colapsando el latido que da ritmo a ese baile, a esa barra de striptease clavada en el centro de mi mente y tú haciendo piruetas sensuales, ahorcando la barra con los muslos, abriendo las piernas, y yo manejando el foco como un gilipollas, sin poder apartar la luz de tu cuerpo, de tus tetas ingrávidas, de tus pezones como teclas de Blackberry, de tus ojos de vidrio, de la sombra que proyecta tu recuerdo, de esos jueves yo borracho y tú esperando, pitándote mi taxi en doble fila y asomada tú al balcón, sonriendo porque vine al fin a verte, sin avisar, después de tanto, y luego dándole al telefonillo con el dedo temblando como quien pulsa el botón rojo de la Casa Blanca a Moscú, subiendo escalones de tres en cinco, abrazándote y odiándome a la vez con los Cure de fondo, susurrándote A Letter To Elise al oído y tú desnuda de cintura para abajo, y yo vestido de costillas para adentro, borrachos los dos pero a destiempo (tú de amor, yo de glotis) aunque consciente de lo mucho que deseaba estar contigo y sin mí al mismo tiempo, ausente en esencia aunque chupando de tus ganas (del verbo ganar) y yo perdiendo los papeles que escribí hace tiempo y se mojaron de tanta lluvia, inservibles, El Mismo Amor La Misma Lluvia, ¿recuerdas esa peli?, ¿recuerdas lo que fui para contigo? y ahora yo, recordando ese antes convertido en ojalá, ojalá ahora, ojalá tu vientre, olajá mi juventud, ojalá no acabe el baile. Jamás.

Tu recuerdo caníbal

FOTO: Logga Wiggler

FOTO: Logga Wiggler

Me marcaste a fuego por dentro igual que se marca al ganado en el matadero. Sí, lo reconozco. Soy ganado. Me ganaste.

Pienso en ti y te busco por dentro, y te muerdo por dentro, y te como por dentro para saber a qué sabes después de tantos años. Busco en mi cabeza neuronas con tu nombre, tu bandera en el Everest de la memoria, y cada vez que te encuentro y te muerdo y te trago, sabes amarga, a margarita deshojada y a formol, y me atraganto pero al menos alimentas. Al menos sobrevivo un poco más.

Pero a veces calculo mal: voy a tientas, palpo tu marca entre las grietas blandas del cerebro y en lugar de morder el punto exacto muerdo otra cosa, no sé, un cachito del lóbulo occipital, o del lóbulo oczapecual y pierdo la vista, o me falla mi capacidad cognitiva, o se me paraliza medio cuerpo y el otro arrastra el doble de su peso, o me da por babear, o por coleccionar musgo, o por odiar al diferente.

Por eso, si alguna vez te cruzas con algún tonto, si montas en un taxi y piensas: este taxista es idiota, o crees que al vecino del quinto le falta un hervor, o no entiendes por qué hay reos que simpatizan con sus verdugos, ten en cuenta que, tal vez, todos ellos antes eran listos. Fueron listos pero el recuerdo caníbal les consumió por dentro.

El frío que anestesia tu conciencia

FOTO: @mariam_otea

FOTO: @mariam_otea

Divide tu cabeza en tantas celdas como quieras y llénalas por categorías: tus miedos en una celda, el amor en otra, la empatía en otra, el egoísmo en otra, tu capacidad de abstracción en otra y así sucesivamente hasta completar lo que crees que eres, tu esencia, tu experiencia, o como quieras llamarlo. Asocia, además, cada celda a personas o grupos de personas: Tú y los tuyos en la celda de la amistad, tu pareja y tu familia en la celda del amor, los hinchas del equipo rival o los partidos políticos contrarios a tu ideología en la celda del odio, etc. Ahora cubre las paredes de cada celda con material aislante para que el frío o el ruido no puedan pasar de una celda a otra. También puedes reforzar cada muro con cuchillas, como en la frontera de Melilla. Conviene procurar que el matón de tu clase de la celda de los miedos no se cuele en la celda del perdón, por ejemplo. O si consigue saltar, que se desangre y perezca en el intento.

Por último, asegúrate de forrar y candar bien cada celda, sobre todo las dos celdas más pequeñas, la del amor y la empatía, antes de abrir cualquier periódico, o de encender la tele, o de salir a la calle.

Después toma un taxi, pídele al taxista que suba la calefacción y observa plácido el mundo que te rodea. Para evitar sentirte implicado en otras vidas, usa tu sistema de celdas: mete a cada cual en la celda que convenga y de inmediato cierra fuerte con llave. Observa a ese sin techo tirado en el suelo, pidiendo migajas muerto de frío, y arrástralo a tu celda del SPAM. Y descuida: si intenta escaparse a la celda de la conciencia, habrá cuchillas, y drones, y un ejército de francotiradores esperándole.

Lo bueno es que gracias a este método, entre otras muchas ventajas, podrás seguir votando sin remordimientos al partido que ayudó a incrementar la pobreza y la exclusión en España mientras favorece al poderoso que no eres pero ansías ser. Y seguirás durmiendo por las noches como un niño mientras nadie fuerce tu celda del amor o la amistad. Con la llave que custodia tu cabeza a buen recaudo.

La calle del sueño

Entró una mujer en mi taxi y me dijo que esa misma noche había soñado con una calle de Madrid; un sueño nítido de una calle estrecha pero larga, en cuesta, con viviendas de cinco o seis alturas, muchos balcones, y bares y garajes en los bajos. Y que al final de la calle, cruzaba otra bastante más ancha y transitada, con una pequeña galería comercial, una parada para dos o tres taxis, otra de autobús y una boca de metro. La mujer quería que yo le ayudara a encontrar esa misma calle. La calle de su sueño.

Con esos datos me vino a la mente una pequeña galería comercial de la calle Alcalá, a la altura del metro Quintana. Se lo dije, y allá que fuimos. 

Durante el trayecto me contó el motivo de esa búsqueda a partir de un sueño:

Resulta que llevaba dos semanas soñando con un hombre, siempre el mismo hombre, noche tras noche. Era un hombre alto y delgado, más o menos de su misma edad, pero al que no había sido capaz de reconocer. El caso es que anoche, después dos semanas soñando con el mismo hombre, soñó de repente con una calle. Se vio a sí misma caminando por esa calle, buscando al hombre de todos esos sueños anteriores. La mujer pensaba que encontrando la calle, también encontraría al hombre en cuestión. En fin, una locura. 

Llegamos y, en efecto, la calle de aquel sueño coincidió con el cruce de Alcalá con la calle Ezequiel Solana, en el barrio de Quintana. La mujer me dio mil gracias, me pagó la carrera y bajó del taxi con un portazo.

PLOP…

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…PLOP

El sonido del portazo me despierta. Todo ha sido un sueño. He soñado aquel trayecto. Y me duele la cabeza. Y tengo lagunas: ¿qué coño hice anoche?

En esto, me doy la vuelta y ahí está ella, tumbada a mi lado. Me asomo y joder: Es ella. La misma chica del sueño. Está dormida. Y desnuda.

Me vienen imágenes de un bar, ahora recuerdo. Aparqué mi taxi en la calle Ezequiel Solana. Luego entré en un bar cualquiera y pedí una cerveza.

31 días conmigo mismo (Día 24)

– LOSING MY RELIGION –

PLAY

Tra-ti-ta-to-tán… extiendo los brazos, me subo al colchón de espuma y comienzo a saltar… tra-ta-to-tán… la adrenalina inicia su ascenso desde el coxis a la nuez… tra-ti-ta-to-tán… cierro los ojos y sigo el punteo con la mano izquierda… tra-ta-to-tán… me aclaro la voz, ejeeem: Oooohh life… is bigger… no puedo gritar más alto… and you are not me… señalo con el dedo en chulesca pose el marco con las fotocopias del DNI de Beatriz… the distance in your eyes… le hago un corte de mangas al aire, me toco los huevos y pongo cara de malo… oh, no I´ve said too much… con la mano en el corazón, agarro la camiseta… That´s me in the corner… tiro fuerte de la camiseta. Se desgarra por la mitad… Losing my religion… vuelvo a saltar y me golpeo la cabeza con el techo del bungalow… oh, no, I´ve said too much… creo que se me han saltado los puntos de la cabeza. Me toco con los dedos: están manchados de sangre… I thought that I heard you laughing… me chupo los dedos ensangrentados simulando una felación. Abro la ventana y saco la cabeza: I think I thought I saw you try… le grito al camping entero.

Every whisper… vuelvo a saltar y me doy con el marco de la ventana otra vez en la cabeza…  Choosing my confessions… trato de agarrarme a la ventana pero pierdo el equilibrio; caigo fuera del bungalow… Oh no, I,ve said too much… sigo cantando ahora al aire libre y con los brazos en alto… Consider this… vuelvo a saltar, cojeando. Viene alguien con una linterna… The hint of the century… se acerca y comienza a manipular su teléfono móvil… I thought that I heard you laughing… le oigo decir: «¿Policía? Hay un hombre desnudo y ensangrentado…» But that was just a dream… «cantando y dando saltos»… that was just a dream… Se acercan más campistas… that´s me in the corner… me rodean en círculo. That was just a dream, dream…

Tí-ta-ta-to-tí-ta-ta-te-tonnn…. hago una reverencia. Silencio sepulcral.

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Método Simpul para dejar de fumar

Hace años inventé mi propio método para dejar de fumar: Tras mi último cigarrillo me afeité la cabeza con la idea de dejarme crecer el pelo desde cero siempre y cuando no volviera a fumar, en cuyo caso volvería a afeitarme. De este modo, cada vez que me apeteciera encender un cigarro me tocaría la cabeza para recordarme cuánto tiempo (medido en milímetros de pelo) había conseguido permanecer sin fumar. Cuanto más largo estuviera mi pelo, mejor para mis pulmones.

Por otra parte, de este modo también evitaría que nadie me preguntara una y otra vez por mi proceso de desintoxicación:

– Si la próxima vez que nos veamos me notas con más pelo, será porque no he vuelto a fumar – les dije a todos mis amigos.

Para motivarme, compré un bote de champú acondicionador, otro de laca fijadora y un peine.

Aun con estas, apenas llegó a crecerme el pelo unos cuantos milímetros: A los pocos días de afeitarme la cabeza el mono pudo más que todo lo demás y me encendí un cigarrillo. Acto seguido entré en el baño y volví a raparme la cabeza.

Luego llamé a mi amiga Elena:

– He vuelto a afeitarme la cabeza.

– Eres un flojo – me dijo y colgó.

Esto fue en verano, pero volví a intentarlo un mes después. Recuerdo que en esa ocasión conducía mi taxi con una mano en el volante y la otra acariciándome la cabeza, notando cómo mi cráneo raspaba cada vez más. Ahí llegué a los dos centímetros de pelo.

Ya han pasado tres años desde mi primer intento y, a día de hoy, sigo con la cabeza afeitada y el champú acondicionador aún sin desprecintar.

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Nota: Recuerdo que me quedaba mucho mejor el pelo largo (al menos ligaba más que ahora). Lo digo por aquellos que siguen pensando que fumar es sexy.

Mis dos caras

Llegamos a San Lorenzo de El Escorial y, nada más bajarse los clientes, en lugar de regresar a Madrid por el mismo camino, tomé la A-6 en dirección contraria.

– Mi cara B necesita huir – pensó mi cara A.

– Correcto – pensó mi cara B.

– En media hora echan mi serie favorita. Me gustaría verla en casa – pensó mi cara A.

– Pues haberla grabao – pensó mi cara B.

Pasé el túnel de Guadarrama y, al alcanzar el peaje, pagó mi cara A.

– Eres un calzonazos. Siempre pagas – pensó mi cara B.

– Bienes gananciales, listillo – contestó mi cara A.

– Pedante – sentenció mi cara B.

Media hora después de Segovia mi cara B decidió tomar el siguiente desvío.

– ¿Dónde estamos? – pensó mi cara A.

– Calla, coño – pensó mi cara B.

Tras dos o tres kilómetros, con el cielo color tinta de calamar, adentré mi taxi por un camino de tierra. Puse las largas: Había árboles a ambos lados, trillones de estrellas con su luna de puntero en el salvapantallas del cielo, y apenas nada más.

En un punto indefinido frené a un lado de la cuneta. Sin que mi cara A supiera por qué, me bajé del taxi, caminé cinco pasos y comencé a escarbar en la arena con las manos. Hacía frío.

Escarbé hasta encontrarme con la tapa de una caja metálica de Cola-Cao. Despejé el terreno, saqué la caja y la abrí.

Dentro había un walkman con una cinta dentro y funcionando. El autorreverse parecía atascado; la cinta saltaba constantemente de un sentido al otro.

Presioné el STOP y, de súbito, dejé de oír voces dentro de mi cabeza. Luego regresé a Madrid siendo nadie, pero más tranquilo que la hostia.

¿Cuánto cobra un traductor?

A-2 dirección Madrid. Un Opel Astra se mete de súbito en mi carril, sin avisar, y me obliga a dar un brusco volantazo. Le pito y le doy las largas. Lejos de alzar su mano en señal de perdón, el muy hijoputa frena adrede bruscamente, lo cual me obliga a frenar a mí también. Le vuelvo a pitar. Esta vez me enseña el dedo corazón por la ventanilla. Desisto. Decido emplear el Método Simpul para olvidarme de él (y de su puta madre). Me pongo a cantar lo primero que me viene a la cabeza:

Deeejalo yaaa… Sabes que nunca has ido a Venus en un barcooo…

Al llegar a Avenida de América, giro por Cartagena y le pierdo de vista.

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Me pregunto por qué habrá gente así. Por qué cuando alguno de estos tipejos (y tipejas) comete un error, en lugar de pedir perdón (que sería lo suyo), le dan la vuelta a su propia tortilla mental y te increpan, te insultan o incluso te agreden.

Pero esto no sólo sucede al volante. Podría aplicarse a cualquier ámbito de la vida: En la calle, en el bar, en la cola del INEM… Los podemos encontrar incluso en la clase política: Dile a Esperanza Aguirre que su gobierno está podrido por dentro (empezando por ella) y te dirá, con su sonrisa de prime time, que la culpa la tienen los sociatas y sus medios afines. En lugar de pedir perdón, le echará la bronca al otro. Como coraza, no está mal. Ya lo hacíamos de niños cuando, con las manos a modo de escudo protector, decíamos:

– Bota, rebota, que tu culo explota.

Y todo intento de hacerles razonar será inútil. En dos palabras: Sela pela. Viven en un mundo distinto al nuestro. En sus cabezas parasita un traductor (cómodamente sentado entre el oído y el cerebro) que hace tiempo se vendió a sus propios intereses. Por eso lo interpretan todo a su modo. Al modo que les dicta el traductor, claro. No le encuentro otra explicación.

Curioso incidente entre un taxi ateo y un autobús creyente

Lunes, doce del mediodía.

Circulo libre por la calle Alcalá (dirección Ventas) siguiendo la estela humeante de un autobús verde y sucio (línea 201). Tras demasiados metros tragándome su mugrienta mugre (sic), ya sin paciencia ni oxígeno que llevarme a la boca decido aprovechar una parada suya para adelantarle. En esto, y justo cuando ya creía haber conseguido quitármelo de encima, el autobús acelera (sin intermitente, o con el intermitente escondido bajo la mugre) y se echa a mi lado. Freno y le pito. El conductor del autobús, lejos de pedirme disculpas, acelera y me saca el brazo por la ventanilla (con su dedo índice en plena erección), lo cual me obliga a realizar una maniobra suicida. Freno y me quedo clavado a escasos dos milímetros del autobús.

Me restrego los ojos y sólo entonces reparo en el enorme cartel publicitario que lleva impreso en su lateral:

«Dios sí existe. Disfruta de la vida en Cristo»

– ¡He estado a punto de morir aplastado por un autobús creyente! – pienso para mis adentros ateos.

Entonces me vienen a la mente ciertos pasajes de la Biblia (según la Taxipedia: Best Seller escrito por VV.AA. hace la hostia de siglos e impreso en papel de fumar (¿?)); en concreto los que hablan del perdón y de poner la otra mejilla.

– Seguro que si acelero y vuelvo a ponerme a su altura, y atendiendo a su caridad cristiana, me pedirá disculpas – vuelvo a decirme.

Y así lo hago. Aprovechando la potencia de mi taxi consigo alcanzar al conductor y vuelvo a pitarle (piii, piii, etc):

– ¡Que te folle un pez! – me dice ahora.

Claro, pienso. A los creyentes les gusta jugar con las metáforas. Con lo de ‘pez’ seguro que se refiere a la multiplicación de los panes y los peces, osea que lo que realmente ha querido decirme es que desea con todo su corazón que en lo sucesivo disfrute del sexo con tantos animales acuáticos como pueda, y que nunca me falte un buen trozo de pan que llevarme a la boca.

– ¡Gracias! Igualmente… – le contesto, feliz.

– Y la próxima vez que me pites me bajo y te doy dos hostias – añade con la voz ronca (de tanto rezar, supongo).

Ahora quiere darme la absolución, ¡y por partida doble! Vuelvo a tocarle el claxon (esta vez levantando el pulgar y guiñándole un ojo).

El autobús frena en seco y se baja un hombre grande y grueso (sacerdote de paisano, seguro). Yo me bajo también.

Lo que sigue, no lo recuerdo con demasiada nitidez. Tan solo me vienen flashes de estrellas, nubes, cielo y un fuerte dolor de cabeza. No sabía que la absolución fuera tan dolorosa…

Nota Informativa: La citada publicidad (foto extraída de elpais.com) es real, y contratada por la Iglesia Evangélica como respuesta a los llamados ‘autobuses ateos’.

Los ‘autobuses ateos’ iniciaron su andaduda en la ciudad de Londres bajo el lema «Probablemente Dios no Existe. Deja de preocuparte y vive la vida» financiado por distintas asociaciones de ateos.

En el caso de mi ciudad, la financiación proviene de la llamada Asociación Madrileña de Ateos y Librepensadores (AMAL). Para evitar malentendidos con las siglas sugiero a los Navarros ateos que, pos Dios, no se asocien.