Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de febrero, 2014

Taxista de mala estirpe

FOTO: Zac mc

FOTO: Zac mc

En cierto modo tú tampoco tienes la culpa de ser un soplapollas. Tal vez te mimaran demasiado de pequeño, y tú te dejaras mimar más de la cuenta. Uno nunca sabe cuánto dura el proceso de cocción de la personalidad, a qué edad se debe decir NO a un jersey con renos zurcidos. No es fácil saber separar la madurez del cariño, máxime cuando has vivido siempre protegido por los tuyos y nunca te faltó de nada. Puede que esa sobreprotección se debiera, qué sé yo, al abuso de tu madre del Prozac. Muchas madres, sobre todo las de buena estirpe, acaban siendo yonkis sin saberlo, y en parte por ello siempre creerán que su hijo nunca crece. Es lo que tiene el Prozac: se pierde la noción del tiempo. Tampoco tienes la culpa de la fortuna que amasó tu padre invirtiendo en paquetes de acciones de riesgo. Siempre tuvo buen ojo con los mercados al alza: venta de armas a las FARC, trata de blancas en los países del Este, cualquier cosa con tal de que nunca le falte de nada a su niñito querido. ¿De dónde crees que salió ese Golf GTI con todos los extras que te compró como premio por sacarte el carnet? ¿Acaso en este mundo cruel que nadie inventó es posible amasar semejante fortuna sin cometer algún tipo de ilegalidad o sin saltarse la abstracción de la ética? Tú no tienes la culpa de haber nacido en un entorno donde todos viven bien o muy bien, colocados o heredados o aumentando su curriculum en Boston. Tú no tienes la culpa de ser nieto de condes y marqueses. Tus abuelos te querían mucho. Y eso es lo que queda.

Por eso no te estoy culpando por lo que hiciste. No te culpo de que entraras en mi taxi con tus aires altivos y me obligaras a quitar «esa emisora de rojos» y añadieras, sin yo mediar palabra, que «habría que fusilarlos a todos esos sociatas, por vagos», porque tú no eres de izquierdas ni de lejos, tampoco nadie de tu entorno, y por muy vago que fueras jamás te faltaría sustento, y casaza en Baqueira, y cuentecita en Suiza para ir tirando. Así que en lugar de indignarme apagué la radio y te miré con lástima. Te miré como quien mira a un niño grande de treinta y tantos, limitado en sus formas y en su juicio, que no tuvo la culpa de haberse convertido en un perfecto soplapollas. Sentí pena por ti. Lo cual quiere decir que empaticé contigo.

Cuando todo se derrumba

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Sé que sólo intentas hacerlo bien. Vives sola, nadie te observa. Sin embargo insistes en mimar cada detalle. Te esmeras como nadie con los tuppers del curro: Kiwis cortados en forma de estrella, hebras de puerros dispuestas en celdas o un par de hojitas de perejil en una esquina son tus señas de identidad justo antes de tapar el tupper y meterlo en la nevera para el día siguiente. O tu forma de colocar la ropa de mañana bien planchada y preparada en una silla antes de irte a dormir.

Despiertas siempre a la misma hora. La misma ducha, el mismo café con croissant. Preparas tu bolsito térmico: el tupper de la nevera, cuchillo, tenedor y cucharilla a juego, servilleta de tela planchada y doblada, una pieza de fruta, y caminas al trabajo y vas en metro con el bolsito lo más inmóvil posible, evitando los golpes en tu intento por mantener intactos los detalles culinarios que esconde el tupper: ese pimiento con forma de sonrisa, esos ojos de aceituna. Cuando llegas al trabajo mantienes la bolsa térmica a tu lado y a la hora de comer te desplazas al office y dispones los cubiertos, la servilleta de tela y la pieza de fruta en equilibrio imposible. Sacas el tupper pero al abrirlo nunca se encuentra como antes, nunca mantiene la misma impecable presentación, está todo revuelto: el lecho gratinado de la pasta casera se ha convertido en una masa caótica, o el ojo de aceituna ahora está tuerto, y entonces siempre piensas que tú lo hiciste bien, que pusiste de tu parte y hubo algo, se te escapa, que arruinó tu orden, así como el respaldo de la silla arrugó tu blusa, y el viento enmarañó tu pelo. 

¿De qué sirve pasarte la vida intentando tenerlo todo bajo control si luego la imprevisible lluvia, o el tren que se avería, o un reloj sin pila o la falta de cobertura móvil o el recuerdo de Carlos te desordenan?

Tal vez por hacerte esa pregunta tomaste mi taxi del trabajo a casa, y en el trayecto bajaste la ventanilla arruinándote el peinado, y después de pagar te dejaste olvidado en el asiento una bolsa térmica con los cubiertos sucios, la servilleta de tela arrugada, y dentrodel tupper una kitsch de verduras revuelta y casi intacta. Y clavadas en el corazón de una manzana, dos uñas postizas.

Adictos al amor propio

FOTO: Ernest

FOTO: Ernest

En aquella etapa de la vida, aunque pareciera lo contrario, follábamos con sentimientos. Había sentimientos, sí, pero en una sola dirección: hacia uno mismo. Queríamos sentir, la intención era buena, pero al final ese amor rebotaba y se quedaba dentro. Por eso la otra parte no notaba reciprocidad, sino otra cosa. Amor contenido o secuestrado, supongo. Como si Cupido se disparara a sí mismo en un pie. Sólo eran dos cuerpos queriéndose de un modo individual. Pero era amor al fin y al cabo.

Me viene a la cabeza aquella chica que subió en mi taxi hace ya tanto tiempo que apenas recuerdo un piercing en su labio y poco más. Tomó mi taxi con otras tres; la chica en cuestión delante, a mi lado. Todas ellas iban bastante borrachas. Venían de celebrar el cumpleaños de la del piercing. Las otras chicas comenzaron a bromear con nosotros dos. Querían que yo fuera la guinda de su pastel de cumpleaños, que se cerrara el círculo de la noche forzando el morbo ocasional y loco de montárselo con un taxista. «¿Por qué no te lo llevas a tomar algo? El chico es mono», decían las amigas. Fui dejando a cada una en su casa hasta que al fin sólo quedamos ella y yo. Y entonces dije: «¿Y ahora qué?, ¿Te llevo a tu casa o te dejas llevar a la mía?». Ella propuso tomarnos algo antes y conocernos un poco. Es decir, accedió a tener sexo conmigo, pero antes quería saber más de mí, charlar conmigo. Aquello me llamó la atención. Me refiero al concepto: follaré contigo no sin antes decirme quién eres. Necesitaba humanizar el polvo, o personalizar sus orgasmos, quién sabe.

El caso es que accedí: fuimos a uno de mis bares, pedimos un par de whiskis y yo le dije que mi taxi no era más que una excusa para escribir. No le hablé de este blog, ni de mi libro, o al menos no lo recuerdo. Simplemente se quedó con eso: el tipo al que me voy a follar es escritor. Luego, cuando entró en mi casa y vio todos esas paredes atestadas de libros debió de pensar que estaba en lo cierto. Sólo entonces se relajó y se desnudó en silencio. Se quitó los pantalones, los dobló minuciosamente y los dejó sobre una silla. También hizo lo mismo con su blusa. Después se tumbó, cerró los ojos fuerte y poco a poco se dejó llevar. Un par de orgasmos después, en la bruma de un cigarro compartido, me confesó que estaba empezando a sentir algo por mí. Yo también, dije. Yo también.

Noventa y cuatro pesetas

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Observa la imagen que tengo ahora ante mis ojos. A la izquierda del espejo retrovisor de mi taxi hay un hombre de unos sesenta y cinco años con un brillo en la mirada que bien podría iluminar medio Manhattan. Y a su derecha, una mujer más o menos de su misma edad sentada a su lado a prudencial distancia. La mujer se atusa el pelo, o entrelaza las manos en la rodilla de sus piernas cruzadas mientras escucha, nerviosa, el arsenal de encantos desplegados por el hombre. Él oculta su nerviosismo hablando sin parar. Ella templa sus nervios mordiéndose el labio. Acaban de conocerse, de eso no hay duda. Y parece que entre ambos surgió cierta química imprevista. Llama la atención verles tan jóvenes a pesar de su edad, comportándose como dos veinteañeros que se mueren por descubrirse, como quien acaba de encontrar la luz en el túnel del otro. Por otra parte, tanto él como ella lucen alianzas de casado, es decir: son viudos, los dos.

Ahora él le está recitando a ella unos versos:

El amor ascendía entre nosotros

como la luna entre las dos palmeras

que nunca se abrazaron.

Y ella le dice: qué cosas más bonitas dices, Cosme. Y él contesta: En realidad no es mío. Lo escribió Miguel Hernández para ti.

Están a punto de cogerse de la mano, pero entonces suena un móvil. Vaya, qué oportuno, dice ella. La mujer saca el móvil del bolso y contesta muy seria. Cuando cuelga, le comenta a Cosme algo acerca de una gotera en casa. En la casa de ambos. Entonces todo cambia. Me piden variar su destino. Yo no puedo evitar mi sorpresa. Les digo: Caramba, pensé que ustedes dos acababan de conocerse. Qué va, me contesta el hombre. Justo hoy celebramos nuestro aniversario. Llevamos treinta y cinco años casados. Cada año tenemos por costumbre jugar al 25 de febrero de 1979, que es el día en que nos conocimos. Ahora estábamos reproduciendo aquel trayecto en taxi, con las mismas palabras y el mismo fragmento de poema que yo le recité. Era un Seat 1500. Imposible olvidarlo.

Aquello me pareció admirable. Y para seguir tirando del hilo del recuerdo, al llegar a su destino y preguntarme «¿Qué le debo?», se me ocurrió decirle: Son noventa y cuatro pesetas. Y entonces, el hombre sacó de su cartera un billete de cien pesetas de los de antaño y me dijo: Quédese con el cambio.

Firma aquí

FOTO: Carlos Adampol Galindo

FOTO: Carlos Adampol Galindo

Firmamos documentos, cláusulas, estatutos, cheques, recibos, albaranes. La firma es una prolongación del cuerpo que verifica la existencia de ese cuerpo delante de un papel. La firma dice: estuve ahí, doy fe de mi existencia, y mi mano y mi mente están conformes con lo que aquí planteas. Aunque bien es cierto que es posible falsificar una firma, como también se puede falsificar un beso. Besar es firmar con tinta transparente un contrato de conformidad entre dos pares de labios. Pero cuando besas, las cláusulas que firmas (con copia y acuse de recibo) desaparecen nada más apartar los labios.

Ojalá firmar una sentencia o una hipoteca tuvieran la misma validez temporal que un beso, o el beso el valor legal de un testamento. En tal caso, besaríamos nuestra declaración de bienes y firmaríamos los labios blandos de esa chica. Besaríamos el contrato de la luz y firmaríamos a oscuras su cuello o su espalda.

Hace un tiempo también llegó la firma electrónica, que es otra forma encriptada de besar. Los labios de ahora son ranuras, y las lenguas son tarjetas con chips electrónicos. Pero no saben igual. Los chips saben a frío. Y la tinta es tóxica. Algunos besos también lo son, pero se acaban borrando. O moviendo al SPAM de la memoria.

Lo que de verdad importa

FOTO: MarkioM

FOTO: MarkioM

¿Recuerdas cuántas chicas te dijeron «para siempre»? ¿Recuerdas sus caras, sus nombres, su olor? ¿Recordarán ellas el tuyo? ¿Qué habrá sido de ellas? ¿Qué habrá sido de ti? ¿Quién eres ahora? ¿Acaso eres la resta de todo aquello que conseguiste menos aquello que borraste? ¿Eso eres? ¿Una simple ecuación con dos incógnitas? Estoy en un semáforo de la calle Princesa pensando en esto, en ellas, y tal vez si juntara todos esos parasiempres justo ahora, si sumara uno a uno esos instantes, cuando alguien me ofreció su amor eterno, o el cielo en su conjunto con su sol, sus nubes, sus pajarracos sobrevolando la escena y lo sentían como cierto y yo también; si juntara, como digo, todos esos parasiempres en este preciso instante, sin duda el mundo se ahogaría en su propio agujero espacio-tiempo. Y por de pronto, el semáforo caería sobre mi taxi, y ese señor que ahora cruza moriría aplastado. Ahora bien, ¿por qué tengo que pensar en esto? ¿Por qué no me ocupo en discutir conmigo mismo los resultados de la próxima quiniela? ¿Por qué no subo la música cada vez que barrunto pensamientos difusos? ¿Por qué no juego al Candy Crash cuando intuyo que arrecian las nubes de dentro? ¿Por qué no pienso en el aquí y el ahora como hacen todos esos gilipollas? ¿Por qué los llamo gilipollas? ¿O puede que el gilipollas sea yo por pensar más de la cuenta? ¿Quién tiene la culpa de pensar en lo importante? ¿Qué es lo importante? ¿Pagar la hipoteca? ¿Miles de años de evolución para que lo realmente importante sea pagar nuestra hipoteca?

Observa a tu alrededor, analiza al usuario de tu taxi. Ahora está hablando por teléfono. Dice que tiene que comprar tomates cherry antes de que le cierren el Carrefour. Parece agobiado. Sin duda es su máxima preocupación en estos instantes. Comprar tomates cherry. Y sólo faltan quince minutos para que le cierre el Carrefour. Qué envidia. O no. No sé.

Atraco perfecto

Di «Estado Democrático» tantas veces como puedas. Di «Estado de Derecho». Y sólo cuando estés acorralado, suelta eso de «Pretenden ganar en la calle lo que no consiguieron en las urnas», o «Ladran, luego cabalgamos», o «Los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas» (para darle más empaque, di que la cita es de Churchill, aunque no sea cierto). Dilo una y otra vez, hasta que cale. Aunque ganaras las Elecciones con un puñado de promesas que resultaron ser falsas. Aunque dos años y tres meses después, con aún más paro, más deuda y más pobreza que entonces, le sigas echando la culpa a Zapatero. Aunque Ludwin Erhard tardara menos tiempo en reconstruir una Alemania devastada por la Segunda Guerra Mundial. Lo que hizo Zapatero fue peor que lo de Hitler, supongo que supones.

Y lo poco que hizo bien Zapatero no lo secundes, cárgatelo. Elegir, por ejemplo, al consejo de administración de RTVE por consenso de las dos terceras partes de la cámara. Llegaste tú, y a tomar por culo consenso: Decreto Ley. Nombramiento a dedazo del director del ente público. ¿Y el de EFE?, también. Y si algún medio privado se va de madre y habla más de la cuenta de tus Gürteles, te lo cargas. Es fácil. Le cortas el grifo de las subvenciones y la publicidad institucional y ¡PUM!, adiós Pedro J, adiós Javier Moreno. Siempre será mejor darles la pasta a los que realmente te doren la píldora. Marhuenda jamás te defraudará. Hagas lo que hagas con España.

Una vez controlados los medios, podrás seguir saqueando a tus anchas. ¡Que siga la fiesta de la puerta giratoria! Lo de ayer fue de traca: otro paquetito de ex altos cargos colocados en el consejo de administración de ENAGAS: Ana de Palacio, Isabel Tocino y Hernández Mancha (lo cual significa que en breve subirá la factura del gas), la sobrina de De Guindos colocada por su tito en el Banco Mundial (por 211.000 euros al año) y el Senador Granados trincado con millón y medio en Suiza que ya no tiene o dice que no tiene o no le consta. Ese que fue mano derecha de Esperanza Aguirre, ya sabes. La que ganó en Madrid gracias al Tamayazo.

Ahora hagamos números: entre los que comen de tu mano, los que sólo se informan a través de los medios que controlas, el creciente número de abstencionistas y una oposición esquizoide (UpyD, VOX), o silenciada y maltratada por tus medios (IU) o directamente cadáver (PSOE), todo indica que las urnas volverán a darte la razón. Y una vez más volverás a hablar del triunfo de la Democracia.

Misión amarte

Fuente: Fotopedia

Fuente: Fotopedia

Conocí a alguien de la NASA. Es una larga historia. Bueno, en realidad no es tan larga. Simplemente subió a mi taxi un empleado de la NASA. Estaba de vacaciones, con su mujer. Los llevé a El Museo del Jamón. Sacó de su cartera un papel con las señas del Museo y ahí fue cuando vi su acreditación de la NASA. Aquello me sorprendió tanto, que no pude evitar preguntarle. En inglés, claro. El hombre me contestó que sí, que trabajaba en NASA. Entonces aproveché y le pregunté por algo que había leído hace tiempo y me dejó fascinado. Curiosidades acerca de la sonda Voyager.

Leí que la Voyager I, lanzada al espacio un par de meses antes de que yo naciera, llevaba un disco de oro con fotos de la vida en la tierra a modo de carta de presentación para posibles contactos extraterrestres. Leí que el disco también incluía saludos en 55 idiomas y una colección de música: desde cantos gregorianos a grabaciones de Chuck Berry. También un tema llamado Dark Was The Night, compuesto en los años 20 por Blind Willie Johnson, cuya madrastra dejó ciego a los siete años tras echarle cal viva en los ojos. Aparte de su ceguera, Johnson murió en la pobreza, de pulmonía, después de dormir envuelto en periódicos mojados entre las ruinas de su casa destruida por el fuego. Pero su música, en fin, consiguió salir del Sistema Solar.

El hombre me dijo que todo aquello era cierto. Ahí fue cuando le tendí tu foto. Le confesé que, desde que me dejaste, me sentía un poco como el ciego Willie Johnson. Y entonces le pedí por favor que incluyera tu foto en la próxima misión a Marte, como ejemplo de belleza ante posibles contactos extraterrestres. El hombre sonrió y se la guardó en el bolsillo. Luego me confesó que en realidad sólo era un simple empleado de la limpieza en una de las sedes de la NASA, pero solía tomar café con algunos de los científicos adscritos al nuevo programa espacial. Me prometió que haría lo posible por entregársela.

Nota: Esto sucedió días antes de reconciliarme contigo. Espero que entiendas ahora por qué ya no llevo tu foto en la cartera y se te pase el enfado, amor. No la tiré para olvidarte. Se la di al tipo de la NASA.

Gente inmóvil

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Gente que camina atenta al móvil. Gente que teclea y sonríe y camina. Gente que se choca por andar pendiente del móvil. Gente que tropieza, se hace sangre, y cuelga la brecha en Instagram. Gente que escribe y que lee más que nunca. Mensajes cortos vía Whatsapp, actualizaciones en el muro de Facebook, tuits del tipo «Buenos días». Gente que envía emoticonos cuando las palabras no bastan o no se ven capaces de encontrar la palabra apropiada. Berenjenas, un mono con los ojos tapados, un anillo, un puño. Gente que comparte vídeos. Gente que se mete en el cuarto de baño de la oficina para ver el vídeo que le envió Paco el de contabilidad. Atrocidades, accidentes, parodias, parafilias. Gente que se cruza con Paco y sonríe. Y Paco le devuelve la sonrisa. Sonrisa cómplice. O le pregunta: «¿De dónde sacaste ese vídeo?». Y Paco responde: «Mi cuñao. Tiene miles». Y ahí queda todo. O gente más soft compartiendo vídeos de gatitos y de bebés que cantan.

Gente seleccionada en grupos. Grupo «Hermanos», grupo «Curro», grupo «Amigos curro», grupo «Amigos urba», Grupo «Amigos pueblo». Grupos que comparten chistes, copiapegas. Risas enlatadas. Miles y miles de gigas de información dedicada al entretenimiento para pasar el rato. Para los tiempos muertos. Para los trayectos en autobús. O en mi taxi. O en el andén, o en los semáforos. O en los anuncios de la tele. O mientras se dora la pizza. O en el baño. O en un funeral. O cuando ella duerme. O en los pasillos del trabajo, o en la cama, o en el ascensor, o caminando. Caminando. Gente que consulta su venérea en Google. Gente que confía en cambiar el mundo desde un sofá STOCKHOLM. Gente que siente el poder en sus pulgares. Gente cool, gente in, gente móvil. Ingente gente inmóvil.

Cómo quitarte años

FUENTE: Wikipedia

FUENTE: Wikipedia

Os contaré un secreto. Cada vez que alguien me paga el trayecto de mi taxi con tarjeta de crédito, le pido también el DNI no sólo para cotejar su nombre, sino también con la intención de cotillear de soslayo su fecha de nacimiento. A menudo me sorprende la edad del usuario en cuestión, no suelo dar una. Siempre tiendo a echarles más años de los que realmente tienen, sobre todo si son jóvenes, lo cual es frustrante para mí: implica que me hago mayor sin darme yo cuenta, que me quedé anclado en los veintitantos.

Hace unos días subió a mi taxi un padre con dos niños; el hombre se parecía mucho a mí: la misma nariz, los mismos rasgos, las mismas ojeras. Me pagó con tarjeta, y al ver su fecha de nacimiento en su DNI me quedé atónito. Tenía veintinueve años, siete menos que yo. El hombre andaba distraído con sus hijos, así que aproveché y le di el cambiazo: en lugar de devolverle su DNI le di el mío, y el hombre lo guardó en la cartera sin darse cuenta y se marchó.

Desde entonces me llamo Manuel Rodríguez. Conseguí quitarme siete años de un plumazo. Ahora sólo me falta saber para qué los quiero.