En cierto modo tú tampoco tienes la culpa de ser un soplapollas. Tal vez te mimaran demasiado de pequeño, y tú te dejaras mimar más de la cuenta. Uno nunca sabe cuánto dura el proceso de cocción de la personalidad, a qué edad se debe decir NO a un jersey con renos zurcidos. No es fácil saber separar la madurez del cariño, máxime cuando has vivido siempre protegido por los tuyos y nunca te faltó de nada. Puede que esa sobreprotección se debiera, qué sé yo, al abuso de tu madre del Prozac. Muchas madres, sobre todo las de buena estirpe, acaban siendo yonkis sin saberlo, y en parte por ello siempre creerán que su hijo nunca crece. Es lo que tiene el Prozac: se pierde la noción del tiempo. Tampoco tienes la culpa de la fortuna que amasó tu padre invirtiendo en paquetes de acciones de riesgo. Siempre tuvo buen ojo con los mercados al alza: venta de armas a las FARC, trata de blancas en los países del Este, cualquier cosa con tal de que nunca le falte de nada a su niñito querido. ¿De dónde crees que salió ese Golf GTI con todos los extras que te compró como premio por sacarte el carnet? ¿Acaso en este mundo cruel que nadie inventó es posible amasar semejante fortuna sin cometer algún tipo de ilegalidad o sin saltarse la abstracción de la ética? Tú no tienes la culpa de haber nacido en un entorno donde todos viven bien o muy bien, colocados o heredados o aumentando su curriculum en Boston. Tú no tienes la culpa de ser nieto de condes y marqueses. Tus abuelos te querían mucho. Y eso es lo que queda.
Por eso no te estoy culpando por lo que hiciste. No te culpo de que entraras en mi taxi con tus aires altivos y me obligaras a quitar «esa emisora de rojos» y añadieras, sin yo mediar palabra, que «habría que fusilarlos a todos esos sociatas, por vagos», porque tú no eres de izquierdas ni de lejos, tampoco nadie de tu entorno, y por muy vago que fueras jamás te faltaría sustento, y casaza en Baqueira, y cuentecita en Suiza para ir tirando. Así que en lugar de indignarme apagué la radio y te miré con lástima. Te miré como quien mira a un niño grande de treinta y tantos, limitado en sus formas y en su juicio, que no tuvo la culpa de haberse convertido en un perfecto soplapollas. Sentí pena por ti. Lo cual quiere decir que empaticé contigo.