Un hombre y una mujer, los dos disfrazados de ejecutivos, ultimaban en mi taxi su balance de resultados para el consejo de accionistas de una empresa o algo así, no estuve atento. Sólo me fijé en el amor que se colaba. Quiero decir que intentaban ocuparse del trabajo, pero no podían evitar filtrar las ganas de él hacia ella y viceversa entre los números, las gráficas, y el decoro de mis ojos observándoles de cerca. Les era sin duda imposible separar lo laboral de sus dos cuerpos, ella y él cuadrando cifras aunque hubieran preferido cuadrar el balance de sus cuellos buscándose la boca. De hecho, no podían evitar alternar números, piropos y gráficos.
– Aquí en el balance del primer trimestre no me cuadra esta curva -decía ella.
-Tus curvas sí que cuadran en mis manos -decía él.
-Centrémonos en esto, por favor -volvía ella.
-Vale, perdón. Veamos… Tienes que sumar la cuota variable de febrero al pasivo de marzo -volvió él.
-Hablando de pasivo. -volvía ella-. Un día, con calma, tenemos que jugar a…
-¡Para! -volvía él. -Después de la Junta… nos juntaremos.
Era cosa de dos, pensé observándoles con disimulo. Ninguno de los dos podía evitarlo. Siempre acababan encajando palabras técnicas en su mundo privado. En cierto modo humanizaban los números. Dotaban a los números de vida y sentimientos. Ojalá eso mismo en el Fondo Monetario Internacional, o en el Banco de España. Créditos blandos al máximo interés de abrazar otros cuerpos. O que los tipos de interés busquen a otras tipas de interés. O que los números se vuelvan rojos carmín de tanto besarlos. Ojalá.