Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Tatuajes para zurdos

love hate

Otro usuario de mi taxi me contó en confianza, como todos, que meses después de haberse tatuado en el brazo derecho el rostro de su difunta madre descubrió que, en realidad, aquella no era su verdadera madre sino que, en fin, era adoptado. Aquella noticia supuso para él tal shock, lo somatizó tanto, que cada vez que intentaba realizar cualquier trabajo con el brazo diestro del tatuaje (o “el brazo bastardo”, como él lo llamaba), le temblaba incontrolablemente. Pasó el tiempo y aquel tic no remitía, así que no tuvo más remedio que aprender a usar el brazo izquierdo: aprendió a escribir y a manejarse con la zurda, e incluso buscó una tienda para zurdos dada su dificultad para usar un simple sacapuntas, o unas tijeras.

Ahí fue donde conoció a Lourdes, dependienta de la tienda para zurdos, y ahí fue donde surgió su amor. Pasaron los meses, Lourdes se fue a vivir con él y también le ayudó a encontrar a su verdadera madre. Movieron Roma con Santiago hasta que al fin dieron con ella, aunque demasiado tarde: su madre biológica llevaba años muerta. Al menos consiguió una foto suya y, para guardar su memoria, decidió tatuarse su rostro en el brazo opuesto al de su madre adoptiva. Pero fue hacerse el tatuaje y de inmediato desaparecieron los temblores del brazo bastardo. Así que volvió a usar su mano diestra solo que, cuanto más la usaba, más alejado de Lourdes se sentía. Asociaba, tal vez, su amor por Lourdes con su faceta zurda y ahora se encontraba en medio de ese preciso dilema: no sabía si continuar usando su mano diestra y dejar a Lourdes, o esforzarse con la zurda y luchar por ella.

Yo no supe qué contestar, claro.

El monitor de mi gimnasio

Hace un par de semanas me apunté a un gimnasio porque el martes de hace tres soñé que Montoro me perseguía y al menos en mi sueño corría más que yo y de no haber sido porque desperté justo a tiempo sin duda me habría alcanzado. No fue más que un sueño, pero que un Ministro de sesenta y dos años con su traje de chaqueta, su corbata y su risita corriera más que yo (que iba en pelotas) me preocupó mucho. Así que decidí tomar cartas en el asunto: acudí a un gimnasio contiguo a una parada de taxis contigua a mi casa y sin mediar palabra pagué un año por adelantado.

El cachitas de la recepción me entregó un carnet y una tabla con actividades y horarios (¿spinning?, ¿PILATES?) que fingí leer con atención.

-¿Alguna pregunta?

-Mmm… psí. ¿Tiene… el local… salidas de emergencia?

-Sí, claro. Al otro lado de la piscina- dijo señalando hacia la izquierda en estudiada pose, marcando una molla tan grande como el cráneo de un koala.

-¡Genial!-. Y me marché.

Esto fue, como digo, hace dos semanas. Podría decir que no he vuelto desde entonces, pero no sería del todo exacto. Ayer mismo me armé de valor, aparqué mi taxi en la parada contigua al gimnasio, saqué mi bolsa de deporte del maletero, de ahí al vestuario, y me enfundé el primer chándal de mi vida adulta. Pero justo al guardar mi ropa en la taquilla me acordé de algo: había olvidado comprar tabaco y, por las horas, me sería difícil encontrar después un bar abierto. Así que bajé un momento al bar de la esquina, pedí a la camarera que me cambiara un billete de veinte para la máquina y, al acercarse a mí y tomar el billete, su mirada azul Adriático me noqueó. Caí rendido por primera vez desde el luto por Amara, dato importante, esencial en mi proceso de reconstrucción cardiaca. Tal vez quise interpretar en su mirada una especie de señal de mi nueva vida, o asirme a ella como un náufrago, o qué sé yo. El caso es que acabé pidiendo un zumo. Sí, un puto zumo. No podía pedir cerveza: iba en chándal.

Me dediqué a estudiar sus movimientos. Con disimulo, eso sí. Pero tres zumos después entró en el bar el cachitas de la recepción del gimnasio, se acercó a ella y la besó en los labios.

Lejos de amilanarme, aquello me llevó a querer jugar, a plantearme el más difícil de los retos: ¿seré capaz de levantarle la novia al cachitas del gimnasio? O mejor dicho, ¿cómo hacerlo?

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Nota: Se admiten propuestas. Y apuestas también.

Reducción al absurdo

Las drogas te llevan por el mal camino, pero al menos es UN camino y no cientos, madre de Dios: ¿cuál elijo? ¿seguir recto y pegarme al carril izquierdo?, ¿seguir recto y pegarme al carril derecho?, ¿girar la próxima calle a la izquierda?, ¿girar luego a la derecha? ¿detenerme en esa parada de taxis y esperar al cliente de marras? Me atoro y al final giro, yo qué sé, por Ayala. Cruzo Lagasca y justo delante, a unos metros, desaparca un coche y freno para dejarlo incorporarse. Veo el hueco libre que acaba de dejar y sin pensarlo me meto. Aparco.

Paro el motor. Apago el taxímetro. Soplo para espantar mis demonios y bajo del taxi.

A falta de ideas entro en el bar más cercano. Está lleno de gente, todos (camareros incluidos) mirando y gritando al televisor. Hay fútbol. España contra otro equipo que no es España. Busco un hueco en la barra y pido una jarra de cerveza. El camarero me la sirve mientras mira de reojo el partido. Justo en ese instante surge una ocasión de gol y todos (camareros incluidos) bufan: Uuuuuy. Las veinte o veinticinco personas que abarrotan el local soltando al unísono el mismo y exacto bramido: Uuuuuy. Perfectamente coordinados: Uuuuuy. Sin conocerse entre ellos y sin haberlo ensayado: Uuuuuy. Realmente asombroso.

Todos (camareros incluidos) unidos en torno a un mismo objetivo: que España meta más goles que el otro. Noventa minutos (o cuanto coño dure eso) embebidos en una sola y simple idea. Reducción al absurdo que ahora, en este preciso momento, me produce cierta envidia: yo también quiero. Aquí no hay decisiones que tomar. Son los otros, a miles de kilómetros de distancia, los que eligen por ti aunque haciéndote partícipe de ello.

Luego se produce un hecho insólito. Un jugador de España mete el balón en la portería contraria y entonces todos, igual que antes pero más fuerte, como si les fuera la vida en ello, gritan: GOOOOOL. No ha sido un Uuuuuy esta vez, sino GOOOOOL. Repito: todos. Los camareros también.

En ese preciso instante, el hombre que me precede (un tipo bajito y gordinflón) se da la vuelta y sin conocerme de nada va y me abraza. Es la primera vez que me abraza un hombre en mucho tiempo. Pero el abrazo dura poco, no puedo retenerle, se me escapa. Apenas fueron dos o tres segundos.

Cinco minutos después el gilipollas del árbitro pita el final. Yo quería más goles, prolongar el pensamiento único y coordinado. No pensar ni tomar decisiones. Que me abracen muchos hombres.

¿Cuándo dices que es el próximo partido?

Entre pájaros y mariposas

Apenas me fijé en ella cuando subió a mi taxi. Yo estaba inmerso en otras cosas, inventando migas de pan para los pájaros de mi cabeza. Tan sólo escuché que me dijo: «Buenas noches. A la estación de Atocha, por favor» y por inercia accioné el taxímetro e inicié la marcha. Los pájaros continuaban picoteándome el cráneo, así que decidí matarlos a cañonazos echando mano de mi propio kit de supervivencia: una carpeta con CDs de música.

Aprovechando el siguiente semáforo tomé un CD al azar y lo introduje por el sexo del equipo. Al instante comenzó a sonar, a un volumen que no esperaba, los primeros acordes del Are you gonna be my girl.  

En esto la usuaria comenzó a percutir con su pie el suelo del taxi, siguiendo el ritmo de la música.

– Me encanta este tema. ¿Podrías subirlo un poco? – me dijo.

– ¿Más?

– Sí. Por favor.

Subí el volumen a un nivel obsceno y entonces la chica comenzó a mover la cabeza y los hombros. Contagiado por su necesidad de seguir el ritmo, comencé yo también a percutir las manos sobre el volante. Y luego a mover el cuello, y luego el tronco. Y a cantar con ella.

– ¡Wow! Dan ganas de salir a la calle a bailar – me gritó.

En un arranque de simpulsismo, frené el taxi en plena calle Serrano y abrí mi puerta.

– Sal conmigo. Bailemos – dije.

La chica me sonrió y sin pensarlo siquiera abrió su puerta y salió a la calle. Ambos comenzamos a bailar alrededor del coche hasta quedarnos delante, aprovechando la luz de los faros como dos rockstars en el clamor de la noche. Me miraba y yo a ella, sonriendo los dos, moviéndonos pero ahora sin quitarnos los ojos del otro de encima, como unidos sendos iris con cadenas. Tampoco nos importaban los curiosos que poco a poco se iban acercando. No existían. Era guapa. Profundamente guapa. Ahí lo supe.

Se acabó la canción y empezó al instante Please, please, please, let me get what I want, de los Smiths, un tema mucho más lento y riguroso que ella, para mi asombro, también conocía. Y entonces ella comenzó a cantarla acercándose a mí, y yo también. Y quise abrazarla, o tal vez besarla, pero en esto apareció un coche de la policía que, como siempre, rompió la magia.

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Nota: Quince disculpas después reiniciamos la marcha hasta llegar a Atocha. Ella se tenía que marchar, perdía el AVE. Tampoco me dio su teléfono.

A efectos prácticos su AVE se llevó mis pájaros, sí. Pero son peores las mariposas.

Historia de una maleta

Aquel anciano, acomplejado en la inmensidad de la Estación de Atocha, se acercó a mi taxi con su maleta a cuestas y sin mediar palabra me tendió un trozo de papel perfectamente plegado. Era la dirección de un humilde hostal del centro escrita a boli con forzada y tenaz caligrafía. Leído el destino abrí el maletero, me dispuse a tomar su maleta, pero él se negó. Prefirió llevarla consigo, sobre sus piernas, como si de un ser vivo se tratara. La maleta en cuestión era casi tan vieja y curtida como él, sin ruedas, sólo un asa y ahorcada con dos cuerdas. Por su forma de manejarla parecía liviana.  

Durante aquel corto trayecto, el anciano no paró de mirar a través de la ventanilla con ojos de novedad y sin embargo distancia. Era, tal vez, su primera estancia en Madrid. Pero, ¿por qué motivo él solo? ¿por qué con tan raquítico equipaje? ¿por qué en aquel preciso y desamparado hostal?

¿Y qué llevaría en aquella maleta? Tal vez, se me ocurre, un par de mudas, un pantalón (de pana o tela gruesa), dos camisas dobladas con mesura, una pastilla de jabón artesanal que él mismo fabricó, un viejo peine de plástico al que le faltan tres o cuatro cerdas, su navaja multiusos (o puede que la llevara en el bolsillo, junto a su cartera cerrada con gomas elásticas). Tal vez también entre las camisas llevara una foto en blanco y negro de su difunta esposa. De cuando era moza. Bella y eterna.

Y tal vez, se me ocurre, al llegar a esa lúgubre habitación de hostal, abriría la maleta y colgaría en perchas las camisas y colocaría la foto en la mesilla, apoyada en la lámpara de noche. Y este simple adorno de la foto le haría sentir igual que en casa; a cientos de kilómetros pero igual que en casa; en una enorme y desconocida ciudad pero igual que en casa. Igual de solo que en casa. Igual de triste. Exactamente igual.

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Nota: No es más que una hipótesis. Pero al menos acerté en algo. Para pagarme, tuvo antes que desenredar las gomas elásticas de su cartera.

31 días conmigo mismo (Día 24)

– LOSING MY RELIGION –

PLAY

Tra-ti-ta-to-tán… extiendo los brazos, me subo al colchón de espuma y comienzo a saltar… tra-ta-to-tán… la adrenalina inicia su ascenso desde el coxis a la nuez… tra-ti-ta-to-tán… cierro los ojos y sigo el punteo con la mano izquierda… tra-ta-to-tán… me aclaro la voz, ejeeem: Oooohh life… is bigger… no puedo gritar más alto… and you are not me… señalo con el dedo en chulesca pose el marco con las fotocopias del DNI de Beatriz… the distance in your eyes… le hago un corte de mangas al aire, me toco los huevos y pongo cara de malo… oh, no I´ve said too much… con la mano en el corazón, agarro la camiseta… That´s me in the corner… tiro fuerte de la camiseta. Se desgarra por la mitad… Losing my religion… vuelvo a saltar y me golpeo la cabeza con el techo del bungalow… oh, no, I´ve said too much… creo que se me han saltado los puntos de la cabeza. Me toco con los dedos: están manchados de sangre… I thought that I heard you laughing… me chupo los dedos ensangrentados simulando una felación. Abro la ventana y saco la cabeza: I think I thought I saw you try… le grito al camping entero.

Every whisper… vuelvo a saltar y me doy con el marco de la ventana otra vez en la cabeza…  Choosing my confessions… trato de agarrarme a la ventana pero pierdo el equilibrio; caigo fuera del bungalow… Oh no, I,ve said too much… sigo cantando ahora al aire libre y con los brazos en alto… Consider this… vuelvo a saltar, cojeando. Viene alguien con una linterna… The hint of the century… se acerca y comienza a manipular su teléfono móvil… I thought that I heard you laughing… le oigo decir: «¿Policía? Hay un hombre desnudo y ensangrentado…» But that was just a dream… «cantando y dando saltos»… that was just a dream… Se acercan más campistas… that´s me in the corner… me rodean en círculo. That was just a dream, dream…

Tí-ta-ta-to-tí-ta-ta-te-tonnn…. hago una reverencia. Silencio sepulcral.

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El vals del taxidermista

Que se mueran los taxis ateos de amor, los taxistas con bigote, los clientes sin ojeras. Que se pudran los taxímetros de ciencias, los espejos antivaho, los trayectos de vuelta, los recibos sin poemas en el dorso. Que revienten los coches coagulados, las charlas sobre el clima, los bostezos sin resaca, los ojos que no quieren ni pueden ni saben hablar.

Sólo quiero lo mismo pero más suave, que me dejen en paz, pero cerca. Poder besar con los ojos cerrados, poder cantar con los ojos abiertos. Sólo quiero querer quererte sin conocer tu nombre, creer que tu vida es mi vida invertida, que tu sol sea mi sal, que «sea» sea mar en inglés y tus ingles sean mías. Quisiera no dejar de bailar con las mariposas de tu estómago el vals del taxidermista, vivir de tus legañas, matarte a besos para autopsiar tu alma. Que mi ser se convierta en tu estar, que el recibo de la luz que emitamos al rozarnos lo pague su puta madre.

Ahora sólo me faltas tú. (Tú no. Tú tampoco. Tú. Sí, tú). Así que deja lo que estés haciendo, baja a la calle, detente al borde de la acera, levanta el brazo y cruza los dedos. De resto, yo me encargo.

Violín mojado

Sólo los duros, los misántropos y los niños sobreviven a las grandes ciudades. Sólo los solos meriendan bocadillos imaginarios. Sólo los funcionarios se masturban sin llorar. Sólo los locos fingen estar cuerdos. Sólo las cuerdas fingen estar tensas. La cuerdas donde tiendes tu ropa. Tu ropa húmeda de cada mañana. Tu ropa seca de cada tarde. El espíritu de tu ropa, por la noche.

Cuatro cuerdas que dan a la calle: López de Hoyos, su nombre. Todos los días, a las once en punto, hago coincidir mi taxi con tu ventana: Aguardo en doble fila hasta que abres la ventana, asomas tus legañas de turrón, sacas los brazos y tiendes la ropa.

Desde mi taxi veo tus brazos como arcos de violín que, al rozar las cuerdas, hacen música. Y cada sostén mojado que tiendes es una nueva corchea. Y tus camisas, fusas difusas por el viento. Y cada tanga, silencios. Amarras las notas con pinzas que pinzan las cuerdas, las estrangulan y suenan. Cada día, a las once en punto, escucho música.

Todas las tardes, a las siete y treinta y cinco, hago coincidir mi taxi con tu ventana. Ahora tus blusas parecen cadáveres deshidratados por el sol: Recoges la ropa seca (que supongo guardarás en la funda de tu violín). Luego retiras las pinzas, una a una, y sus cuatro cuerdas entonan los últimos compases de una nueva despedida. Y te miro, desde mi taxi, y me pregunto con qué melodía me deleitarás mañana.

Todas las noches, a cualquier hora lunar, ya no queda nada: Silencio y grietas en tu fachada. Las cuerdas tiemblan: El viento trata de imitar tu música.

Es tonto, el viento.

Espero que nadie confunda mi taxi con una Falla

Camino del Aeropuerto:

– Pues… me voy a pasar unos días a Cancún, ya sabe: sol, mujeres ligeritas de ropa, coctails, playas paradisiacas… – me soltó el usuario (allá donde más duele).

– Suena bien… – dije enseñándole los dientes a través del espejo.

– Y usted se queda en Madrid, ¿verdad? – me preguntó con cierto regustillo cabroncete.

– Ehhh… no. ¡Me voy!. ¡Me voy hoy mismo a… las Fallas!. ¡A ver las Fallas! – improvisé (no te jode…).

Así que, por culpa de unos cuantos pecados capitales (ira, envidia, etc.) proyectados en aquel usuario, tiré de contactos y en apenas diez minutos conseguí una cabaña a pie de playa en uno de esos campings que violan y salpican, a partes iguales, la costa levantina.

Pasé por casa para arramplar con lo básico (un bañador estampado, un par de mudas, 10 bolis bic, un paquete de 500 folios, tres baterías extra para el ordenador portátil y mi patito de goma Made in Hong Kong) y pocos minutos después del mediodía (P.M) salí de estampida con mi taxi a cuestas y el depósito lleno hasta las trancas (y barrancas).

En apenas cuatro horas (sin paradas, respetando las normas) ya estaba merodeando por un precioso pueblo de la costa levantina. Estaban en Fiestes Falleras:

(Espero que nadie confunda mi taxi con una Falla):

Aprovecharé para desconectar del mundo por un número indeterminado de días (aún no lo he decidido; según la inspiración).

…y aparcaré mi taxi, bien a la vista, junto a la cabaña.

…y escribiré hasta que se me borren las huellas dactilares.

…y le pondré un Nick distinto a cada ola del mar (vuestros Nicks, por supueso).

… y comeré arroz avanda hasta que me salgan granos.

…y meditaré sobre lo humano, lo divino y lo taxístico.

…y me acordaré de nadie y os recordaré a todos.

…y apagaré el teléfono, y desconectaré mi sentido arácnido.

…y escribiré, y escribiré y escribiré hasta que al fin explote por sobredósis cada puta letra de la R.A.E.

Homo Sensibilus

Macarra de pelopincho, gafas Arnette al cuello (¿para que vea la nuez?) y cadena de oro grueso, durante el trayecto comprendido entre el Puente de Vallecas y Nuevos Ministerios:

– Joder, tronco… he estado viendo con mi piba la peli esa de Dirty Dancing porque ya sabes como son las pibas… y nunca la había visto, con la de veces que la han echado por la tele… yo soy más de Jackie Chan… ¡ese sí que mola!… dando hostias como panes… bueno, pues… nos ponemos a verla, y tal… pufff… al principio me parecía un pastelón que te cagas, pero luego me ha molao y… joder… al final, con el baile que hacen ahí para toda la peña, para los muermos, y eso… y cuando se levantan todos a bailar… el padre de la prota también, que estaba chinado… pues que se me han saltado las lagrimillas y todo… y yo ahí llorando como un gilipollas… vamos, no jodas… menuda vergüenza, con mi piba tumbada en el sillón ahí al lado… menos mal que no me ha pillado llorando, que si no… se descojona la tía… fijo…

Nos encontramos inmersos en un proceso de cambio social sin precedentes. Las mujeres avanzan posiciones en su lucha por una igualdad de género justa, adaptada a nuestros tiempos. Los gays, por su parte, rompiendo cualquier prejuicio al respecto, comienzan a salir del armario mostrando con orgullo su condición sexual. Y en ambos casos luchan por un fin común: conseguir la igualdad rompiendo cualquier tópico injusto que les encasille y les aparte de su propia realidad. Sin embargo, y siguiendo la estela de su éxito, desearía reivindicar también mi derecho a ser reconocida mi condición de hombre, heterosexual convencido y sensible. La sociedad no acepta que un hombre pueda compatibilizar su condición de heterosexual con esa vena sensible hasta ahora siempre atribuida a la mujer o al homosexual. Así pues, aprovecho estas líneas para exigir mis derechos como Homo Sensibilus.

Preguntas simpulso: ¿Por qué la sensibilidad tiene que ser monopolio de la mujer?. ¿Soy, acaso, menos macho por echar un par de lágrimas cada vez que veo Dirty Dancing , o por mostrar mis sentimientos, o por querer abrazar o ser abrazado?