Otro usuario de mi taxi me contó en confianza, como todos, que meses después de haberse tatuado en el brazo derecho el rostro de su difunta madre descubrió que, en realidad, aquella no era su verdadera madre sino que, en fin, era adoptado. Aquella noticia supuso para él tal shock, lo somatizó tanto, que cada vez que intentaba realizar cualquier trabajo con el brazo diestro del tatuaje (o “el brazo bastardo”, como él lo llamaba), le temblaba incontrolablemente. Pasó el tiempo y aquel tic no remitía, así que no tuvo más remedio que aprender a usar el brazo izquierdo: aprendió a escribir y a manejarse con la zurda, e incluso buscó una tienda para zurdos dada su dificultad para usar un simple sacapuntas, o unas tijeras.
Ahí fue donde conoció a Lourdes, dependienta de la tienda para zurdos, y ahí fue donde surgió su amor. Pasaron los meses, Lourdes se fue a vivir con él y también le ayudó a encontrar a su verdadera madre. Movieron Roma con Santiago hasta que al fin dieron con ella, aunque demasiado tarde: su madre biológica llevaba años muerta. Al menos consiguió una foto suya y, para guardar su memoria, decidió tatuarse su rostro en el brazo opuesto al de su madre adoptiva. Pero fue hacerse el tatuaje y de inmediato desaparecieron los temblores del brazo bastardo. Así que volvió a usar su mano diestra solo que, cuanto más la usaba, más alejado de Lourdes se sentía. Asociaba, tal vez, su amor por Lourdes con su faceta zurda y ahora se encontraba en medio de ese preciso dilema: no sabía si continuar usando su mano diestra y dejar a Lourdes, o esforzarse con la zurda y luchar por ella.
Yo no supe qué contestar, claro.