Dada mi nueva condición de amamantador consorte y cambiador en prácticas de pañales express, apenas duermo y cuando duermo, lo hago con un ojo abierto y el otro a medio fuelle (mi hija es tan pequeña y tan frágil que temo que se deshaga entre las sábanas, o que se disuelva en el agua templada de la bañera cual pastilla efervescente, o peor: que se retroabsorba por el sumidero de sus propios bostezos). De todos modos, y a pesar de lo que pueda parecer, dormir poco o casi nada tiene sus ventajas, sobre todo en lo referente a mi vida taxial: ahora, cuando los usuarios de mi taxi me hablan de sus cosas, los escucho y observo con cierta distancia, distorsionando incluso su voz y sus gestos (les veo a través del espejo y se me antojan besugos lanzando bocanadas fuera del agua, y sus palabras me entran por un oído y se me pegan al colchón del cerebro y ahí se quedan, latentes).
Ayer mismo, después de dormir apenas dos horas, montó en mi taxi una mujer muy nerviosa, ya que estaba a punto de examinarse del teórico de conducir. Y creo recordar que me pidió consejo.
—¿Recuerda usted su examen? ¿Cómo fue? ¿Algún consejo?
—¿Qué examen? —pregunté aturdido, a escasos centímetros del sueño.
—El de conducir.
—Ah. Ni idea.
—¿No se acuerda? ¿Entonces fue hace mucho, no?
—No recuerdo haberme examinado.
—¿Y su carné de conducir?
—¿Qué carné de conducir?
—¿CONDUCE UN TAXI Y NO TIENE CARNÉ?
—No. No sé.
Y en esto la mujer bajó su ventanilla, llamó a un par de policías en moto casualmente parados en nuestro mismo semáforo, les dijo que yo no tenía carné de conducir y claro, los polis me mandaron echar el taxi a un lado y me pidieron la documentación.
—¿Me enseña su carné de conducir?
Y víctima aún del aturdimiento le entregué mi tarjeta sanitaria, lo cual les llevó a llamar a una unidad de control de alcoholemia. Y cuando llegó el coche patrulla, di negativo, claro. Entonces les expliqué que llevaba ocho días (con sus noches) sin dormir, y además les adjunté una ristra de fotos de mi hija.
—Joder —dijo el poli más fornido de los dos. —¡Haber empezado por ahí! ¡Es preciosa! ¡Mira qué carita más linda, Héctor! —le dijo al otro poli que se acercó y soltó un prolongado “Oooohhh. ¡Pero qué cosita más preciosa”.
Y nos dejaron marchar. Y la usuaria, por culpa del contratiempo que ella misma había provocado, llegó tarde a su examen.