Ya sé que hay ciertas mentiras que no se sostienen, pero a veces el miedo al rechazo puede más que la verdad, sobre todo si el amor te nubla el juicio. Eva quería tener un hijo mío y yo era estéril, lo sigo siendo, y ahora sé que hice mal por no decírselo o acudir con ella al doctor Rubio y enseñarle las pruebas. Ahora me arrepiento pero tuve que seguir con la mentira, fomentar su ilusión marcando en el calendario sus días fértiles, intentándolo con ahínco. De hecho, nunca llegué a sentir tanto amor como en aquellos días, cuando Eva me decía «hoy toca» y empezaba a darme besos por el cuello y a abrazarse fuerte contra mí. Y así estuvimos seis meses: ilusionada ella y yo sintiéndome horrible en secreto.
Pero hoy, esta misma mañana, estaba yo desayunando cuando Eva, de repente, se ha acercado sigilosa por detrás y cerrándome los ojos me ha soltado: «Buenos días… papá», y al abrirlos me ha enseñado un test de embarazo con sus dos líneas rojas perfectamente marcadas, joder: POSITIVO. Eva estaba feliz y quería abrazarme, así que me volví hacia ella y la abracé, y con la voz temblando no pude más que decirle al oído: «Enhorabuena, mi amor. Por fin lo conseguimos» mientras mi vida se hacía añicos.
Y juro que llevaré mi secreto a la tumba, y espero que Eva también se lleve el suyo a una tumba contigua a la mía. Tendremos ese hijo y seré el mejor padre de un niño que no llevará mis genes. Porque la quiero. Aunque ya no la conozca, aunque me haya mentido. Quiero a Eva por encima de mucho más que todo.
(FIN)
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